jueves, 26 de septiembre de 2019

TRES LIBRICOS





Pierre Reverdy. Fuentes del viento.

Los escenarios que algunos poemas de Reverdy describen, recuerdan los cuadros de De Chirico: objetos dispersos sumidos en la quietud de un mundo extraño, aconteceres autónomos en un espacio que solo el sueño verifica. Reverdy no es surrealista, pero su surrealismo es inminente, atmosférico. El mundo que la poesía de Reverdy describe es un mundo que ya ha sufrido el cataclismo del apocalipsis o está a punto de sufrirlo. Es por ello que la multiformidad anecdótica que canta viene a reabsorberse y desaparecer ante el horizonte pululante que anuncia. Del mismo modo que la poesía y la pintura expresionista configuran una imagen del mundo desgarrada y exasperada, el mundo que había experimentado el horror total de la Primera Guerra Mundial, la poesía de Reverdy connota un universo alterado por una fenomenología continua de explosiones e implosiones  en el que la prioridad de la protesta social ha sido sustituida por la inquisición fascinada que portan las imágenes. Pues la poesía de Reverdy consta, fundamentalmente de este recurso barroco, de imágenes. Su lirismo es parco. Prefiere que la enumeración de los “sucesos”, de la imagen, narre y configure un mundo de colisiones súbitas, fascinado con su propia extrañeza y expulsado por ello de la historia inteligible, aspecto que hace tan curiosa la obra del autor francés. Precisamente la poesía de Reverdy ofrece su encantada revelación en los márgenes del sentido histórico, en aquel enclave tan furtivo como vertiginoso que se desliza hacia el agujero negro de la percepción. 







El espíritu de Roma. Vernon Lee

Ya advirtieron alguno de sus contemporáneos de la singularidad estilística de su prosa y de la extrañeza de su personalidad. Violet Paget se encontró mejor utilizando el seudónimo masculino de Vernon Lee, no tan sólo por la razón de  vivir más óptimamente su sexualidad como por el motivo de informar un sujeto literario bajo cuyo tenue disfraz poder articular con libertad toda las licencias y audacias de su sensibilidad. Escritora notoria de relatos de fantasmas, la gran obsesión estética de Vernon Lee fue Roma. Este librico se articula como una serie de estampas sobre lugares de Roma y su escritura, concreta, minuciosa y sólo condescendiente con la plena efectuación de la belleza, confirma lo que autores de su tiempo, como Henry James, por ejemplo, percibieron en ella. Si uno tiene la curiosidad o la paciencia de  visitar estas micro-postales sobre iglesias, palacios, catacumbas y villas, comprobará que no se tratan de meras e inerciales descripciones paisajísticas. Vernon Lee suma a la precisión, la extrañeza sobre lo que ve y cierto repentino aire de videncia, cuando comprende el carácter extraordinario de los restos de la civilización que se exponen ante ella.  “Soy sensible a la grandeza de Roma, no en el sentido de lo heroico o trágico, grandeza en el sentido de espléndida retórica. Roma parece haber estado aislada toda la vida, excepto de la vida eterna e inmutable. ¡Haber sido suspendida en una especie de vacío!”. Vernon Lee-Violet Paget se extasía ante las umbrías doradas de las basílicas, ante el despliegue fastuoso de las fuentes de un palacio, ante los campos y crepúsculos romanos. Y por la noche, piensa en Piranesi.     

  





El gineceo. André Rouveyre

Se trata de un facsímil de 1977 del libro de ilustraciones de André Rouveyre, publicado en Madrid en 1921. Aunque muerto en 1962, Rouveyre fue casi centenario y llegó a ser contemporáneo de Lautrec, Matisse  y Apollinaire. Su obra gráfica se empaña, pues, de todo el festivo ambiente finisecular de la Belle Epoque, arrastrando, también, la marca decadentista y las inquietudes de aquella sensibilidad que nuestros abuelos calificarían de “depravada”. Los dibujos de Rouveyre pretenden ser escandalosos, reveladores de una naturaleza insólita y salvaje: la mujer, como objeto del deseo, se convierte en objeto experimentador del ilustrador y ello supone que sea susceptible de  ser observada tanto como delicada princesa como monstruo de la sexualidad. De este último aspecto deriva que la línea modernista se torne trazo expresionista. El libro llevó una introducción del erotómano y morbosillo Remy de Gourmont, tan explotado editorialmente en su momento por Ramón Gómez de la Serna.     





viernes, 20 de septiembre de 2019


CUADERNILLO TRASCENDENTE




Si no te despides del escribir, si no se atenúa esa pasión es que tu implicarte es ya duradero, es que entiendes que a través de la escritura puedes dar un testimonio específico sobre determinadas cosas, que en la palabras se aloja una memoria que reclama ser relatada.


Que lo cuasi furtivo sea un orden del sentir: militar en la pasión filosófica de la palabra….


