martes, 29 de septiembre de 2020

NOTAS DE DIARIO


Mientras leo, pongo de fondo la radio. Suena Cosas vistas y soñadas, de Josef Suk. Conforme voy escuchando la música, una larga pieza pianística, me va seduciendo su aire melancólico y evocador, su difícil localización estilística en el tiempo. Ello me hace no olvidar el título de la obra, tan sugerente e indeterminado, a la vez. A veces, algún pasaje parece Satie. Tenía una imagen pobre de Suk, sólo conocía su famosa marcha, creía que era un compositor más o menos indistinto dentro de los decimonónicos posrrománticos, pero esta música que suena me parece fascinante. Además me creía que era austríaco, cuando es checo. Estas sorpresas, un compositor que en principio no me interesaba nada, de pronto, me ofrece, ofrece al universo, una obra que llena de luz su nombre, que nos alienta a todos. Por unos instantes, me visita una deliciosa sensación de felicidad: por un lado, la música me embarga de fascinación; por otro, el compositor despreciado se revela audaz y creativamente interesante, se convierte en uno de los míos, es cómplice de la riqueza estética del mundo.



Emilo Lledó elogia la capacidad que la lectura tiene de atravesar el tiempo, venciéndolo, cómo podemos acceder a textos antiguos y conocer los detalles del pensamiento y de la imaginación del hombre . Yo, quizá, dirigiría ese elogio, más que a la lectura, a la música, a la danza, que son expresiones más vívidas que la lectura. Pero hay, claro está, obras en las cuales ese viaje a través del tiempo se reviste también de emoción y de curiosas singularidades. Las Memorias de Zorrilla, nos cuentan el trabajo considerable de este autor componiendo sin parar obras de teatro en verso, cómo viajaba con las compañías teatrales que ponían en escena sus creaciones. Sin ser una obra maestra de la escritura, estas memorias se ocupan de darnos a conocer lo que giraba en torno a la existencia agitada de su autor, al tiempo que nos cuentan alguna que otra curiosa anécdota del periodo de su vida errante con los comediantes. Otra obra memorialista con la que me topo en mi biblioteca es Poesía y verdad de Goethe. Leyendo el texto, uno percibe la calidad de acontecimiento de lo que Goethe está contando. El estilo es transparente y directo, pero el efecto al final, si recordamos lo que vamos leyendo, va adquiriendo la densidad típica del tiempo y el texto va aproximándose a cierta hialina monumentalidad.


En un programa de televisión de temática religiosa, una teóloga, Cristina Inogés, católica, pero muy inspirada por los estudios hechos en el Instituto Teológico protestante de Madrid, preguntada acerca del futuro de la Iglesia, llega a decir que esta tendrá que elegir entre patrimonio o carisma. Con respecto al dinero que obispos y demás jerarcas puedan poseer, estoy de acuerdo con la teóloga, pero con respecto al resto del patrimonio, es decir, en lo relativo a  todo el inmenso y bullente arte sacro, que es de todos los creyentes, no veo tal dilema. ¿Hay que renunciar a imágenes, pinturas, retablos, estatuas y ceremonias varias para hacer emerger de la nada no se sabe qué iglesia primitiva, pura y limpia de toda posesión “material” y  representación? El planteamiento de este dilema me parece de lo más peligroso y de lo más falso. Las dos cosas. Toda ideología que llama a la pureza, al retorno a no se sabe qué tiempos remotos y demás zarandajas, es semilla de intolerancia. El amor a la teoría, traiciona al espíritu protestante, que es de donde viene esta perspectiva de una iglesia sin arte, verdadero disparate porque   el hombre no  puede vivir sin vida y sin representación simbólica a su alrededor. Cómo se parece el protestantismo al fundamentalismo islámico en este desprecio arrogante y bárbaro por las imágenes sagradas.  

viernes, 25 de septiembre de 2020

SUGERENCIAS ORIENTALES Y FIASCOS POETIFORMES



Por fin cayó en mis manos el famoso ensayo Elogio de las sombras, de Junichiro Tanizaki, libro que he visto en toda librería y centro comercial que he visitado y que conoce más de una y más de dos versiones. La que adquirí es traducción directa del japonés. No he percibido nada extraño en el texto, es decir, anacrónico o extrañamente llamativo en las oraciones y párrafos que me hiciera pensar en una adaptación lingüística demasiado libre. Podríamos simplificar el contenido de este libro diciendo que Elogio de las sombras es una expresión más de la pérdida de identidad cultural del Japón milenario ante el auge tecnológico occidental. Escrito en los años treinta, estremece pensar qué sorpresa final le esperaba al país del sol naciente, procedente de Estados Unidos, precisamente el país del mundo occidental de cuyas novedades en todos los ámbitos, estaba más pendiente y a quien, en definitiva, más quería parecerse. Esa sorpresa supondría el final del segundo conflicto mundial, y vendría en forma de bomba atómica….

