miércoles, 24 de julio de 2024



DIARIO DEL CALOR I


Escribir es una forma de eludir el calor. Me he dado cuenta de que en cómo suframos el calor, el componente psíquico es importante. Es decir, que puedo idear algún tipo de actividad que me haga sortear las incomodidades que el calor produce. En mi habitación y a pesar de disponer de aire acondicionado, el calor me sume en un desasosiego interminable. Se me ocurre ponerme a escribir, invento un diario en el que vaya a dar cuenta de las insufribles vicisitudes en que me sume el calor. Tras haber estado un rato escribiendo, percibo que ese tiempo en que he estado escribiendo NO  he sentido las angustias físicas del calor. Luego, el elemento anímico e íntimo, siempre resulta determinante en muchas de las circunstancias en que nos vemos envueltos. Esa cantidad cuasi innumerable de dolencias con que se ven atosigados en la consulta los médicos de la Seguridad Social, tiene una explicación parcial importante y secreta: su origen subjetivo. Todo dolor, en suma, es un dolor moral.   

 

Voy por la calle a media mañana. Bajo la lluvia de fuego del sol hago el esfuerzo de abstraerme de la incomodidad que estoy atravesando. Por unos instantes veo mi sombra en el suelo y logro distanciarme del hecho ineludible de que camino bajo el sol y que me estoy achicharrando. Luego continúo andando y olvido todo ejercicio súbito de evitar con mis poderes secretos el influjo bestial del astro rey.



Hago memoria de las veces, de las temporadas, de los años en que, durante el verano, he atravesado las periferias de Alicante y Murcia con mi cámara fotográfica, con la mítica Voitglander; de las veces en que bajo la desolación amarilla del sol he pasado por huertos, caminos de campo, restos de campamentos gitanos, estaciones de tren, casas en ruinas… Parte de las fotografías que entonces hice por tales enclaves en los noventa, las mostré en la Exposición que realicé en las salas de la desaparecida CAM. Al revisar estos recuerdos, se me abre el abismo del tiempo, me doy cuenta de la cantidad de veces en que me he perdido voluntariamente por ahí y de las cosas que desde entonces han ocurrido en nuestras vidas. Me angustio, me desolo y  me fascino en soledad viéndome a mí mismo perdido tantas veces en las siestas de 1992, de 1993, de 1994, de 1995, de 1996, de…. En estas estoy cuando comienzan a venirme a la cabeza las sensaciones que estoy experimentando con alguna de las notas del diario íntimo del escritor Pierre Loti, cuya lectura he recuperado hace unos días.   El autor visita el lugar donde nació, tras uno de sus viajes como marinero, treinta años después. Y rememora sensaciones e imágenes de su infancia.  Nos habla del tipo de flores que crecían alrededor de la puerta de su casa, de los sonidos al atardecer, del tipo de personas que solía ver desfilando a determinadas horas, del perfil de la torre de la iglesia que se dibujaba contra los cielos crepusculares, etc...  Estas anotaciones las realiza en su diario a fines del XIX. Yo, al leerlas ahora comienzo a abismarme dulcemente en el tiempo, viajando con lo que Loti describe. Y como si se produjera un contagio por semejanza de ámbitos, recuerdo ahora las memorias que escribió Lawrence Ferlinguethi poco antes de morir, y cómo habla en ellas del remolino del tiempo, de los remolinos del tiempo que han pasado y se mezclan en un gran todo que la memoria refleja. Cómo todos los acontecimientos históricos y personales se sumen en un abismo que viene a ser el mismo y cómo de tal abismo somos capaces de emerger con un mínimo de conciencia a través del poder vacilante pero duradero de la memoria. Unos tiempos remiten a otros, todos se suceden sin conocerse pero son de naturaleza común. Y en el tiempo, a través de las bandas y cintas corredizas del tiempo viajan nuestros deseos, nuestras pasiones, lo que fuimos y de algún modo somos todavía.  Podría seguir saltando de texto en texto, pero es el azar el que me lleva y me ha colocado delante los que he referido.  Ferlinguethi y Pierre Loti, qué demonios tiene uno que ver con el otro. Nada, aunque, bueno, llevaron vidas viajeras y ambos son personajes cosmopolitas. Yo que apenas soy una línea trazada en el vacío, me alejo cada vez más de todo acontecimiento, pero confino en la crepuscularidad que Loti invocara, ese tiempo remoto que sin embargo protagonizamos y fue, curiosamente, el nuestro, el que vivimos.    

  

jueves, 11 de julio de 2024

UN PAR DE NOTAS PATAFÍSICO-FUTBOLERAS.





A veces, en los momentos y lugares menos esperables, la observación sorpresiva salta. Viendo el partido de la Eurocopa entre Hungría y Escocia, el comentarista dice: - Ya sabes que a cámara lenta todo se falsea.