El que San Juan de La Cruz escribiera su famoso poema La noche oscura en prisión, es decir, en un lugar opuesto radicalmente a toda comodidad, a la esperanza y al bienestar físico, parece escenificar el conocido enfrentamiento de los grandes principios opuestos. Concibo, imagino o alcanzo un estado de bendición, un estado místico en condiciones literalmente opuestas, desde la desolación de una cárcel. Esta situación anímico-espacial me hace recordar algo anecdótico pero creo, significativo: cuando alguien que ha tenido un accidente o ha sufrido el ataque de algún criminal y se encuentra herido de gravedad y abandonado, y, súbitamente, experimenta un insólito bienestar y una intensa luz le rodea como queriendo rescatarle de la muerte. San juan de la cruz, en las tinieblas de la prisión espera un veredicto definitivo y emprende la tarea de sumirse en un estado anímico de signo absolutamente opuesto al que se encuentra realmente.  




Inteligente frase de Santa Teresita del Niño Jesús y mirada audaz de la santa en esta imagen,  afirmándose orgullosamente. La frase indica la inexistencia de contradicciones en su vida, la limpidez de su decisión de llevar una vida contemplativa y distanciarse de lo mundano. Felizmente y para fastidio de mortales envidiosos, ella cuenta con la secreta complicidad del mismísimo Dios.




Estoy releyendo a René Char, las Rubayat de Omar Kayham y corrigiendo la obra poética de un amigo ya fallecido, Miguel Ruiz, que vamos a publicar unos amigos, y deleitándome en las palabras de cada uno, en la poesía de cada autor, compruebo con gozo que cada obra instaura un mundo que ni niega ni colisiona con el mundo de los otros. Todos son soberanos. Cada libro me comunica un mundo lingüísticamente autosuficiente,  me promete un mundo de belleza, de plenitud y ese mundo ocupa la tierra sin que esta se sature ni se produzcan enfrentamientos territoriales ni semánticos. No son mundos autistas pues han integrado la diferencia a través de la experiencia del amor, del dolor y del pensamiento. Pero sus universos propios se me revelan legítimos representantes del mundo.




Hasta que no aparecen Jung o Freud, nadie habló con tanta propiedad, de modo tan específico del inconsciente y sus problemas, aunque el concepto no escapara del conocimiento de médicos, poetas y filósofos anteriores en el tiempo. Del mismo modo, hay horizontes, piélagos que están por descubrir o por decirse, que esperan su representante discusivo, su especialista, su vidente. ¿Cómo será la cultura en el año 3500? Si hoy el mundo virtual ha integrado la desmaterialización del mundo sustituyéndolo por una representación pura que no cuenta con la realidad sino que construye una propia,  qué tipo de dinámica ostentarán los modos y las formas culturales, qué despliegue será el de lo real, de qué naturaleza será, si existe como tal, la representación?

Paseo por las calles de Orihuela tras el desastre de la riada de este año. Barro, polvo, montones de enseres y basura a las puertas de las casas, y unas pérdidas que económicamente se cifran en miles de millones de euros. ¿Es este un arrasamiento gratuito de la naturaleza; se puede sacar del acontecimiento algún tipo de moraleja, de enseñanza oculta; se adivina tras este caos la presencia elusiva de la divinidad, o todo no ha sido sino efecto del puro azar? Los vecinos coinciden en que lo más reseñable ha sido el comportamiento de los ciudadanos y su solidaridad. Salvo este relato, no es posible otro. Sin el factor humano, la tormenta, que puede ser bestial o leve, es sólo tormenta. Y si hablamos de una tierra destinada por la meteorología ya estamos construyendo un relato e instituyendo causas productoras. Hay que aceptar esta desolación: estamos solos ante lo que nos pueda ocurrir, es decir, que sólo nosotros, o sólo a través nuestro se crea el sentido de las cosas. Los momentos difíciles que han vivido las personas afectadas, las anécdotas a la hora de efectuar los ejercicios de salvación por parte de policías, bomberos, ejército, son lo que arroja sentido, es decir, emotividad a lo que, de otro modo,  no sería sino un transcurso de cuerpos y agua en la memoria turbia de la tierra. ¿Nos están viendo los ángeles, los espíritus del más allá, los extraterrestres? Estamos solos ante el súbito abismo y al mismo tiempo, formamos la máxima presencia. Somos nuestra esperanza.          


sábado, 14 de septiembre de 2019

DIARIO DE ACUOSIDADES.


Es la primera vez que el agua de la riada llega a la entrada y penetra dentro formando una pequeña piscina. Enseguida, este no poder salir de casa, esta dificultad para el libre movimiento, esta limitación se convierte en una erosión mental, en un empobrecimiento de la vida, en un regresar a lo salvaje. Y te das cuenta de la enormidad que avanza la vida, del grado de sofisticación y bienestar, cuando un adelanto técnico, un superar fronteras naturales, es alcanzado. Basta que se vaya la luz para que ingresemos de inmediato en la prehistoria. Si dominas en un solo aspecto a la naturaleza, ese bienestar influye en todo, en tu manera de entender lo real, en el orden de las prioridades. Si pierdes ese dominio, si una inundación te colapsa todo movimiento y destruye tu hogar, vuelves a un estado de la vida inferior y eso te humilla y te enrabieta. Pierdes sofisticación, grandeza.






