martes, 4 de febrero de 2025

CONFLUENCIA DE LECTURAS, BALANCE DE ESTILOS: LEZAMA LIMA, CIORAN, JUAN BENET.



 

Con la intención de darme un banquete estilístico-conceptual leo al mismo tiempo fragmentos textuales de Cioran, Benet y Lezama Lima.

Cioran resulta más explícitamente lúcido y sustancial cuando habla de obras y de autores concretos que cuando filosofa en general sobre los distintos asuntos y males de la vida.

Cioran escribe sobre Saint-Jhon Perse. De lo que dice no sobra ni falta ni una coma. El texto casi rebosa de aciertos y precisiones. Ya me he encontrado con este detalle en otros trabajos de Cioran. El análisis que hace resulta tan sustantivo e iluminador que las palabras parecen resbalar sobre una pista sin dejar de acertar en todo lo que dicen. Creo que si Cioran hubiera sido también poeta además de ensayista, su figura estaría en primera línea de lectores del todo el mundo. Hace años, me hice una mala imagen de él.  Creía que era un especialista en abismos, un epígono dramático de cierto pensamiento  francés descarnado y amargamente lúcido. Se me aparecía como un mamporrero intelectual. Pero si tenemos algo de paciencia, comprobaremos que a través de todos sus libros lo que se visibiliza es una sensibilidad agudísima y un pensamiento torturado. Cioran es un poeta de la filosofía en tanto que obvia y evita todo carácter académico del conocimiento y busca la verdad, la salvación posible tras sus contundentes análisis. Cioran no pierde el tiempo con tendencias escuelas, pretendiendo explicarlas o justificarlas. Cuando habla de algo, de algún tema o de un autor, su mirada es tan perforadora que el objetivo de su análisis algo de simpático o universal debe poseer para no desaparecer materialmente bajo tal análisis, absolutamente ajeno a las concesiones y altísimamente exigente.

 

Tras hojear a Cioran, leo a Lezama Lima. (Si comparo las aventuras ensayísticas de ambos escritores diría que los escritos de Lezama son obras de arte, no crítica meramente especializada, y que con respecto a Cioran, su hiperlucidez lo limita al ámbito del ensayo). Entro en contacto con los textos del poeta cubano y me lleva el entusiasmo, la expectación ante lo que me va a contar o a exponer. Se trata de un ensayo sobre Valery y como siempre me ocurre con las sorpresivas líneas investigativas que Lezama saca de cualquier asunto, lo que Lezama dice sobre Valery ni se corresponde con ningún estereotipo del escritor ni repite trayectos ya descubiertos por la crítica. La creatividad hermenéutica de Lezama es admirable. No perfila islas o continentes secretos de sentido para un lector estándar o para la ortodoxia crítica, sino que descubre espacios de significación o imágenes nuevas de lo que esté tratando, producto totalmente de su iniciativa que suponen un enriquecimiento no sólo del autor que esté investigando sino del hecho general de la cultura a partir de lo metafórico o simbólico. Lezama es un barroco sabio, es decir, nada de lo que nos ofrece es materia frívola o intercambiable por otro tipo de información. En sus especulaciones siempre hay un poso duro que hace alusión al dolor que la creatividad lleva consigo. Es ya un tópico decir que para imaginar a Lezama lo que tenemos que hacer agitar un denso cóctel en el que hallamos mezclado, previamente, los hallazgos expresivos del modernismo, la herencia egregia de la literatura del Siglo de Oro y la fascinación lingüística del simbolismo. Hay que recordar, además, que en la briosa y anfractuosa prosa de Lezama  encontramos los signos más o menos desleídos del tiempo y de la muerte alentando tras el advenimiento de los despliegues barrocos. El barroquismo en Lezama es su conciencia de la importancia que porta en sí la imagen poética como génesis de mundos y principio de interpretación.




Del mismo modo que disfruto con Lezama, lo hago con Benet a través de uno de sus ensayos más preciosistas El Ángel del señor abandona a Tobías. Se trata de un trabajo sobre el alcance y la efectividad real de la empresa semiótica. También podríamos considerarlo en suma, un ensayo sobre las formas de interpretación de lo real.

