miércoles, 26 de febrero de 2025

SÓLO UN INSTANTE DE FELICIDAD




Este texto debiera ser una página de mi diario íntimo, pero a estas alturas, tal cosa ya resulta casi indistinta. En el seno de mi diario, esta confesión se perdería en el silencio ensordecedor que sume al grueso de mis anotaciones restantes; ante el piélago infinito del universo digital, mis palabras naufragarán también infinitamente, en el anonimato internético. Escriba en mi agenda personal o lo haga en las redes, creo que ambas cosas terminan indiferenciándose, confluyendo en un solo espacio verbal que recoge el destino de las dos opciones de escritura.

Antes de ayer volví a experimentar, tras un período largo de abstinencias emotivas, ese momento que sólo puede ser identificado por y definido como experiencia poética.

Fui a Murcia para echar un vistazo a la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que entre fines de febrero y principios de marzo se celebra en esta ciudad.  A pesar de las crisis económicas y las irregularidades lectoras en el público, la feria se mantiene aunque con algún que otro kiosco menos que en convocatorias anteriores.

Adquirí un par de libros de filosofía, ensayo y poesía - obras de Schleiermacher, Kierkegaard, Gil-Albert y Philipe Jacottet - y sin hallar otra cosa de interés, decidí encaminarme hacia la estación. Advertí que disponía de casi dos horas para tomar el penúltimo tren hacia Orihuela y por ello, me senté en el exterior de la heladería y cafetería Sirvent, en plena Gran Vía. Pedí un café con leche y una botellica pequeña de agua. Esta local es mi preferido. Me pilla de camino a la estación, tengo localizado el tiempo que tardo desde este punto y siempre hay sitio de sobra. El clima estupendo que hace casi siempre invita a sentarse fuera y entregarse a la degustación generosa de lo que hayas pedido.

Cuando el chico me trajo el café y empecé a tomarlo cadenciosamente mientras hojeaba las páginas del libro del poeta Jacottet, se produjo la súbita y también eurítmica metamorfosis del entorno, o para ser más preciso, de la percepción de ese  entorno. Desde mi posición estática, de pronto, todo comenzó a adquirir un movimiento que integraba la totalidad de los elementos en un solo ritmo: gente diversa que pasaba, las otras personas sentadas que tranquilamente charlaban y consumían su merienda, los reflejos de los escaparates y los calmos interiores de las tiendas, el ruido del tráfico… Todo esto se iba mezclando con los pasajes del libro que iba leyendo: los términos rosa, hojarasca, nubes, luz, se plegaban en una sola dirección que confluía con el resto de cosas percibidas en la realidad espacial inmediata. Tras este movimiento conjuntamente unánime de lectura y fenómeno exterior, de pronto, vi o sentí que la poesía no era sino una confirmación escrita del carácter poético de la realidad y fue entonces cuando una sensación absolutamente deliciosa de dicha me atravesó mente y alma para poco a poco, ir atomizándose hasta quedarse en una advertencia algo más remota en la superficie de las cosas percibidas.

Supe ser un pícaro cuando esa sensación de felicidad intensa me atravesó de tan encantadora manera, pues en el instante mismo de producirse la experiencia, arriesgué una suerte de análisis de lo que estaba sintiendo, llegando a la conclusión de que el paraíso existe y no en enclaves etéreos de ningún teórico más allá, sino ubicado en la realidad inmediata y ya mismo. La ventura del alma se está realizando ya, ante tus ojos, en el día de hoy, en la jornada presente, en la hora en la que respiras y miras. Y que es la poesía el código tácito que articula todo ello con harmonía y absoluto sentido.