Me chocó semejante afirmación, pues se supone que los movimientos de juego no muy claros, o poco perceptibles a primera vista, suelen comprobarse a cámara lenta. Lo curioso de esta observación es que yo ya había llegado a la misma conclusión hace un tiempo. La cámara excesivamente lenta, pues ahora la ralentización de la imagen puede multiplicarse con respecto a cómo se efectuaba hace unos años, al retrasar de tal manera los impactos en los movimientos de la ejecución de cualquier deporte y especialmente en el futbol, lo que consigue no es la dilucidación del alcance de los impactos sino la desrealización de los mismos al dispersar el efecto de los choques o impactos varios. Hemos llegado a tal fineza tecnológica que ya no vemos la realidad física del choque o no de la jugada, y necesitamos por ello retornar a la fuente no manipulada de la realidad: una grabación normal de la jugada en cuestión. Esto implica algo chocante a tener en cuenta: que la técnica que se supone registra impecablemente la realidad, puede llevarnos a resultados confusos o completamente opuestos a los esperados.    

 




La otra observación efectuada por otro comentarista en ya no me acuerdo qué encuentro de esta Eurocopa es la siguiente: - Cuantos más jugadores salgan al campo, más espacio hay.

Apenas escuché lo que dijo el periodista, apunté la frase inmediatamente. Aquello me pareció, en principio, una suerte de greguería incomprensible e insólita, una de aquellas formulaciones paradójicas de los grandes filósofos de la antigüedad. Quizá cuando pensase de nuevo la frase la comprendería y ya no me parecería tan insólita. Pero no, tras memorizarla y enfrentarme al misterio de su concepto, su extrañeza no sólo no desapareció sino que hizo surtir más discusión en torno a su explicación o comentario.

Podríamos decir que si hay pocos sujetos desplazándose por el campo, más espacio les corresponderá a cada uno: más espacio para articular el juego y efectuarlo. ¿Simplifica esto la captación de las consecuencias de la frase?

A menos sujetos moviéndose por el campo, más espacio tienen que cubrir. Esta sería una de las implicaciones relativas a las variabilidades de la frase original. El control del espacio sería más complejo pero el placer individual como compensación a la mayor responsabilidad en el juego - por decirlo así -  disfrutaría de mayor señorío. Pocos jugadores, dispersos por el verde de la hierba parecen prometer escasa emoción y relativo riesgo en las jugadas.

Pero cómo explicar que el espacio se multiplica con un mayor número de jugadores en el campo sin modificar nada de lo que en principio teníamos.

Bueno, en realidad el espacio es el mismo. Lo que ocurre que un mayor número de individuos moviéndose por el mismo lo agosta, lo limita y por ello tanto el ritmo como el riesgo del juego se incrementan.

A mayor número de jugadores, el espacio parece fragmentarse y por lo tanto difuminar sus límites. Pero, lo numeroso de un espacio, es decir, los elementos individuales que se encuentran evolucionando por un espacio dado ¿se definen por una cuestión cuantitativa o una determinación cualitativa? ¿El espacio crece con más integrantes vivos en su superficie o simplemente parece más animado, más vívido debido al número de tales presentes?

 



Si disponemos de un espacio dado, su unidad o integridad ¿depende del número de elementos semejantes que pululen dentro de él? ¿Tiende a multiplicar sus dimensiones estando ocupado de esta manera o lo hace de un modo claro al estar vacío? La atomización del espacio ¿implica su multiplicación o sus dimensiones no varían al segmentarlo hasta el infinito?

 

¿Es sólo una impresión que el espacio se multiplique al hacerlo el número de jugadores? Al ser muchos los jugadores en movimiento, cada uno parece encarnar un punto o una dimensión concreta de tal espacio, lo que implica que el dinamismo haga plástica la imagen más estática de un espacio con pocos jugadores o ninguno.  

El fragmento de espacio que pueda asignársele a cada jugador por su mera presencia en el campo, por ocupar con su cuerpo una porción limitada de espacio, parece provocar que se sustraiga a la unidad perceptible del espacio total, pues el movimiento y el número creciente de jugadores hace ininteligible una imagen estática del espacio como referente autorizado de…sí mismo.

Si el espacio es los jugadores que se mueven por él, entonces no habrá márgenes perceptibles de ese espacio trémulo y metamórfico, sino un cómputo de lo que fue el espacio vacío de jugadores que nos sirva de punto de partida para calcular lo que fue ese espacio y la cantidad de acontecimiento que puede albergar.

Pero, curiosamente, lo que se afirma es que la naturaleza del espacio depende de la cantidad, precisamente, de acontecimiento que se produzca en él a través de un número correspondiente de jugadores.

¿Ocupamos meramente el espacio, o lo articulamos, lo hacemos inteligible, lo multiplicamos al movernos a través de él? ¿Multiplicamos, pues, los términos espaciales al incorporar jugadores al campo?

Cuantos más individuos ocupen un espacio, mayor incremento de lo anecdótico, más posibilidad de que algo suceda. Ocurre, al menos, la cantidad de sujetos moviéndose por un espacio que en principio podría haber estado inercialmente vacío.

Es por esto que la cantidad de sujetos moviéndose por tal espacio hace a este más vivo, más animado, un espacio multitudinario. Esto respondería a la observación del periodista. Se trata de una falsa impresión que parece modificar las dimensiones espaciales, pues aunque existan más elementos, su tamaño físico no se altera: lo que sí parece transformarse es su capacidad de representación.  Claro, un espacio con un par de elementos no expondrá en su superficie sino la variedad de relaciones geométricas y matemáticas que ese par de solitarios elementos sea capaz de generar. Con una veintena de elementos, el espacio se cubrirá de posibilidades de relación, puntuales y teóricas que antes no se daban. Todo es muy lógico.