Con el término “sombras”, Tanizaki denuncia la invasión lumínica que la energía eléctrica ha llevado a cabo sobre todo rincón y lugar, destruyendo lo que antes podía disfrutarse con una iluminación más suave o tradicional. La brusca transformación que la poderosa luz eléctrica produce en las casas, los restaurantes, hoteles e incluso ámbitos sagrados, supone un cambio impuesto a la sociedad que se ve en la nueva y molesta tesitura de adaptarse a las nuevas condiciones o eludirlas del modo más ingenioso. Para Tanizaki esta incursión fulgurante de la luz, mensajera del espíritu occidental, que destruye toda presencia de acogedora sombra, implica, en definitiva, un grave trastorno en la mentalidad y en los refinados gustos del Japón tradicional, condenándole a su cuasi extinción.

El concepto de sombra, pues, en Japón, es significativo, por un lado,  de una considerable distinción, pues se asocia a lo ceremonioso, al noble efecto que el  tiempo produce sobre las cosas, implica un tempo en la percepción del entorno y la convivencia; por otro, las sombras son el ingrediente clave en la disposición arquitectónica, tanto interior como exterior, de los hogares japoneses. Las sombras también pueden ser el espacio de lo espectral, pero su papel, convenientemente dosificado, en los lugares en los que se convive, resulta más destacado y prioritario para el japonés tradicional.

Los occidentales, que en su arquitectura sacra han huido de todo rastro de imperio de la sombra sobre los motivos centrales de altares, naves, techos y cúpulas, le han reservado a la sombra un papel netamente angustiante: mírese algunas expresiones del barroco pictórico, los tenebristas españoles o en las primeras décadas del cine, el papel brutal y dramático  de las sombras en las obras expresionistas. Hay algunas excepciones a esta interpretación negativa de las sombras en el arte europeo, por ejemplo, el pintor francés Georges de la Tour, para quien la oscura  espesura que rodeaba a sus personajes asistidos sólo por la luz escueta y cálida de una vela, suponía un motivo óptimo para la recreación plástica.

Lo que restaría comprobar es  si, actualmente, queda en la sociedad japonesa alguna incomodidad o desasosiego procedente de las justificadas protestas que Tanizaki expusiera en su ensayo, si el hombre oriental teme haber perdido el poder ensoñador de un remanso de sombras, al ser sustituido por cualquier otra cosa o instrumento moderno.

 



Hasta el momento no había leído nada de Olvido García Valdés. Me encontré con su último libro, Confía en la gracia, que, al parecer, a causa de la pandemia, todavía no ha sido formalmente presentado por la autora, y decidí incursionarme entre sus páginas para comprobar qué tipo de mundo poético ofertaba, estimulado, además de por el desconocimiento de esta poeta, por el atractivo del título.

En principio, toda aventura estética, realizada en sus distintos lenguajes, me interesa. Otra cosa es que el resultado de tal aventura, independientemente de su valoración objetiva, me resulte más o menos gratificante.

El poemario de Olvido tiene 247, páginas. Yo voy por la 104, y hasta el momento, salvo un par de poemas, el resto me ha parecido un flujo lingüístico algo indistinto y, si se me  disculpa, diría que soso. Hay que decir que a estas alturas de la película, no creo que sea la falta de lectura, la falta de plasticidad y comprensión, lo que a uno le falte. Quizás es cierto que busque en un texto poético más contundencia, más linealidad, más claridad dentro de cualquier hermetismo que se precie, valga la supuesta paradoja. Entonces no habría debate, pues estaríamos hablando del famoso tema de la variedad de gustos y de estilos, y ahí habría poco que decir.  

Olvido ha impartido talleres de poesía y se notan, ligeramente, los súbitos pero no bruscos recortes, requiebros, ingrávidas elipsis y utilización fragmentaria de lenguaje llano como expresión de lo puntualmente numinoso, en su escritura. La impresión que produce es que para cada uno de sus poemas, por lo general breves o de extensión media, Olvido emplea motivos concretos o contextos, que gira, descompone o invierte, obteniendo una escritura poética que nos envuelve instantáneamente, para desaparecer y reaparecer de nuevo en el siguiente poema. No se trata de un mero collage verbal, pues el resultado es más sutil que eso. De todos modos, por el momento, lo que más me está interesando de este poemario es su aspecto formal, pues con respecto a lo que se dice o recita, el grado de subjetividad y de aleatoriedad a que la modernidad nos ha sometido, nos deja un poco  turulatos ya, y podemos encontrarnos en las incómodas circunstancias en que Octavio Paz se encontró ante la música de Jhon Cage: no sé qué decir.