Orihuela, Zona Cero de la riada, decían los informativos. ¿Será posible que al escuchar tal enunciado espectacular me sentía hasta incluso un tanto orgulloso….? Ya sea a causa de algún desastre o por todo lo contrario, es difícil no sentirte adulado por los medios cuando se fijan en ti. Cuando se acercan los micrófonos y las cámaras parece, de pronto, que todos trabajemos para ellos.  


Esta mañana he tenido que dejar a España luchando sola contra Australia en el campeonato de baloncesto para salir con la intención de comprar alguna vianda, pues había parado de llover. Sensación rara esta de tener que luchar contra un obstáculo natural al bajar y tener que ir andando a tientas a través del agua. Un espacio común se transforma con la presencia de agua, lo que hay debajo adquiere otra naturaleza, se vuelve extraño, onírico. La relación simbólica de las aguas con el sueño emerge aquí.


Marchaba pegado a la pared, sobre la acera que suponía sumergida allí abajo (lo que antes estaba pero que ahora está bajo el agua, no sabes muy bien si está o no), cuando vi un par de hermosas cucarachas en plena cópula. Estaba cerca el arbellón. Seguramente, escapando del agua, y por tanto de la muerte, intentaban, con desesperación y a plena luz del día, hacer lo único y máximo que podían hacer por la supervivencia. Naturalmente, las aplasté con mi paraguas y cayeron al agua. Encima de repulsivas, impúdicas. Enseguida sentí cierto remordimiento. Sus cuerpos flotaban en el agua, la misma agua que me estaba entrando por litros dentro de las botas.  



En el cruce de dos calles el agua casi me llega a la cintura. El agua que baja, en forma de cordones giratorios, tiene una fuerza insólita. Sentí que el musculo ingrávido del agua me empujaba y simulando un accidente, quería llevarse mi cuerpo por algún agujero abierto de las alcantarillas. Cuando alguno de los elementos naturales actúa con fuerza contra nosotros, imaginamos una intención oculta, un deseo perverso de hacernos daño. Entonces resulta difícil no personalizar.



Al cabo del día, a la tarde noche me dice mi hermano que está deseando acostarse y que venga el día siguiente. La jornada le ha parecido casi de pesadilla: inasistencia al trabajo, problemas en el aparcamiento con una fuga de agua, inundación de la entrada del piso, lleno total en el único Mercadona de la ciudad que ha escapado al esputo de agua y barro, todo el día pendiente de cómo franquear el obstáculo del agua…..Resulta bien explicable, claro. La  mayor parte del tiempo, las necesidades  primarias suelen estar satisfechas. Cuando esto no es así y por accidentes o fenómenos naturales, tal regularidad se fractura y lo elemental no es satisfecho o es impedido, nos sumimos en la indigencia, en el primitivismo. Perdemos excelencia. 


Agüica del Segura, que rápido involucionamos cuando perdemos el poder de asegurar lo elemental de la vida, aunque sigamos poseyendo el lenguaje, el instrumento más sofisticado.     



jueves, 12 de septiembre de 2019


HERMANA LLUVIA




Esa frondosidad del sonido del agua de lluvia al caer, compuesto de cientos, de miles de gotas.


Esa frescura de renacimiento del agua de lluvia.


Las gotas de lluvia como los átomos que Demócrito intuyó componían la materia. Lo muy pequeño y pululante, composición del mundo.


La gota de lluvia como la encarnación de lo que integra el sustento de la vida.


La gota, asemejada por un simbolismo hermético y patético, a la lágrima.


El ser plural de la gota. Una gota es todas las gotas y la masa de agua es una infinitud de gotas que funcionan como una sola entidad.


El agua distribuida, arpegiada, fluidificada, articulada, conformada en gotas, gemas lucientes del elemento primordial, junto al aire y al fuego.


Emociona escuchar cómo cae la lluvia con fuerza redoblada. Emociona y asusta, admitir que cuando lo decide, la naturaleza se vuelve intratable.


La naturaleza da, independientemente, de las necesidades del hombre.


La naturaleza sigue sus procesos. Es un azar que la conclusión de estos coincida con los intereses del hombre.


Adaptarse a los ciclos vitales de la naturaleza es harmonizarse con ella. Podríamos darle la vuelta: harmonizarse con la naturaleza es adaptarse a sus ciclos vitales.


Recuerdo el gran poema de Borges sobre la lluvia publicado en su obra El hacedor y aquel verso tan sorpresivo: la lluvia es algo que sucede en el pasado. Sin duda, la lluvia alude a una memoria arcaica, a algo fuera de nuestras coordenadas sociales. Pero, observo que esta consideración, sin desaparecer ni ser rebatida, se atenúa o pierde lirismo  cuando la lluvia cae con rabia.  Una lluvia cualquiera se  sume en evocaciones y fascinaciones poéticas; una lluvia torrencial cambia la tónica de esos signos, al convertirse en desastre inminente. Entonces, aparece el caos y lo más arcaico y salvaje sustituye nuestras impresiones y nos acordamos de nuestra indefensión ante los elementos.