¿Hasta qué punto movimiento, variabilidad de localizaciones, diversidad en la imagen se identifican con la expansión física de elementos en un plano, en una superficie, en un espacio?  Esta es la cuestión. Pues ¿podría un espacio “modesto” con escasos y dispersos elementos en su seno, producir tal variación de perspectivas capaces de organizar lo que llamaríamos con toda la seriedad del mundo, un relato de sus componentes? Aquí nos saldría una respuesta cuya frase, en otros contextos, llamaría a la pícara distensión: el tamaño no importa ante la existencia de elementos móviles, sean cualesquiera, en un espacio dado.



lunes, 8 de julio de 2024


 


DECIR LOS MÁRGENES

Chantal Maillard/Muriel Chazalon

 

Analizar minuciosamente lo que se ha expuesto en una conversación me parece tarea banal e inútilmente trabajosa. Un libro como el presente no debiera ser objeto de  una crítica formal, sino serlo de la atenta lectura. Recuerdo aquellas palabras de un Octavio Paz acerca de la distinta naturaleza que las palabras escritas tienen con respecto a las proferidas en una conversación grabada.  También se dice que las palabras se las lleva el viento, pero cuando las rescatamos gracias a algún tipo de soporte, tales  palabras se convierten en opiniones contundentes, visiblemente comprometedoras, o bien en reflexiones puntualmente minuciosas que pueden conmover lo meramente recordado.

En este caso, teniendo en cuenta que lo que ha sido libre materia fluyente de la palabra se ha ordenado temáticamente y  direccionado para su comprensión específica, quizá sí podamos adjuntar algún tipo de observación personal u opinar al menos sobre lo que han sido, a su vez, opiniones, pareceres o dictámenes. Qué implica dialogar y de asuntos tales como los que aparecen en este volumen, sino actualizar la imagen del mundo desde nuestro registro  propio, aportar el tembloroso pero puntual grano de arena en la dilucidación de la vanguardia cultural.

Debo decir que tendiendo a disfrutar del libro, no he podido evitar el reaccionar a lo que en él discuten o exponen tanto Chantal como Muriel Chazalon, y por ello he atravesado más de medio libro con subrayados, notas, y señales. Casi he reescrito el libro paralelamente a las reflexiones de ambas autoras. Ahora me resultaría imposible prestar este libro.

En primer lugar, que un par de intelectuales, entre las que hay que contar, en mi opinión, con una de las poetas más destacadas de Europa, Chantal Maillard, se pongan a inquirir libremente sobre una serie de materias tan raras y elusivas hoy en nuestro convulsivo mundo mediático como imprescindibles para nuestros mundos interiores, es algo tan merecedor de elogio como motivo de discreta celebración: parece que dudemos en otorgarle una imagen ilustrada a los poetas por considerarlos según el cliché, estrictos buscadores brutos de la belleza incluso en sus manifestaciones más afectadas.  Un libro como este que viene precisamente a desmontar estereotipos. Ante las gazmoñerías de una Europa que parece suponerle un engorro el aceptar sus propias excelencias intelectuales, francamente se agradecen investigaciones personales y súbitas como estas.  

 

Siempre me ha gustado el carácter indagatorio que ofrece la escritura de Chantal. Cada vez que he adquirido alguno de sus libros, me he lanzado a su lectura espoleado por el interés y el estímulo que suponía rastrear percepciones nuevas, pensamientos infrecuentes. Pero será que el tiempo y la lectura van acumulando, cada vez, más imágenes contrastantes de la realidad o que uno se ha vuelto criticón con cualquier cosa, pues la cuestión es que en esta ocasión, el número de hallazgos intelectuales y los motivos del texto que han provocado mi reacción negativa han empatado, curiosamente.

 

Aunque ya hace muchos años que Chantal es española, naturalmente las raíces no se olvidan. Ahí está su libro Bélgica, por ejemplo, como notable documento autobiográfico. También se percibe este no olvidar los orígenes en los referentes culturales, generalmente belgas y franceses que Chantal maneja con inmediatez. Es a partir de aquí que alguna de las obsesiones conceptuales de Maillard revela el porqué de sus inquietudes. Si digo que una parte más que importante de las inquietudes filosóficas  de Chantal se adscriben más o menos tácitamente a los motivos que presenta la escuela racionalista francesa espero no estar metiendo la pata.

Por ejemplo, su preocupación, a veces más por la herramienta con que uno se expresa que con lo que esa herramienta expresa. El plantearse la idoneidad o no de las palabras, su capacidad renovadora, su índice de erosión para denotar texturas significativas, singulares o diferentes, las limitaciones, en definitiva, del lenguaje a la hora de comunicar determinadas experiencias, ha sido uno de los temas recurrentes de la intelectualidad artística europea y americana del último siglo, provocando una oleada ingente de metaliteratura. Yo diría que tal preciso tema hoy en día está algo demodé, permítaseme la frivolidad. Teniendo en cuenta el desmantelamiento de las Humanidades, su pérdida de prioridad en los estudios y la presencia pululante de las realidades internéticas a través de las redes, lo que los poetas se plantean más en estos momentos, diría yo, no es con qué instrumento vamos a expresarnos sino qué es lo que vamos a expresar y a propósito de qué.

