Primer punto de salida: estación de Orihuela
Mirando por la ventanilla. Entrada a Murcia.
A la entrada de Murcia, este barrio ha quedado dividido, casi escindido de la ciudad, debido a las obras que harán, presuntamente, posible la llegada del AVE. Los vecinos se han estado quejando y manifestando, con total razón, desde hace varios años. Se han convertido en murcianos de segunda.
Cubículo metálico que protege al rollo de papel higiénico, en los novísimos servicios de la estación murciana.
Enmascarillados.
Supongo que el plástico tendrá alguna función en caso de inundación, pero el aspecto que ofrece el río así, es irritante: lo natural interferido por una enorme superficie de negro impermeable.
Sombras urbanas. Entre ellas, la mía.
Mancha de luz. Interesante contradicción.
Efigie sagrada coronando el pórtico de la catedral de Murcia.
Extraños pero funcionales habitantes de los exteriores arquitectónicos de las iglesias: gárgolas.
Maniquíes murcianos. Se diferencian de, por ejemplo, los maniquíes alicantinos, en que estos visten menos ropas beiges que azules.
La delicia del atardecer. Cuando regreso para tomar el tren de las nueve, me sorprende, gratamente ahora, la caída de la tarde. Me arroban estas vistas del Puente de los Peligros, la extensión refrescante del agua y las luces que han empezado a encenderse reflejándose sobre el río. Imaginación puramente romántica, pero difícil de eludir: ¿por qué el distanciamiento, desde determinada perspectiva, produce esta fascinación melancólica?
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