Cómo funciona la memoria ante el efecto certero de un estímulo. Hace un par de semanas, pasé por la Plaza Nueva, aquí, en Orihuela, y vi-descubrí que habían puesto un belén en el centro de la plaza. De inmediato, como viví por los alrededores hace cincuenta años, experimenté algo así como un burbujeo en la memoria. No recuerdo que pusieran por entonces un belén en este lugar, pero sí, quizás, algún tipo de adorno navideño que era lo que en mi cabeza, con toda probabilidad, comenzó a agitarse automáticamente, al hacer mi repentino descubrimiento.
martes, 27 de diciembre de 2022
lunes, 26 de diciembre de 2022
jueves, 22 de diciembre de 2022
jueves, 15 de diciembre de 2022
UNA POESÍA VERTICAL Y OTRA MÁS BIEN OBLICUA
La obra poética de Roberto Juarroz es una de las más
peculiares dentro de la órbita literaria hispana. El poeta argentino escribe
una serie de volúmenes bajo un epígrafe general y sucesivo: Poesía vertical I,
Poesía Vertical II, etc., hasta la decimoquinta verticalidad poética, articulando
a través de una inmejorable formalidad - que no uniformidad - una de las más audaces propuestas
poético-intelectivas de las últimas décadas.
Podría pensarse que Juarroz lleva a cabo una brillante
adecuación del pensamiento reflexivo al continente de la poesía, o bien, que a
través de la fórmula poética despliega una meditación del mundo que sólo de
este modo alcanza su agudeza, más allá de las probables invenciones del texto
lógico. En definitiva, ambas cosas son una en una poética del pensamiento que
expone con agudeza una deliberación harmónica y conjunta sobre el lenguaje, la
muerte y la identidad propia. En la obra de Juarroz sí influye cómo se dicen
las cosas: la forma dinamiza, transforma el contenido. Los términos de una
brillante reflexión se convierten en algo más impresionante y memorable al ser
expresados, es decir, al pasar por el filtro potenciador de la poesía. Lo
notable en Juarroz no es que se limitara a transcribir de un formato a otro,
sino que razonara, que creara desde la palabra poética misma. Juarroz supera
las meras expectativas de la metapoesía dando a luz una poesía que incendia límites
canónicos y descubre modos de mirar y descubrir con apariencia de fibrosa especulación.
Estos últimos poemas de Gimferrer ratifican el estilo único,
exquisito y estetizante del Gimferrer de siempre, salvo que en cantidad y extensión
muy restringidas. Aún así, los he disfrutado como lo mejor del mejor Gimferrer
y he pensado que salvo un incremento de las referencias secretas, nada ha
cambiado en el registro del poeta y que lo que en juventud descubre un autor,
suele ser fuente permanente e inmejorable de su creación. Octavio Paz lo definió
como un poeta eternamente joven, y el
mundo preciso que el antiguo Gimferrer descubrió en el ejercicio óptimo de su
musa constata lo dicho por Paz, al volver a aparecer en sus últimos escritos.
El mundo sofisticado y barroco de Gimferrer asoma en estos
poemas fugaces y nos habla de la incorruptibilidad de una visión poética que
tras tantos años, continúa descubriendo perfiles insólitos, labrando imágenes
impactantes a partir del rico acervo cultural de un occidente que parece haber
vencido y disfrutado todas las decadencias.
lunes, 5 de diciembre de 2022
CUATRO LIBROS, CUATRO TRAYECTOS, CUATRO CARTOGRAFÍAS
Personalmente, tengo que hacer un considerable ejercicio de
liberación de grasas y densidades verbales, para poder disfrutar de estos
supermínimos poemas de Aram Saroyan. O estoy acostumbrado a material más sustancial
y deba confesarme incapaz para la ascesis verbal o es que habrá de acusar a
Saroyan de presunta tomadura de pelo. Saroyan triunfa como poeta en los
sesenta, en el dinámico ámbito de las revoluciones sociales y artísticas de
Estados Unidos. Comienza a escribir, pues, en un contexto propicio a todo lo vanguardista,
atrevido, novedoso.