Como no he terminado el libro, si hay sorpresivos virajes cósmicos en la lectura de los poemas que me quedan, informaré con entusiasmo y sin embarazos. Pero con todas estas disquisiciones, como suele ocurrirme, me han entrado ganas de escribir, así que aquí os dejo un apócrifo olvidogarcíavaldesiano:


Indumentaria de los páramos se insinuaba al albor,
Tu nuca ida pero superior sustancia la del instante,
Esa gracia que se dispersa no sólo por los salones,
Si es que despreciamos la pura invocación,
Tenlo en cuenta.
Engranaje rosado, tallo renegado, andaba la hora
Sobre la marejada, bastión de sí misma,
Acunadamente celeste lo que se asoma
Entre dos vértigos y un simulacro de sintagma.
Todavía no se pierde lo que en el pergamino
Se consigna como retorno, tarde pitagórica
Del pensar, del advertir nada de lo que permanece.

              

miércoles, 23 de septiembre de 2020

LA "RESURRECCIÓN" DE SEVERO SARDUY



Lo que me ocurrió recientemente con la figura de Severo Sarduy ilustra de un modo muy preciso, me parece, para lo que sirve internet, ocasionalmente, en tanto que gran enciclopedia o memoria virtualmente infinita del mundo.

Por no sé qué azares, leyendo cualquier cosa, me vino a la cabeza, el otro día, el nombre de Severo Sarduy. Me sorprendí a mí mismo, pues a este autor lo tenía casi totalmente olvidado. Es más, creo que desde su muerte, bien poco o casi nada se ha editado o reeditado de su obra. Recordaba bien poco de su biografía y no había leído sino algún fragmento de sus obras. Tenía la convicción de que Sarduy había desaparecido del universo, que ningún crítico o editor se acordaba de él, de que, por la razón que fuera, su literatura no interesaba y de que habría que considerarlo una figura cuasi remota de la escritura. Este destino melancólico despertó mi interés y se me ocurrió investigar en internet, rastrear información sobre el autor cubano. Y fue entonces cuando comenzó la paulatina resurrección de Sarduy.  

Severo Sarduy es autor de una serie de brillantes novelas, poemarios y ensayos que recogen y explotan el conocido estilo barroco de la escuela cubana, entre cuyos integrantes podemos nombrar a  un Alejo Carpentier, Cinto Vitier o a Lezama Lima, como figura más extraordinaria. Salió de su tierra natal a los veinte años, publicó libros en España y, finalmente, se instaló en París donde contactó con la creme de la creme de la intelectualidad francesa del momento, haciendo particular amistad con Roland Barthes. Fue uno de los entrevistados por Joaquín Soler Serrano en su notable programa televisivo A fondo, y vivió también en Barcelona. Repasando blogs y periódicos digitales, comprobé que este “olvidado” de la literatura hispanoamericana ha sido motivo de varios trabajos y artículos publicados en tales medios digitales, especialmente numerosos entre 2016 y 2017. Además, el material fotográfico terminó de rescatarlo de tal olvido y hacer desaparecer el carácter de “figura remota” con que se me había impuesto en la imaginación.

Echando un vistazo a todo este material informativo, alguien que para mí hace casi siglos que se encontraba fuera de la vida, emergió de la nada y se instaló en la vida plena y fluyente, es decir, en la vida que vivió y protagonizó. Especialmente interesante me pareció la entrevista con Soler Serrano: no sólo descubrí una cordialidad personal y una sensibilidad refinada sino que la teoría que expone en tal entrevista sobre el origen de lo que heredamos y que conformará parte sustancial de nuestra personalidad, me pareció insólitamente creativa y fascinante.

Del repaso biográfico y literario de Sarduy en internet extraje unas conclusiones: que nadie es materia de olvido porque sí, que todos han vivido la vida, por lo menos en algún período de su vida, de modo pleno o feliz, y que a poco que investiguemos con seriedad, esa persona o sujeto que creíamos cuasi inexistente, se actualiza, resucita ante nuestros ojos, adquiere relieve y vida y su voz puede volverse a escuchar en el flujo variopinto e interminable de las otras informaciones.       

lunes, 21 de septiembre de 2020

LA NECESIDAD ESPECULATIVA


Si por fin hemos dejado de interpretar como una dualidad las relaciones entre la imaginación y la razón, lo que nos quedaría por abordar sería la fase que consolidara ambas cualidades como una operación de mutuo alimento, como un solo movimiento del pensar, como una convergencia.

Si, en definitiva, lo que nos interesa es comprender fragmentos de realidad, no podemos retrasarnos, como diría René Char, en el surco de los resultados, demorar el atrevimiento, fascinarnos con un discurso primero sobre las cosas.