Terminé mi café, cerré el libro y poco después me levanté, dirigiéndome a la estación. Aunque la sensación de paz y bienestar no me abandonaban del todo, me producía cierto contratiempo interno el hecho de poder vislumbrar estos estados de dulcedumbre mística a costa de mi irremediable soledad. Sé que mi estado habitual es excepcional, es decir, no normal: sin trabajo, sin familia propia, sin pareja, sin hijos, con una capacidad muy complicada para poder socializar con éxito y provocar al azar para que esta me surta de amigos a mi edad insólita. Cualquiera en mi situación ya habría hecho cualquier cosa para huir de una soledad convertida en amargo aislamiento. Y lo peor es que he estado siempre así. Algo me arrebató el acceso a la realidad. Son los otros, los demás quienes la ocupan y conquistan.

Yo no vivo la vida, la sueño. En mi caso, declaro que esto es absolutamente así. La enorme demora de la vida en mí, supone una infinita muerte en vida. Por ello una mezcla de estupefacción y de felicidad secreta me sumen en un solo trago ante experiencias como las del otro día en la cafetería. Entiendo tales experiencias como expresiones de una esperanza posible, como respuestas semiconscientes de mi propio imaginario. Pero sabiendo que nada en mi no-vida va a cambiar, ¿sigo creyendo en el mensaje de la poesía o espero a que la decadencia de la carne o de la psique me borre del mundo?

La simplicidad con que se me ocurre comunicar estas cosas aquí, se corresponde con su total verdad. Para salvarme e ir tirando, no puedo sino convertir en literatura el conflicto que me impide vivir como cualquier persona. El tema radica en hasta cuándo voy a resistir esta suspensión de la vida jugando conmigo mismo.     

      

martes, 18 de febrero de 2025

VIAJES Y LITERATURA / VIAJES EN LITERATURA La narrativa latinoamericana del siglo XX en cinco expresiones: José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes, Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Álvaro Mutis




Siempre se ha dicho que el provincianismo y los prejuicios se curan viajando. En principio nada más lógico, para contrastar las propias limitaciones conceptuales con respecto a cosas más o menos comunes, que practicar el viaje. El contacto con otros territorios, con otras personas, con pueblos y culturas distintos, surte el efecto de una irrigación interior y personal. Es en este sentido que se dice que un viaje puede ser una revelación. Yo opino que todo viaje es en el fondo, un viaje iniciático: nos inicia a otras sensibilidades, a otros ritmos vitales, en definitiva, a otros mundos. Recordemos a propósito de todo esto cómo las grandes figuras de la Generación del 98 - Azorín, Unamuno, Baroja - redescubrieron España recorriendo sus ciudades, pueblos y rincones pintorescos.

La siempre espléndida ocasión para viajar nos la ofrece en este caso, el último libro de Rodica Grigore, profesora de Literatura Comparada en la universidad de Sibiu (Rumanía). Grigore no busca exactamente documentos históricos sino experiencias simbólicas que atraviesen la propia historia: las obras literarias de algunos de los grandes nombres de la literatura hispanoamericana. Y localizadas estas, analizar la significación que la narrativa de viajes comporta en tales obras.  

Sabemos que las literaturas nacionales fundan el mito de los orígenes de los países modernos en cuestión. La característica de la literatura hispanoamericana, consiste en ser la expresión concreta de un proceso mayor: el descubrimiento y conquista de América. Teorías actuales son las que, con notable retraso diríamos, señalan el descubrimiento de la América Hispana como la primera globalización cultural de la época moderna. Una misma lengua, una misma religión y una misma administración prestaban a los territorios descubiertos y colonizados, una base segura para que el deslumbramiento del Descubrimiento disfrutara de una continuidad.

Con el surgimiento de los nuevos países tras la progresiva independencia de cada uno de ellos del reino de España, la literatura, esa aventura de la imaginación, se encargaría de inaugurar los nuevos mundos americanos: fijar imaginarios, modelar temperamentos y personajes, situar referentes nacionales.

El trabajo de Rodica Grigore se centra en las obras de Guiraldes,  Álvaro Mutis, el brasileño Jorge Amado, Onetti y Eustasio Rivera.