Todo poema puede resultar efectivo según el entorno, la
puesta en escena, el adecuado recitativo. Los poemas de Saroyan no estaban
ideados para ser leídos sin más en un volumen. Precisan de soportes especiales,
de paredes o fachadas callejeras, de una intercalación en eslóganes publicitarios,
etc...
Cito dos poemas: Yo loco, y pájaros incomprensibles. Un
verso que es un poema lanzado a la infinitud de los espacios urbanos e
imaginarios puede resultar estimulante ocasionalmente, pero también hay que
decir que Saroyan no inventa nada: continúa la labor experimental que dadaístas,
futuristas y surrealistas realizaron en su momento con la poesía y la plástica.
Otro modo de enfocar estos poemas sería ensayando una visión
mitológica de la palabra, visionando los poemas como apariciones instantáneas
de una arquitectura verbal arcana, dotando a la palabra de una potencia física,
como si el propio verbo surgiera ante nosotros. Imaginando el poder que los
antiguos egipcios y místicos griegos otorgaban a la palabra, podríamos valorar
la relevancia de estos poemas rabiosamente modernos.
La misteriosa Clarice
Lispector. Siempre me intrigó esta autora, pero hasta ahora no había leído nada
de ella. Esta Agua Viva ha sido la mejor oportunidad para conocer su
estilo de escritura. Se trata de una virguería literaria. Lispector se pone a
escribir porque sí, para aclarar, precisamente porqué escribe y de qué, asemejando
pintura y escritura literaria, ratificando que la confesión literaria surge en
el instante y este es la medida de todo tiempo y experiencia. A medida que el
texto avanza, los alambicamientos y complejidades se articulan como pasajes de
un proceso que puede invertir el sentido de lo explicitado. El resultado: una
delicia para la lectura, una gema sutil
que no cesa de esfumarse bajo sus brillos y reconstruirse tras cada conjunto de
frases.
Lo mágico que tiene la obra de Georges Perec es que apenas entras en
su lectura, lo lúdico, lo curioso, lo chocante salta ilustrando ópticas y
perspectivas estimulantes a propósito de cualquier temática.
Perec despliega un juego literario en el que el humor y la inteligencia
materializan sus principales coordenadas. Para Georges Perec todo es
virtualmente objeto de su inventiva escritura, y como escritor profesional que
se considera, el primer y más inmediato destino de experimentación es su propia
biografía. La memoria es un cómputo de cómputos en el que los recuerdos hilan
motivos y pretextos para organizar una escritura que no hace sino plantearse la
peculiaridad del vivir, la aventura que supone contarla.
La evocación minuciosa de una ocasión en que de niño se fugó
de casa, la experiencia estimulante y angustiosa de saltar en paracaídas, el
valor literario de los sueños, son alguno de los ejemplos que bastan para que
el genio de Perec nos ponga en situación novedosa o divertida. En la obra de
Perec lo experimental no se estanca en algo banal o ineficaz: vincula términos cualesquiera
de realidad a los principios de la imaginación creadora.
Esta reedición de El libro del frío nos recuerda qué soberbia y firme creatividad poética nos lega un autor tan veterano que todavía sigue, en observante silencio, con nosotros. Creo que una de las virtudes de la prosa poética es la de recuperar el poder definidor de la razón, es decir, el carácter numinoso del logos. En la prosa poética toda lógica lo es de una formulación compacta y harmónica, sublimándose el discurso en expresión de lo intelectivo. Las facultades del lenguaje funcionan para detectar y priorizar la materia poética de la experiencia representada y precisarla en alusión poderosa. La serie de imágenes que Gamoneda conjunta, define con solidez y fascinación un espacio rural y telúrico cuya evocación tributa a la memoria y colinda con la intensidad metafórica del mito. La manejabilidad del formato de esta colección hace muy grato el disfrute de los libros.
sábado, 3 de diciembre de 2022
OMAR KAYAM Y DELMIRA AGUSTINI: PAREJA SÚBITA Y ENSOÑADORA
Por una feliz casualidad se han juntado ante mi gusto lector
dos libros que, aunque bien alejados en el tiempo, quizá tengan como elemento
común la sensual evocación de un estético vivir, el considerar como destino
humano el paraíso que nos guarda y concede la poesía.
