jueves, 10 de abril de 2025

YO VI EL ALEPH

 





Como el tiempo pasa barriendo y confundiendo las cosas y como no tengo otra oportunidad que la escritura para explicitar anécdotas y pareceres, se me ha ocurrido anotar aquí, aunque sea algo deprisa y corriendo, lo que me ocurrió una buena tarde de hace 14 años, antes de que se me vaya de la memoria. Precisamente no recordaba el asunto ya, y unas lecturas literarias me lo han traído al recuerdo.

Todo el mundo lector o casi todo el mundo, recuerda el hiperfamoso cuento de Borges El Aleph. Este, en el texto fantástico de Borges, era un objeto, una suerte de esfera brillante ubicada absurdamente en un rincón de la escalera de un sótano. Si mirabas con atención aquella esfera, podrías avistar el universo entero y todos los tiempos que han sido. Se me ocurre este símil porque no deja de parecerse en contexto y naturaleza extraña a lo que vi.

En el 2011, por las tardes-noches solía escuchar entre las nueve y las diez, un programa de radio que emitía Onda Regional de Murcia. El programa trataba sobre los inmigrantes que se iban estableciendo en la Región de Murcia, de sus vidas, historias y convivencias con los nativos. Me encontraba yo escuchando dicho programa, sentado en una mecedora en la habitación que había sido de mis hermanos y en donde tenía yo colocada una radio grande. Serían sobre las 21:20 horas cuando enfrente de mí, donde se encontraba una gran estantería de baldas gruesas de madera especiales para soportar el peso de libros grandes y enciclopedias, de uno de los cubículos formados por las mencionadas baldas, percibo, literalmente, que se enciende una luz. La luz era más plateada que blanca, pequeña, como una canica, y fue intensificando su fulgor y tamaño. Me quedé mirando pasmado, sin juzgar, como cuando ocurren estos casos de índole extraña. Cuando parece que había alcanzado su máxima potencia, y sin descubrir nada de su origen, es decir, desde el fondo, siempre, del cubículo, se fue apagando hasta desaparecer del todo. Yo, sentado en la mecedora, me dije, pero bueno, qué es eso. Me levanté y con algo de cuidado, me aproximé al punto del que había surgido la luz. Creí que algún objeto había funcionado como reflectante de la luz de la habitación: algún tipo de plástico, una caja de cedés, un cedé mismo,… Saqué unos folios que reposaban sobre los libros que casi llenaban ese espacio. Retiré un par de volúmenes y no vi nada que pudiera reflejar del modo que lo había visto, la luz que tenía puesta en la habitación. Miré los espacios vecinos. Nada. Carpetas, libros, unas barajas de cartas, pero nada, ninguna cosa de características lo suficientemente pulidas o algún electrodoméstico que pudiera haber producido la luz. Pensé, incluso, en la posibilidad de que se hubiera producido algún tipo de reacción química de la pintura de la pared.    

Recuerdo que de un estado de fascinación pasé a otro como de entusiasmo y corrí como un crío al comedor donde se encontraban mis padres viendo la televisión. Entré y les conté lo que había ocurrido. Mi madre sordeaba y entonces no tenía el aparato que luego le compramos, así que no se enteró mucho de lo que hablaba. Mi padre se extrañó pero se limitó a decirme ¿Ah, sí? Estaban más atentos a lo que estaban dando por la tele.

Regresé a la habitación. El programa de radio todavía no había terminado y me senté en la mecedora. Me puse a esperar a ver si la luz salía de nuevo. No paré de escrutar, de mirar, de observar, de investigar el punto concreto de donde había aparecido. Y esto fue así durante los próximos días y semanas. Teniendo en cuenta de donde se había generado aquella luz desconocida, entre libros, yo imaginaba que se había producido en mi biblioteca una suerte de puerta dimensional que daba a otros mundos, quizá a los que los libros allí presentes, ilustraban. Esta relación mágica entre la luz y los libros, entre el misterio y la cultura, estimulaba mi imaginación en secreto y más en tanto no encontraba una explicación a aquel pequeño fulgor. No había nada en la estantería y menos en el punto en cuestión, que justificase la aparición de aquella luz. Pensé, dándole vueltas al asunto, que en la posición en que yo estaba sentado en la mecedora, propiciaba que la luz de la habitación que provenía de las bombillas en el techo, impactara de algún modo sobre algo, haciendo que yo viera la luz. Me sentaba intentando colocar la mecedora en el lugar concreto donde estaba cuando apareció la luz, me puse de las mil posturas sentado, recostado, inclinado a un lado o al otro, y me quedé como estaba al principio. Si hubiera algún objeto que desde dentro de la estantería hubiese reflejado la luz del techo, yo ya me habría dado cuenta de ello, lo hubiera visto en más de una ocasión al entrar en la habitación o al sentarme para escuchar la radio como hacía desde más de un año. Además, y esto era una prueba a favor de lo extraordinario de la luz: cuando esta apareció yo estaba quieto, es decir, no me estaba meciendo y me encontraba sentado de un modo normal, dándome cuenta, este es el detalle crucial, a mi modo de ver, de cómo la luz se iba encendiendo lentamente para después, apagarse del mismo modo, poco a poco.