Benet parte de una sutileza, de algo tan huidizo como confusamente discriminado: cómo articular una perspectiva analítica sobre las jerarquías conceptuales que establece la percepción del movimiento que en la pintura de Rembrandt realiza el ángel al elevarse ante Tobías, qué punto de vista articula o estimula prioritariamente la imagen en nuestra visión general del cuadro.  Las competencias clásicas del estudio semiótico se aplican aquí a la elevación del ángel y la horizontalidad de Tobías, dotando a cada personaje de una significación espacio-temporal. De la imagen de la pintura, Benet se desliza a otros territorios y asuntos, filtrando los tipos de significación que le corresponde a toda cosa según su ubicación en el espacio dilucidado de la inteligibilidad.

Con la estrategia poderosamente multidireccional típica del ingeniero que Benet es,  sitia desde todos los frentes el objeto de su análisis,  justificando así su propio proceso intelectual y aplicando el mimo sistema a todo aquel aspecto vital al que se aproxima. Benet rastrea similitudes entre el acontecer de lo real y el  funcionamiento del lenguaje. Poco le cuesta desplegar una red de alusiones y recalar en cualquier punto que se resista para dilucidarlo contundentemente.

Benet nos habla de las limitaciones verbales que aparecen cuando para describir un hecho, determinadas posiciones o perspectivas del mismo, no resultan totalmente claras; o nos recuerda que entiende el lenguaje como un doble paralelo del mundo más que como expresión del mismo. Y aunque el esfuerzo cognoscitivo desplegado por las disciplinas semióticas sea motivo de elogio, la consideración final es que el continuum espacio-temporal que es la realidad resulta indomesticable a la ciencia del signo.

He leído toda la obra de Roland Barthes y el trabajo de Benet es tan bueno o más que los que el ensayista francés le dedicó al mismo tema. Lo que Benet plantea sobre las insuficiencias de algunos verbos, sobre la ineficiencia final del encasillamiento semiótico del flujo de la vida, y otros asuntos colindantes, quedan ahí, intelectualmente más que expectantes a un abordamiento satisfactorio.

 

 En definitiva, tenía toda la razón Benet al afirmar que lo más importante en literatura es crear un estilo. Este no consiste, meramente, en saber administrar adjetivos o en recargar más o menos los textos, sino en dimensionar la escritura hasta que esta represente un cosmos concreto, el que pretende expresar el autor y que se mueve en su imaginación. Con el estilo horneamos el hojaldre de las frases y los párrafos, por emplear un símil del mismísimo Barthes. Le he dado carne y sensibilidad a las palabras. La forma de estas influye en el contenido del texto.





Estilo benetiano: estás en el centro de una urdimbre. Lo que el desenlace de tal urdimbre expone, es una relación compleja de lo percibido por el imaginarium del escritor. La densidad de lo captado-dilucidado explica la masa acorazada de la prosa que expresa tales características.

 

Estilo de Cioran: literalidad de lo cuestionado por el pensamiento, contundencia sin miramientos de lo analizado. Cioran no produce una crítica filosófica común o académica: su mirada flamígera penetra en la fronda del tema y liquida toda sombra que adultere el significado. Cioran es un desesperado, por ello ataca y analiza la esencia de las cosas si prestarle a las circunstancias sino el valor que tienen como tales. La crueldad de Cioran consiste en que su lucidez es interminable, no descansa. La aplica siempre sobre todo objeto. De ahí que sean pocas las cosas que le resulten cálidas y le restituyan las esperanzas perdidas.

 

Lezama Lima: sus ensayos, sus obras en prosa son obras de arte supremas. Lezama ejerce su sacerdocio verbal sin pretenderlo. Es irremediablemente original y proteico. Lezama habita el verbo, se encuentra, se acomoda entre las imágenes, es más, convive con el poder de revelación profundo que la articulación de las imágenes produce. Lezama es un teólogo de la palabra, de la formación del discurso. El nivel de captación es también poderoso, como el de los otros escritores que he citado,  fluyentemente multidireccional, celularmente confluyente. Conceptuado como barroco, su labor investigativa es imaginativa e imprescindible. Nadie concibe, entiende como él.  La totalidad de lo que expresa o revela no abandona tras de sí, vacíos o dependencias dialécticas. Lezama, como Neruda desde registro similar pero menos abstracto, potencia el mundo con la palabra, con el misterio de la realidad que descubre su verbo. Lo que Lezama describe es tan pertinente y sorpresivo como doloroso y memorable.   

Picasso, Góngora, Borges, Joan Miró o Lezama son creadores en el sentido máximo: han producido universos que hablan un idioma propio.  







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