Si lo que nos interesa es lo real, no podemos detenernos en el discurso existente sobre ello, sino en lo descubierto, en lo percibido, en lo delimitado para franquearlo o situarlo en contextos nuevos. Por ello digo que una observación cualquiera, más o menos azarosa, puede resultar más estimulante que lo que contiene y posee el discurso formado por un asunto determinado.

La observación se hace límite cuando lo investigado ofrece resistencia y lo convertimos en impedimento del pensar.

Disfruto de la filosofía como si fuera literatura. Es así como el conocimiento es también placer y lo intelectual ofrece un dinamismo celebrador y secretamente festivo. Lo digo porque el rigor de la investigación filosófica, en definitiva, no puede eludir el lenguaje cuyo registro más permeable permitiría flexuosidades conceptuales. Por ello, a veces, la literalidad de un discurso puede convertirse en una trampa para el intelecto que busca el descubrimiento, la tersa y paulatina definición de algo nuevo.

jueves, 17 de septiembre de 2020

¿NOS PRODUCE ANTIPATÍA EL GRECO?



En el capítulo XVIII de Asklepios, titulado “Amor deferido” escribía Miguel Espinosa:

Quienes invirtieron el orden de las cosas naturales, y vencieron a la sangre y a la carne, sustituyendo la espontaneidad, la alegría y el dolor, por la regla y la premeditación, no son inocentes de existir. ¿Podríamos experimentar ternura por un tirano, un intrigante, un lama o un  personaje del Greco?

Creo que todos suscribiríamos lo dicho brillantemente por Espinosa en esta cita extraída de su delicioso Aklepios, pero hay algo que resulta chocante en la última línea: lo que parece ser su antipatía por el Greco o por el mundo de personajes que representa su obra. Es evidente que su valoración del Greco precisa de una contextualización que la justifique y que con la perspectiva del tiempo, para nosotros está bien clara: las jerarquías sociales del franquismo. A Espinosa, este desfile de monseñores, obispos, caballeros españoles y vírgenes en arrebatada ascensión le sonaría, iconográficamente, demasiado semejante al mundo franquista que él vivía.

Esto nos quiere decir que a través del tiempo, valoraciones de tipo general sobre diversos aspectos del pensamiento y de la vida pueden variar poco, pero en cuanto nos internemos en aspectos sociales, en cuestiones representativas de gusto, apariencias o tendencias, es precisamente el propio tiempo quien desplegará su abanico de opciones cuya elección y significación dependerán de las tesituras políticas, económicas y culturales. No creo que hoy a cualquier espectador a quien preguntáramos, le resultara especialmente rechazable la pintura del Greco. Casi diríamos todo lo contrario pues actualmente prevalece su relevancia estética ante probables conexiones con tendencias sociales. Espinosa fue muy sensible a la jerarquización que durante su tiempo, impuso el franquismo en la sociedad, en el trabajo, en universidades y diversas instituciones. De tal sensibilidad crítica nacieron obras como La fea burguesía o, sobre todo, Escuela de mandarines, suma enciclopédica de la escritura espinosiana.

lunes, 14 de septiembre de 2020

UNIVERSOS DISÍMILES, QUIZÁ, FINALMENTE CONVERGENTES



Tras una incursión sabatil, cayeron en mis ávidas redes dos libros de poesía bien distintos, dos antologías: una, de la poeta japonesa Kaneko Misuzu y otra del simpar Vicente Huidobro.

Nunca, en el ámbito de la literatura y del arte en general, me han hecho gracia las culturas exóticas de Oriente, de la zona asiática (y eso que nuestra flamante literatura latinoamericana puede ser interpretada, con seguridad, para un inglés, por ejemplo, como literatura más o menos exótica), pero creo haber hecho el esfuerzo, últimamente, de vencer esa inercia y me he acercado a la producción poética de alguno de los poetas más destacados de Japón. El esfuerzo debe ser sutil, porque no podemos, sin más, leer a los creadores del haikú del mismo modo que lo hacemos con nuestras, para ellos, barrocas y complicadas literaturas. La gracia, la esencialidad de la poesía japonesa no reside en su apariencia delicada, en su fragilidad o en su instantaneidad, sino en las causas que motivan tal depuración: es decir, en su proceso imaginativo, en la perspectiva espacio-temporal que ocasiona su posición filosófica y vital ante el mundo.

Lo que nosotros advertimos como más característico y admirable de la literatura japonesa es esa impresión de límpida harmonía que se desprende de sus textos. El haikú viene a ser, en este aspecto, la expresión más directa de la mentalidad mística oriental. Hay, además un añadido que intensifica este orden: el poema no sólo es ideado, sino que tiene que ser “escrito”: el aspecto caligráfico del poema, su peculiaridad alfabética, su escritura, en definitiva, supone una dimensión estética evidente del poema y del haikú.

