lunes, 26 de mayo de 2025

SUMAS


 

¿Puede la lucidez, o bien, la hiperlucidez confundirse, paradójicamente, con el alucinar cuando se produce la penetración súbita en la realidad? A veces, en pasajes concretos de lecturas, he creído alcanzar esa confusión emocionante de fronteras perceptivas a través del viaje en el tiempo del que me surte la lectura. Un ejemplo sencillo. En una nota de su diario, el filósofo Soren Kierkegaard nos cuenta brevemente su viaje a un lugar de Alemania que ya había visitado muchos años atrás. La ventana de la habitación del hotel  en el que se aloja daba a un río donde se encontraba el desembarcadero y escucha las campanas de la iglesia cercana, exactamente igual como las escuchaba años atrás. El filósofo nos dice que se le retuercen las entrañas de melancolía al escuchar aquellas campanas con el paisaje del río de fondo, pues le remiten a la solitaria estancia que efectuó. Tiempo detenido que de pronto te lanza a un pasado próximo que parece remoto. Además, la combinación de aquel paisaje - río, pequeños barcos anclados, campana que suena más allá pero que atraviesa la tarde  - es la estampa romántica que asegura el repentino viaje en el tiempo.

 


La poesía a lo Lezama Lima o a lo surreal, o sea, la poesía que se permite el lujo de sortear contextos de actualidad, se sanciona hoy como frívola o anacrónica. Otra aplicación de lo políticamente correcto al mundo de lo estético. Comprendo que en un mundo tan saturado de estímulos y de espectáculo como este que vivimos, una propuesta barroca o libérrima en sus juegos metafóricos, resulte vanamente redundante, tautológica si no es capaz de presentar un argumento que la justifique. Pero es que ese argumento es la libertad misma del creador que debiera comprometerse con la-su palabra para defender su obra ante supuestas tendencias. Y además, estamos viviendo en la producción de muchos poetas no precisamente, de primera línea, la lamentable penetración del sentido común en la poesía.

 

 

 Leo pasajes de Mallarmé. Ahí querría estar: oficiando el lenguaje, como un sacerdote en la liturgia.

 




 

 Los períodos de nuestra vida infantil de los que no guardamos ningún recuerdo se nos antojan misteriosos. Reviso unas fotos de principios de los sesenta en las que me veo montando una bicicleta al borde de una acequia, llevando una impecable chaquetilla y con una gorra azul marino muy chula puesta. Y no guardo el más mínimo recuerdo de semejante escenario y momento. O algo ocurre para que los recuerdos no anclen en nosotros, o es que se vivieron con tal intensidad, tan literalmente plenos y despreocupados, que los recuerdos se esfumaron, se largaron con la experiencias vividas. O quizá, pertenezcan a una memoria profunda y haya que realizar operaciones intelectivas para desentrañar.

 

 

Este mañana mismo, me he sumido por breves instantes, en la dicha más deliciosa al leer unos recuerdos que Paul Valéry escribía, evocando el día en que Mallarmé le enseñó el borrador de su insólito poema Una jugada de dados jamás abolirá el azar. Valéry nos cuenta que paseaban por la noche ellos solos bajo las constelaciones, sabiéndose destinatarios repentinos de la gracia creativa en forma de una pieza irrepetible. Me he acordado de otras épocas en las que yo experimentaba lo mismo, andurreando por los campos, escribiendo bajo la lluvia, prendado de magia y éxtasis.

 



lunes, 12 de mayo de 2025

VANITAS José Manuel Ramón

 

 

 

Podríamos lamentar que lo que se escribe en un poema no tenga consecuencias, que lo que el poeta conciba quede restringido en el  espacio neto del texto y por lo tanto, no trascienda sino como trabajo intelectual. Pero el espacio de la lectura sublima el mero espacio textual y hace que la cadena de las significaciones se libere y se esparza por el espacio mayor de la imaginación del receptor. Lo que se escribe está presto a expandirse por cualquier imaginación en tanto alguien lo lea.  

Este punto, esta observación es la que con cierta amargura, mezclada con ilusión, se agita en mí cada vez que me interno en un poemario reciente que acaba de conocer la edición.

Ante Vanitas, el último trabajo poético de mi amigo José Manuel Ramón, lo que quisiera experimentare es que mi lectura sea lo suficientemente generosa o dinámica para proteger y rescatar de todo confín lo que de un modo precioso se ha puesto por escrito y que es labor de un espíritu concreto: el de su persona.  