No sabía que el famoso Omar Kayam escondiera un instinto tan
hedónico y apolíneo ante las amargas limitaciones de la vida. Su decidido canto
al vino rodeado de bellos mancebos contrasta con esa imagen pobre y antipática
que nos hemos hecho del mundo musulmán. Claramente, no se puede conceptuar a
Kayam como un musulmán modelo, sino más bien, de todo lo contrario. Su
contundente distanciamiento de las prácticas religiosas oficiales, su llamada a
la aceptación de la cortedad de la vida y su canto a la ebriedad alcohólica
como único lenitivo a esa duración efímera del existir, lo aproximan notoriamente
a las llamadas escapistas de un Baudelaire. Si este último detesta la vida tal
cual se presenta y decreta la embriaguez a toda costa para poder subsistir, el
persa avisa una y otra vez que la vida se acabará antes de que nos demos cuenta
y por ello aconseja y canta el placer del vino y de la poesía experimentado en
comunidad o en el retiro exquisito de un jardín.
Toda esta invocación de, precisamente, exquisiteces nos
descubre a la otra autora que ha acabado en mi mesa junto al volumen de Kayam,
la poeta uruguaya Delmira Agustini y su
sublimado esteticismo modernista.
Veo a Delmira Agustini como una suerte de sacerdotisa, de
criatura majestuosa cuyo magisterio
especial se ejerce a través de las palabras, en conexión con mundos preciosos y sutiles. La justeza de
esta consideración se corresponde con el sino - y el misterio - de una sensibilidad histórica: la del mundo
que le tocó vivir. Al amparo mayor de simbolismos y experiencias sensitivas
derivadas del posromanticismo, en un ámbito de esteticismo total, la obra de
Delmira se erige compacta y frágil, simultáneamente, ubicada de modo
indiscutible en el marco vibratorio de su tiempo.
Otros poetas de aquella época de hiperestesias y éxtasis
verbales pudieron filtrar más o menos las razones de una vivencia así ante las
particularidades circunstanciales que les tocó en suerte lidiar. Delmira, no
explica los motivos de su delirio, no le dio tiempo, quizá porque no murió sino
que la asesinaron. Su argumento vital se traduce en imágenes, en abanicos de
imágenes: hadas, zafiros, atardeceres, músicas, nubes, ninfas…
En el recuento encantado de tales imágenes calibramos la
calidad de una producción y localizamos el onírico imaginario de una época.
Esto es lo que tienen tanto Omar Kayam como Delmira Agustini
que tanto me está acompañando estos últimos días: la oferta precisa de mundos
poéticos, la ausencia de justificaciones o críticas, la llamada a una secreta
reconciliación con la vida trascendiendo sus asperezas a través de la magia
harmónica de la palabra y la voluptuosa imaginación.
Cuando uno se cansa de espigar razones, de rebatir opiniones
adversas, de intentar explicitar la legitimación de posiciones personales, se
busca un refugio ante tanta cháchara y ruido ambiental, se busca un lugar que habitar. Ese lugar más que compensador,
remoto remedo del paraíso, me lo dan, ocasionalmente, las obras poéticas de
estos dos autores, un persa del siglo XI y una uruguaya de 1900, y en tales
obras que son mundos, me encuentro bien y me divierto. Leer estas poesías es
jugar a habitar tales universos.
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