La presencia fugaz de una luz extraña en la biblioteca, pues me era imposible negar el hecho, me hizo pensar en el cuento de Borges. La similitud en la extrañeza, en el objeto inexplicable y la ubicación del mismo, fueron estímulos para la ideación de un porqué a la aparición de la luz.  Desde que el hecho ocurrió, le di mil vueltas a la historia, pero no pasé de imaginar argumentos puramente metafísicos o fantásticos: que aquella luz provenía de un universo paralelo y que había atravesado la pared con los libros porque era un mensaje que quería decirme algo. La verdad es que estuve días inquieto tanto por la realidad del fenómeno como por lo que este pudiera significar: ser el signo de que algo de carácter trascedente iba a suceder, o bien, pura virguería del espacio-tiempo realizada por nadie, por energías invisibles….

A día de hoy, y como he dicho, casi había olvidado ya el hecho, no he encontrado explicación a aquella luz que vi aquella tarde. Lo último que podría decir en cuanto a semejanza física, es que se parecía a una estrella brillando con toda su fuerza. Una luz que no alumbraba su entorno inmediato, es decir, que no funcionaba como la luz de una linterna. Tan sólo brillaba, sin afectar al espacio circundante.

Es curioso cómo funciona la mente y la racionalidad y cómo reaccionamos al tipo de información que pretendemos dar a conocer llanamente a los demás. En mi interior, tiendo a negar el hecho, a quitarle importancia, incluso a olvidarlo. Pero cada vez que invoco aquella tarde, la estupefacción vuelve a ganar terreno. Aquello sucedió, no padezco alucinaciones. Aquello se produjo. Y esto es lo que me turba.      

viernes, 4 de abril de 2025

LA INABARCABILIDAD DEL TIEMPO Y LA INMEDIATEZ DEL PASADO

 

Desde luego, el mayor viaje que podamos realizar no es a geografías remotas o exóticas sino el que hagamos alrededor del tiempo. Actualmente, un par de anécdotas o referencias breves, me han convencido de la imposibilidad de abarcar cuanto ha ocurrido en el mundo o de conocer con seguridad qué es el tiempo, qué es lo que ocurre en sus términos próximos al presente o lejanos con respecto a nuestra perspectiva.

Un par de ejemplos. Me compro un libro de la editorial Atalanta, espoleado por la época en que la obra fue escrita, el siglo XIX. El autor es un filósofo alemán de los rigurosos y científicos de ese momento, Gustav Theodor Fechner, pero sobre todo, lo que ha determinado mi interés por el texto ha sido la anécdota que encabeza el prólogo: un buen día que el filósofo salió a su jardín, percibió cómo emergía un resplandor de un brote de plantas en un rincón. Aquella imagen fue como una revelación mística, la confirmación insólita de sus ideas sobre la existencia del alma en los vegetales.

Paladeando semejante ocurrencia, tan fascinante avistamiento, me asombré de la cantidad desconocida de   historias que habrán ocurrido en la vida privada de la gente y que nunca conoceremos o que, paulatinamente, irán viendo la luz. Me maravillé por la realidad de esta consideración más que por su idea notable y concluí, por un lado, admitiendo el carácter indeterminadamente desplegable y misterioso del tiempo, y por otro, coincidiendo con la primera observación, la imposibilidad de conocer todo lo ocurrido en el tiempo. Este se me antojaba como una suerte de pergamino en el que estuviesen señalados los puntos en los que aconteció algo al tiempo que tal pergamino no terminara de desenrollarse nunca. Cada página presuntamente expuesta era en realidad insondable.




