martes, 4 de noviembre de 2025

DERIVAS FÍLMICAS Estados Unidos y el resto




 Se trata de algo muy personal y relativo a gustos estéticos,  pero he de confesar que últimamente experimento un auténtico hartazgo del patrón cultural norteamericano,  y sobre todo, claro está, a través de la mayor herramienta de propaganda de este país: su cine. Aunque se trate de un cine magistralmente realizado desde el punto de vista formal, surtido de una efectividad anímica notable, y haya alcanzado una altura gracias a la cual ha sido clasificado desde el punto de vista de la semiótica como Modo de Representación Institucional, nada menos, no dejamos de notar que, pese a todo, el cine norteamericano sigue cometiendo los mismos pecados de ignorancia y desprecio con respecto a determinadas culturas que hace décadas y mantiene unos cuantos estereotipos que quizás los europeos hayamos superado.

 

Siempre me ha asaltado esta duda: ¿Por qué los norteamericanos son tan obstinadamente ignorantes del mundo sudamericano, interesándoles únicamente explotar el mito del narcotraficante, e igualmente  extraños a la historia de la misma España, teniendo en cuenta la vinculación de nuestro país con el orbe americano? ¿Qué hubiera sido del western sin los caballos, traídos por los españoles al Nuevo Continente? Incluso el tipo del vaquero tiene grandes semejanzas con el vaquero español de hace 300 años, según observaba De la Cierva, un pariente del gran inventor. Nevada, Colorado, Florida, Las Vegas, San Francisco, El Paso, etc… Lugares descubiertos y bautizados hace siglos no precisamente por los checos… Este verano pasado vi por fin Apocalipsis Now y aunque el sonido del film es extraordinario y la deriva del mismo, admirable y su fama indiscutible, la película me supo a otro producto narcisista más aunque, en este caso, de calidad. Los vietnamitas no tienen un protagonismo específico encarnado en algún personaje o sujeto concreto, son nadie, un grupo animado de fondo ante el endiosamiento malditista de los personajes principales convertidos en monstruos sagrados y, lo que  faltaba, adorados por los nativos. Lo dicho, vueltas de tuerca en la autofascinación narcisista. Los vietnamitas como los mexicanos en tantas lamentables ocasiones, son un solo personaje colectivo secundario. En vez de haber un cineasta oriental que retratase la animalidad de los norteamericanos, son estos los que se atreven a autorepresentarse, aunque supuestamente sea con el toque exquisito de Coppola quien pretendía llevar a cabo una crítica antibelicista. La verdad es que el cine norteamericano es lo que retrata mejor que nada la ignorancia, precisamente, de los norteamericanos de prácticamente, el resto del planeta, y no sé si esto es un efecto involuntario de los directores o una probable protesta del propio lenguaje del cine. Una ignorancia que es tanto como jactarse de no saber nada de la historia y cultura de determinadas naciones, no teniéndolos en cuenta aunque la acción narrativa transcurra en tales países. De esto último hay múltiples ejemplos. Personajes protagonistas norteamericanos que se mueven por México, Francia, España o Italia, como si lo hicieran por el patio trasero de su granja. Los norteamericanos, como en Bienvenido Mr. Marshall, siempre  a lo suyo. 



Cada vez que me acuerdo de aquellas películas de catástrofes de los setenta, las de terremotos, maremotos, incendios y demás, las veo encantadoramente ridículas, y más tontas si cabe al sospechar el mensaje que todas ellas llevaban implícito. Se trata de filmes claramente parareligiosos. Que los norteamericanos creen ser, como los judíos,  un pueblo escogido, lo verificamos sobre todo en su historia colonial, en su manía por fundar sectas y movimientos religiosos y en su preferencia por el Antiguo Testamento antes, incluso, que por el Nuevo, que nunca han sabido abordar con racionalidad, salvo en alguno de los mejores fílms de temática bíblica de la época clásica. Los colonos del siglo XIX eran los nuevos profetas y América, la Tierra prometida….. No es extraño de esta manera que se crean los destinatarios del Apocalipsis a través de todas esas películas que menciono: El coloso en llamas, Terremoto, El día de la independencia, Aeropuerto, La aventura del Poseidón, etc… Ah, y Titanic, para no ir más lejos. La gran pedantería de los norteamericanos radica en esta apropiación descarada de la trascendencia. Ahora, eso sí, se trata de un tipo de trascendencia social, grupal, y no subjetiva o personal. Los norteamericanos son religiosos, no místicos. Saben que son incapaces de producir un Tarkovsky, un Pasolini o un Bergman, Y esto, con toda seguridad, les humilla un poquillo. El cine verdaderamente serio es el europeo.               

