Esta chica que nos mira
con blanda pero persistente fijeza, dejó de existir hace 43 años. Se suicidó
lanzándose por la ventana de un edificio en New York. Dicho así,
parezca que tal suicidio tenga más glamour que otros: desaparecer del mundo en
una de las ciudades más dinámicas y espectaculares del mundo. O es una
tautología que encierra al mismo tiempo una paradoja o tal afirmación implica
que los lugares más vívidos incluyen márgenes siniestros.
Esta chica, vestida como
una protagonista de cuento, con ropas algo infantiles o de otra época, es Francesca Woodman, una de las artistas
más sobresalientes de las últimas décadas.
Yo casi no la tildaría,
meramente como fotógrafa. Veo a Francesca Woodman más como una performer que daba cuenta de su actividad a través de
la fotografía y ocasionalmente, el video. Estamos hablando de una artista implicada literalmente en su trabajo, es
decir, que ella misma, su cuerpo, era el objeto exclusivo de su misión
estética.
Francesca recoge el
abanico creativo de la demiurgia surrealista y las concreciones discursivas del
arte conceptual para centrarse en un análisis de las obsesiones y
vulnerabilidades que el cuerpo femenino experimenta y articular a partir de
todo ello una onírica e intensa narrativa del dolor.
Francesca convierte su
cuerpo en la retorta alquímica de toda investigación artística, en el emblema
vivo de la acción cruel. Su obra fotográfica es un suculento y apretado muestrario del sueño masoquista y la perversión en trance. Y nos ofrece todo
ello como testimonio complejo de una experiencia y como protesta.
Teniendo en cuenta cómo
acabó Francesca, no puedo observar algunas de sus fotografías y dejar de
detectar espectros pululando por las mismas. Espectros que son metamorfosis de
sí misma.
Siento por Francesca un
amor oscuro. La convulsión onírica de sus imágenes quedó rubricada por el hecho
fatal de su suicidio. La figura artística, la relevancia de Francesca no son
cosas banales. La significación artística y humana de Francesca ha alcanzado
una cima muy ardua que el paso del tiempo no hace sino confirmar y adensar más.
Dicho así parece una
afirmación tonta o banal- Francesca es insondablemente auténtica - pero tal
percepción se impone según vamos conociendo su historia y su presencia se ubica
en el centro desplazado de las perturbadoras imágenes.
Mirando esta foto de
Francesca, desaparecida hace 43 años, me pregunto fascinado: ¿Dónde estás,
Francesca, en qué confín pulula tu espíritu?
Pues, precisamente,
Francesca se encuentra hoy, ahora, para siempre, en el universo que configuró
su obra artística. Francesca se encuentra en sus fotos. Ella está en su arte.
Es en sus fotos donde
tenemos que inquirir, en donde tenemos
que aplicar la mirada para contemplar lo que no existe, lo que no deja de
desaparecer y afantasmarse. Son sus fotos las que explicitan con detalle
estremecedor la eternidad sobre la que
se desliza el alma de Francesca.
Desde el punto de vista
de la sucesión del tiempo, la misión de las fotografías de Francesca resulta
tremendamente inquietante: habilitar un mundo que será el destino que la muerte
futura facilitará.
La imagen fotográfica de
Francesca sentada como una aplicada niña tras haberse suicidado hace tanto
tiempo, es un interrogante que se me lanza tan etérea como contundentemente a
mi ahora intelectivo.
Moriste hace más de
cuatro décadas y no dejas de estar ahí, mirando de modo tan candoroso como
persistente desde tu sillita de madera. Me das miedo, Francesca.
Pero hay un punto
remotamente vacilante. Si el suicidio, además del dolor y la tragedia que
significa, también puede interpretarse, parcialmente, como una decisión de la
soberanía del individuo al que no le quedaban más salidas, quizá tu angustiosa protesta,
Francesca, la protesta suprema que fue tu suicidio, no deje de indicarme la belleza
de tu sensibilidad y la razón de tu arte, que somos, a pesar de todo, capaces
de trascender lo que nos condiciona y lo que nos destruye.
Tu obra está ahí,
Francesca, tus imágenes nos hacen volver a ti, y nos obligan a replantearnos qué
esconde el misterio de la vida, cuánta muerte hay en la vida, en qué trance visionamos
tu anfractuosa eternidad.