El otro ejemplo ha sido un programa de televisión que recordaba la historia y figura del boxeador Urtain. De este personaje, sólo recordaba, pero con gran elocuencia, un par de asaltos en blanco y negro por televisión en el que había tumbado a un gigante alemán, ganando el encuentro, y un muñeco con la efigie del boxeador que mi padre compró en no me acuerdo dónde, y que era uno de mis juguetes favoritos. Este par de referencias al famoso deportista eran nada ante el caudal informativo, videos, entrevistas, testimonio de familiares y de otros boxeadores, en que ha consistido el mencionado programa televisivo. Ante el visionamiento del programa, el pasado se actualizaba insólitamente, se convertía en presente, en generosa fuente de imágenes de los años sesenta y setenta y del propio Urtain. El tipo de peinado,  las patillas, los pantalones ajustados y los jerséis con el cuello alto, me llenaban de deliciosa familiaridad al tiempo que el resto del documental me arrasaba de fascinación y cierta estupefacción al comprobar cómo el pasado que creía fenecido, aniquilado, se guarece en algún lugar para aparecer sorpresivamente cuando se lo evoca.

¿Qué quiere decir todo esto, la anécdota secreta de Fechner o la vida de Urtain, lujosamente ilustrada cuando el recuerdo del boxeador estaba para mí sumido en las catacumbas? Que el tiempo no desaparece del todo, que los fenómenos del pasado, a través de mínimos testigos, puede retornar desmesuradamente, confirmando, por otro lado, que sus intervalos se desplazan subterráneamente, portando insólita vida dispuesta a mostrarse.     

lunes, 31 de marzo de 2025

¡FUERA LA FILOLOGÍA!



Este sábado pasado, en el debate del programa La Sexta explica, de la cadena, evidentemente, la Sexta, alguien del público, en pleno fragor del combate dialéctico a propósito de las carreras que aseguraran una profesión económicamente ventajosa, ironizaba diciendo: ¡Anda, estudia filología! Fue escucharlo y sentir como un dardo que se me hincara  por sorpresa en plena carne. Se me antojó el grito de un bárbaro, de un supino ignorante.

Hace ya tiempo que se ha impuesto un criterio totalmente economicista a la hora de juzgar la bonanza media de una sociedad o incluso, de un país. Esto resulta de tal manera que una parte importante, casi diría que capital, de la cultura, viene a verse menospreciada o marginada en un balance del estado general de las cosas, al ser absurdamente entendida como económicamente irrelevante. Podríamos decir que la urgencia en las precisiones y ajustes económicos ha desvirtuado de tal manera la comprensión de la realidad, que acaba por determinar la dimensión de ese interpretar.

Todo este asunto es el que denuncia el poeta y semiólogo Jenaro Talens en su artículo El estatuto del lector, en donde señala la imposición perversa de la noción de utilidad en ámbitos universitarios y del conocimiento.

¿Puede juzgarse útil, por ejemplo, el estudio de una lengua muerta como el latín o cualquier otra disciplina que sólo habite en los estantes polvorientos de la historia? Pero, claro, precisamente no es de este modo insólitamente simplificado y caricaturesco como hay que administrar y articular el saber, pues lo que aparentemente parece no útil en un primer momento de observación, se revela como importante y sustancial al enfocar el problema de otro modo. El latín no es una lengua en activo, aparentemente, pero todas las lenguas romances que se hablan en Europa y América poseen un vínculo con ella que la convierte en referencia de una memoria común, lo que se explica a través de una infinidad de términos y conceptos relacionados con la lengua y con lenguajes técnicos. Y este es sólo un ejemplo entre otros más que apunta a aquello que decía Ortega y Gasset, “la barbarie de la especialización”. Explicita Talens a propósito: Como si la idea de especialización implicase por sí misma, un avance ineludible en el conocimiento.

Lo lamentable es que tal percepción de las cosas haya saltado a los circuitos universitarios, atacando a las Humanidades, el sector del saber más vulnerable a la marcha barbárica y reduccionista de ese pensamiento.

Detalla entonces, clarísimamente, Talens, en el mismo texto: La progresiva desarticulación y atomización de las enseñanzas, sobre todo en el campo de las humanidades (las más fácilmente atacables desde la perspectiva “mercantil” de la utilidad productiva) no han hecho sino preparar el terreno para su actual cuestionamiento, con la excusa  de la escasa incidencia social de sus enseñanzas y el número cada vez menor de alumnos interesados en seguirlas.