 

El otro día, pos casualidad, zapeando, visioné un pasaje de la película Grupo salvaje. Un grupo de pistoleros, al parecer, llega a una zona de México donde se alía con el ejército opresor. En una fiesta donde se les acoge para realizar fechorías, el par de individuos norteamericanos más salvajes del grupo no sólo quiere vino y una buena cena para celebrarlo sino también mujeres. Se les suministran unas cuantas chicas muy bonitas mexicanas con las que se bañan en un gran barreño lleno de vino y montan una buena juerga. Confieso que me dio náuseas y mucha vergüenza ajena. Estas escenas me las imaginé pero dándoles la vuelta: un conjunto de forajidos mexicanos revolcándose con mujeres norteamericanas rubias y de ojos azules. Imposible. ¿Hay alguna película donde esto haya ocurrido? Recuerdo la venganza que al respecto ejecutó Alex de la Iglesia en su película Perdita Durango.

 

 En esta misma película, como en tantas otras, se vuelve a hacer escarnio aunque brevemente, de los modos de culto católico de las feligresas mexicanas. Como siempre, personas muy mayores, rezando y portando cruces en actitudes supersticiosas. Los norteamericanos siempre han hecho esta caricatura de una religión que parece extraña o bárbara, cuando resulta que se trata de cristianos, como si los norteamericanos no lo fueran. Aunque de esto tengo serias dudas. Los norteamericanos son más bien satánicos, como puede comprobarse en su cine, en Halloween, en su lamentable historia criminológica, en el heavy metal, etc..



Al consumir cine norteamericano también consumimos sus obsesiones y paranoias. Y estamos, además, a un punto de asumirlas, lo que significaría que abandonamos la luz y la racionalidad del catolicismo para convertirnos gradualmente al protestantismo, es decir, a la nada oscura y sombría cuya única temática es, ya sabemos: los muertos vivientes,  los asesinos en serie, la fascinación por la sangre y la muerte, y otras encantadoras maravillas.

 

Aunque también es cierto que ha sido un país protestante como Estados Unidos quien ha creado un sitio como Disneylandia. La clave también está, creo yo, en la religión protestante. Al ser liberados del sacramento de la confesión, los norteamericanos protestantes, han creado un paraíso originario y cursi como Disneylandia - que no está basado sino en los cuentos y tradiciones de Europa-  del mismo modo que han tirado la bomba atómica: porque a diferencia de los católicos ellos no tienen escrúpulos. Parten siempre de cero, de la virginidad moral. Mientras nosotros arrastramos una pendejada como la leyenda negra, ellos, creadores de las reservas indias, del racismo contra los negros, de los horrores de Hirosima y Nagasaki, no tienen conciencia de culpabilidad. El protestantismo al deshacerse de toda autoridad y de casi todos los sacramentos, funciona como un sistema de lavado automático de la conciencia ética. Uno no responde sino ante sí mismo. Todo compromiso moral se resuelve en los circuitos ignotos de la mente de cada cual. Ya decía el mismísimo Schopenhauer que dudaba de que el protestantismo, comparado con el catolicismo, fuera una religión.    

viernes, 31 de octubre de 2025

LEVE REIVINDICACIÓN DE LA ARBORESCENCIA COMO IMAGEN DEL SABER Y DE LA REALIDAD




Me encuentro leyendo el último libro de Miguel Morey,  Últimas doctrinas de la soledad - y el artículo que dedica a repasar la historia reciente del famoso concepto filosófico de rizoma que el rumboso tándem Deleuze -Guattari pusieron en movimiento en los años setenta, me ha llevado a reaccionar, reivindicando no tanto la tradicional figura del árbol como imagen ilustrativa del despliegue jerárquico de la realidad como el de arborescencia, que creo útil  todavía.