La lluvia es un don. ¿Somos capaces de concebirla así? Y si lo es, ello termina por conducirnos a una concepción sacral del universo. ¿De dónde procede el don?






El agua que revitaliza los cuerpos y la tierra, el agua que limpia, el agua que  hace renacer… El simbolismo del agua es poderoso. Todo símbolo nos conduce a una imagen mistérica del mundo y del cosmos.


El agua de lluvia es también un mensaje de lo atemporal, de lo arcaico, de nuestra naturaleza dependiente, de la necesidad de luchar y controlar a la propia naturaleza.


Cómo nos impacta o acaricia la lluvia según dónde estemos: en un café, acompañados, solos, en casa, en nuestro dormitorio, en la calle, en una ciudad extranjera…


La lluvia quiere jugar con nosotros, cuando nos moja y moja también  a nuestro acompañante. Su provocación es picaresca. Quiere que sintamos nuestros cuerpos, que bajo el agobio de la ropa mojada, se estimule nuestro erotismo.


Los charcos de agua eran la obsesión de los críos.


La lluvia serena evoca el alba primera de la creación.


Quisiera fraternizarme con los elementos de la naturaleza, hacérmelos simpáticos. Para ello nada mejor que la actitud de San francisco, que saludaría así: 
¡hermana Lluvia!  




ASCENSIONES



A penas han bajado las temperaturas, el calor ha dejado un poco de incomodarnos y uno descansa súbitamente de la marcha continua que supone el verano sobre el organismo, ascienden las ganas, hasta ahora narcotizadas, de escribir, de recuperar la lucidez perdida, y de disfrutar de otro modo el espacio y la calle. La bajada del calor supone una conformación de mente y cuerpo ante las tareas de todos los días y emerge, con esta suave recuperación del control, una alegría ante el cambio, ante la renovación del tiempo y por lo tanto, de la vida, ni más ni menos.


El horizonte amenaza lluvia. Una frase hecha porque la presencia del agua debiera ser un advenimiento casi sacral para el renacer de las cosas, de la tierra, del cuerpo y no la inminencia de un desastre. El punto harmónico del mayor ecologismo debiera ser este: la relación frontal con los elementos naturales, reconocer la necesidad ineludible de los mismos.




Lecturas irrigadoras de René Char.  Me fascinó su descubrimiento, lo leí con pasión, lo rechacé cuando me saturó su verbo y casi entendí que seguirlo era faltar a la realidad. Y ahora, décadas después, su relectura me coloca como al principio, expectante ante los descubrimientos de la poesía, ansioso de imágenes. Y creo que esta embriaguez es legítima, porque no hay más poetas como él y su complicidad es un estimulante de fraternidad e inteligencia universales.



Virtuosismos oníricos, demiurgias de la mente. Leo un par de líneas de un libro. Se trata de un libro de viajes. Me quedo semidormido, y “veo” que el asunto referido en esas dos líneas se materializa en un ente abstracto ante el que surge otro que es su contrario. De repente, ambas proposiciones simbólicas, digamos, perfectamente perceptibles, separadas y opuestas, chocan una con la otra en una fulguración, convirtiéndose en una sola cosa, en un solo enunciado, integrando sus contenidos en uno solo. Décimas de segundo a continuación, esa creatura intelectual nacida de la unión de dos proposiciones de distinto  signo,  es como reabsorbida por un abismo y desaparece totalmente. Nada de lo ocurrido ha ocurrido. Me quedo pasmado y divertido, como si hubiera asistido a una suerte de espectáculo circense de carácter fantástico.   



Leyendo a Yuri Lotman tengo la agradable impresión de que los más complejos procesos de la cultura son susceptibles de ser explicados, analizados y clasificados en corpus progresivamente más densos hasta su súbita finalización. Digo agradable porque el lenguaje sigue ostentando el mayor poder clarificador en el que poder confiar. Y Yuri Lotman también ofrece, él mismo, esta confianza, al no perseguir ningún fin ideológico con su investigación y trabajo.