Es por este panorama, por el avance increíblemente vulgar e ignorante de tales ideas en el ámbito del conocimiento, por lo que las palabras del invitado anónimo se me antojaron un dardo con óxido incluido. ¿Cómo, ante presupuestos tan escuetos por no decir, escuchimizados, vamos a pervertir el camino del saber, a renunciar o fracturar nuestra memoria, confundiendo las incidencias azarosas del progreso con un objetivo exclusivamente económico? Adiós identidades, adiós cultura y lenguaje ante semejante miopía y miseria.  

  

lunes, 24 de marzo de 2025

 

LOS CÍRCULOS VITALES DE VICTORIA CIVERA

Lo que menos podemos exigirle a un artista hoy es que invente climas habitables, que diseñe espacios para soñar lúcidamente, que curse lugares de simbolización específica. Necesitamos distanciarnos lúdicamente de los entornos alienados, respirar un ambiente tan común como distinto del resto, singularizar el aliento. Esta muestra de Victoria Civera sintetiza el tipo de trabajo que la artista realiza y cubre el tipo de necesidades elementales que acabo de exponer. Ya habrá tiempo para desarrollar discursos, extender referencias o llamar la atención de los varios curator que transiten por ahí. Por el momento, dediquémonos a respirar y a propiciar ese sueño reponedor.



















martes, 11 de marzo de 2025

EL SUJETO SEMIÓTICO



 

Así conceptúa Manuel González de Ávila en su brillante y utilísimo libro Semiótica. La experiencia del sentido, editado por Abada, a la persona que a través de la maraña de sucesos contemporáneos y expresiones culturales multivariadas que nos rodean, rastrea su conjunto, implicándose, vital e intelectualmente, en la captación de sentido que cualquier pasaje de realidad pueda albergar o transportar.

Desde luego, a lo que se refiere González de Ávila no es a la mera operación intelectiva que analiza textos artísticos, manifestaciones sociales o emergencias probables de signos. A lo que intenta apuntar es a la decisión personal de trascendiendo marcos ocasionales, hallar un sentido a lo que ocurre en el mundo de los hombres, un sentido que tampoco es mero concepto o constructo abierto, sino ligazón, correspondencia soberana de  hechos y realidades.

Si señalo este libro como “utilísimo” es porque además de exponer una redefinición de los objetivos de la semiótica en el plano de las expresiones culturales cualesquiera, marca tal tendencia con una significación sustantiva, vital y harmonizante. Si hallo un sentido, nada más y nada menos, en los transcursos variopintos de lo real, acabo no solo de hallar la justificación argumental de una narrativa derivada de los hechos sino un destino complejo a lo que ocurre. Sentido como dirección y como significación. Esto implica que la vida se recubre no de un plan sino de una razón que trasciende otras menores. Hallar el sentido de algo es una operación importantísima: es confirmar la repercusión cósmica de ese algo, su rango trascendente.

El sujeto semiótico puede ser de un modo lato el investigador, pero a lo que se refiere de un modo totalmente distinguido nuestro autor es a la voluntad de hallazgo del sentido.

Hoy que en Occidente padecemos de un reboso ideológico y de una moralina intolerable, además de una confusión de mensajes y de la pérdida o erosión de la perspectiva humanista, la semiótica como disciplina y ciencia vislumbra en el sujeto semiótico la labor del individuo que está rebasando los marcos analíticos para propiciar otros más receptivos e intentar la descripción de un argumento general, el guión de la cosmo-esfera.  

 

 

miércoles, 5 de marzo de 2025

EL FUNCIONAMIENTO ACTUAL DE UNIVERSOS ANTIGUOS EN LOS PLIEGUES DEL ESPACIO-TIEMPO



Considero muy valiosos algunos de los programas de Cuarto Milenio cuando dan, casi subrepticiamente, noticias con datos contrastados y confirmados sobre asuntos en los que las implicaciones antropológicas, históricas, arquitectónicas y paranormales ofrecen un coctel insólitamente goloso para la investigación tanto académica como alternativa.

Digo que estas emisiones ofrecen información notablemente interesante de forma casi subrepticia porque a pesar de todo lo hallado positivamente e investigado, la aventura de los que participan en tales investigaciones no deja de practicarse con unas intenciones humildes. Humildad que debiera superarse con la implicación de grupos universitarios que ampliaran la dimensión de lo investigado si la curiosidad científica y la implicación cognoscitiva, borrase toda barrera prejuiciosa.