Casi podríamos decir que nos movemos en terreno tautológico, pues las obras viajeras de estos autores pertenecen al imaginario que progresivamente se iría desplegando de un continente descubierto gracias a la empresa aventurera de los viajes. El Renacimiento no sólo supuso un renacer espiritual y cultural: lo fue también desde el punto de vista geográfico y de un modo tan significativo que inicia, entre las cosas referidas, la Modernidad. La historia experimenta un viraje total, los horizontes espaciales se multiplican, y el Nuevo Mundo supondrá riquezas y audacias civilizatorias, nuevas aportaciones legales para articular y gobernar los nacientes territorios. La “universalidad” adquirirá carta de naturaleza real, será algo más que una noble aspiración o comprensión teórica.

Rodica Grigore, al prestar su atención docente a estas literaturas, no deja de recordarnos en qué mundo vivimos, lo que supone la diversidad real de la modernidad: la presencia o  identidad de una serie de territorios históricamente nuevos, que implican espacios simbólicos propios, formas específicas de sentir e imaginar. Actualmente, experimentamos el mayor fenómeno comunicativo interplanetario a través de las redes. La literatura sí supone un viaje, el más sustancial, a nuestros orígenes, a nuestro futuro.

Agradecemos de veras a la profesora Rodica Grigore esta incursión en el mundo hispano desde la perspectiva de la literatura de viajes. Recordar los contextos en los que las literaturas florecen y considerar el mensaje de tales literaturas, nos recuerda a su vez lo que no debemos descuidar con respecto a nuestra memoria común de habitantes de un planeta diferente al tiempo que globalizado.   

 

martes, 11 de febrero de 2025

Sir Jhon Herschel divisando lo inenarrable




Siempre me ha fascinado esta foto del científico inglés Jhon Herschel. Recuerdo, hace años, cuando la descubrí, cómo me impactó ese gesto sufriente, dramático, y el punto insólito hacia el que dirigía la mirada, allá, en un cielo entendido más como altura espacial insondable e inexplicable que como algo meramente celestial. También es verdad que sin que nosotros nos hayamos esforzado nada, el azar y los efectos directos de la luz, pueden hacer emerger expresiones que creíamos controladas y que nos sorprenden por la contundencia de su revelación.  ¿Nos miente, entonces la fotografía o hace todo lo contrario? Quizá la literalidad física no se corresponda con la tónica del ánimo.

En la imagen, parece que el rostro del científico, desde una órbita remota, soñado, quizá, por no se sabe qué divinidad, se encuentre mirando, aterrorizado, el misterio  del universo. Como aquel personaje de Borges  mirando furtivamente el centro vertiginoso del Aleph.

Herschel al borde del llanto, del grito ante el abismo que se cierne sobre él, es captado milagrosamente por la cámara un segundo antes de desaparecer en el infinito.

 

martes, 4 de febrero de 2025

CONFLUENCIA DE LECTURAS, BALANCE DE ESTILOS: LEZAMA LIMA, CIORAN, JUAN BENET.



 

Con la intención de darme un banquete estilístico-conceptual leo al mismo tiempo fragmentos textuales de Cioran, Benet y Lezama Lima.

Cioran resulta más explícitamente lúcido y sustancial cuando habla de obras y de autores concretos que cuando filosofa en general sobre los distintos asuntos y males de la vida.

