Se
repite eso de que el español es una de las lenguas más habladas del mundo; que
está en segunda o tercera posición en el ranking mundial, que somos,
prácticamente, casi 500 millones los que
nos comunicamos con la lengua de Cervantes.
Lo
que deberíamos hacer de vez en cuando es darnos cuenta de las personas,
profesores, profesoras, traductores o hispanistas que desde sus docencias en el
extranjero están llevando a cabo una notable labor de difusión de la cultura
escrita en español – podríamos incluir en este aspecto reivindicativo,
ocasionalmente, a la producción en portugués – y que sin otro acicate personal,
a veces, que el puro gusto o amor por nuestra lengua y sus diversas
literaturas, persisten en tal labor comunicativa y transmisora.
Una
de estas personas es Rodica Grigore que enseña literatura comparada en
la universidad rumana de Sibiu.
Rodica
Grigore ostenta una obra crítica considerable, entre cuyos ensayos ha dedicado
notables reflexiones a los grandes autores latinoamericanos del siglo XX y a
sus obras. Vargas Llosa, José Donoso, Roberto Bolaños, por
ejemplo, son alguno de esos nombres sobre los que su investigación
histórico-filológica se ha detenido fructíferamente.
Como
traductora, Rodica Grigore se ha aproximado a los más conocidos ensayos de Octavio
Paz o a la obra del escritor colombiano Manuel Cortés Castañeda.
La
última producción en el ámbito de la investigación literaria es este Tigrul și steaua. Violență și exil în proza latino-americană a secolului XX
(El tigre y la estrella. Violencia y exilio en la literatura
latinoamericana del siglo XX, en el que se estudian los grandes
motivos de fractura social y desastre personal que han marcado la historia última de América Latina, contemplados
a través de su mejor literatura.
Su autora nos hace el obsequio de traducirnos el prólogo que inicia el
libro y que me permito reproducir aquí.
Quizás, a alguien pueda parecerle un
tópico el motivo general de este ensayo último, como si en Europa no se
hubieran producido los conflictos bélicos más atroces y apocalípticos, y resultara
más óptimo explotar aquella visión alternativa que le hizo exclamar a Jean
Louis Baudrillard: ¡América Latina es
fascinante! Quizás. De todos modos
no podemos obviar los factores que todavía siguen siendo una realidad en la
frágil configuración política latinoamericana y que los escritores más
comprometidos y socialmente lúcidos de allí han convertido en objeto de sus
grandes obras.
****
INTRODUCCIÓN
En un interesante estudio titulado Death
Without Weeping (Muerte sin llanto – 1989)[1], Nancy Scheper-Hughes analizó en detalle, desde una
perspectiva antropológica, las fuerzas que determinaron y mantuvieron el
subdesarrollo y la pobreza en Brasil y en el continente latinoamericano en
general. Especialmente durante el último siglo, muchos ámbitos (barrios,
ciudades o regiones enteras) faltan de perspectiva y esperanza, y esta realidad
es determinada en gran medida por la violencia manifestada en todas sus formas
en este mundo, pero también de algunas de sus consecuencias, entre las que
destacan el desarraigo, el exilio (forzado, autoimpuesto o asumido), la soledad,
la alienación. Posteriormente, la autora desarrollará el texto ya mencionado y
el aparecerá, al cabo de unos años, en forma de un libro sustancial, con el
mismo título. En las primeras páginas del mismo encontramos algunas de las
preguntas que más preocupaban al autora, entre las cuales: ¿Qué sucede cuando
la vida de las personas está marcada por la carencia, el hambre, el miedo y la
desesperación, que puede ser, en estas condiciones, la ¿significado del amor?
¿Y cómo afectan los actos de violencia cotidianos a la autoconfianza del ser
humano? ¿Todavía hay esperanza para el individuo que enfrenta una aniquilación
espiritual que parece inminente?