Este fin de semana pasada, el grupo de Cuarto Milenio, abordaba una zona concreta del campo en la provincia de Badajoz. Se trata de un espacio en el que se han hallado tanto restos de civilizaciones megalíticas como restos de asentamientos romanos. Figurillas practicadas sobre huesos, representando dioses tutelares o divinidades semejantes, fragmentos de diverso tamaño de megalitos y menhires, junto a construcciones soterradas de asentamientos romanos, constituyen el grueso de los hallazgos producidos en la zona. Los datos de actualidad relevante  paranormal suman historias de avistamiento de luces y de perturbadores encuentros con personajes espectrales.

En el curso de los últimos diez años, la presencia de lo que semeja ser un niño esclavo de la época romana ha sido vista y muy de cerca por varias personas. La descripción del encuentro resulta bastante elocuente en lo que respecta al “contacto” azaroso con presencias espectrales.

En otras ocasiones, el testigo afirmaba haber visto una figura de aspecto humano al borde de la carretera durante la noche. Al aproximarse con el vehículo e iluminarlo con más potencia, la figura se volvía translúcida y de pronto, emprendía la huida a cuatro patas…

La relación, si es que la hay, entre los extraños avistamientos y la presencia y hallazgo de restos de sociedades antiguas en el lugar, estimula un tipo de  imaginación que antes que ser meramente ingenua, intuye complejas interacciones entre lo que se ha venerado y construido y el funcionamiento ignoto del tiempo y el espacio.

Se hace evidente a través de una fenomenología que escapa a toda sistematización pero no a la percepción natural, que existen leyes del tiempo y del espacio que todavía ni conocemos y  mucho menos, controlamos. Si tales leyes trascienden la linealidad sincrónica del espacio-tiempo que de modo habitual experimentamos desde la normalidad de nuestro diario vivir, no podemos determinar ni acaso imaginar, qué alcances o desarrollos poseen esos otros modos de funcionar del tiempo y el espacio.

Si a esta observación elemental, añadimos recursos cognoscitivos de la hermenéutica, podríamos aceptar, al menos, desde un punto de vista puramente teórico, el carácter extraordinario de lo que el hombre ha experimentado en el éxtasis fundacional de sus sociedades y culturas así como su posterior desarrollo.

Si las civilizaciones muestran una duración concreta hasta su dispersión física que no simbólica y representativa, podríamos seguir imaginando que allí donde han fructificado, han ocasionado  una trascendencia del tiempo y del espacio, continuando su pervivencia en una suerte de cápsula transepocal y transfísica que no podríamos sino denominar como paranormal.

Curiosamente y como adaptándose a todos los tópicos de la sensibilidad romántica, la gran mayoría de los encuentros extraños en esta zona de la provincia de Badajoz que el programa de Iker Jiménez señalaba, se han efectuado de noche, es decir, ese momento del tiempo en que las fronteras de las cosas confunden sus términos, allí donde al abrigo de las sombras y lejos de la luz que da razón a las cosas, se producen las más insólitas metamorfosis y la naturaleza de la realidad pierde toda conceptuación clara de sí misma.

 

Tarde o temprano, desde algún lugar de las ciencias o de las humanidades, gracias a las investigaciones o pensamientos de un asiático, un africano o un europeo, alguien, en suma, dará con la clave de qué son los fenómenos paranormales y accederemos entonces a un universo que todavía ni soñamos.  


miércoles, 26 de febrero de 2025

SÓLO UN INSTANTE DE FELICIDAD




Este texto debiera ser una página de mi diario íntimo, pero a estas alturas, tal cosa ya resulta casi indistinta. En el seno de mi diario, esta confesión se perdería en el silencio ensordecedor que sume al grueso de mis anotaciones restantes; ante el piélago infinito del universo digital, mis palabras naufragarán también infinitamente, en el anonimato internético. Escriba en mi agenda personal o lo haga en las redes, creo que ambas cosas terminan indiferenciándose, confluyendo en un solo espacio verbal que recoge el destino de las dos opciones de escritura.

Antes de ayer volví a experimentar, tras un período largo de abstinencias emotivas, ese momento que sólo puede ser identificado por y definido como experiencia poética.

Fui a Murcia para echar un vistazo a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que entre fines de febrero y principios de marzo se celebra en esta ciudad.  A pesar de las crisis económicas y las irregularidades lectoras en el público, la feria se mantiene aunque con algún que otro kiosco menos que en convocatorias anteriores.

