EL LUGAR DEL PARAÍSO.
Clément Rosset
Esperaba
un pelín más de este texto, lo último que escribió el filósofo poco antes de
morir. De todos modos, tratándose de un texto breve, los tres motivos sobre los
que Clément Rosset reflexiona en tres sendos ensayos, resultan suficientes para
desarrollar posteriormente o no olvidar a través de nuevas disquisiciones, al
convertirse en interesantes alusiones a tener en cuenta.
En
primer lugar, Rosset nos habla de la serie de escenas labradas en el escudo de Aquiles, como
reflejos figurativos de la felicidad. El motivo, en cuestión, lo halla en la
Ilíada, y Rosset destaca el tiempo que el narrador - Homero - le dedica a un elemento
aparentemente menor. Claro está que lo que resulta significativo aquí, lo que
da para pensar, es el hallazgo inopinado de la celebración de la felicidad, del
paraíso, en un contexto mayor - el
poema, la Ilíada – que lo incluye en sí de un modo indiferente.
A
continuación, en el segundo trabajo, Rosset nos recuerda los efectos siempre
catastróficos de la guerra y la practicidad de la paz. La guerra nunca resulta
útil; la paz nos hace ver el carácter falsario del prestigio bélico al
mostrarse como escenario óptimo de toda negociación y ámbito de convivencia.
En
el tercer y último trabajo, Rosset nos habla del milagro que es la música,
incidiendo en su carácter inexplicable, a pesar de psicologismos y estéticas.
Rosset subraya la autonomía profunda de la música, con respecto a programas o
supuestos estilos, su naturaleza indomesticable y mágica. Por qué la música
suscita tantas sensaciones y sentimientos, emergiendo de las entrañas, es,
finalmente, un misterio. La música es una ofrenda sin destinatario ni razón.
Como
digo, estas tres tímidas llamadas, estos tres motivos sobre los que se fijó
Rosset para localizar manifestaciones más o menos esporádicas del paraíso en la
tierra, en nuestro mundo, son sólo tres primicias. A nuestra curiosidad toca
desarrollarlas o encontrar otras.
REGALOS DE INVIERNO
Colette
Obviamente,
todo autor literario es el epicentro de esa serie de episodios o acontecimientos
que son sus obras - la objetivación de sus fantasías literarias - . Asocio a
Colette al placer tranquilo de la escritura, a una producción novelística
efectiva e inteligente nimbada por el
encanto de su temática. Pero Colette no es meramente su escritura: orbitan
sobre ella las peculiaridades extraliterarias de una vida que es literaria en
sí, atrevida, bohemia, muy libre y pionera.
Siempre
me he preguntado cómo Colette podía alternar su labor literaria con su trabajo
de bailarina de cabaret y actriz, qué plasticidad interior disfrutaba y
organizaba para poder salir a bailar a un escenario semidesnuda y tener a punto
su artículo para el periódico.
Parece
claro que Colette vivió con intensidad la derrota de todo dualismo rudimentario,
la confluencia jubilosa de cuerpo e intelecto, sobre todo en una primera época
de su vida. Lo que suponía el colmo era que le escribiera a su compañero, el
famoso Willy, las entregas de sus folletines y novelas. Puestos a imaginar,
Colette fue durante un tiempo tanto un personaje literario como la creadora de
tal personaje. Es de suponer que en los tramos de convertir la vida en una
aventura, Colette no fue ajena tanto a la felicidad como a los abismos de los
desencantos sentimentales. Como escritora, Colette es una autora que comulga
con todos los rincones y desenlaces de la cotidianidad, al tiempo que aprovecha
con delicadeza de detalles el depósito poético de la memoria. Ambas
capacidades, están presentes en la antología de relatos y artículos de este
volumen que trata sobre anécdotas y vivencias, experimentadas en fechas
navideñas y durante los festejos de año nuevo. El volumen es breve, pero posee
un encanto que la editorial Elba se asegura de mantener en su cuidada (y cara)
colección. Es el regalo perfecto para
estas fiestas de Navidad que acaban de pasar.