Lo que está en crisis es el devenir de los contenidos y no tanto la forma del continente. De todos modos, cierto es que ambas cosas se solucionarán simultáneamente. En el momento que ya sé lo que quiero decir, ya sé cómo lo voy a decir: a través de una caricatura, una poesía o una fotografía, un vídeo…

  

Un punto que debo confesar siempre me ha irritado es el elogio ciego que el occidental suele hace de lo oriental. Cierto es que este suele ser el gesto que unas culturas hacen con respecto a la extrañeza que les producen otras. Por el hecho de ser extranjeras, siempre nos admira o impacta lo distinto, lo aparentemente remoto. Y estas reacciones suelen ser recíprocas. Si me fascina el teatro No, a los japoneses también les maravilla el drama explosivo del flamenco. A partir de ahí pueden configurarse interesantes o probables o nexos hermenéuticos. Cuando Chantal marca la excepcionalidad de la cultura oriental en algún punto, especifica por qué. Si Occidente ha desarrollado una dinámica cultura convirtiéndose en referente planetario, es,  -por poner un ejemplo - , en el orden de la investigación hermenéutica que las místicas orientales indias brindan márgenes que han pasado desapercibidas para la curiosidad occidental. Chantal, especialista en filosofía de la India, ha investigado tales márgenes, y nos asegura con emoción que en ámbitos hindúes la especulación metafísica ha elaborado teorías más arriesgadas que las occidentales.  


Otro de los aspectos que más me gustan de Chantal Maillard es su negativa a ser complaciente desde las potencialidades de la poesía y el pensamiento, su no hacer concesiones. Sólo de esta manera lo que uno hace se reviste de autenticidad.

La poesía de Chantal y no sólo su obra ensayística, obligan a detenerse aunque sea dolorosamente sobre alguna circunstancia o constatación. El público lector no es, precisamente,  un ente que venga a apiadar a Chantal. La propia Chantal confiesa en estas páginas su odio a la mentira, inculcado en ella desde la infancia, y es esta reacción lo que ha determinado en buena medida su no mera aceptación de los datos externos de cualquier cosa, su pesquisa sobre lo que la conciencia puede llegar a admitir. Si la imaginación lo que elabora y maneja son imágenes, estas se muestran plásticas e intercambiables, mientras que los conceptos que guían nuestros discurso se nos presentan como construcciones definitivas. Aquí es el lenguaje quien tiene que mostrar semejante plasticidad soberana, para no meramente emitir consignas o mensajes cerrados sino para intentar acercarnos, al menos, al propio movimiento que es  lo real. La vertiente especulativa en la poesía de Chantal se explica por estos motivos: aproximarnos a la naturaleza de lo que se agita para, tras haberlo descubierto,  decirlo.

Si la poesía es el modo especial en que podemos expresar lo que ocurre y lo que nos ocurre, en Chantal esta integración se realiza teniendo en cuenta las disciplinas varias que vienen a determinar de un modo u otro el lenguaje y el tipo de sociedad que somos. Por ello, es notable en el diálogo que refleja el libro, la presencia de las ciencias físicas, la psicología, la antropología, la genética o la neurología. No es un gesto sociológico entre otros. La imagen que del mundo, la persona o el cosmos va definiendo el pensamiento es reticular y holográfica, en curiosa consonancia  con el mundo virtual de las redes e internet. Una discusión mínimamente profunda sobre el estado actual de los asuntos humanos y del propio hombre pone a las claras este universo de relaciones y de nexos que con suma complejidad y prolijidad hemos activado y nos refleja. El libro de Muriel y Chantal está, consecuentemente dividido en temáticas que van recogiendo todos los aspectos culturales vinculados al progreso de las ciencias, la ética, la vivencia de la naturaleza o las soledades del individuo.

Esta atención a materias tan diversas obedece, pues, a lo que la propia Chantal señala como probable cambio de paradigma en el ámbito europeo e internacional de la cultura y en el que acabamos de sumergirnos de lleno: el mundo como red. Es más que explícito. No sólo las más variadas disciplinas revelan enlaces  comunes sino que la aparición de internet ha venido como a confirmar este giro molecular y universal.

Personalmente creo que cuando el mundo adquiere tal variedad de asuntos, el pensamiento debe arrojarse a desbrozar espacios para perfilar la posibilidad de un horizonte común al ser humano. La poesía la hemos atendido, tradicionalmente, como la voz del pueblo o de las cosas que se van transformando. De aquí que Chantal rechace el sentido de la poesía como una revelación y prefiera las aventuras de la discontinuidad, como diría un Lezama Lima. Es la poesía, por tanto, la labor del poeta, quienes deben ir descifrando un espacio, descubriéndolo y nominándolo, antes que esperar mensajes directos de los dioses. Es entre esta articulación compleja de técnica, mundos de la información y retos éticos, que la poesía debe ir desenvolviéndose y erigirse como palabra específica y soberana.