Podríamos fijarnos en aspectos colindantes desprendidos del hecho de definir el itinerario de las cosas a través de la forma del árbol y que en suma, pertenecen a una tradición conocida - ya sabemos: árbol genealógico, árbol de disciplinas artísticas, árbol místico de los estados para alcanzar la sabiduría y la felicidad, etc. -  Pero el principal hándicap que se le atribuye a la figura simbólica del árbol es que constituye o determina jerarquías en el saber que, finalmente, podrían considerase como imposiciones autoritarias.

Ahora bien, imaginar un orden probable en la distribución de los saberes, ¿implica necesariamente, una determinación técnica o cualitativa de los mismos?

Si se examina incluso con tranquila superficialidad, creo, finalmente, que esta imagen ordenada y gradual del árbol simbólico, sí implica la ineludibilidad de una consecución cualitativa y por ello podría considerarse que esta brillante imagen de los itinerarios del conocimiento o del ser que los antiguos diseñaron no evita una destinación del movimiento de las cosas y por ello, una imposición que pertenecería no a la imaginación de los que utilizaron esta forma, este diagrama, sino a los educadores que la utilizaron posteriormente.

Pero  si el árbol señala un nacimiento desde las raíces al tronco y de este a las distintas ramificaciones, creo que es en los tramos diversos y no obligatoriamente ascendentes de las ramas donde podríamos adivinar, incluso, formaciones rizomáticas, eventualmente, horizontales.

Cierto es que el concepto rizomático de la vida es brillantemente elocuente: desarticula la linealidad del tiempo, destaca los acontecimientos como flujos de estados independientes, sitúa el orden de las cosas en una coexistencia espacial quizá convergente o no, libera de la grávida consecución que los conceptos de causa-efecto imponen en la descripción de los hechos.

Personalmente, prefiero el enriquecimiento de la realidad que supone la utilización del concepto de rizoma antes que su tan elogiado efecto liberador. ¿Hasta qué punto podríamos prescindir de todo vínculo en nombre de la libertad, ignorando el ser ético de las cosas? Aquí hay, sin duda, cierta caricatura del concepto, pero tampoco me parece muy elogiable aborrecer un orden en el universo si este produce efectividad y habitabilidad en el mismo. Recordemos aquellas palabras de Borges definiendo la íntimas compensaciones de un  Valery en su trato intelectual con la palabra y el pensamiento: las aventuras del orden


Parece algo paradójico pues el orden de algo parece invocar cierta forma que previamente disponíamos en la trayectoria configurativa de la realidad.  

Sería fascinante imaginar desenlaces insólitos dentro de unos itinerarios forzosamente conectados entre sí y que por su propia naturaleza  hubieran dado finalmente los resultados que han dado. Quizá sea esto filosofía-ficción.

Pero ¿y si el orden no fuera una finalidad ya prevista sino el resultado último de una óptima relación de cosas? Aquí el azar también ha podido participar, entre el resto de conformaciones y propósitos, aunque en dosis no absolutamente invasoras.

El orden como destinación de la vida, como recompensa del paraíso a las almas, como indicador manifiesto de un sentido.  

Pero también seríamos capaces de imaginar en tramos ocasionalmente horizontales de una arborescencia elementos dispersos en devenir que posteriormente habrían funcionado como soldadores de una esfericidad de las cosas, como facilitadores fragmentarios de ese sentido que al final corona al orden o viceversa….

En definitiva una arborescencia arborícola se asemeja mucho a la naturaleza reticular de un texto.-  Para los impugnadores de todo sistema, representación o mero diagrama del movimiento del mundo ¿no es el texto el soporte tipográfico, por excelencia, del conocimiento en sus fases más complejas y duraderas?