Este verano casi ha supuesto un período de exilio de la vida. No he hecho otra cosa que esperar el cambio de estación, la atenuación del calor, el regreso del viento fresco con sus nubes al ocaso. El cielo de las tardes de verano ha sido siempre el mismo: una franja sedosa sin color alguno, salvo una finísima coloración naranja a las nueve de la tarde-noche, insuficiente para motivar los disparos de mi cámara fotográfica. Todas las delicias del verano, hace tiempo, mucho tiempo, que sólo las vivo a través del sueño y la evocación literaria. Sólo siento el mar donde pasé los veranos de mi adolescencia. Y la adolescencia quedó muy atrás así como el lugar en el que disfruté aquellos días. Puedo soñar que en un futuro inmediato mi vida será distinta y que del mismo modo, el período veraniego, también lo sea. Pero me complazco en engañarme. Paradójicamente, algunas realidades,  - unas cuantas, sí -  sólo tienen consistencia para mí en forma de sueño. Como tales realidades ya no existen, o ya no están o sólo las puedo encontrar en la memoria. Pero confío, pese a cierta desesperanza, que el soñar, junto al estro poético como secreto acompañante, dé forma a esas realidades que todavía deseo y necesito.             



lunes, 9 de septiembre de 2019


ESPECULACIONES LEGÍTIMAS



No sólo de pan vive el hombre, dice el conocido proverbio bíblico. Yo conozco a alguno que, desde hace cuarenta años, sólo vive de los libros escritos por los otros y de los libros que sueña escribir.


Para Miguel Espinosa, Satán es lo irreal que ha sustituido a lo real, a formas de vida menos alienantes y más conectadas con lo mejor de la tradición. La irrealidad, es decir, lo acategórico, ha vaciado a la vida de su sustancia, y lo que se despliega ante nuestros ojos, es esa cosa pintoresca, virtuosamente absurda y fragmentaria que es la vida moderna de todos los días.




Qué poder, qué cordialidad, qué sinuosidad posee el lenguaje. A veces, tal y como estamos acostumbrados a través de la lluvia mediática, un par de palabras forman un cliché que se va repitiendo y que incluso usamos contra nuestra voluntad. En otras ocasiones, esos enunciados que van desplazándose y viajando de la lengua a la práctica, resultan menos idiotizantes y más amables, incluso luminosos y estimulan nuestra esperanza. El epígrafe que a una serie de textos documentales propios, puso André Gide, me suena cada vez que lo recuerdo o lo evoco, muy fraterno y humano, tan inteligente como nada autoritario y empañado de piedad: No juzguéis.



El semiólogo ruso Yuri Lotman recuerda la sutil observación de Florensky acerca de los sueños. En el momento de recordarlos ya iniciamos una operación de inteligibilidad, de “traducibilidad”. El final o el principio del sueño son intercambiables en esos momentos. El sueño sólo adquiere entidad narrativa cuando tras recordarlo, intentamos escribirlo o contárselo a alguien. En esos momentos, dice Florensky, el sueño se convierte en otra cosa de lo que era, pues el principio y final son, en definitiva, términos que la narratividad impone por su propia lógica, no por la del sueño originario. El sueño, apenas titilante en el umbral de la conciencia, no posee consistencia alguna, está a punto de precipitarse en el abismo de la no vigilia y perderse, olvidarse para siempre si no es rescatado por ese poder de la razón, apenas lúcido de verdad, que le dé conformación y lo transforme en una historia.





René Char debería haber escrito en una lengua más matérica, más contundente que el francés, como el español, o el griego. Leída en español, la poesía de Char revela un poderío verbal, una altura litúrgica de la palabra que en francés queda reducida a floración sensorial, a operación intelectiva. El estilo de Char descubre registros en el propio castellano que no observo con tanto brío en el francés nativo,



Leo en las redes que a veces, y para los propios argentinos, Cortázar, parece cursi, y que ya no ocupa un primer lugar en el imaginario de los latinoamericanos, lugar que ocupa Bolaños. Bueno, es habitual que esto ocurra, que tras haber frecuentado a un autor y a sus obras y aun amándolo, nos distanciemos con cierta energía y prefiramos otras literaturas. El primer rechazo que sentí contra Cortázar, fue en algún momento de los noventa, cuando tras haber disfrutado a rabiar con su obra años antes, experimenté cierta saturación o creí observar caduco el horizonte ideológico que traslucían algunos de sus libros. Pero este rechazo no es sino la primera fase de un proceso de acercamiento-distanciamiento, que solemos experimentar con las obras de los grandes autores y que consta de esos movimientos de repulsa y atracción que, tras ser atravesados, cierran la historia de nuestra relación con la obra del autor en cuestión o la abren indeterminadamente a esa dinámica. Actualmente, tras haber pasado por el Cortázar implicado políticamente, por el Cortázar afrancesado hasta el sumun, por el cursi y metaliterario, disfruto de una reconciliación, creo, ya, irrompible y duradera. Me sigue gustando como cuando lo descubrí y leí en los ochenta, me sigue gratamente sorprendiendo su inteligencia tranquila, sus asociaciones, su inventiva narrativa y su infinita literatura fragmentaria, un género en sí misma. El humor, la ternura y la lucidez permanecen intactos actuando en sus libros con esa dosis que los hermana en la memoria, haciéndonos cómplices, a través de la aventura secreta de la lectura, de una valoración irónica del mundo y de las cosas.