Nancy Scheper-Hughes ilustra muchas de sus observaciones con ejemplos de la
literatura del continente, incluyendo, por inesperado que sea, extractos de las
novelas de Clarice Lispector, la escritora brasileña que conmocionó, convenció
y conquistó a los lectores del espacio cultural del Nuevo Mundo, dominado por
una visión patriarcal (estética y ética). Así, la novela La hora de la
estrella, publicada en 1977, poco después de la muerte de Lispector,
representaría, a través del trágico destino de Macabea, una de las expresiones
más evidentes de la indiferencia y la violencia enmascarada de la sociedad
accionando contra los pobres y excluidos. Eso sí, si nos referimos a las formas
más evidentes de violencia social o sus manifestaciones extremas, como guerras
fratricidas o conflictos de todo tipo que marcaron la historia de América del
Sur, a los inimaginables actos de tortura que aquí se produjeron, las
expresiones violencia en La hora de la estrella o cualquier otro texto
de Clarice Lispector parecen más bien abstractos, cerebrales y simbólicos. Pero
es precisamente en este nivel simbólico donde radica su fuerza, que lleva al
lector a meditar sobre la fragilidad de la condición humana e, indirectamente,
sobre la imagen global de un mundo con demasiada frecuencia basada en el uso de
la fuerza, el abuso y la brutalidad. Lo mismo ocurre en la creación de otros
grandes escritores latinoamericanos que analizaremos en este libro, como
Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, Roberto Bolaño o Mario Vargas Llosa. No
será, por supuesto, una lectura exhaustiva de sus trabajos, siempre que haya
elegido, para cada uno de ellos, sólo unos pocos títulos (novelas o volúmenes
de prosa corta) para ilustrar algunas coordenadas de la literatura
latinoamericana contemporánea y especialmente la forma en que aquí se
desarrollan y reconfiguran constantemente dos grandes temas: la violencia y el
exilio.
La filosofía occidental ha creído durante mucho tiempo que la violencia podría
explicarse a través y desde la perspectiva de causas naturales, biológicas,
sociales o políticas. Por lo tanto, solo aparentemente paradójicamente, algunos
pensadores incluso han afirmado que unas formas específicas de violencia
pueden, en determinadas condiciones, anular otras, y el recurso a la crueldad o
las manifestaciones brutales se considera una especie de solución compensatoria
a los problemas que la sociedad ha enfrentado en ocasiones. América Latina es,
en el contexto del mundo contemporáneo, una de las áreas de violencia más
marcadas, lo que se evidencia en muchos países, convirtiéndose en una realidad
general, capaz de definir la nueva y trágica identidad del viejo Nuevo Mundo.
Simbólicamente, México parece representar uno de los puntos más candentes del
desencadenamiento de la barbaridad en este continente, pero también el espacio
cultural donde ha habido, especialmente en las últimas décadas, numerosos
intentos de definir y explicar esta nueva realidad, sobre todo a partir de la
cuenta de la perspectiva de la relación entre el Estado y la violencia, como
veremos en las novelas de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes (1998)
y 2666, donde la mayoría de las acciones en las que se involucran los
personajes se desarrollan en México.
Pero la violencia, a veces en las formas más inesperadas, también marca la
extraordinaria novela de José Donoso, El obsceno pájaro de la noche
(1970), y también el asombroso texto de Guillermo Cabrera Infante, Tres
tristes tigres (1965), llamado novela por unos críticos, a pesar de la
oposición declarada del autor. En América Latina, el problema de la violencia
casi siempre aparece junto al sentimiento de inseguridad que experimentan
comunidades humanas enteras cuando se enfrentan a las realidades de un universo
en el que parece que solo la fuerza bruta puede hablar. Porque la violencia se
ha convertido, lamentablemente, en una de las señas de identidad de la nueva
identidad latinoamericana, una especie de «ciudadanía simbólica» (como la llamó
Susana Rotker)[2], en tanto que las actitudes duras o duras han
cambiado profundamente, especialmente en el último siglo, las relaciones entre
personas de todo el continente, la violencia se convierte en una verdadera
«obsesión omnipresente» en este mundo, dominando todo y pudiendo caracterizar
cualquier cosa y casi cualquier persona. El fenómeno fue explicado, en parte,
(y) por la difícil situación que atraviesan muchos estados latinoamericanos al
final de las dictaduras que marcaron el continente, desde Colombia o Argentina
hasta Brasil y Perú, pero también por las relaciones interpersonales e
interestatales marcadas por las guerras que han tenido lugar en América Latina
desde la independencia de los países aquí de las potencias europeas.