En definitiva: si el motivo del árbol no hace sino remitirnos a espacios anacrónicos del ordenamiento de los saberes, sí podríamos utilizar la imagen de una ramificación como pasaje especulativo, como episodio puntual de los itinerarios del conocer.     


lunes, 27 de octubre de 2025

LA ACTUALIDAD DE LA IMAGEN


Es un lugar común manifestar cierto interés morboso ante el poder evocador de las fotografías porque se trata de un poder evocador melancólico. En la mayoría de las ocasiones, cuando revisamos las imágenes fotográficas no hacemos sino constatar una cosa: el pasado. Las fotografías nos muestran a las personas como inevitables víctimas del tiempo. Sin embargo, confieso que en los últimos años,-  me coloco como ejemplo de esta singularidad -  he ido experimentando un cambio con respecto a estas sensaciones que provocan las fotografías. Mi percepción de las fotografías de hace algún tiempo ya no resulta tan última o determinada. Ha ido creciendo en mí, a veces, repentinamente, una recepción del tiempo que no se estanca en el pasado sino que contempla niveles de tiempo restituidos a su presente, como si lo que fue experimentase una regresión hacia delante que lo devolviera, en parte, al presente. Las personas no fueron retratadas en el pasado sino en el presente que habitaban. Es cierto que ese presente es con respecto al nuestro un pasado. La red del tiempo se teje así: todo depende desde dónde contemplemos la ubicación del otro. Pero, como digo, al descubrir determinadas fotografías y analizarlas desde el presente concreto en el que se efectuó esa imagen, veo que esta reclama con naturalidad un puesto que trasciende la sucesión temporal. 

Es decir, que lo que la fotografía representa para mí en este momento no es esa fatalidad de la muerte: experimento grados de realidad que no están destinados automáticamente a la finitud. Percibo que lo que veo tan claramente ocupa un grado de realidad que persiste y que, me atrevería a decirlo, permanece en otro lugar distinto a la realidad actual o cotidiana.

Quizá aquí se confunda realidad con simbología o con representación. Lo que intento insinuar es que lo que veo en la foto y que ya no está con nosotros permanece en un lugar y tempo soberanos que, en definitiva, casi son los mismos que los que ocupaba la persona desaparecida cuando vivía junto a nosotros. Seremos lo que fuimos.

Todas estas observaciones han vuelto a mi pensamiento al encontrarme con esta vívida foto de Bob Marley en la red. No la conocía, pero me ha sorprendido esa nitidez - ignoro si está retocada, pero daría igual - que borra la cantidad de años que hace que el cantante falleció. De pronto veo a Marley más vivo que nunca, actuando tranquilamente ante mi vista, de nuevo.

Contemplo, examino esta imagen de mi adorado Bob Marley de la adolescencia torrevejense y me es imposible sumirme en ningún lamento, no hay motivo para funerales ningunos. Hace más de cuarenta años que Marley desapareció. Este tiempo transcurrido me parece una enormidad, un fardo que oprime la mente al querer remontarlo o evitarlo. Pero al mirar de nuevo la imagen tal montón de años me resultan una fantasmada. Marley está ahí, no aniquilado por un batallón de décadas. No hace acuse de semejante construcción, de semejante artificio.

Decía Roland Barthes en su estudio semiótico sobre la imagen fotográfica que a veces esta se asemejaba al lienzo de Turín: la persona retratada en la fotografía podía emerger del pasado, resucitar ante nuestra entregada y minuciosa apreciación.  

Las personas que se han ido están donde estaban pero no ya en nuestro conciso y maltrecho aquí: este sólo ha servido de trampolín, de estancia para lo inmanente.     

sábado, 18 de octubre de 2025

MI EXPERIENCIA COMO MENDIGO OCASIONAL




Escribir es el único remedio con el que cuento para conjurar sombras y miserias. De todos modos, escribir en este blog sobre tensiones extremas sé que produce rechazos en cualquier posible lector. Es más, me atrevo a escribir aquí porque tengo casi la seguridad de que nadie de mi entorno va a leerme, salvo quizá algún viajero lejano en este piélago de confines remotos y flotantes que es internet. 



Vivo la semana prodigiosa, como diría aquel. Dispongo sólo de veinte euros en la cuenta bancaria. Es la primera vez en mi vida que me veo en semejante circunstancia. Se supone que al cabo de una semana y pico, mi situación se revertirá en casi la contraria, pero hasta entonces, tal tiempo se me antoja infinito y se abre ante mí una larga agonía. ¿Cómo voy a quedarme sin café, sin papel de cocina, sin detergente para la ropa, sin.....?  Los primeros días intentando sobrevivir con veinte euros son penosos. Y aún así, ahora la cifra de veinte euros se me antoja una pequeña fortuna.  Salir a hacer la compra sin la más mínima alegría, me hunde en la miseria moral. Me refugio en la imaginación, en la ironía, en la reacción pura del pensamiento para seguir adelante, pues sólo en el ámbito intelectivo me siento rico y bien. 