El dicho de Wallace Stevens: A la larga, la verdad no importa, (o deja de ser algo prioritario, si no recuerdo mal) no sé si resulta precisamente luminoso. O bien nos quiere decir que ante la infinitud del paso del tiempo, todo se confunde en la memoria y no se discierne un relato para cada cosa que nos ha ocurrido, que la vida es demasiado prolija y larga y azarosa  como para hacerla depender de ideas o de verdades; o bien, que somos incapaces de trascender nuestra vejez y que lo que encendía nuestros ánimos y nuestros sueños, acaba perdiéndose en esa etapa final de la vida. Bueno, ambas cosas son la misma: no poder remontar el tiempo, no poder vencerlo y colocar nuestros ideales delante nuestro para que estimularan y motivaran por siempre nuestras almas. Este desechar, nada menos, que la verdad, ¿es algo que pueda tranquilizarnos, o todo lo contrario, una constatación melancólica que no solo relativiza sino que destruye nuestros mitos? ¿Escribió esto Wallace Stevens enrabietado por lo que descubría en la vida de carente de destino,  o se abandonaba a la liberación de toda inquietud ética o filosófica? ¿Le faltaba energía a Stevens cuando elaboró el aforismo, o lo escribió por despecho ante ciertas doctrinas, ideas, o experiencias?       




miércoles, 4 de septiembre de 2019

UNA VISITA AL MARQ DE ALICANTE Notas. La espeleología es una memoria.




Fascinación durante los preparativos del viaje. Ir a un museo es visitar un lugar onírico- recuérdese las observaciones de Walter Benjamin en su famoso Libro de los pasajes –. Un museo es un lugar de reparticiones espaciales, aparentemente estáticas, pero que cuando son visionadas durante una visita atenta, producen paulatinamente  el sentido de un orden estético e histórico. Las estancias, los cuadros, las estatuas, los más diversos objetos reposando en sus cubículos de cristal, todo ha sido colocado en una determinada posición y linealidad y conforme vas identificando geografías y yacimientos, utilidad de los objetos, contexto, todo ello te va hablando en silencio sobre una causa mayor a la  que corresponden y de la que son consecuencia concreta. La civilización consta de la serie de pormenores ordenados de una trama social y simbólica. Dicen que el MARQ es uno de los museos más sofisticados de Europa. Comprobaremos cómo trata, cómo ordena la marabunta de objetos y obras artísticas que han ido emergiendo de la arena, de las franjas de tierra, de herencias particulares, de los más insólitos recovecos.



Al entrar, nos topamos con la sala temporal de exposiciones. En esta ocasión, Persia. Observo esos relieves asirios, porosos y sólidos a un tiempo. Estas formas pertenecientes a épocas antiguas, son abigarradas y uniformes. Cómo estas características aparentemente opuestas van conformando una imagen general de una civilización. Los relieves, las estatuas no dependen de sus enclaves materiales concretos: desde su superficial estatismo, emprenden el vuelo, propulsan una estela de fulgor permanente.



Conceptos, objetos nuevos: ritón. Qué surtido de elementos rituales danzando en torno a la construcción de un gran significado, de una divinidad a la que se le sirve o se le evoca. Inercia de estos objetos, que cuando no son utilizados, son sólo eso, objetos, pierden su antigua capacidad de ser transmisores de energía y se convierten en cachivaches herméticos.  



Pasamos a la sala de la era moderna, a la izquierda, apenas entras al museo.  Impresión ante los frondosos libros de los arqueólogos del siglo XIX expuestos, objetos arqueológicos ellos mismos.



La sala de la era moderna es como un largo rectángulo cuajado de exposiciones, vitrinas, objetos y una alargada pantalla con un video donde se recogen filmaciones antiguas de la ciudad o de la provincia de Alicante. Como siempre, esa impresión sepìa del XIX, es denso tono marronáceo, se impone, descolora todo otro tono. Resulta difícil imaginar azules en plena camaradería con los chalecos, las gorras las chaquetas o los blusones pardos o grises de la época. Sensación específica: el XIX parece más antiguo o momificado que las restantes épocas. Quizás es por su cercanía en el tiempo que me parezca como más apergaminado o machacado. Recuerdo lo que decía Baudelaire sobre su tiempo: el siglo del luto. Los restos romanos o íberos son límpidos objetos, nobles formas de una era perenne que ha vencido al tiempo. Precisamente, al estar ubicados, con respecto a nosotros, más lejos en el tiempo, se han librado de él.


Taxiphoto, un visor estereoscópico, nuevo invento de la época, que desconocía, como producto de la investigación sobre el movimiento de las imágenes que se desarrollaba entonces. El armatoste llama la atención, y aunque lo que se pudiera ver dentro en evolución  nos pueda parecer hoy rudimentario, a mí me impacta, me hace soñar con el momento en que el visionamiento se produjera. Cada instante de la vida ofrece su entusiasmo, su ilusión específica. Me molesta despachar demasiado rápido las singularidades de un aparato como este por el consabido motivo estereotipado del progreso histórico. Hay que desmaterializarse en las texturas del momento para conocer la imaginación de la sociedad y la del hombre de esa sociedad, no para blindarnos  con la obligada  edificación de una teoría.