Alguien
dirá que la literatura de Colette es algo así como la brisa que pasa:
refrescante e indiferente; pero ello no frustra su particular atractivo. Estos
textos navideños de recuerdos de infancia y fiestas vividas en plena Guerra
Mundial, apenas leídos sumen sus evocaciones en la masa del tiempo, desaparecen
en la corriente de los sucesos generales, dejando en nosotros la sensación
tanto física como etérea de la melancolía y lo entrañable.
LA VIDA NO ES UNA
BIOGRAFÍA
Pascal Quignard
Es
el primer libro de Quignard que leo, aunque más que leer, habría que decir el
primero en el que me sumerjo, nado o fluctúo. En la librería, teniendo el
volumen en mis manos y echándole un vistazo por encima, dudé hasta el último
momento: por un lado, me conozco bien las derivas de la literatura francesa y
estaba comprobando a ojos vista, lo que sospechaba – derrame de citas,
definiciones, aforismos y breves desarrollos teóricos sumados en una mixtura explosiva
e inclasificable- y de tal cosa estaba algo ahíto; por otro, me apetecía lo
ensayístico y sobre todo, lo último editado en ámbito europeo, que no procediera exactamente de filósofos o
de científicos de las Humanidades. Y aunque como digo, lo francés literario me
sonaba a lo ya visto, precisamente ese deja
vu, me animó a adquirir el volumen porque, a pesar de todo, esa libertad en
la escritura, esa falta de contención, típicas de las vanguardias galas, al
final suelen ser muy estimulantes para la inspiración y la escritura, propias.
La vida no es una biografía
es una suerte de cajón de sastre en el que se dan cita todo tipo de disciplinas
– filología, psicoanálisis, filosofía, mitología, antropología, religión- y de
autores: novelistas, filósofos, dirigentes políticos de la antigüedad, etc…
De
esa imagen dramática que la modernidad ha diseñado sobre el sujeto sometido a
pasiones e ideologías, Pascal Quignard realiza un vuelo rasante y ejecuta una vuelta de tuerca con las elocuentes
herramientas de sus técnicas de escritor. Es decir, Quignard, va a lo esencial,
a lo instintivo, a lo más animal y humano, con la intención de extraer, aunque
sea sólo eso, definiciones someras de lo
vertiginoso.
Quignard
es un elaborador maestro de frases, de enjambres de frases, que va hilando en
torno a secciones temáticas. No construye teoría, sino que envuelve al lector
con su gran capacidad frástica, diluyendo, extendiendo o multiplicando los
probables confines conceptuales sobre los que continuar su dinámico eje
escritural. De este modo es como va saltando de disciplina en disciplina, de
materia en materia, buscando lo sorpresivo y lo revelador.
A
veces, Quignard puede parecer farragoso cuando atosiga al lector con batallones
de adjetivos, o repetitivo cuando frecuenta un aspecto y lo somete al juego
aforístico de la frase rápida e ingeniosa. A mí lo que sí me molesta un poco en
Quignard y que resulta típico de la escuela francesa es cuando elige motivos
tan resbaladizos como el deseo, el inconsciente o similares, y los utiliza como
referentes formales de todo un discurso, como motivo inspiratorio de toda una
prosa que se presenta como interpretación indiscutible. Ahí, en puntos como
este, reside la famosa pedantería francesa, en producir discurso con todas las pretensiones
a partir de detalles o asuntos esquivos,
sumidos en el umbral de lo
brumoso e inconcreto.
Ahora
bien, si terminé llevándome el librico es porque buscaba más la sugerencia que
el tratado, lo lúdico que lo meramente formal, y aquí el vuelo de las palabras
del señor Quignard lo "supervisa" todo con la elocuencia de un profesional de
las letras. Lo que más me ha gustado del libro ha sido su incidencia en el
sueño, en su historia, en su significado, en su persistencia en nosotros, en su
profunda ligazón con el ser humano y su tembloroso futuro. Hoy que los géneros literarios
han desbordado sus límites, este libro trata precisamente de límites, de su
discernibilidad, de su opacidad, de su determinación en la vida que vivimos o
soñamos vivir.