Esto de ser, repentinamente pobre resulta bastante amargo pero revelador. Lo que experimentas de inmediato es la escisión entre tu realidad y la vida de los otros. Contemplas a los demás habitando ese discreto paraíso que es la normalidad, paseando por la calle, tranquilamente, mientras que sientes cómo tú, con una cantidad exigua en el bolsillo, vas perdiendo realidad, vas desapareciendo, atomizándote. Es precisamente esa tranquildad en la que se mueven los otros, lo que marca un abismo entre sus vidas y tu situación. Una persona que pase a medio metro delante de tí se encuentra a años luz... La ansiedad palpita en ti como un animal  que te habitara. Menos mal que por el momento poseo la suficiente plasticidad anímica como para hacer que tal bestia quepa en mi interior por mucho que crezca. Si esto revirtiera al exterior y tuviera que actuar para defender mi cuerpo y tuviera que salir a la calle a pedir limosna, sería el fin. 



La triste prueba de fuego con los conocidos. Me encuentro con un amigo por la calle. Tiene la imprudencia de preguntarme cómo estoy y voy y se lo digo, pero sin drama, casi de broma aunque diciéndole la verdad. Empiezo a sentir repelús de mí mismo a través de la reacción de mi amigo y del leve rictus de su cara. Naturamente, ni voy a suplicarle una ayuda ni este hombre va a tener la luminosa genialidad de prestarme algo. Ya la poeta Blanca Andreu, intentó ayudarme en otra ocasión de aprieto económico, consultando con el grupo de amigos comunes y comprobó la decepcionante reacción de tales supuestos amigos. Hago memoria. Yo sí que he prestado dinero a amigos y familiares sin esperar ninguna vuelta, dando el dinero sin más. Cómo me he acercado al cajero y he sacado dinero para un conocido, cómo no he dudado en hacerlo. Será porque soy poeta y no valoro el dinero. El amigo con el que me he encontrado, después de un par de comentarios más o menos jocosos, escapa de mí, aliviado de que no le haya pedido un duro. Y yo compruebo que apenas sometidos a una pequeña prueba los llamados amigos se esfuman como por arte de magia. Ya lo dijo Agustín García Calvo. No hay otro dios que el dinero. Y mejor no molestar a los demás con el lamentable tostón de suplicas o llantos.


jueves, 16 de octubre de 2025

LAS ASPIRACIONES DE LA POESÍA Y LA ABRUPTA REALIDAD



Echando un vistazo medio distraído a la lista de autores de la editorial Pepitas de calabaza en la página web de la propia editorial, me entero, con malestar y melancolía, de la muerte de Eugenio Castro, a quien conocí en Alicante a fines de los noventa. Entonces, este notable traductor, se movía con el Grupo Surrealista de Madrid que formaba parte de una internacional Surrealista. Esta internacional integraba el trabajo editorial y artístico de otros grupos en distintos países de Europa como, por ejemplo, Bélgica, Francia y países del norte. 

Los orígines de  las cosas siempre resultan misteriosos, sin embargo en mis recuerdos doy con un dato más o menos nebuloso: creo que fue en la librería ilicitana Ali-Truc donde descubrí la estupena revista que el grupo surrealista madrileño sacaba a la calle. Fue de este modo como contacté con el grupo, me publicaron un artículo sobre la siesta y el pensamiento de Macedonio Fernández y más tarde, como dije, en Alicante, en un bajo de cuya dirección no quiero acordarme, me encontré con varios de los miembros del grupo de Madrid y entre ellos, con Eugenio. Teniendo en cuenta la historia de los pintores y poetas originarios, fundadores del movimiento y las aspiraciones teóricas de la revisa en la que yo acababa de publicar, me sorprendió la templanza y aplomo de Eugenio Castro.  Me dirigía al encuentro con unos individuos que se autodenominaban surrealisatas y lo que tenía en mi imaginación es que iba a  asistir a alguna suerte de happening explosivo y provocador. Mientras José Manuel Rojo, el miembro más activo y activista, se dirigía a los presentes anunciando los contenidos de la publicación del próximo número de la revista, yo mantuve una distendida conversación con Eugenio. Hablamos de la sociedad actual y del tipo de actividades que se planeaban realizar, sobre todo en la capital del país. Eugenio Castro me pareció una persona segura de sus ideas y elegante, poco inclinado a meras algaradas. 