El poemario de José Manuel Ramón destila un verbo de registros potentes al servicio no sólo de la poesía misma sino de un argumento complejo. Si la poesía está hoy invisibilizada por el predominio de los gustos sociales, al dedicarse, encima,  a ilustrar temáticas elusivas o comprometidas de modo muy singular, puede correr el riesgo de mimetizarse todavía más.

La poesía puede entenderse como redención o como condena de un mundo cruzado de circunstancias indeseables. La poesía puede, pues, tanto protestar como denunciar.  

Jose Manuel Ramón escribe este poemario que cierra un ciclo desde una adscripción ideológica esotérica y lo hace con un estilo plenamente maduro de su competencia verbal, lo que produce un pasaje continuo de brillantes ascendencias barrocas. No creo que el autor haya pensado un estilo en contra de otros ni que le haya importado cuestiones como las de la transparencia. Jose Manuel Ramón no puede ser más transparente. Escribe tal y como la densa materia que decide enfrentar y emprender se le presenta. En este punto, su originariedad le traiciona a ojos de lectores que puedan exigir argumentos de accesibilidad. Pero del mismo modo que quien decida disfrutar del cine de Bergman o Tarkovsky debe penetrar en un lenguaje específico para viajar por el film en cuestión, así la poesía expresa las cosas envueltas en las peculiaridades que las definen. Ya decía Barthes que exigir claridad en un texto era tan retórico como pedir oscuridades o barroquismos porque sí.   

Yo defiendo la postura de mi amigo. Realizar un producto accesible significaría prescindir de tus excelencias propias para convertir tu creación en un producto de poesía estándar. José Manuel Ramón emplea, pues, un verso muy liberado al tiempo que denso, conceptualmente, para efectuar una acusación y también, elevarlo como ruego ante el mundo y su cerco de injusticias.   

Esta peculiaridad me parece encomiable: ser exquisito en el lenguaje al tiempo que direccionar socialmente su poder expresivo. Me parece bien que nuestro poeta se arriesgue a ello, pues de este modo preserva la aventura de su experiencia.

De todos modos especifico que disfruto de estos poemas sabiendo que el mensaje acusador con el que su autor se compromete, haya que saber extraerlo a través de  una lectura implicativa.

Con que el poeta defienda la poesía desde el poema ya ha defendido bastante territorio. Este sería el verdadero y último mensaje, pues la poesía ya es en sí todo un compromiso ante las órdenes de adocenamiento que nos rodean.         


martes, 6 de mayo de 2025

LEYENDO A...

 


 

Por un azar,  como si fueran lecturas paralelas, leo a la vez, Lugares de Georges Perec y el libro de viajes de Mesonero Romanos, Viaje por tierras de Francia y Bélgica. Ya he dejado escrito que los libros de Perec suelen atraerme por el aspecto lúdico-experimental que ofrecen, pero que el contenido de tales obras me parece, a fin de cuentas, algo decepcionante. Pero leyendo estos días Lugares, recientemente publicado por Anagrama, me encuentro con que las anotaciones consecutivas de calles, esquinas, tiendas, comercios, parques, etcétera, no resultan tan monótonas como creía. Incluso algún apunte mínimamente descriptivo - a las seis y cuarto el cielo en esta parte de París es violeta y la cafetería que tengo delante de mí, está llena de gente - me inyectan cierta dosis de fascinación temporal y me lanzan a los encantos del recuerdo. De pequeño, para mí el extranjero era un territorio inconcreto pero de orden fabuloso y si había que identificarlo de alguna manera con algún país, se concretaba bajo el nombre de Francia. En los sesenta, precisamente cuando Perec concibe esta obra y se pone a escribirla, yo tenía unos tíos trabajando en París. A través de sus viajes y de los regalos y suvenir que nos traían, París se presentaba ante mi fantasía como un lugar moderno y mágico a la vez. Mejor dicho, ambas características eran una sola para aludir a un lugar tan sofisticado y único. Mesonero Romanos describe en su viaje la impresión deslumbrante que ofrecen los comercios de París. La fascinación por el espectáculo que ofrece París recogida por Mesonero Romanos es la fascinación típicamente moderna de la ciudad como espacio fastuoso, como laberinto urbano donde hay de todo.     