 

En el examen a veces agrio, que del ser humano se va conformando en este mundo de vinculaciones multiplicables, me encuentro con una observación que Chantal repite y que me produce, lo confieso,  cierta vergüenza y un franco rechazo: ¿por qué la sonrisa tiene que ser un arma defensiva entre los seres humanos, - enseñarnos los dientes -  un resto arcaico, según el decir darwiniano, de cuando éramos animal manada?  Cuando nos sonríe nuestra pareja, nuestra madre o un niño no veo que sea pertinente enfoque tan siniestro.

 

Chantal señala que el mundo actual es abusivamente representativo: el estado de opinión no resulta, sorpresivamente, mejor que el de la creencia. Aunque la verdad, históricamente, ha sido un valor comerciable por la movilidad de los intereses de la sociedad en cuestión, el universo mediático es tan opresivo con sus industrias de estereotipos y formación de opinión, que la libertad hay que buscarla en territorios tan huidizos como íntimos. Debido al cerco mediático el mundo se vuelve ininteligible, pero eso no significa que la ética, que se refiere a las competencias del sujeto, se relativice hasta su dispersión.

 

Hay un momento particularmente estimulante en el debate. Chantal observa que no es posible hoy abordar un concepto del ser así de simple, contundente y directo. El ser es con otros, con otros seres, personas, individuos, existentes. Esto implica desplazar el concepto a una movilidad extra, añadirle un complemento que dejará de serlo en cuanto dilucidemos qué naturaleza supone una imagen del ser y sus trayectorias, qué alteraciones implica su suceder-con. El ser ya no se explicita desde una solitaria entronización conceptual sino en actividad con los demás seres, lo que significa la asunción de direccionalidades como vectores vitales y alusivos de su naturaleza.

Todo ello repercute en nuestra imagen global del mundo, pues   el universo entendido como proceso, ya no puede limitarse al prolijo análisis de sus componentes. Ahora, se despliegan virtuales espacios nuevos de relación que en definitiva, no dejan de aludir, en un visionamiento de la generalidad,  a un par de observaciones convergentes: emprendimientos nuevos en la formulación tácita del ser y la aceptación de la existencia de leyes desconocidas  en el universo.

Chantal nos advierte que la realidad no es sus representaciones, sean estas tecnológicas, científicas o filosóficas. La realidad es lo que el poeta busca en su flujo soberano y originario. Precisamente lo difícil es liberarnos de esa cantidad de representaciones que gracias al  trampolín mediático y representacional alcanzan una popularidad asfixiante y una densidad falsa.

Según Chantal no nos encontramos en el centro vivo de lo que se produce sino en su conversión en discurso. El potencial del lenguaje y las gracias conformantes que le hemos concedido, nos sumen a veces en lo que viene a ser un cierto conformismo. En este punto, hay que ser audaz. La realidad de las cosas precisa de una empatía diferente, de una aproximación menos crítica y más salvaje, espontánea. Reposamos demasiado en las suficiencias teóricas de la configuración lingüística. Chantal fantasea con un asalto a la realidad, libres de todo aparato conceptual sabiamente elaborado, hacer un puntual y espectacular tabula rasa. Como rezaba aquel chiste de, no sé si Woody Allen u otro, tenemos que librarnos del peso excesivo de la cultura. Pero son precisamente esas determinativas conformaciones lingüísticas ante las que nos abandonamos con arrobo e inconfesada pereza intelectual. ¿Cómo ir más allá del lenguaje sin o con el lenguaje?

Chantal insiste en la búsqueda continua de un nuevo medio para expresarnos, en abandonar o alternar lenguajes o experimentar con ellos. En definitiva, la expresión de lo real no puede convertirse en un asunto ajeno, forma parte de nuestra misión como artistas o pensadores.

Chantal coincide con Borges: el yo puede ser una insólita servidumbre a la hora de, curiosamente, preservar nuestra sensibilidad y buscar la felicidad. Lo que obsesiona, particularmente a nuestra autora, es la mediatización de la experiencia. Cómo, con qué medio o medios, con qué talante o presunciones, desde qué registros o limitaciones conceptuales, queremos hacer vivir lo que hemos vivido, qué tipo de mensaje o protesta queremos hacer circular por el mundo libres de las presiones del mito o de nuestro propio vocabulario.

Por ello, por la naturaleza compleja de estas inquietudes,  Chantal Maillard se singulariza a través de su obra ensayística y sus poemas como exploradora de territorios más o menos adversos, de espacios en los que un clamor, una melodía o una textura verbal revelan su carácter nativo. Este libro no sólo es un rico muestrario de las preocupaciones de la poeta, también nos muestra qué orden complejo de materias constituye la cultura actualmente y qué pasajes deberíamos atender a la hora de actualizar parte de sus intereses para nosotros.   