Señalo estos aspectos, porque en Occidente la linealidad de la escritura imprime velocidad al pensamiento y tiende a intensificar la especulación, siendo menores las implicaciones rituales del escribir. El que la escritura del haikú sea todo un arte y una disciplina, nos está señalando los distintos modos de enfrentarse a lo imaginativo: el oriental, demuestra así, como cuando elabora cualquier otro objeto primoroso, una relación artesanal con el tiempo. La complejidad del occidental es otra: aparentemente su escritura es más directa, sólo le detiene solucionar la red de aspectos lógicos y simbólicos que la inspiración  sublimará o trascenderá. Lo que para el occidental es clave con respecto a accionar la escritura, para el oriental supone, en principio,  una prodigalidad verbal cegadora, un cúmulo de abstracciones discusivas.

La poesía de Kaneko Misuzu es chocante y fraternal. Se adivina un alma sensible y ocurrente tras sus breves poemas, lindantes con el haikú. Lo que más impresiona de esta poeta es su biografía. Hoy en día está considerada como una de las poetas japonesas más importantes,  pero no podemos afirmar que conociese la gloria literaria. Un matrimonio previamente acordado y el desastre  que supuso la convivencia con el marido, le llevó a retirarse de la escritura, a aislarse y a enfermar hasta que finalmente decidió suicidarse. Este último detalle es algo que no deja de impresionar: parece contradictorio, lúgubremente extraño que en personas, en artistas de la palabra y de la ideación, tan singulares como los japoneses, el suicidio aparezca en sus biografías como un recurso frecuente. 

Por último, debo confesar que la elección de esta poeta para su pausada lectura lo ha determinado, en buena parte, porque no conocía a esta autora, la encantadora edición que ostenta esta colección, Satori, que no sólo nos ofrece los poemas en bilingue, sino que los acompaña de una transcripción fonética para que sepamos cómo suenan los poemas en su lengua original. 


En contraste con el delicado mundo de Misuzu, la antología de Huidobro esplende, ansiosa de palabras, de palabras nuevas y vivas, huyendo de tradiciones y convenciones. Recuerdo la época en que leí por primera vez a  Vicente Huidobro, el tiempo adolescente de las lecturas sorpresivas, casi alucinatorias, cuando cada semana descubría a un autor nuevo y creía que el universo era una fiesta constante.

Confieso, de todos modos, pese a mi gusto por este poeta, que temía, precisamente, el paso del tiempo, que este hubiera rebajado pasiones poéticas o radicado, meramente,  la producción del escritor chileno en el período radiante de las vanguardias históricas. Después de tantos años sin frecuentar sus poemas, la sorpresa por su descubrimiento ya no es la que era, claro, pero el tesón y la inventiva verbal, se ha mantenido. A mis 57 años he descubierto lo que podría llamarse pedantemente, el proceso hermenéutico de la lectura: que el impacto al contactar con la obra de un autor, se queda como recuerdo fundante de su atracción sobre nosotros, y que, después se produce un cierto distanciamiento;  a continuación, es decir, ahora, con la edad más que madura, y atravesando segundas y terceras lecturas, la obra del autor que nos ha gustado, adquiere, finalmente,  una solidez mezcla de la consagración de su obra en el tiempo y una película de frescura sobre ella, impronta imborrable de las primeras impresiones que, de algún modo, resucitan.

En la poesía de Huidobro, quizá, en parte, heredado de lecturas de Apollinaire, independientemente de la creatividad verbal, hay un concepto mágico de las cosas que las convierte en objetos manipulables por la imaginación del poeta: estrellas, pozos, aviones, puertos, pájaros, arboles, calles o ventanas son elementos con los que las palabras juegan, describiendo sus evoluciones y metamorfosis como si de un cuento fantástico se tratara. En realidad, lo que Vicente Huidobro hacía era algo más profundo: reflejar el dinamismo urbano de las ciudades modernas y sus habitantes, expresar el estado revolucionario en que el ánima social naufragaba y brillaba en el nuevo siglo, época de adelantos técnicos y científicos, de inicio de la velocidad en todo, la locura del siglo XX.

Creo que se podría realizar un examen detallado de lo que se llama modernidad como fenómeno socio-cultural a principios del siglo, si lleváramos a cabo un examen de los objetos o figuras que cita y trajina  Huidobro en cada uno de sus poemas. Obtendríamos algo así como un catálogo de elementos, de pequeñas representaciones de lo que significaron las primeras décadas del convulso siglo XX.