Adquirí un par de libros de filosofía, ensayo y poesía - obras de Schleiermacher, Kierkegaard, Gil-Albert y Philipe Jacottet - y sin hallar otra cosa de interés, decidí encaminarme hacia la estación. Advertí que disponía de casi dos horas para tomar el penúltimo tren hacia Orihuela y por ello, me senté en el exterior de la heladería y cafetería Sirvent, en plena Gran Vía. Pedí un café con leche y una botellica pequeña de agua. Esta local es mi preferido. Me pilla de camino a la estación, tengo localizado el tiempo que tardo desde este punto y siempre hay sitio de sobra. El clima estupendo que hace casi siempre invita a sentarse fuera y entregarse a la degustación generosa de lo que hayas pedido.

Cuando el chico me trajo el café y empecé a tomarlo cadenciosamente mientras hojeaba las páginas del libro del poeta Jacottet, se produjo la súbita y también eurítmica metamorfosis del entorno, o para ser más preciso, de la percepción de ese  entorno. Desde mi posición estática, de pronto, todo comenzó a adquirir un movimiento que integraba la totalidad de los elementos en un solo ritmo: gente diversa que pasaba, las otras personas sentadas que tranquilamente charlaban y consumían su merienda, los reflejos de los escaparates y los calmos interiores de las tiendas, el ruido del tráfico… Todo esto se iba mezclando con los pasajes del libro que iba leyendo: los términos rosa, hojarasca, nubes, luz, se plegaban en una sola dirección que confluía con el resto de cosas percibidas en la realidad espacial inmediata. Tras este movimiento conjuntamente unánime de lectura y fenómeno exterior, de pronto, vi o sentí que la poesía no era sino una confirmación escrita del carácter poético de la realidad y fue entonces cuando una sensación absolutamente deliciosa de dicha me atravesó mente y alma para poco a poco, ir atomizándose hasta quedarse en una advertencia algo más remota en la superficie de las cosas percibidas.

Supe ser un pícaro cuando esa sensación de felicidad intensa me atravesó de tan encantadora manera, pues en el instante mismo de producirse la experiencia, arriesgué una suerte de análisis de lo que estaba sintiendo, llegando a la conclusión de que el paraíso existe y no en enclaves etéreos de ningún teórico más allá, sino ubicado en la realidad inmediata y ya mismo. La ventura del alma se está realizando ya, ante tus ojos, en el día de hoy, en la jornada presente, en la hora en la que respiras y miras. Y que es la poesía el código tácito que articula todo ello con harmonía y absoluto sentido.

Terminé mi café, cerré el libro y poco después me levanté, dirigiéndome a la estación. Aunque la sensación de paz y bienestar no me abandonaban del todo, me producía cierto contratiempo interno el hecho de poder vislumbrar estos estados de dulcedumbre mística a costa de mi irremediable soledad. Sé que mi estado habitual es excepcional, es decir, no normal: sin trabajo, sin familia propia, sin pareja, sin hijos, con una capacidad muy complicada para poder socializar con éxito y provocar al azar para que esta me surta de amigos a mi edad insólita. Cualquiera en mi situación ya habría hecho cualquier cosa para huir de una soledad convertida en amargo aislamiento. Y lo peor es que he estado siempre así. Algo me arrebató el acceso a la realidad. Son los otros, los demás quienes la ocupan y conquistan.

Yo no vivo la vida, la sueño. En mi caso, declaro que esto es absolutamente así. La enorme demora de la vida en mí, supone una infinita muerte en vida. Por ello una mezcla de estupefacción y de felicidad secreta me sumen en un solo trago ante experiencias como las del otro día en la cafetería. Entiendo tales experiencias como expresiones de una esperanza posible, como respuestas semiconscientes de mi propio imaginario. Pero sabiendo que nada en mi no-vida va a cambiar, ¿sigo creyendo en el mensaje de la poesía o espero a que la decadencia de la carne o de la psique me borre del mundo?

La simplicidad con que se me ocurre comunicar estas cosas aquí, se corresponde con su total verdad. Para salvarme e ir tirando, no puedo sino convertir en literatura el conflicto que me impide vivir como cualquier persona. El tema radica en hasta cuándo voy a resistir esta suspensión de la vida jugando conmigo mismo.     

      

YO VI EL ALEPH

  Como el tiempo pasa barriendo y confundiendo las cosas y como no tengo otra oportunidad que la escritura para explicitar anécdotas y par...