Cioran escribe sobre Saint-Jhon Perse. De lo que dice no sobra ni falta ni una coma. El texto casi rebosa de aciertos y precisiones. Ya me he encontrado con este detalle en otros trabajos de Cioran. El análisis que hace resulta tan sustantivo e iluminador que las palabras parecen resbalar sobre una pista sin dejar de acertar en todo lo que dicen. Creo que si Cioran hubiera sido también poeta además de ensayista, su figura estaría en primera línea de lectores del todo el mundo. Hace años, me hice una mala imagen de él.  Creía que era un especialista en abismos, un epígono dramático de cierto pensamiento  francés descarnado y amargamente lúcido. Se me aparecía como un mamporrero intelectual. Pero si tenemos algo de paciencia, comprobaremos que a través de todos sus libros lo que se visibiliza es una sensibilidad agudísima y un pensamiento torturado. Cioran es un poeta de la filosofía en tanto que obvia y evita todo carácter académico del conocimiento y busca la verdad, la salvación posible tras sus contundentes análisis. Cioran no pierde el tiempo con tendencias escuelas, pretendiendo explicarlas o justificarlas. Cuando habla de algo, de algún tema o de un autor, su mirada es tan perforadora que el objetivo de su análisis algo de simpático o universal debe poseer para no desaparecer materialmente bajo tal análisis, absolutamente ajeno a las concesiones y altísimamente exigente.

 

Tras hojear a Cioran, leo a Lezama Lima. (Si comparo las aventuras ensayísticas de ambos escritores diría que los escritos de Lezama son obras de arte, no crítica meramente especializada, y que con respecto a Cioran, su hiperlucidez lo limita al ámbito del ensayo). Entro en contacto con los textos del poeta cubano y me lleva el entusiasmo, la expectación ante lo que me va a contar o a exponer. Se trata de un ensayo sobre Valery y como siempre me ocurre con las sorpresivas líneas investigativas que Lezama saca de cualquier asunto, lo que Lezama dice sobre Valery ni se corresponde con ningún estereotipo del escritor ni repite trayectos ya descubiertos por la crítica. La creatividad hermenéutica de Lezama es admirable. No perfila islas o continentes secretos de sentido para un lector estándar o para la ortodoxia crítica, sino que descubre espacios de significación o imágenes nuevas de lo que esté tratando, producto totalmente de su iniciativa que suponen un enriquecimiento no sólo del autor que esté investigando sino del hecho general de la cultura a partir de lo metafórico o simbólico. Lezama es un barroco sabio, es decir, nada de lo que nos ofrece es materia frívola o intercambiable por otro tipo de información. En sus especulaciones siempre hay un poso duro que hace alusión al dolor que la creatividad lleva consigo. Es ya un tópico decir que para imaginar a Lezama lo que tenemos que hacer agitar un denso cóctel en el que hallamos mezclado, previamente, los hallazgos expresivos del modernismo, la herencia egregia de la literatura del Siglo de Oro y la fascinación lingüística del simbolismo. Hay que recordar, además, que en la briosa y anfractuosa prosa de Lezama  encontramos los signos más o menos desleídos del tiempo y de la muerte alentando tras el advenimiento de los despliegues barrocos. El barroquismo en Lezama es su conciencia de la importancia que porta en sí la imagen poética como génesis de mundos y principio de interpretación.




Del mismo modo que disfruto con Lezama, lo hago con Benet a través de uno de sus ensayos más preciosistas El Ángel del señor abandona a Tobías. Se trata de un trabajo sobre el alcance y la efectividad real de la empresa semiótica. También podríamos considerarlo en suma, un ensayo sobre las formas de interpretación de lo real.

Benet parte de una sutileza, de algo tan huidizo como confusamente discriminado: cómo articular una perspectiva analítica sobre las jerarquías conceptuales que establece la percepción del movimiento que en la pintura de Rembrandt realiza el ángel al elevarse ante Tobías, qué punto de vista articula o estimula prioritariamente la imagen en nuestra visión general del cuadro.  Las competencias clásicas del estudio semiótico se aplican aquí a la elevación del ángel y la horizontalidad de Tobías, dotando a cada personaje de una significación espacio-temporal. De la imagen de la pintura, Benet se desliza a otros territorios y asuntos, filtrando los tipos de significación que le corresponde a toda cosa según su ubicación en el espacio dilucidado de la inteligibilidad.