Tras aquel encuentro en Alicante, sólo mantuvimos contacto a través de correspondencia. Adquirí más números de la revista, llamada Salamandra, hasta que dejé de verla. Posteriormente adquirí un libro de Castro publicado en Pepitas de Calabaza, H, una suerte de memoria personal con el relato de la misteriosa aparición continua del signo H, en distintos momentos de su vida. 

Me ha dolido enterarme de su fallecimiento.  Aunque resulte indignante, los poetas, los surrealistas, también mueren. Quisiera que el humor y la inteligencia velaran el recuerdo de Eugenio Castro.    

domingo, 28 de septiembre de 2025

YO HUBIERA O HUBIESE AMADO Diario íntimo 1974 Felix Francisco Casanova


 

Como todo buen romántico, confieso que me fascina la muerte. No me refiero al dolor que produce en los seres humanos, claro está,  sino a lo que supone para la memoria del cosmos. ¿Dónde va a ir a parar la ingente masa de sujetos que la muerte ha succionado del plano de la existencia, qué destino tienen los amores que han sido, el humor que se ha tenido, la esperanza que se ha esgrimido?

Esa suerte de desierto estelar indescriptible es el que se articula en mi mente cuando hojeo las páginas del diario de este precoz poeta canario, Félix Francisco Casanova, fallecido en 1976 a los 19 años? El diario posee un título que el propio Casanova le puso: Yo hubiera o hubiese amado. La ausencia del condicional - Si yo hubiera… -, el aspecto asertivo que supone, pues, tal epígrafe, pone los pelos de punta al sugerir la imposibilidad final de la consecución amorosa.

El diario, publicado por Demipage, también incluye una breve muestra de su narrativa: tres cuentos que cierran el volumen dejando al lector sumido en una ambigua expectación. Ese año 1976, en cuyo indiferente transcurso, un escape de gas borró de la vida a nuestro poeta, se me aparece como una señal temible en el camino, como el tramo último de un vivir que debiera haber continuado lleno de recompensas y resultados, hacia el reconocimiento común.

Teniendo en cuenta a educación, la escritura, la creatividad de Casanova, con toda seguridad, se hubiera convertido en uno de los poetas o escritores más notables del país. Si examinamos los últimos años de su biografía, cómo se presentaba y desarrollaba su vida social, con quien se relacionaba, qué intereses universitarios tenía, si miramos sus fotos y consideramos los aspectos varios de su creatividad, no nos puede caber duda del mundo óptimo le esperaba, que estaba trenzando un futuro muy favorable en el ámbito de las letras.

El diario es, desde luego, el diario de un adolescente, pero advertimos, igualmente, un mundo creativo de referentes y contornos serios en devenir. Me sorprende su interés temprano en Ungaretti, en Nazim Hikmet, en Octavio Paz, en Neruda, Cortázar, en el jazz, en el rock…

Casanova nos cuenta sus sueños de la noche anterior, en qué revistas literarias publica, qué hace con sus amigos, los ires y venires de Eros, qué proyectos literarios tiene.

Recuerdo, hace unos años, que la publicación de su obra completa, cuentos, novelas y poesía, se presentó en un programa nocturno de Sánchez Dragó, pero la actitud de este fue de total indiferencia. Pasó sin pena ni gloria entre otros libros que estaban amontonados allí, frente a los invitados. Dragó, supuso que por tratarse de un autor que murió tan joven, sus textos no tendrían interés. La persona que trajo el volumen al programa no pudo sino mencionar el nombre de Casanova y poco más.

El modo en que se cierra su diario, tan felizmente y estando en concordia con todos, es un gesto que nos trae desde aquellos mediados de los setenta, un signo de tranquilidad, de tersa harmonía en la vida antes del abrupto e insospechado  final. ¿Es este tipo de finales el que que la divinidad reserva a espíritus especiales? Aún con toda la poesía y magia encima de uno, a día de hoy, no me atrevo a afirmarlo. A no ser que le asignemos al azar una camuflada y singular misión.

