lunes, 27 de abril de 2015
miércoles, 15 de abril de 2015
EL MONSTRUO AMA SU LABERINTO
Evidentemente,
el monstruo es Simic y el laberinto, el rumboso conjunto de sus impresiones, recuerdos
y pensamientos.
Exquisitamente
editado por Vaso Roto y dinámicamente traducido por Jordi Doce – escucho a
Simic y no al traductor - El monstruo
ama su laberinto es el entretenido, lancinante y variopinto cuaderno de
notas del escritor que reúne sus apuntes de las últimas décadas. Dividido en
cinco partes, más un apéndice con varios poemas, cada sección contiene textos
breves y aforísticos, de temática concreta aunque no especificada por epígrafes
previos. La primera sección es materia autobiográfica: la segunda refleja el
mundo surrealista del espacio urbano norteamericano; la tercera la ocupan,
sobre todo, reflexiones sobre poesía y estética; la cuarta son esbozos de
probables historias o narraciones y la quinta reúne un material literario
reducido, generalmente, a la pura e insólita imagen fotográfica.
No conocía la obra de Simic, este el primer libro del autor norteamericano de origen serbio al que me acerco y me ha gustado, bajo los filos de su mirada ácida, esa reivindicación de la poesía como memoria de lo diferente y como resistencia. El pensamiento de Simic es incisivo y revelador, las imágenes que nos ofrece corresponden a lo que, ineludiblemente, encuentra en ese depósito alucinatorio que es la realidad
Residente
en Estados Unidos desde los años
cincuenta, la condición de ser un
emigrante, no desaparece con el paso del tiempo como tampoco emerge sólo
a la hora de hacer acopio de recuerdos, sino que influye en el carácter de su
poética e imprime en la persona el sello de un alma errabunda y desposeída.
Tal
condición también le facilita ser crítico con la clase política y cultural del
país, amar y conocer bien su nueva patria al tiempo que ser consciente del carácter
ponzoñoso de nacionalismos y patrioterismos.
Al fin una guerra justa; todos los
inocentes que mueran en ella se pueden considerar afortunados.
Si
todo poeta es un nómada, el destino coloca forzosamente a Simic,
después de expulsarlo de su tierra natal, en Estados Unidos, es decir, en un lugar que
es todos los sitios y ninguno en especial: “Hace
mucho, la desgracia me convirtió en su chulo, ofuscando mi sentido común con preguntas”, confiesa en una de sus notas.
Simic
también confiesa la “impureza” de su poesía. Quisiera elevarse, quizá, a los placeres más selectos del verbo, pero no
puede evitar el no perder de vista el horizonte de cosas más inmediato, por
ello: rescatar lo banal es la ambición de
todo poeta lírico. Ese tipo de atención desemboca en descubrimientos
compensatorios: un objeto es una
enciclopedia de arquetipos.
En
Simic, la poesía es también, una protesta que adopta como material lirico todas
las formas bizarras y extravagantes que ofrece la propia realidad como fuente
continua. El rosario de imágenes es consecuente:
Una nevera estropeada en el patio, junto
a las estatuas de yeso de la virgen.
Llevaron de la mano al niño por un largo
pasillo de ataúdes por estrenar.
Números atrasados de revistas guarras en
el contenedor de basura, castamente cubiertas de nieve reciente.
Si
el mundo contemporáneo puede reducirse a un espectáculo onírico y estrambótico, melancólico, y, a
veces, sorpresivamente bello, adentrémonos en este laberinto para comprobarlo
con placer de la mano guía de la sola lectura.
