HERMANA LLUVIA
Esa frondosidad del sonido del agua de lluvia
al caer, compuesto de cientos, de miles de gotas.
Esa frescura de renacimiento del agua de
lluvia.
Las gotas de lluvia como los átomos que
Demócrito intuyó componían la materia. Lo muy pequeño y pululante, composición
del mundo.
La gota de lluvia como la encarnación de lo
que integra el sustento de la vida.
La gota, asemejada por un simbolismo hermético
y patético, a la lágrima.
El ser plural de la gota. Una gota es todas
las gotas y la masa de agua es una infinitud de gotas que funcionan como una
sola entidad.
El agua distribuida, arpegiada, fluidificada,
articulada, conformada en gotas, gemas lucientes del elemento primordial, junto
al aire y al fuego.
Emociona escuchar cómo cae la lluvia con
fuerza redoblada. Emociona y asusta, admitir que cuando lo decide, la
naturaleza se vuelve intratable.
La naturaleza da, independientemente, de las
necesidades del hombre.
La naturaleza sigue sus procesos. Es un azar
que la conclusión de estos coincida con los intereses del hombre.
Adaptarse a los ciclos vitales de la
naturaleza es harmonizarse con ella. Podríamos darle la vuelta: harmonizarse
con la naturaleza es adaptarse a sus ciclos vitales.
Recuerdo el gran poema de Borges sobre la
lluvia publicado en su obra El hacedor
y aquel verso tan sorpresivo: la lluvia
es algo que sucede en el pasado. Sin
duda, la lluvia alude a una memoria arcaica, a algo fuera de nuestras
coordenadas sociales. Pero, observo que esta consideración, sin desaparecer ni ser
rebatida, se atenúa o pierde lirismo cuando la lluvia cae con rabia. Una lluvia cualquiera se sume en evocaciones y fascinaciones poéticas;
una lluvia torrencial cambia la tónica de esos signos, al convertirse en
desastre inminente. Entonces, aparece el caos y lo más arcaico y salvaje
sustituye nuestras impresiones y nos acordamos de nuestra indefensión ante los
elementos.
La lluvia es un don. ¿Somos capaces de
concebirla así? Y si lo es, ello termina por conducirnos a una concepción sacral
del universo. ¿De dónde procede el don?
El agua que revitaliza los cuerpos y la
tierra, el agua que limpia, el agua que
hace renacer… El simbolismo del agua es poderoso. Todo símbolo nos
conduce a una imagen mistérica del mundo y del cosmos.
El agua de lluvia es también un mensaje de lo
atemporal, de lo arcaico, de nuestra naturaleza dependiente, de la necesidad de
luchar y controlar a la propia naturaleza.
Cómo nos impacta o acaricia la lluvia según
dónde estemos: en un café, acompañados, solos, en casa, en nuestro dormitorio,
en la calle, en una ciudad extranjera…
La lluvia quiere jugar con nosotros, cuando nos
moja y moja también a nuestro
acompañante. Su provocación es picaresca. Quiere que sintamos nuestros cuerpos,
que bajo el agobio de la ropa mojada, se estimule nuestro erotismo.
Los charcos de agua eran la obsesión de los
críos.
La lluvia serena evoca el alba primera de la
creación.
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