 

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Miniposdata: una observación y  sin acritud. Muriel dice percibir en la escritura de Chantal cierto carácter gráfico además de conceptual, es decir, que integra dos técnicas que Occidente ha separado fatalmente: dibujar y escribir, en oposición, por ejemplo, a Oriente y su escritura pictográfica. Bueno, lo que Muriel lamenta puede observarse como un acierto dándole la vuelta: qué preciso ha sido Occidente al distinguir inteligentemente la naturaleza de la representación de la escritura, por un lado, y la del dibujo, por otro, pues son actividades distintas.  


martes, 2 de julio de 2024

NOTAS MARGINALES





Hay que ir a por el tópico, a por el estereotipo para liquidarlos si imponen una imagen pobre y falsa de lo real. Durante cuánto tiempo no he podido escuchar y disfrutar de verdad de la música de Mozart por culpa de los mozartianos. Los seguidores modernos del compositor habían construido un concepto sacral del austríaco que me reventaba. Ha sido últimamente  cuando he podido escuchar la obra de Mozart libre de cualquier prejuicio, imagen o elogio, cuando en realidad la he descubierto con placer y esa música, originalmente, ha fluido  ante mí.

 

 

Otro estereotipo vencido. De unos años acá la obra de Henry David Thoreau ha ido siendo mostrada al público español en diversas y continuas ediciones: ensayos, diarios, epistolario, etc... Durante años me resistí a leerlo porque no me interesaba que alguien desde el siglo XIX me informara de las bellezas del mundo natural. Prefiero captar y disfrutar de la naturaleza desde otras perspectivas, cuando no, desde la propia experiencia de campo. Pero resulta que me encontré en un centro comercial con una breve antología de aforismos y pensamientos de este autor. Adquirí el libro, muy delicadamente editado y al hojear el muestrario escritural del ensayista de Concord me llevé una grata sorpresa. Creía que me iba a encontrar a un uniforme adorador de bosques y ríos salvajes, con un empaque conceptual más bien igual de uniforme, pero no, qué va: las observaciones de Thoreau son particularmente agudas y sorpresivas y siempre muy creativas. Parece que Thoreau no sólo haya  pensado bien las circunstancias del desenvolvimiento del mundo que le rodea sino que empleé en sus reflexiones todo el contrastante material acumulado por la experiencia en su proyecto de deslindarse ocasionalmente de la sociedad en la que vive, reubicándose en la naturaleza cuyas gracias más o menos ocultas cree conocer y saber utilizar. No hay, por tanto, amagos ingenuos de elogio a la naturaleza. Lo que Thoreau descubre es que el encuentro con la naturaleza no sólo supone una fuente renovada de estímulos vitales para el hombre sino una influencia en el modo de pensar la existencia ligándola a actitudes más libres y místicas. Y que todo ello no se traduce en una impostura para el sujeto frente a otros sino que puede vivirse con relativa harmonía. Digamos que el desenvolvimiento de Thoreau en la naturaleza le presta una singular plasticidad para analizar la mente humana y el orden de sus deseos.      

 



 

Leo por primera vez la obra narrativa de Paul Auster. Leí hace mucho una brillante recopilación de sus ensayos. Recuerdo que aquel libro lo encontré en los cajones de súper ofertas del Corte Inglés. Lo que he empezado a leer ahora es Diario de invierno, un libro formulado a través de fragmentos que evoca la vida del escritor desde dos extremos: los recuerdos de infancia y la vida actual- el momento de escribir el texto - cuando el autor tenía 64 años. Significativa esta alternancia temporal: las alusiones a la infancia son como chocantes evocaciones anecdóticas de un tiempo exento de tragedia; las relativas al tiempo del momento en el que el novelista escribe, se llenan del temor a la muerte, el fin de la existencia y la estupefacción de tener que admitir que uno dejará de estar en este mundo. Este diario es pues un balance revelador del tiempo vivido y de las preocupaciones y experiencias que se tienen en cada episodio del mismo. Como Auster no disfraza los hechos de ideología, los retrata tal y como se produjeron, revelándonos cómo las circunstancias de la vida se llenan de uno u otro sentido según el tiempo se vaya acumulando en cada uno de nuestros trances vitales. Libro preciso y melancólico pero indudablemente, realista.

 

 

 Leo los ensayos que componen  Analectas del reloj, de Lezama Lima, con particular cuidado al manejar sus páginas pues se trata de una endeble edición de 1955. Como no podría ser de otra manera, y perdón por esta por frasecita tan manoseada, sensación apabullante de fascinación intelectiva y poética ante las exhibiciones del mago cubano. Sencillamente Lezama habla su propio idioma, articula un lenguaje específico e irrepetible. Lezama ya no es meramente un genio de las letras, es el propio Verbo que habla desde las zarzas ardientes de la inteligencia y nos comenta cosas insólitas sobre Picasso, sobre Garcilaso, sobre Valéry, sobre la muerte y los eones del tiempo. Palabras escritas en oro y percibidas en una discreta edición de las islas de allá a fines de los cincuenta, como ya he referido. No es que nadie pueda superarle, es que ya no hay nadie que posea tal sabiduría literaria, filosófica, o  que piense desde tales reservas de aplicación hermenéutica, a partir de tal asunción profunda de símbolos en trance. Me parece que si falta una verdadera imagen en nuestra literatura que refleje lo que Lezama ha supuesto no es ya porque no disfrutó de la publicidad del boom de la literatura hispanoamericana sino porque ni más ni menos ya no le llegamos ni a la suela de los zapatos. Hoy vivimos no sólo la indigencia simbólica sino la crítica y la humanista. Hoy retozamos en las miserias de los colorines internéticos tan pululantes e interminables como constantemente mortales. Dónde queda la sustancia de la palabra, el vuelo inseminador de altas imaginaciones, el pensamiento de lo posible. Dónde. Yo encuentro en cada frase, en cada palabra, en cada página de Lezama una fuente de la riqueza infinita que nos hemos obstinado en perder. Yo disfrutaré constantemente de  los textos de  Lezama. Mientas que la imbecilidad se cepille a quien se deje.   