La vida cotidiana de la gente ha cambiado gradualmente, el estado de emergencia
se ha convertido en la regla, no la excepción, la escasez de alimentos o
combustible es la norma, por lo que la supervivencia en condiciones difíciles
se ha convertido en la preocupación más importante. Pero, ¿qué determina la
fascinación del público por un tema como la violencia? ¿Qué significa un acto
de violencia relatado en una historia o una serie de crímenes en una novela de
cien páginas? Más allá de la inclinación hacia lo fácil sensacionalista y los
detalles que sostienen la portada de los tabloides, el lector descubre, en
todos estos textos, como intentaremos demostrar a lo largo de este libro, que
la violencia expresa «el sentimiento trágico de la historia a través de la
alegoría», como bien dice Walter Benjamin. La literatura que aborda el tema de
la violencia en América Latina tiene, por tanto, el papel de acercar al lector
otro lado de la historia del sufrimiento mundial, visto a través de los ojos de
las víctimas, pero a veces desde la perspectiva de los agresores, para dar
cuentas, de esta manera, por las posibilidades de salvar a una humanidad
aprisionada en un círculo de horrores y barbarie del que a veces parece no
poder o no querer salir. Lo cierto es que uno de los efectos del estallido de
la violencia (no solo en América Latina), con implicaciones sumamente
importantes, será el exilio. Porque, ante la cruda realidad de un mundo en el
que el diálogo es anulado por la fuerza bruta o las acciones deliberadas de regímenes
políticos autoritarios, el ser humano muchas veces optará por irse, la dolorosa
ruptura de los lazos con su patria, su hogar, a veces incluso la familia, en un
intento desesperado por salvarse. Y esto se refleja en la literatura,
especialmente en la literatura latinoamericana del siglo pasado, si
consideramos que, muchas veces, los propios escritores han tenido que enfrentar
estos desafíos. Por ejemplo, Guillermo Cabrera Infante deja Cuba y su amada
ciudad La Habana, para establecerse en Europa, luego de entrar en conflicto con
el régimen de Fidel Castro. El chileno José Donoso pasa muchos años en el
exilio en México, Estados Unidos y España, Roberto Bolaño (también chileno)
teniendo una verdadera existencia de peregrino-exiliado, como sus protagonistas,
atravesando América Latina por todas partes, para finalmente establecerse en
Barcelona. No olvidemos el caso especial de Clarice Lispector, que llega muy
temprano a Brasil, refugiándose su familia en Ucrania durante los pogromos de
los años veinte del siglo pasado. Y los ejemplos pueden continuar.
No será una sorpresa para el lector descubrir que muchos de los personajes que
encontramos en la obra de estos escritores también enfrentan diversas formas de
violencia, ya sea violencia física o simbólica, como en Tres tristes tigres,
o incluso con la amenaza de un inminente fin del mundo (metafórico, como en El
obsceno pájaro de la noche, o por el contrario, extremadamente real en
todos sus datos históricos, si piensa en la gran novela de Mario Vargas Llosa, La
guerra del fin del mundo). No sorprenderá que algunos de estos personajes
encuentren en el exilio la única (o al menos posible) solución a todos sus
problemas. Y todo se convierte en una especie de antídoto alegórico incluso
frente a un mundo que se desmorona o incluso da la sensación de que está
viviendo, a menudo con violencia, sus últimos momentos. Las imágenes
apocalípticas no faltan, precisamente por eso, en los textos de los escritores
que hemos considerado a lo largo de este libro, siendo el Apocalipsis, en la
América Latina contemporánea (y en su literatura), una respuesta inesperada,
quizás, al idealismo utópico que dominó este universo en el período posterior a
la Conquista.
