Cuando ante el médico o
ante cualquier otra persona se me dice
que las causas del dolor o afección que estoy experimentando pueden provenir de
cualquier cosa, me sumo secretamente en la desesperación. No es el malestar
típico que la incertidumbre provoca, es que se me deja en el más puro
desamparo. Resuena en esta actitud, la angustia del niño cuando recibía respuestas
ambiguas de los adultos de quienes se supone debía aprender todo y que lo
sabían todo.
Somos una disquisición
continua (sobre nosotros mismos).
No sabemos todavía lo
que implica encontrar significados en la vida, quizá porque vinculamos ese
ejercicio a las masas abstractas de la teoría y creemos que es en ese espacio
conjetural donde se alberga la relevancia mágica de las palabras. Al leer, qué
hacemos sino estar descifrando continuamente el misterio de las cosas que nos
rodean. Si no lográsemos vincular un valor ético a una determinada circunstancia,
estaríamos perdidos como sujetos y como sociedad. Identificar, hallar o definir
un significado con respecto a algo es ubicar ese algo en una jerarquía de
relaciones que le dotan de una importancia específica en el consenso común y
que nos ayuda a conocer el puesto de cada elemento de tal jerarquía. La labor
del filósofo, del semiólogo, es capital para articular la cultura y el
conocimiento general. El poeta, el cineasta, el artista en general, construyen
un universo sentimental basado en el conocimiento propio y en la interrelación
de signos y valores específicos.
Ya decía Baudrillard hace unos cuantos años que
la realidad se había vuelto tan intratable que no existía teoría capaz de
explicarla. Efectivamente, actualmente no hay una tendencia filosófica, de
ninguna escuela o mixtura de escuelas posibles,
sociológicas o psicoanalíticas que resulte plenamente satisfactoria a la
hora de dictaminar en qué consiste la realidad
y a dónde va. No obstante, en el seno de la multiplicidad conceptual de la
filosofía sí podemos encontrar un término, una idea aislada que nos ilumine
ocasionalmente o funcione como valor concreto que nos ayude a considerar
determinados aspectos importantes de la vida. Por ejemplo, unas observaciones
de Plotino me han parecido deliciosas y me han iluminado de pronto, al leerlas.
Dice Plotino que percibir algo implica experimentar simpatía por tal cosa. Creo
que si lo decimos al revés, resulta más elocuente: tener simpatía por algo
significa conocerlo. Qué forma poética explicando el conocimiento, la
comunicación. La intercomunicación de todo objeto en el universo supone la
existencia y despliegue de una vibración intelectual entre todos los objetos.
Para Plotino, la percepción de algo no es meramente darse cuenta de ese
algo sino la comunión con ese objeto por
parte de nuestra conciencia. Plotino no explica nuestro mundo exasperado, pero
estas ideas me han llenado de positividad, de creatividad. Estos detalles nos
indican, al menos a mí sí, que en el espacio del lenguaje, en el universo
filosófico, si bien no encontraremos la teoría que nos resulte absolutamente
satisfactoria con respecto a la naturaleza y destino de la realidad, sí podemos
toparnos con apuntes, esbozos, imágenes, conceptos que actúen como perspectivas
iluminadoras sobre asuntos complejos.
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