 

 

lunes, 1 de julio de 2024

FENOMENOLOGÍA INSTANTÁNEA DE LA ENSOÑACIÓN

 



 


Como suele ocurrirme, la contemplación distraída produce los más dulces visionamientos, las ensoñaciones súbitas más profundas.

Me encuentro mirando esta pintura de mediados del siglo XIX  sobre el islote de San Juan situado en el golfo de Borromeo, en Italia, y sin haber buscado una especial potencia en ningún detalle de la representación, de pronto, la imagen comienza a adquirir una suerte de blandura.

Esa digamos, ligera deformación de la superficie de la imagen general, va arrojando o arroja a esta hacia atrás en el tiempo. Es como si a través de este movimiento de la imaginación perceptiva la imagen buscara ubicarse en las coordenadas espacio-temporales que fueron su origen real, escapando suavemente de los límites elementales del marco del cuadro.

Cuando la imagen ha ahondado en sí, digamos, es entonces cuando deja de ser una mera pintura y trasciende su identidad desde su emprendimiento representacional. La imagen que se alejaba en el tiempo y en el espacio de la proximidad de mi mirada, de pronto, se para y aterriza en un contorno remoto que es su actualidad. Acaba de llegar a su referente, a su fuente, a la realidad que tomó como modelo, en un momento preciso, la imaginación que la concibió sobre un lienzo.

Tras concluir este viaje al pasado, hacia el hallazgo de sus coordenadas, la imagen reposa sobre un horizonte que es ahora el de mi percepción directa y ensoñadora. Veo el paisaje reubicado, inopinadamente, en su enclave originario, liberado de su confinamiento artificial en las proporciones regulares de un cuadro de género. La imagen ha recobrado su confín auténtico, su posición significante en una tierra lejana y etérea para mí. En este momento la imagen, sin alterar sus conformaciones ni la textura de ninguna de sus figuraciones, comienza a latir, a vivir, a irradiar  desde su establecimiento. Ha alcanzado la soberanía de su ser, emite la harmonía de sus contenidos y propicia una suerte de paz a partir de todos sus puntos.

Tras comprobar que la imagen se ha desplazado a otro lugar y que desde tal lugar se refuerza su encanto e irradia como imagen soberana y originaria, yo me dejo caer en la belleza de su apariencia y recibo el blando impacto de una hermosura que fue en el tiempo y que tengo el secreto y frágil privilegio de observar con detenimiento ahora. Este ahora sólo lo es de mi percpción y de sus probables balanceos en la intensidad, pues la imagen fulge plena con tranquilidad en un espacio inaccesible: ese allá paradisíaco que es un fue pero que no desaparece en tanto el observador permanezca atento a las sutiles vicisitudes que emerjan de la propia imagen y la afirmen modestamente eterna.

El detalle, defectuosamente visible por la calidad mediana de esta reproducción,  de la pareja arrobada en el puentecillo, me llena de ternura, de piedad, de fascinación. La dicha remota de este par de amantes me provoca un llanto mudo, me retuerce, fugitivamente, las entrañas. Todo es paz, pudoroso decoro, inocencia. Y la masa de agua tranquila del golfo y el verde del bosque no hacen sino arropar a esta pareja y abrazar a mis propios párpados en la confirmación de que todo es cordialidad en esta pintura.

Cierto es que no se trata de un óleo ilustre, pero es que las pinturas algo mediocres o anónimas son las que producen los estados encantatorios más inesperadamente intensos.  

lunes, 10 de junio de 2024

IMAGEN NUEVA, MUNDO RENOVADO



 

El otro día mi hermano, gracias a una de esas carambolas que propician las redes, se encontró, en la página de facebook del Colegio Jesús María de Orihuela con una foto que no conocíamos de nuestra madre. En dicho colegio trabajó ella como docente a fines de los cincuenta y principios de los sesenta.

El impacto que me produjo la foto me llevó a analizarlo horas después, pues no se trató de la típica sensación melancólica que nace al contemplar una imagen de un pariente tuyo ya fallecido, envuelto en las neblinas del pasado. La sorpresa que supuso el descubrimiento de esta imagen venía acompañada de una extrañeza cuya infrecuencia me estimuló a que investigara de qué tipo de extrañeza se trataba, independientemente de la novedad de la imagen.

Hace ya tiempo que vengo puliendo y examinando los detales de esta idea: nadie ha vivido en el pasado tal y como nosotros lo imaginamos. El mundo entero no ha vivido sino en el presente que le tocó en suerte. Todas esas imágenes o interpretaciones del pasado como algo triste, lento, exento de alegría o tecnología, son eso, figuraciones nuestras más o menos literarias realizadas desde nuestro cómodo ahora, rodeado de confort y estereotipos sobre mil asuntos.  