Estando en la sala de la Era Moderna, hago un esfuerzo de concentración y relajación, al mismo tiempo y lo consigo: efecto alucinatorio como consecuencia del video que no cesa de proyectarse y el entorno lleno de objetos de época: asientos, monedas, cartas, distintos documentos escritos, fotografías, pistolas, libros… De pronto, durante apenas segundo y medio, levito en medio de la sala, mientras turistas franceses pasan a mi lado sin advertirlo. Disfruto de las concesiones de la historia materializadas en imágenes y objetos. La película que proyectan es el pasado remoto de 1900, pura y egregia fantasmidad, realidad efectuada en el tiempo, tiempo que se desliza delante de mí desde su confinamiento inasible, mientras que paralelamente a este suceso, los objetos que reposan a mi lado, son los que se usaron en aquel tiempo filmado que veo, insólitamente, pasar. El pasado, deja, por inercia, todas estas herramientas y útiles, todas estas construcciones del ingenio del momento, que van del mencionado Taxiphoto a pilas domésticas de agua bendita, de legajos inexcusables a vasos decorados o instrumentos de destilación de licores. La fascinación es muy breve, pero  tampoco puedo negarla. Ante mí, lo que el tiempo produce y ha sido, se desborda en percepciones sensibles y cosas reales que puedo tocar, el tiempo ha sido y ya no es, el tiempo no existe y sí existe, al mismo tiempo, pues nadie habitó el pasado: la gente filmada en 1900 que veo, vivían el ahora, su ahora. No se movían por conceptos prejuiciosos de tiempo como hago yo para envolverme en evocadoras nostalgias. Pero, de todos modos, no puedo dejar de teorizar sobre ese flujo de seres idealizados, de poetizar. El pasado, aunque sea inmediato, es fuente de ensoñaciones.  



Qué estricta conjunción de la memoria, qué juego metapoético o metahistórico, la breve pero rotunda superposición de tiempos históricos que se deriva de esa ilustración del XVIII que refleja a un artista pintando el monumento más antiguo y representativo de Villajoyosa. La serenidad de lo clásico contrasta con la extravagancia de las indumentarias del dibujante actual, es decir, la del personaje dieciochesco.



Jarro en azul beretino, quizá procedente de alguna familia burguesa que lo tendría colocado en el salón, donde entrarían algunos rayos de sol, o en el pequeño recibidor de la casa y que marcaría su posición punteando de pequeñas vibraciones azules la atmósfera apagada de la casa. El azul es un lujo soñador de las estancias modernistas y simbolistas. La existencia de ese solo jarrón ¿quiere decir que ya todo el mundo, a principios de siglo XX, en Alicante, era modernista? ¿Puede ser una época modernista sin que lo sean los individuos?



Tenía razón Walter Benjamin. El museo es un lugar onírico. Y llama la atención que ello no sea conscientemente constatado por sus usuarios, más atraídos por los archivos y las cronologías. Cómo enfrentarse a lo que los tiempos nos han legado si no es alucinándose ante la realidad de su haberse dado en el tiempo real. 


Además de ánforas hay anforetas.


El vértigo del tiempo alojado en las piezas más minúsculas y aparentemente insignificantes: la cantidad de información que nos da un diente prehistórico.


Las figuras de alabastro de la Edad del Bronce recuerdan, perfectamente, obras de Brancusi. Ya se ha escrito mucho sobre el tema, de cómo las más rabiosas y rompedoras vanguardias de principios de siglo XX, se dan la mano con las obras más antiguas, de cómo comparten la eficacia de las formas sintéticas. Las vanguardias pusieron de moda el arcaísmo, proponiendo, estéticamente, el final, la culminación de la Era del hombre. Por otro lado, pienso en esos exvotos íberos con formas de caperuza. Son iconográficamente, figuras de extraterrestres. No sé por qué no ha cundido literatura a propósito de esta caprichosa semejanza. Al parecer, figuras antiguas de marcianos sólo tienen que aparecer en regiones exóticas, como en México, en la cultura maya.


Objetos rituales de oro: ritones, que servían para que el agua sagrada irrigara lo que simbólicamente se sacrificaba u ofrecía. Qué bien le hubiera venido a la poesía de Lezama Lima cosas como estas, a no ser que las haya utilizado ya: objetos de las más variadas maneras cuya función estaba precisamente reglada e instituida. Las religiones antiguas pueden ser brutales en alguno de sus manejos, pero se muestran absolutamente coherentes y firmes con respecto a lo que pretenden o postulan. No hay medias tintas en lo que respecta a la utilidad y significado del ritual.