De un modo valiente, y distanciándose del mero y estricto creacionismo, invención suya,  Huidobro escribió en uno de sus últimos poemas: Ahora soy un fantasma de nieve, un sembrador de escarcha. Pero volveré trayendo en la frente el sudor de las nubes. Prosternaos vosotros, los que no habéis pisado jamás el horizonte. Ahora soy el fantasma que huye vestido de grandeza y de dolor.   

Aunque hoy sabemos que buscar la originalidad o la extravagancia sistemáticamente puede resultar banal, incluso vulgar, en su momento Huidobro cumplió a rajatabla, en su oficio,  con aquel consejo de su colega Rimbaud: Hay que ser absolutamente moderno.

Me temo que Misuzu y Huidobro no se conocieron, cosa que les honra, pues la obra de ambos, se sume en un solo  y brillante atractivo: el de la poesía.    

 

sábado, 12 de septiembre de 2020

CRÓNICA ILUSTRADA: INCURSIÓN MURCIANA

 

Primer punto de salida: estación de Orihuela




Mirando por la ventanilla. Entrada a Murcia.


A la entrada de Murcia, este barrio ha quedado dividido, casi escindido de la ciudad, debido a las obras que harán, presuntamente, posible la llegada del AVE. Los vecinos se han estado quejando y manifestando, con total razón, desde hace varios años. Se han convertido en murcianos de segunda. 



Cubículo metálico que protege al rollo de papel higiénico, en los novísimos servicios de la estación murciana. 





       Enmascarillados.



Supongo que el plástico tendrá alguna función en caso de inundación, pero el aspecto que ofrece el río así, es irritante: lo natural interferido por una enorme superficie de negro impermeable. 



Sombras urbanas. Entre ellas, la mía. 




Mancha de luz. Interesante contradicción.



Efigie sagrada coronando el pórtico de la catedral de Murcia.



Extraños pero funcionales habitantes de los exteriores arquitectónicos de las iglesias: gárgolas.




Maniquíes murcianos. Se diferencian de, por ejemplo, los maniquíes alicantinos, en que estos visten menos ropas beiges  que azules. 






La delicia del atardecer. Cuando regreso para tomar el tren de las nueve, me sorprende, gratamente ahora, la caída de la tarde. Me arroban estas vistas del Puente de los Peligros, la extensión refrescante del agua y las luces que han empezado a encenderse reflejándose sobre el río. Imaginación puramente romántica, pero difícil de eludir: ¿por qué el distanciamiento, desde determinada perspectiva, produce esta fascinación melancólica?  

miércoles, 9 de septiembre de 2020

HERMENÉUTICA SÚBITA Y CASERA: UCRONÍAS TONTAS: ¿Y SI LOS VIKINGOS HUBIESEN DESCUBIERTO AMÉRICA?



La ucronía no se enuncia sin el conocido condicional: ¿Y si….? ¿Y si Hitler hubiera ganado la guerra? ¿Y si Napoleón no hubiera sido derrotado? Y si, y si…

Se suele decir que no fue Colón quien descubrió América sino los vikingos, que llegaron no sé cuánto tiempo antes. Independientemente de que los vikingos no descubrieron nada, puesto que descubrir implica bautizar y colonizar un territorio, no meramente alcanzar físicamente su extensión, hay que celebrar que los vikingos no descubrieran América, que no se internaran más y se encontraran, por fatal casualidad,  con ningún individuo del nuevo continente. Los motivos son culturales y… ¿temperamentales? Los vikingos no tenían una idea de “imperio”, de civilización, como sí lo tenían los romanos y, tiempo después, por herencia secular, los españoles. Si los vikingos hubieran entrado en América, la fiesta estaría armada, pues habrían hecho, con toda seguridad, lo que solían hacer con extrema facilidad y contundencia: arrasar, destruir y robar, como hicieron cuando entraron en el año 800 en París, incendiando la ciudad y saqueando las iglesias en busca del oro y la plata.

A pesar de la tediosa y, hoy, tendenciosa y falsaria leyenda negra, los españoles, que naturalmente, se enfrentaron con los nativos, hicieron otras cosas, al parecer poco reseñables y banales, según algunos,  como edificar ciudades, fundar universidades, trasladar la cultura europea a América, etcétera. O sea, crear civilización, ni más ni menos. Preferible, creo yo, al aterrizaje bárbaro de los nórdicos.    

lunes, 7 de septiembre de 2020

UN GRITO CUASI POLIFÓNICO


Si, presa de un repentino arrobo místico, entrara en una iglesia y me plantara allí en medio de la celebración de la misa, entrando en descarado éxtasis ante los presentes, con toda seguridad habría problemas. Mi estatismo, mi gesticulación, mis exclamaciones a la inteligencia divina, no sólo llamarían la atención de los presentes sino que provocaría serias interrupciones en el oficio sagrado, llegando incluso a forzar la frustración del mismo si no me echaran de allí.