Saber ver esto, desprenderse de los prejuicios sobre las características melodramáticas del pasado, incluso del más cercano a nuestro tiempo, es importante para definir el tipo de extrañeza que experimenté al ver la imagen de mi madre, rodeada de alguna de sus alumnas.

Para ser lo más directo y transparente, diré que lo primero que sentí al ver la imagen fue algo así como si mi madre estuviese dando clases todavía en alguna plataforma astral, en algún lugar del tiempo. No experimenté melancolía, sólo cierta emoción al ver a mi madre desaparecida. El ambiente de la foto es positivo, festejador. La profesora posa feliz con sus alumnas bajo una portería de balonmano, deporte en el que mi madre participó numerosas veces como árbitro.

En la imagen no percibí decadencia sino una insólita actualidad: la de mi madre trabajando, activa y soberana en su ambiente.

Contemplada de este modo, esta imagen produce cierta esperanza…

Es verdad que hay grados de profundización en el estudio de una imagen, y que la pertenencia al pasado de esta, en concreto, la arroja a un tiempo que ya se ha distanciado definitivamente. ¿Pero, tan así, tan definitivamente? La imagen reproduce un momento y ese momento como tal, como un corto espacio de tiempo vivido con felicidad, es ya irrompible. Así lo vivió mi madre y con toda seguridad las alumnas que aparecen junto a ella. Por ello, la decadencia, la sensación de fin o de acabamiento, no existe en la imagen ni en el momento en que tal imagen fue tomada. Las percepciones negativas se las añadimos nosotros desde las vacilaciones de nuestro momento al creer que lo pasado está signado por el signo de lo fatal, de lo ya sido, de la muerte, y por tanto no existente ya.

Un análisis profundo y comprometido del momento,  quizá renovase  nuestras concepciones deterministas del tiempo; un momento como el que con bienestar, sencillez y seguridad parecen estar viviendo mi madre y las alumnas en la imagen.

   

jueves, 6 de junio de 2024

LAS BELLEZAS QUE OTORGA EL PASEO


 

 Una cosa es marcarse un recorrido y realizarlo como si de una exploración cualquiera se tratara y otra andar sin rumbo, dispuesto a que el azar haga surgir la contemplación sorprendente o la reflexión alucinada sobre el espacio -tiempo en que uno se abandona. Una cosa es alcanzar una cumbre montañosa o atravesar una zona boscosa y otra sumirse en lo numinoso que un trayecto indistinto puede procurar. Una cosa, por tanto es ejercer un esfuerzo físico recompensado por las gracias del paisaje y otra recibir una suerte de revelación  repentina en el transcurso de un dejarse ir a ninguna parte.

Gabriel Miró que fue un gozoso andariego, supo distinguir entre alcanzar un objetivo en una salida al campo como reto físico y disfrutar, a través de un paseo, de un fascinador atardecer como fin en sí mismo, independientemente de la molesta fatiga de recorrer tantos y tantos metros.

O sea que colocarse records para batir en cualquier aventura geográfica que logre desempeñar nuestro cuerpo, no tiene nada que ver con el andurreo alucinado, con el callejeo surrealista, con el vagar poético por cualquier paraje que nos haga soñar el tiempo en que vivimos y las secuencias espaciales en que  nuestra mente demore la organización de nuestras percepciones.

También es verdad que todo viaje supone una abertura de horizontes, una puerta  abierta a lo posible. Todo viaje nos excita y nos ilusiona. Y de todo viaje podemos traernos un recuerdo vibratorio de las bellezas naturales y artificiales que hayamos visto. Aun así, las bellezas del paseo o del caminar hacen alusión a una experiencia menos global y más íntimamente vívida. Es el alma romántica, nuestra alma de poeta la que despierta aquí ante las sugerencias inmediatas del espacio que se recorre. Al pasear no viajamos exactamente. O en todo caso lo hace nuestra imaginación.

El libro de Avelino Fierro es un libro de encargo. Y aunque el autor posea un curriculum notable a través de los diarios que ha ido escribiendo y publicando en esta casa, Eolas Ediciones, lo que nos lega como experiencia neta de andanzas especiales es materia escasa. Eso sí, las alusiones bibliográficas abundan y copan parte importante del libro. Lo que ocurre es que para mí tales referencias son aportaciones meramente académicas. Lo que importa es qué de curioso, de patético, de ilusionante o revelador ha sentido el autor que escribe, paseando por cualquier inmediación próxima o no a casa.

Pasear supone, desde luego, un momento dinámico de contemplación. Es el instante en que lo poético puede mostrársenos a través de lo anecdótico o lo  paisajístico. El momento en que la memoria puede ser estimulada por cualquier cosa y eclosionar en imágenes o recuerdos fascinadores. Ahí fuera, en el espacio continuo de la metamorfosis, nos esperan las revelaciones del sueño. Dispongamos nuestras redes, nuestras sondas especiales.

No me ha satisfecho del todo este libro en cuanto a recolección de tal tipo de materia delicada y densa. Lo que sí resulta notable es el estupendo diseño de esta colección.  

    

DIARIO DEL CALOR I Escribir es una forma de eludir el calor. Me he dado cuenta de que en cómo suframos el calor, el componente psíquic...