En ámbitos germánicos, la
exasperación de los mundos simbólicos del romanticismo y del simbolismo,
produce expresionismo. Este tiene además, una característica que yo diría,
misteriosa: la precisión histórica con que fechamos su aparición y máxima
vitalidad en el horizonte de la creatividad europea: a principios de siglo, y como
vaticinador de los desastres apocalípticos de la Primera Guerra Mundial y del
nazismo. Heym, siendo uno de los poetas más representativos de este movimiento,
no podía ser una excepción a estos términos. Conocí su nombre en aquella pionera antología que la editorial Hiperión lanzara a principios de los
ochenta, Tres poetas expresionistas:
Georg Heym, George Trakl, Enst
Stadler, volumen que supuso para mí el conocimiento del mundo poético del
expresionismo, tendencia que yo asociaba, exclusivamente, a una película con la
que me obsesioné mucho antes de, por fin, poder verla, El gabinete del doctor Caligari.
Como si un lúgubre fatalismo
se cerniera sobre la imaginación de los poetas del momento, primera década del
siglo XX, el universo poético de Heym es muy semejante al de sus colegas:
tullidos, personajes melancólicos, presos de cárceles lóbregas, asesinatos y cadáveres flotantes
en estanques, enfermos, suicidas, amores fatales, jardines solitarios y calles
desoladas desfilan por la inspiración del poeta en un espeso retrato del horror
que nos espera en la gran ciudad, convertida en escenario de espantos y
violencias acechantes.
Hay algo en el expresionismo
que me fascina y que se da en los distintos lenguajes en que se manifiesta, sea
plástico, fílmico o literario: el expresionismo produce un lugar en el que
podemos disfrutar de lo espectral, pero no al modo fantástico o gótico, sino
metafísicamente, podríamos decir. Cuando la realidad adquiere, moral y
socialmente, un grado de obscenidad ineludible, es una ilusión obstinarse en evitar
o criticar los feísmos de su devenir
estético. El expresionismo supone un mundo remoto y fatal, cuyo ámbito natural
es lo grotesco y lo horrible. Así es el mundo que sanciona y representa. Por ello
resulta tan interesante, en el contexto de las tensiones y catástrofes que se
avecinaban, consultar el expresionismo en cualquiera de sus facetas porque se
tornan protestas proféticas de un fin sangriento que terminó ejecutándose.
En el expresionismo vibra un
espíritu amargo que se solaza en las podredumbres crepusculares. Por ello su
sensorialismo no es escapista ni puede interpretarse como impresionismo: acusa
un efecto cumplido del que no se puede escapar, un mal que se muestra como el ser tremendo y corriente de las cosas.
La muerte de Heym tuvo algo
de gracilidad truncada: se ahogó cuando patinaba con unos amigos. Aquí el hielo
suma una imagen delicada teñida pronto por lo lúgubre.
Su obra, junto con la de Trakl,
es una de las más importantes del expresionismo poético, imbuida de esa
intensidad en las imágenes que teniendo en cuenta el devenir que se proyectaba sobre
la sociedad, podríamos definir de visionaria.
MARÍA
ZAMBRANO
Poemas.
Todos sabemos que María Zambrano
no tiene obra poética, - en todo caso se
encuentra imbricada en su obra filosófica -, y tal cosa lo demuestra bien este volumen que no recoge sino embriones y anotaciones fragmentarias. La poesía es
a lo que Zambrano aspira desde su razonar filosófico; poético es el tono
discursivo de sus obras. En medio de la poesía es como quisiera ver convertido
el Logos. Por algo dice en una de estas ingrávidas páginas que a diferencia de
la filosofía, la poesía no escinde el ser ni el pensamiento. Zambrano soñó con escribir
formalmente poesía, pero bien escasamente lo consiguió en un par de los poemas aquí
seleccionados. Contentémonos, pues, con ubicar la poesía de Zambrano en lo
mejor de su obra filosófica como inspiración y destino no conceptual.
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