Estos pensamientos de carácter paradójico- si entras en éxtasis en el interior de una iglesia tienes que ser, irremediablemente, discreto- me han venido a la cabeza tras fijarme, esta tarde, en un detalle del extraordinario pórtico plateresco de la catedral de Murcia. En cuanto lo he divisado, le he hecho una fotografía. Parece tratarse de un motivo barroco como cualquier otro, un rostro que podría pertenecer a cualquier divinidad,  personaje profano, o representación de las estaciones o constelaciones, con la boca abierta y gritando a todo pulmón.

A este personaje, a ojos vista  poco sobrio, no sólo lo aceptan como integrante arquitectónico del templo sagrado, sino que le permiten delirar, tranquilamente, entre guirnaldas. Yo diría que además de gritar o de cantar algún tipo de monodia salvaje e interminable, no habría que descartar locura en sus rasgos.

Claro está que su ubicación en el templo es netamente estratégica. Su localización en algún punto visible del altar sería extravagante, pero su colocación en la periferia, en los mismísimos exteriores del templo, lo que del templo, permanece más en contacto con los caprichos del tiempo y el flujo urbano de los días, nos está confesando que admiten su presencia  como elemento del conjunto formal de motivos que escoltan otras figuras esenciales, como santos o ángeles. Quizá debe su existencia al hueco que había que rellenar bajo la ventana, para que sus alrededores inmediatos no quedaran demasiado desnudos.

De todos modos, el flujo barroco de lo sagrado admite como dinámico acompañante de su gloria lo que puede no ser tan sagrado, elementos heterogéneos de una estética afín a lo alto, a lo sublime: mascarones, estrellas, cenefas, guirnaldas, plumas de escribir, drapeados varios, motivos geométricos…

Pero, aunque la estética barroca justificara la presencia de aquella cabeza enloquecida, yo no paraba de considerar el contraste, el ordenado contraste entre dentro-fuera del templo, la diferencia de su aspecto grotesco con la exquisitez de gesto y movimiento de otras figuras del pórtico, como la de santa Teresa, o San Pedro, y crecía mi envidia de tal permisividad, pues al contemplar todo esto, era en mí en quien crecían las ganas de dejar escapar una exclamación de placer contemplativo.

Un sol templado rociaba con su luz la tranquila explosión de todas aquellas formas y yo me tenía que autocensurar un pequeño gesto de libertad expresiva ante la boca interminablemente abierta y silenciosamente vociferante-otra contradicción- de la pétrea cabeza melenuda.         

       


jueves, 3 de septiembre de 2020

¿POR QUÉ NO HA DESAPARECIDO TODO AÚN? LA VIGILIA DEL NIHILISTA FORZADO.

Jean Baudrillard, a pesar del desfile de artillería de sus invenciones teóricas y el despliegue rumboso de su escritura, fue un apocalíptico tranquilo. Existe una no similitud entre su carácter y la convulsa obra teírica que produjo. El ensayo que publica Enclave tiene un título que no puede ser más catastrófico, en la línea de un pensamiento que viene a afirmar el fin de la civilización occidental y la confusión de todo intento de renovación o esperanza. ¿Por qué no ha desaparecido todo aún?, ni más ni menos. Es un interrogante pero también una denuncia impregnada con la ácida sorna de la impaciencia nihilista.

En fin, este era el estilo de Baudrillard, hiperlúcido, pero precisamente por ello, susceptible de numerosas objeciones aunque siempre sugestivo. Yo creo que la función que desempeñó Baudrillard fue positiva y contundente. Su pensamiento más que presentar soluciones se explaya brillantemente en la descripción del desastre cultural y social. Nada más provocador y desafiante que los pronósticos sobre la sociedad actual con que Baudrillard nos bombardeaba desde sus libros.

Baudrillard denuncia en este ensayo a la humanidad actual como la única especie capaz de diseñar su propia autoextinción, su desaparición física y cultural.  Existe un mecanismo perverso a través del cual toda cosa que porte mínimamente un mensaje de esperanza, distinto, incluso opuesto a la oferta que el sistema distribuye masivamente, es objeto de destrucción y  de dispersión.

Baudrillard hace una observación que resulta mortal para temperamentos románticos y talantes poéticos: el mundo moderno que vislumbraba Marx, impulsado por el trabajo de lo negativo, por el motor de la contradicción, se convirtió, por el exceso mismo de su cumplimiento, en otro mundo, donde para existir las cosas ni siquiera necesitan de su contrario, donde la luz ya no necesita de la sombra, donde lo femenino ya no necesita de lo masculino (o al contrario).