A veces descubrimos que la suma de los siglos no es nada. Ante mí una cuchara de 600 años antes de Cristo. El objeto me es tan familiar, esa cuchara tan nítida y racionalmente diseñada es tan absolutamente igual a la que he utilizado hoy mismo, en casa, a la hora de comer, que me cuesta, o mejor, me es imposible imaginar el tiempo que dista entre la mía y la de  la exposición. Con los antiguos podemos ser contemporáneos en la inteligencia, en el ejercicio de alguna invención tecnológica, como por ejemplo, esta cuchara imposible. De nuevo, la observación de Whitehead, “el objeto es atemporal”, acierta en las acepciones de objeto como algo formal,  como producto. Me es imposible, observando la cuchara, pensar en genealogías dirimiendo las formas prototípicas de los cubiertos de la mesa, o en el tiempo que le llevó al hombre inventar, dar con la forma de la cuchara. Ahí está, fuera de las grávidas orbitas del tiempo y de la historia. La cuchara jamás fue inventada, siempre estuvo ahí.

   

Ante algunas representaciones de la diosa Deméter, reparo en la elegancia, en la soberanía ineludible de la estatuaria clásica. Esos bloques de piedra, qué sensualidad, qué ligereza, qué gracia adquieren con el toque del artista. Con tan sólo presentarse ante la vista, este arte expone toda su majestuosidad, toda su belleza como objetivo único y perenne. La eternidad y  la serenidad le pertenecen. Y qué harmonía despiden a su alrededor estas imágenes, qué terso y supremo orden establecen en el mundo de las formas. Observando y elogiando de este modo a la escultura clásica, le das la razón a quien identifica este arte con una de las más supremas civilizaciones.




Si yo hubiera nacido en la antigüedad, es decir, durante el imperio romano o en la Grecia clásica, qué destino hubiera sido el mío… pero sé que esto es imposible.



Todos los conceptos o disciplinas que se derivan del estudio de lo antiguo y que poseen ese atractivo de analizar la solidez de los posos del tiempo. Por ejemplo, “epigrafía”. En cierto sentido es lo que no paramos de hacer: interpretar, al mundo, al prójimo, a la mente propia. Somos tan extraños que de uno a otro, hay como siglos de distancia, somos poblaciones remotas los unos para los otros.  La gramática de nuestros abuelos, por ejemplo, los usos lingüísticos del XVIII o del XIX, qué extrañas nos parecen.



Hay que hacer un esfuerzo con la imaginación e intentar ubicarse, aunque sea por instantes, en la época y disfrutar de un sorpresivo efecto de revelación. Esto me digo observando un fragmento de estuco coloreado: las casas, los templos estaban pintados,  la antigüedad estaba llena de color.






Observando la decoración interior romana, me fijo en las líneas pintadas que demarcan paredes o fragmentos concretos de lienzo. Me pregunto por el origen de estas líneas, sobre su función específica. Es como un pensar dos veces las paredes, como una réplica lineal de las mismas con la intención de colocar algo dentro de esa enmarcación, o intensificar el color de las paredes en tales zonas. Las líneas no molestan ni a la vista ni a la percepción del espacio ni al uso de las habitaciones. Es como una demarcación sutil y fina que en realidad hace levitar la pared sobre la mera inercia de la piedra. Decoración geométrica que meramente se hace eco de las líneas rectas de las paredes, multiplicando internamente el espacio, distribuyendo zonas para pintarlas de modo distinto o colocar cuadros. ¿Por qué se llaman las pinturas, cuadros? Quizá por esa misma lógica geométrica. Modernidad sorprendente de los interiores romanos. Esa funcionalidad a la que no le sobra ni le falta nada.



La visita a la sala de la era romana, me lleva, finalmente, tras las observaciones anteriores, a pensar la vida de todos los días en la época, cómo se percibían las cosas, el arte, cómo era la vida social. Un complicado instrumento que servía para la compartimentación de la tierra de cultivo, me hace pensar que las complejidades tecnológicas siempre han existido en todas las épocas. Sólo el delirio actual,  que cree paralelo el progreso tecnológico al cultural y social, se autocorona como el apogeo de la invención humana, enarbolando cosas como la realidad virtual, las impresoras en tres dimensiones y los adelantos sin fin integrados a los teléfonos móviles. En realidad, una visita a la era que sea, nos revela la excelencia humana y la futilidad de nuestros prejuicios despreciativos con respecto a lo antiguo. Los templos, las casas y las estatuas coloreadas, tal y como eran en la antigüedad y en realidad, acaban con el concepto romántico de ruina, adorado por germanos y góticos. La ruina se convirtió en motivo propio del arte y se la ilustró y se la produjo literaria y pictóricamente. Pero, de dónde procedían las famosas ruinas: de los colosales y bellos imperios romanos y griegos, universos ajenos al abandono y el regodeo espectral de la ruina. Los románticos se embriagaban con el aura que envolvía a las ruinas, se solazaban con el desastre del tiempo ejecutado sobre soberbias arquitecturas. Los clásicos, simplemente, producían esas arquitecturas sin ningún concepto brumoso de aura gravitando sobre sus planos. Al imaginar la antigüedad plena de color, con más razón pienso que se la conceptúe como el período clásico de la cultura occidental.          









VIDEO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

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