martes, 7 de abril de 2015
EL TIEMPO DE PASOLINI
Se
cumplen 40 años de la ignominiosa muerte de Passolini. Escucho por Radio
Tres al director de Nórdica hablar del libro conmemorativo que
ha publicado, un volumen con poesías del autor italiano. Por la noche,
compruebo que en el videoclub de ONO hay
disponible un film suyo: Las mil y una
noches. Veo la película. Las críticas que encuentro en la red, no son muy brillantes. Sobre todo se dedican a denunciar el carácter desfasado de las
escenas eróticas, como si eso fuera lo importante. En este punto, resulta
sorprendente comprobar cómo la pereza mental, los prejuicios estéticos e ideológicos nos pueden
impedir ver con objetividad y novedad la dimensión artística que se despliega ante los
ojos, recontextualizar un conjunto complejo de signos. La verdadera obra de arte supera siempre nuestros particulares modos de
juzgarla, disfrutarla o encasillarla. Recuerdo la fascinación que sentí, allá,
a fines de los años setenta, cuando
descubrí el cine de Bergman. Posteriormente me distancié de él, pensando que
era un pedantesco producto de la mentalidad protestante, para, a continuación,
hace unos pocos años, olvidar semejante juicio y volver a descubrirlo entusiásticamente como una obra
artística de extraordinaria altura. Era yo quien cambiaba, no la obra, naturalmente.
En
el cine de Pasolini vibra algo tremendamente patético y auténtico. Ese aire remoto
y tan tierno, a la vez, a la hora de retratar a personajes y mundos populares,
tanto antiguos como actuales, literarios y reales. Las mil y una noches me ha gustado
por eso, porque logra transmitir un espíritu premoderno, no sé si clásico, pero sí, por momentos, adánico,
originario. La juventud, el erotismo, la
sensualidad, la luz, el sol, lo fantástico atravesando súbitamente esa laxitud
vital de oriente.
Las
historias se entrelazan de un modo inextricable. Son como las ramas de un
árbol. Ramificaciones de ramificaciones. Podríamos decir que en Las mil y una se asiste a una
celebración vertiginosa del fatalismo oriental (un fatalismo lúdico, en este
caso): todos los sueños que tienen los múltiples protagonistas, se ejecutan
irremediablemente, cumpliéndose el destino de cada personaje y conformando una
compacta red tan interminable como enloquecida. Hablaríamos, claro está, de un
fatalismo meramente funcional con respecto al
conjunto narrativo: ser el eje articulador de las pululantes historias que se generan y del carácter final
de las mismas, de su apunte fabulístico.
Pasolini
logra reflejar ese carácter caprichoso e inescrutable de las historias que
surgen del ámbito mítico, traduce impecablemente en el orden cinematográfico lo
que se siente, o se experimenta al leer tales historias en la edición
escrita.
Destacaría
la genial y puntual utilización de la música. En alguna de las secuencias, como
introducción de un desenlace, suena un poderoso órgano de catedral gótica. El
efecto sobre una narración de ambiente oriental es fascinador. El carácter
fantástico de la obra literaria y de la película, amoldan sin contrastes fallidos,
detalles de esta naturaleza. Lo artístico aunque provenga de hemisferios
distantes, es siempre materia cómplice. Hay otros momentos, cuando suena el
fraseo de un arpa, en los que algo se estremece, con arrobo, en el corazón. El cine es esta
máquina de sensaciones fascinadoras.
Al
día siguiente de ver la película, encuentro en mi biblioteca el libro de Borges
Siete noches, que contiene una serie
de conferencias dadas en Buenos Aires. Una está dedicada a las Mil y una noches
(a la obra literaria). Al hablar del intrincado despliegue de las historias,
Borges cita lo que un personaje dice: La verdad no reside en un sueño sino en
muchos, es decir, la verdad no se encuentra, específicamente, en lo que un sueño muestra sino que reside en la suma del complejo de todos los sueños. Justas estas palabras son las que profiere uno de los personajes
protagonistas en la película de Pasolini. Se trata de la sintetizada exposición
de todo un principio filosófico y estético: la multiplicidad como receptora y
expesión de la realidad, la multiplicidad que abriga la unidad
de lo existente.
La
imagen de la película es como una gran plancha de mármol atravesada de
nervaduras: la de las historias sin fin.
La
película tiene hoy una peculiar resonancia. ¿Qué les parecería a los árabes
actuales esta lectura jovial y fantástica del oriente musulmán; retrata su mundo,
de alguna manera? ¿Es con ese oriente con el que hay que procurar renovar el
contacto; es, en definitiva, ese oriente el que debe florecer en un futuro
inmediato, el modelo de su progreso?
