martes, 6 de mayo de 2025

LEYENDO A...

 


 

Por un azar,  como si fueran lecturas paralelas, leo a la vez, Lugares de Georges Perec y el libro de viajes de Mesonero Romanos, Viaje por tierras de Francia y Bélgica. Ya he dejado escrito que los libros de Perec suelen atraerme por el aspecto lúdico-experimental que ofrecen, pero que el contenido de tales obras me parece, a fin de cuentas, algo decepcionante. Pero leyendo estos días Lugares, recientemente publicado por Anagrama, me encuentro con que las anotaciones consecutivas de calles, esquinas, tiendas, comercios, parques, etcétera, no resultan tan monótonas como creía. Incluso algún apunte mínimamente descriptivo - a las seis y cuarto el cielo en esta parte de París es violeta y la cafetería que tengo delante de mí, está llena de gente - me inyectan cierta dosis de fascinación temporal y me lanzan a los encantos del recuerdo. De pequeño, para mí el extranjero era un territorio inconcreto pero de orden fabuloso y si había que identificarlo de alguna manera con algún país, se concretaba bajo el nombre de Francia. En los sesenta, precisamente cuando Perec concibe esta obra y se pone a escribirla, yo tenía unos tíos trabajando en París. A través de sus viajes y de los regalos y suvenir que nos traían, París se presentaba ante mi fantasía como un lugar moderno y mágico a la vez. Mejor dicho, ambas características eran una sola para aludir a un lugar tan sofisticado y único. Mesonero Romanos describe en su viaje la impresión deslumbrante que ofrecen los comercios de París. La fascinación por el espectáculo que ofrece París recogida por Mesonero Romanos es la fascinación típicamente moderna de la ciudad como espacio fastuoso, como laberinto urbano donde hay de todo.     

 

 

A  través de internet he adquirido el Diario íntimo de Soren Kierkegaard. No tenía ni idea de que existiera tal libro, de que el filósofo danés llevara un diario personal. Cuadra no sólo con su trabajo de filósofo sino con su deseo de ser escritor. Esta es ya una característica que lo singulariza: al confesar que le gusta escribir, ya está subrayando, antes que la ejecución de procesos analíticos, la práctica libre y creativa de la escritura. Esta posición determina su posición ante la historia de la filosofía y lo acerca al público: entre otras labores propias de la empresa intelectual, el cultivo de la filosofía se encuentra integrado en la escritura como una implicación más.

 


Alucino ante el libro de Kierkegaard: Lo observo colocado sobre la mesa y percibo como un rumor que proviene de siglos atrás, del penumbroso siglo XIX. Casi me parece fantástico que las confesiones de una mente singular como la de Kierkegaard, atraviesen las décadas y los siglos y lleguen hasta mi ahora, hasta mi casa, ante mí, dispuestas a derramarse con discreción sobre mi atención. Yo soy cómplice de esta sutil entrega cuantitativa- el volumen sobrepasa las 400 páginas - de intimidad procelosa.

 


Leo las memorias gamberras de Harold Norse, un poeta norteamericano homosexual de la década de los sesenta, compañero de venturas de Allen Ginsberg. No conocía al personaje, pero su ubicación espacio-temporal en las vertiginosas décadas de los sesenta y setenta, me lo hacen atractivo de sobra. Lo que ocurrió durante tales años en Norteamérica es alucinante. Y lo que me turba más es que la aventura social y  cultural de entonces, la poesía beatnik, las drogas, los hipis, el despegue del rock heavy y sinfónico, la revolución sexual, la música disco, James Brown, Bob Dylan -  se nimban de la densa bruma del pasado. Pero, ¿cómo va a ser pasado lo trepidantemente joven?

 

 

Leyendo la transcripción publicada de unas conferencias de Borges en la universidad de Columbia. Me sorprende la franqueza de Borges cuando dice que a sus setenta años parece que por fin es ya el poeta que quiso ser toda su vida.

 


Cuando me aproximo a la narrativa siempre me asalta un interrogante cuya solución quizá no se halle sino en los desfiladeros más arduos de la hermenéutica. Cuando, desde la ficción, un condenado a muerte nos habla de  su último día, o cuando el héroe cae herido en el desempeño de una de sus gestas, es decir, cuando el personaje nos habla tras su muerte, desde dónde nos está hablando, en realidad, el narrador;  desde qué lugar ontológico,  metafísico, transmaterial lo hace. Decir que se trata de una convención literaria es lo vulgarmente esperable: no me convence.

 

 

Leo a Saint-Jhon Perse y, por un lado, me inocula un entusiasmo delicioso por la grandeza y exquisitez de la palabra poética y de lo que esta puede llegar a alcanzar, pero por el otro, no dejo de sentir cierta melancolía: qué lejos está mi vida diaria  de festejar los horizontes que la poesía canta y urde. La poesía se convierte así en un reto moral y vital. Me obliga a cierta excelencia cuyo emprendimiento es un amargo engorro para mí en mis actuales circunstancias.

 


 Abro un libro divulgativo sobre temas filosóficos y me encuentro con la paradoja creada por Schrödinger y su famoso gato existente e inexistente. Precisamente esta paradoja, cuya conclusión viene a ser que la participación del experimentador o investigador influye en la definición del experimento, es la que tiene una aplicación interesante en el ámbito de lo paranormal. La obtención de parafonías se corresponde en ocasiones más que significativas con el talante y grado de implicación del que investiga. Si, de las leyes espacio-temporales ya formalizadas, existen variantes que desconocemos, la puntualmente óptima relación cerebro-tiempo, ocasionaría la súbita conexión con tales variantes extrañas. Es decir, que si el gato de Schrödinger está muerto y vivo dentro de la caja antes de que el investigador la abra, del mismo modo, la manifestación del fenómeno paranormal se produciría sin que sepamos cómo y por qué se ha manifestado a nosotros. El misterio es doble como el estado vital del felino.  

 

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