Es loable que siempre que ha podido, Jordi Doce
haya orientado las preguntas a sus entrevistados hacia la poesía. En algunos
casos – Heaney, Caballero Bonald, Burnside, Jacottet – resultaba ineludible por tratase de poetas, pero
en otros, Auster, por ejemplo, el atrevimiento respondía a la sana curiosidad.
Y esa
curiosidad debiera prolongarse y seguir atreviéndose a preguntar, porque
necesitamos que los intelectuales, que los escritores, que los mismos poetas, se
visibilicen en más medios o en otros alternativos, que se manifiesten, que
respondan a preguntas pertinentes y no gratuitamente insidiosas en estos
momentos a veces, un tanto límbicos.
Necesitamos
de este tipo de entrevistas, más específicas, más técnicas, si se quiere, menos
estereotipadas, para echar un vistazo al funcionamiento de la creación y de las
mentes, a la marcha de la cultura teniendo delante a ese gigante omnipresente e
impalpable que es internet. A este respecto, la entrevista más significativa es
la realizada a Umberto Eco.
Las
entrevistas también nos dan una imagen, quizá sucinta o instantánea, del
entrevistado, del lugar que ocupa con
su obra. De este modo creemos observar la humildad de Jacottet o la buena salud
creativa de Bonald, por ejemplo. En otros momentos, de las entrevistas se derivan observaciones que van conformándose como sintomáticas: para los poetas, huida, o bien, horror, directamente, ante las vacías verbosidades de otros tiempos, lo que lleva tácitamente adosado un consejo de sensatez, y la ineludible vinculación al pueblo, ciudad o país natal como fuentes veraces de inspiración y realidad poética.
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