“El exilio viene de lejos”, escribió St.
John Perse; y es verdad. Porque el primer texto conocido dedicado al exilio en
la cultura occidental es el firmado por Aristipo de Cirene, uno de los
discípulos de Sócrates, cuyo título (citado por Diógenes Laertius) es En
nombre de los exiliados[3]; después, Plutarco escribió el tratado Sobre
el exilio. Y si algunas características del exilio contemporáneo
corresponden a condiciones económicas, sociales o políticas específicas, hay
una serie de elementos comunes a todas las épocas y a todos los exiliados, que
discutiremos en los siguientes capítulos, haciendo referencia a la obra de los autores
analizados en este libro. Los escritores en el exilio fueron a menudo vistos
como prisioneros entre diferentes realidades, obligados a adaptarse a una forma
de vida binaria, a pensar y a estructurar el material literario, asqueados o
afligidos por las circunstancias que los hicieron irse (y que, a menudo,
considerarán tan importantes que intentarán, incluso inconscientemente,
separarse de su tierra natal y ya no podrán interpretarla como el hogar
familiar), pero al mismo tiempo alimentando la nostalgia por los lugares que
les quedan, aunque a veces ni siquiera ellos quiera o no pueda admitirlo (y el
caso de Roberto Bolaño es quizás el más edificante en este sentido). Por un
lado, intentarán configurar una nueva identidad, incluso literaria, pero también
mantener, aunque sea discretamente, la antigua, muchas veces imposible de
olvidar, prueba de que la propia condición del exilio permite a estos
escritores y a sus lectores a explorar la complejidad de la identidad personal
y humana.
No nos detendremos
ahora en otras explicaciones, dado que se desarrollarán en los siguientes
capítulos de este libro dedicados a los significados del exilio y la violencia
en la literatura latinoamericana del siglo XX. Hasta qué punto la violencia
causa el exilio o cómo puede, en determinadas situaciones, incluso el exilio
causar violencia (incluso a nivel lingüístico), especialmente en el complicado
contexto del Nuevo Mundo, son las cuestiones principales que hemos tratado de
aclarar en los análisis e interpretaciones dedicados a los cinco escritores y
sus creaciones representativas de estos grandes temas de la literatura. Temas
que se pueden expresar mediante dos símbolos, el tigre y la estrella, que
encontramos en los títulos de dos de los textos que hemos considerado
importantes para todo lo que significa la literatura latinoamericana
contemporánea: Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante,
y La hora de la estrella de Clarice Lispector. Si el tigre encarna
alegóricamente las imágenes de crueldad y poder, de fuerza a veces
incontrolable, de violencia dominante, la estrella envía a un universo
diferente, lejano, al que el ser humano se dirige con esperanza o quizás con
miedo, así como sucedió con muchos de los exiliados (latinoamericanos o no) del
siglo pasado, ya sean escritores o figuras literarias, que partieron de casa
hacia países de la promesa que nadie les había prometido muchas veces, pero que
eran (o al menos lo hicieron) les pareció), en un momento, la única posibilidad
de salvación. Violencia y exilio, amenaza y esperanza, descubrimiento o
redescubrimiento del mundo son algunas de las coordenadas que dominan buena
parte de la literatura latinoamericana del siglo XX. O, en las palabras de
Jorge Luís Borges del poema El otro tigre: “Es un tigre de símbolos y
sombras/ una serie de tropos literarios/ y de memorias de la enciclopedia
Rodica Grigore