La inteligencia artificial, la clonación, el final sin acontecimiento del pensamiento, confirman esa desaparición de lo humano en la escena de vanguardia de lo social. En esta tesitura, la función del arte es apenas terapéutica: nos ayuda a atomizarnos, a claudicar de este mundo en el que los únicos protagonistas son los procesos tecnológicos que nos han expulsado de nuestro puesto.

Los valores, las instituciones, las artes, la tradicional oposición entre el bien y el mal, se precipitan por una pendiente en la que pierden sus significaciones. Todo tiende a autoparodiarse: fijémonos en los líderes políticos, en la claudicación del arte profundo, en el multiculturalismo, incluso en la evolución de lo religioso.  Hay un exceso de realidad que la técnica potencia, en la que lo cualitativo de las cosas prioritarias e importantes se hace indiscernible. Todo se reduce a un juego de apariencias en un mundo secuestrado por los medios.    

Baudrillard juzga de singularmente significativa la deriva de la imagen en los dos últimos siglos, a la hora de analizar los límites del poder de la representación. Se centra en el análisis de la imagen fotográfica y aunque los resultados de su pesquisa son interesantes, la reacción escandalosa ante la fotografía digital, se nos antoja poco verídica y excesiva. La fotografía analógica nos vinculaba a un momento concreto y emocionante, al momento de disparar la cámara. Con la digital, nuestro trato tensivo con la realidad desaparece: la imagen digital es absolutamente manipulable y puede alterarse hasta lo infinito sin que ello aparente significar nada. Todo parece indicar que el gesto de fotografiar, desaparece.  Baudrillard duda de que la imagen digital sea una imagen. Pero la fotografía digital no supone ninguna cancelación de nuestra relación anímica con la realidad: simplemente abre otras que están en devenir, aunque tengamos que aceptar que la inflación de imágenes erosiona el sentido de la realidad  y llegue a hacerla superflua. 


martes, 1 de septiembre de 2020

CRISTINA PERI ROSSI EN EL SANDUNGUERO NAVÍO DEL TIEMPO

 


Siempre resulta grato leer a  Cristina Peri Rossi: el humor y la inteligencia con que afronta sus temarios hace que cada poema suyo fluya placenteramente en la lectura, satisfaciendo siempre las expectativas del lector que se ha acercado a su obra conociendo sus claras reivindicaciones ideológicas. Es curioso. Sin reparar en escalafones literarios ni en sublimidades de estilo, la poesía de Peri Rossi, que ha merecido sucesivos premios, ganados en años pasados, es de las pocas que responden, generalmente, al nivel creativo que sus seguidores esperan. Yo, que he leído con gusto su prosa, no he podido encontrar selección más óptima de su obra poética que esta sabrosa antología.  Y siendo ajeno al tipo de reivindicación que la mayoría de sus poemas manifiestan, no he podido disfrutar más de un mundo poético tan sustancialmente moderno: ambientes urbanos y bohemios, soledades amorosas, deambuleos por ciudades y hoteles, cosmopolitismo, orfandad espiritual de quien se siente extranjero en todo lugar, condicionamiento íntimo de la felicidad por las demandas del deseo erótico no satisfecho, generosa recepción de la cultura en sus manifestaciones varias como contrapeso a las melancolías del paseante solitario que es todo poeta, etcétera.  La suma de estos aspectos conforman la constelación de motivos del sentimiento moderno poético, y Cristina nos los muestra en una apretada y lúcida vivencia personal y escritural. Imagino a nuestra vate, venturosamente saturada, divinamente inflamada de literatura.

Aquella vibrátil agudeza que un Julio Cortázar supo trasladar de su prosa a la poesía, ese tipo de escritura efectiva, siempre brillante, es la que capto aquí, adaptada a los distintos contextos. Y, recordando de nuevo, desde qué lado o “parte” escribe Peri Rossi, tal condicionalidad se hace convergente y su propuesta,  aceptable. Por ejemplo, independientemente del hombre, del propio Adán, o bien,  junto con ellos, Peri Rossi, reclama para las primitivas madres de la creación  la auténtica colocación del nombre primero a las cosas:

las madres… que bautizaron los ríos, los árboles y las plantas….

Por último, y creo que podría haber comenzado mi reseña por este punto, por este matiz, confirmar una singularidad: desde la poesía, Peri Rossi, lo que reclama, percibe o ve, lo manifiesta hasta  saturar y agotar las propiedades de esa presencia. Racionalidad y sentimiento a partes iguales, dosificados por la imaginación, producen esta ristra de brillantes poemas en los que nada falta ni sobra. Es la Literatura en persona, quien presta a Peri Rossi toda esa sagacidad.

 

UN PAR DE OBSERVACIONES ORTEGUIANAS

  Leyendo a Ortega y Gasset , me he encontrado con un par de pasajes que he convertido en motivos autopunitivos o que se me han revelado...