Con la estrategia poderosamente multidireccional típica del ingeniero que Benet es,  sitia desde todos los frentes el objeto de su análisis,  justificando así su propio proceso intelectual y aplicando el mimo sistema a todo aquel aspecto vital al que se aproxima. Benet rastrea similitudes entre el acontecer de lo real y el  funcionamiento del lenguaje. Poco le cuesta desplegar una red de alusiones y recalar en cualquier punto que se resista para dilucidarlo contundentemente.

Benet nos habla de las limitaciones verbales que aparecen cuando para describir un hecho, determinadas posiciones o perspectivas del mismo, no resultan totalmente claras; o nos recuerda que entiende el lenguaje como un doble paralelo del mundo más que como expresión del mismo. Y aunque el esfuerzo cognoscitivo desplegado por las disciplinas semióticas sea motivo de elogio, la consideración final es que el continuum espacio-temporal que es la realidad resulta indomesticable a la ciencia del signo.

He leído toda la obra de Roland Barthes y el trabajo de Benet es tan bueno o más que los que el ensayista francés le dedicó al mismo tema. Lo que Benet plantea sobre las insuficiencias de algunos verbos, sobre la ineficiencia final del encasillamiento semiótico del flujo de la vida, y otros asuntos colindantes, quedan ahí, intelectualmente más que expectantes a un abordamiento satisfactorio.

 

 En definitiva, tenía toda la razón Benet al afirmar que lo más importante en literatura es crear un estilo. Este no consiste, meramente, en saber administrar adjetivos o en recargar más o menos los textos, sino en dimensionar la escritura hasta que esta represente un cosmos concreto, el que pretende expresar el autor y que se mueve en su imaginación. Con el estilo horneamos el hojaldre de las frases y los párrafos, por emplear un símil del mismísimo Barthes. Le he dado carne y sensibilidad a las palabras. La forma de estas influye en el contenido del texto.





Estilo benetiano: estás en el centro de una urdimbre. Lo que el desenlace de tal urdimbre expone, es una relación compleja de lo percibido por el imaginarium del escritor. La densidad de lo captado-dilucidado explica la masa acorazada de la prosa que expresa tales características.

 

Estilo de Cioran: literalidad de lo cuestionado por el pensamiento, contundencia sin miramientos de lo analizado. Cioran no produce una crítica filosófica común o académica: su mirada flamígera penetra en la fronda del tema y liquida toda sombra que adultere el significado. Cioran es un desesperado, por ello ataca y analiza la esencia de las cosas sin prestarle a las circunstancias sino el valor que tienen como tales. La crueldad de Cioran consiste en que su lucidez es interminable, no descansa. La aplica siempre sobre todo objeto. De ahí que sean pocas las cosas que le resulten cálidas y le restituyan las esperanzas perdidas.

 

Lezama Lima: sus ensayos, sus obras en prosa son obras de arte supremas. Lezama ejerce su sacerdocio verbal sin pretenderlo. Es irremediablemente original y proteico. Lezama habita el verbo, se encuentra, se acomoda entre las imágenes, es más, convive con el poder de revelación profundo que la articulación de las imágenes produce. Lezama es un teólogo de la palabra, de la formación del discurso. El nivel de captación es también poderoso, como el de los otros escritores que he citado,  fluyentemente multidireccional, celularmente confluyente. Conceptuado como barroco, su labor investigativa es imaginativa e imprescindible. Nadie concibe, entiende como él.  La totalidad de lo que expresa o revela no abandona tras de sí, vacíos o dependencias dialécticas. Lezama, como Neruda desde registro similar pero menos abstracto, potencia el mundo con la palabra, con el misterio de la realidad que descubre su verbo. Lo que Lezama describe es tan pertinente y sorpresivo como doloroso y memorable.   

Picasso, Góngora, Borges, Joan Miró o Lezama son creadores en el sentido máximo: han producido universos que hablan un idioma propio.  







EL SUJETO SEMIÓTICO

  Así conceptúa Manuel González de Ávila en su brillante y utilísimo libro Semiótica . La experiencia del sentido , editado por Abada , ...