Ningún espeso bosque ni
ninguna investigación de geografías extrañas nos van a sorprender como lo hará con
generosidad la operación de la lectura. En la serie de reflexiones breves que
componen el Diapsalmata del filósofo Soren
Kierkegaard, me topo con una de esas observaciones que te iluminan y te
fascinan a un tiempo, que culminan la realidad captada con una imagen.
Kierkegaard nos confiesa
que teme la acción de recordar. En cuanto recuerdas algo, parece que quede
enterrado definitivamente en el tiempo, que ya no pertenezca al flujo vívido
que podríamos denominar presente. Pero a esta confesión le da un mínimo giro,
sublimando notablemente las características penosas del recordar:
Vivir
en el recuerdo es la vida más completa que podamos imaginar. El recuerdo
alimenta más ricamente que la realidad… Una circunstancia recordada, ya ha
entrado en la eternidad.
Glosar estas
declaraciones nos llevaría a reformular nuestras ideas del tiempo, de la
efectividad duradera de la vida, y del alcance de nuestras experiencias.
Kierkegaard destaca aquí el poder lenitivo y reparador del recuerdo, colindante
con el de la eternidad. En el recuerdo todas las potencias o posibilidades se
produjeron en la vida de lo recordado o de lo que recordamos. Recordar algo es
entronizarlo ante el tumulto de todos los otros sucesos, reconocer el
cumplimiento de su plenitud y belleza.
En todos estos aspectos,
recordar viene a ser una operación exquisita de reconocimiento: son los propios
dones de lo recordado lo que protege del avance del tiempo. Vivir en el
recuerdo, como dice Kierkegaard viene a ser el permanecer incólume ante el
proceso aniquilador y general de las cosas, sumirse en la tranquilidad de una
bendición perpetua.
Ahora bien, esta tarde,
reflexionando sobre las palabras del filósofo, me vino a la cabeza otra cita
que me impactó hace mucho tiempo y que figuraba en las páginas iniciales de un
número de aquella revista que sobre lo paranormal, publicaba Jiménez del Oso, Más
allá, creo que se llamaba. La cita era de un pensador moderno hindú
cuyo nombre no recuerdo en este momento y decía: Vivir de recuerdos es arrastrar
una muerte interminable.
Me deslumbró, además de
sentirme, al leerla, de algún modo, aludido debido a las circunstancias que a
mediados de los noventa estaba experimentando. Ahora bien, ambas reflexiones,
las de Kierkegaard y las del pensador hindú, no se refieren a lo mismo, al
menos, a la misma actitud. Mientras que la observación del hindú se refiere a
la decadencia moral que implica no vivir sino de los recuerdos de lo que se ha
vivido al juzgar aquellos momentos como los más plenos, sinceros y felices,
Kierkegaard destaca la función eternizadora del recuerdo, desde qué perspectiva
se opera la pervivencia de las cosas. El recuerdo es una fuente de
investigación, un depósito informativo que se presta a la evocación poetizante
y al análisis minucioso. No es tanto que las cosas al ser recordadas queden
como presas de un ámbar milenario que las preserve indefinidamente, no se trata
de aludir a una dicha presunta que podamos derivar de una imagen estática para
siempre. Creo que la observación de Kierkegaard es mucho más sutil. El recuerdo
no es una forma de alusión estática sino todo lo contrario, dinámica,
cambiante, prismática. El dinamismo evocador del recuerdo implica una imagen
metamórfica del tiempo, que despliega en análisis consecutivos toda la textura
inmaterial y continua de las realidades que fueron y que siguen siendo.
Kierkegaard alude a la idoneidad del recuerdo no tanto como modelo fijo,
teóricamente óptimo de alusión temporal sino como forma soberana de
relacionar hechos cuya ejecución
constituye el recordar y la memoria, en suma.
No nos dice que nos
entreguemos a la penosa actividad de recordar biografías o hechos tediosos, sino que el que algo persista en su
esplendor desde el recuerdo se nos revela como el modo mejor de interpretar tal
cosa. Algo no se olvida por la cantidad o intensidad de detalles vitales que
concita, significa o guarda y por el modo similar en que provoca nuestra
evocación.
Kierkegaard nos está
indicando o sugiriendo la naturaleza especial que se deriva del concepto de
tiempo implicado por el recordar.
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