Si no fuera porque Wittgenstein nos decía que la muerte no es un acontecimiento de la vida, que de ella no se puede decir positivamente nada, restarle gravedad definitiva a la muerte, no supondría ninguna estupefacción sino un ensayar una mirada distinta, incluso, tímidamente esperanzadora, al término de nuestras vidas.   

miércoles, 3 de septiembre de 2025

RUGBY FEMENINO O EL DESMADRE NORTEAMERICANO


Llevo años pensando en ese país tan extraño, como decía Borges, que es Estados Unidos. Pensando en su cine ante la especificidad europea (¿o es al revés?); en el éxito continuo de cualquiera de las empresas que lleva a cabo en cualquier ámbito; en la conversión o metamorfosis de lo británico o anglosajón en lo que es la expansiva expresividad cultural norteamericana; en el aspecto radicalmente profano de su cultura y en la índole huérfanamente cristiana de la misma; en la caricatura destructiva de todo lo sexual en que consiste su humor… En fin, reflexionando en lo que suponen los Estados Unidos para la historia y, sobre todo, en por qué la naturaleza de lo norteamericano es siempre lo excesivo, lo permanentemente surrealista, la experiencia límite, lo más de lo más.

Por un lado está claro que la tabula rasa del protestantismo ha funcionado como elemento despejante de toda creencia, mito o impedimento a la hora de investigar, controlar y experimentar. El pudor es católico; en los protestantes sólo produce insinceridad. De ahí que mientras nosotros asumimos una pendejada como  la Leyenda Negra, ellos no sólo han trabajado en la creación de la bomba atómica, hecho ya en sí, inasumible éticamente, sino que la han utilizado de verdad, cuestión que sólo admitimos como elemento remoto de un confuso mundo de ciencia ficción, eliminada toda posibilidad humana de condena.  Ahí radica la crueldad estadounidense: en su incapacidad para responsabilizarse. Ellos son los encantadores adolescentes del planeta que invadieron Vietnam y bombardearon Hisosima y Nagasaki.


Hago esta introducción sobre la naturaleza de lo norteamericano así, por encima, al encontrarme con lo que para mí ha sido una novedad y no acabo de entender muy bien: el rugby femenino. Al visionar uno de estos encuentros, uno piensa que se trata de un deporte más, ya que hay jugadoras, árbitros, comentaristas, público, campo de juego, entrenadores y demás. Pero cuando percibes la sexy indumentaria de las jugadoras, que cada una de ellas es una modelo, que se mueven enseñando medio trasero y que las cámaras persiguen a cada jugadora por el césped del campo, piensas que no es tanto un mero deporte como un espectáculo en el que bajo el pretexto del encuentro deportivo, se simula a jugar exhibiendo carnes y cuerpos para un público mayoritariamente masculino. En esta ambigüedad reside lo que me confunde de este rugby americano femenino, pues si por un lado las jugadoras parecen entregarse a jugar, a chocar unas contra otras y a darse golpes de pecho cuando realizan un movimiento ganador  con la pelota ovalada, y ves a los entrenadores desgañitarse cuando falla su equipo, el resto confiesa su carácter de espectáculo televisivo al presentar a cada una de las jugadoras como temibles y atractivas amazonas, destacando la posición de sus traseros cuando se revuelcan por la hierba del estadio.

El mundo norteamericano ¿juega con esta ambigüedad o es que es así?  Examinando con atención este rugby americano femenino, confieso que no acabo de ubicar su naturaleza: ¿es un deporte o un espectáculo sexual? ¿Es lo uno mezclado con lo otro, dando lugar a la expresión de una idiosincrasia tan esquizoide como particular?  Si los norteamericanos se pasman ante nuestros nazarenos en las procesiones, yo me quedo a cuadros ante estas bellezas que rebotan por el suelo verde mostrando suculentos nalgatorios guerreros.

DERIVAS FÍLMICAS Estados Unidos y el resto

  Se trata de algo muy personal y relativo a gustos estéticos,   pero he de confesar que últimamente experimento un auténtico hartazgo del...