Me
acabo de comprar - a estas alturas - La novela
de un literato de Rafael Cansinos Assens. Me da algo de vergüenza, porque
es un libro que, supuestamente, tendría
que haber leído hace algún tiempo por lo que significa: inicios de la vida
literaria, mundillo literario y editorial, bohemia, etcétera; aunque, por otro
lado, uno no deje de ser, casi, y pese a todas las lecturas llevadas a cuestas,
un principiante. El texto tiene su gracejo, está secuenciado de modo que su
lectura se articula con facilidad y resultan unas excelentes memorias
literarias. De Cansinos leí hace tiempo El divino fracaso. Su lectura se me hizo
algo penosa pero no tanto por el texto en sí sino por la obsesión con que
quería convencerme a mí mismo de que se trataba de una obra exquisita y rara. Esto me
impidió leerla con fluidez. Me he dado cuenta de que a la hora de elegir libros
para leer, importa más el tipo de mundo que vas buscando satisfacer que la cuestión de
si, objetivamente, se trate de una buena obra o no. Ahora me doy cuenta: el
título, "La novela de un literato", es sorpresivo.
¿Por qué yo, que no soy taurino, desde luego, experimento
proyectos como el de prohibir las corridas, no como un crecimiento moral sino
como todo lo contrario, como la supresión de una singularidad? Vamos a un
estado de homogeneidad, de uniformidad, a una suerte de nuevo puritanismo donde
lo bizarro, legítimo en contexto propio, es perseguido como aberración.
Nunca
he soñado con un sabor.
Sorprendido
con el viaje reciente del Papa a Corea del sur. Cinco millones de católicos, ni
más ni menos. Cómo sentirán los coreanos católicos la religión cristiana, me
pregunto. Estuve viendo las imágenes por la televisión y resultaba de un candor
encantador ver a las coreanas con las manos juntas y una mantilla blanca colocada
sobre la cabeza. Es admirable que un grupo extenso de personas, adopte con
fervor una religión de origen extranjero, obviando, incluso sacrificando,
aspectos importantes de las identidades propias. Esto es lo que salva al mundo: este tipo de silentes transformaciones, de sutiles y
delicadas adopciones. Lo que resulta meritorio no es tanto que un cristiano
reivindique el cristianismo en Europa, sino que esta religión adquiera nuevas
lecturas y seguidores sinceros en lugares del planeta bien alejados, incluso
extraños a su origen.
Importamos
de Norteamérica ya absolutamente todo. No sólo películas, sino modas, gestos, hábitos,
incluso tipos de humor. ¡Pero el besito de Javier Bardem a su santa madre en
plena boca es de un esnobismo atroz!