 

 

A  través de internet he adquirido el Diario íntimo de Soren Kierkegaard. No tenía ni idea de que existiera tal libro, de que el filósofo danés llevara un diario personal. Cuadra no sólo con su trabajo de filósofo sino con su deseo de ser escritor. Esta es ya una característica que lo singulariza: al confesar que le gusta escribir, ya está subrayando, antes que la ejecución de procesos analíticos, la práctica libre y creativa de la escritura. Esta posición determina su posición ante la historia de la filosofía y lo acerca al público: entre otras labores propias de la empresa intelectual, el cultivo de la filosofía se encuentra integrado en la escritura como una implicación más.

 


Alucino ante el libro de Kierkegaard: Lo observo colocado sobre la mesa y percibo como un rumor que proviene de siglos atrás, del penumbroso siglo XIX. Casi me parece fantástico que las confesiones de una mente singular como la de Kierkegaard, atraviesen las décadas y los siglos y lleguen hasta mi ahora, hasta mi casa, ante mí, dispuestas a derramarse con discreción sobre mi atención. Yo soy cómplice de esta sutil entrega cuantitativa- el volumen sobrepasa las 400 páginas - de intimidad procelosa.

 


Leo las memorias gamberras de Harold Norse, un poeta norteamericano homosexual de la década de los sesenta, compañero de venturas de Allen Ginsberg. No conocía al personaje, pero su ubicación espacio-temporal en las vertiginosas décadas de los sesenta y setenta, me lo hacen atractivo de sobra. Lo que ocurrió durante tales años en Norteamérica es alucinante. Y lo que me turba más es que la aventura social y  cultural de entonces, la poesía beatnik, las drogas, los hipis, el despegue del rock heavy y sinfónico, la revolución sexual, la música disco, James Brown, Bob Dylan -  se nimban de la densa bruma del pasado. Pero, ¿cómo va a ser pasado lo trepidantemente joven?

 

 

Leyendo la transcripción publicada de unas conferencias de Borges en la universidad de Columbia. Me sorprende la franqueza de Borges cuando dice que a sus setenta años parece que por fin es ya el poeta que quiso ser toda su vida.

 


Cuando me aproximo a la narrativa siempre me asalta un interrogante cuya solución quizá no se halle sino en los desfiladeros más arduos de la hermenéutica. Cuando, desde la ficción, un condenado a muerte nos habla de  su último día, o cuando el héroe cae herido en el desempeño de una de sus gestas, es decir, cuando el personaje nos habla tras su muerte, desde dónde nos está hablando, en realidad, el narrador;  desde qué lugar ontológico,  metafísico, transmaterial lo hace. Decir que se trata de una convención literaria es lo vulgarmente esperable: no me convence.

 

 

Leo a Saint-Jhon Perse y, por un lado, me inocula un entusiasmo delicioso por la grandeza y exquisitez de la palabra poética y de lo que esta puede llegar a alcanzar, pero por el otro, no dejo de sentir cierta melancolía: qué lejos está mi vida diaria  de festejar los horizontes que la poesía canta y urde. La poesía se convierte así en un reto moral y vital. Me obliga a cierta excelencia cuyo emprendimiento es un amargo engorro para mí en mis actuales circunstancias.

 


 Abro un libro divulgativo sobre temas filosóficos y me encuentro con la paradoja creada por Schrödinger y su famoso gato existente e inexistente. Precisamente esta paradoja, cuya conclusión viene a ser que la participación del experimentador o investigador influye en la definición del experimento, es la que tiene una aplicación interesante en el ámbito de lo paranormal. La obtención de parafonías se corresponde en ocasiones más que significativas con el talante y grado de implicación del que investiga. Si, de las leyes espacio-temporales ya formalizadas, existen variantes que desconocemos, la puntualmente óptima relación cerebro-tiempo, ocasionaría la súbita conexión con tales variantes extrañas. Es decir, que si el gato de Schrödinger está muerto y vivo dentro de la caja antes de que el investigador la abra, del mismo modo, la manifestación del fenómeno paranormal se produciría sin que sepamos cómo y por qué se ha manifestado a nosotros. El misterio es doble como el estado vital del felino.  

 

SUMAS II

Cuando ante el médico o ante cualquier otra   persona se me dice que las causas del dolor o afección que estoy experimentando pueden prove...