Algo
me ha llamado la atención en la película y que me ha hecho recordar la
situación entre Occidente y el mundo árabe. En una de las historias
aparece un extranjero, es decir, para más señas, un cristiano. El personaje
tiene el pelo rojizo y a pesar de ser un esclavo, se comporta de forma chulesca
y soberbia. Infringe las normas del palacio real y es crucificado como
castigo…. Para compensar, y como para demostrar la imparcialidad de la
justicia, otro personaje, este, musulmán, se comporta del mismo modo y acaba
también siendo crucificado. Supongo que esto debe estar en los textos
originales, es decir, que no es invención de Pasolini. Cómo interpretar este
detalle a la luz del estado actual de tensión entre ambos universos….
De
todos modos, y a propósito de esta obra, tanto la literaria como la fílmica, la
fórmula : más Las mil y una noches y
menos Islam, ¿podría ser la base que
facilitara el diálogo entre el mundo árabe del futuro y Occidente?
miércoles, 1 de abril de 2015
APUNTES SOCIOSEMIÓTICOS
Los
medios no hacen otra cosa que sacralizar efemérides.
Los
medios dan las noticias como si fueran el parte de guerra cotidiano.
Unas
franjas horarias sin noticias son como transiciones vacías de ningún sitio a ninguna parte.
Sin
noticias no hay acontecimiento. No ocurre nada. Y entonces el mundo se vuelve
indistinto. El flujo se para. Quizás sea entonces cuando los demás podamos
respirar.
Me
pregunto por qué el tanga se ha extendido como prenda de ropa interior en la
fotografía de género erótico, desplazando otro tipo de prenda más sugerente.
Personalmente
detesto esta prenda. Es la más antierótica. Sólo veo un tejido que se mete en
la carne- entre las carnes de ambas nalgas- como si sajara el cuerpo,
cortándolo en dos. Signo de exasperación, a mi modo de ver, más que de
seducción.
Porqué
las modelos desfilan como estúpidos clones robóticos, con gesto antipático.
Otro signo de exasperación. El otro día, por casualidad, vi una filmación de
mediados de los setenta, en la que las modelos, desfilaban de modo acariciador,
sonriendo al público. Me pareció infinitamente más delicado que la imbecilizante
manera que exhiben hoy.
Para
mi gusto, lo que afea el traje del torero es ese sombrero, especie de boina
aplastada, con dos borlas que pretenden semejar los cuernos del toro. El
contraste entre el negro cerrado y rugoso de ese sombrero y los destellos del
traje de luces, es algo que jamás me ha convencido, aunque esté justificado. Imaginemos que le ponemos al
torero un sombrero de cosaco.
Porqué
demonios escribimos nombres chinos o árabes con grafía inglesa, es decir, en
inglés: Falluya, el nombre de la ciudad irakí, por Faluya; Lee por Li.
El
español está plagado de galicismos. Circulan por el idioma con una facilidad
pasmosa. Se entiende que los prestamos se adquieran para oxigenar un poco la lengua, no para fomentar
la confusión. Uno de los galicismos más conocidos y últimos, es el
famoso y algo irritante "deconstruir", que así, sin más, no significa nada, y que proviene del concepto ideado por el filosofo Jacques
Derrida. Si cito el concepto, no está mal que lo haga en su lengua original,
déconstruction, pues como tal concepto no existe ni ha sido creado en la nuestra, pero su traducción al español es desconstruir, con un DES bien
hermoso y tajante ante el diluido término francés. El otro día, un amigo que trabaja en correos, dudaba al emplear el verbo "descodificar": ni más ni menos, le parecía más correcto el absurdo "decodificar", claro ejemplo de las confusiones y contagios lingüísticos que produce el haber aceptado el término ideado por Derrida, con ese fatal
prefijo que se nos ha pegado como una lapa malsana. Al final, con este poco cuidado que hay y que
parece más bien signo de cierto paletismo, diremos: decifrar, dehacer, o
defilar por descifrar, deshacer o desfilar. Se extiende un uso vicioso del idioma y se
convierte, de este modo, en una norma tácita.
La
gente reclama continuamente sacrosantos derecho a la intimidad al tiempo que se
tatúa por todas partes el cuerpo como si fueran cabras de un ganado, o se rapan
el pelo creando una sensación de cruda uniformidad. Supongo que son formas de protesta
y no expresiones de que se sienten muy bien siendo todos iguales.
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