viernes, 30 de julio de 2021

ITINERARIOS MURCIANOS

 

Sala de la planta segunda del Palacio Almudí


La menina-cárcel


El hombre es la medida de todas las cosas



Afortunadamente, el futuro depende de nosotros


Por la calle, a más de treinta grados. La luz también hace delirar

Entre sombra y sombra



Soportal






En torno al río










martes, 27 de julio de 2021

DOS LIBROS PARA EL DISFRUTE LECTOR



GEORGE ELIOT. ENSAYOS. 

Sobre la era victoriana se ha hecho muy popular el estereotipo de que fue una época mojigata e hipócrita. Lo que personalmente he ido comprobando es que, sin desmentir absolutamente lo que tales estereotipos acusan, la era victoriana fue algo más que eso, incluso diría mucho más y yo hablaría de la inteligencia secreta que autores y autoras, escritores y escritoras de entonces exhibieron en sus obras y que ahora, por lo menos por aquí, por España, parece que admitimos como realidad. Artistas de la palabra escrita como Robert Browning, Elizabeth Barret Browning, Wilkie Collins, Lewis Carroll o el mismo Oscar Wilde, son muestras conocidas de un trascender las empobrecedoras barreras sociales o simbólicas del momento histórico que vivieron. George Eliot, es decir, Mary Ann Evans, es una muestra más de esta breve lista y cuya obra ensayística manifestamos conocer sorpresivamente gracias a este volumen tan atractivamente editado por La Uña Rota.

Eliot era una experta conocedora de la cultura alemana, de sus filósofos y del idioma. En esta selección de ensayos lo podemos constatar a través de unos cuantos trabajos que nos hablan tanto de la cultura y de la sociedad alemanas como de sus filósofos y de ediciones críticas de obras filosóficas.

Por la especiosidad de estos artículos he llegado a pensar en Borges, estableciendo quizá una similitud algo laxa o generosa. Pero no deja de ser interesante y notable que una novelista conociera con minuciosidad los arduos itinerarios de filosofías tan densamente especulativas.

El libro se abre con la narración de un viaje, de una excursión local. Me ha parecido sorprendente la percepción que Eliot nos comunica  de la luz en un breve pasaje de este texto: “… llegamos a un lugar a la sombra que nos invitó a sentarnos. G. se fumó un cigarro y nos quedamos contemplando la luz del sol, que habita como un espíritu en las ramas de aquellos bosques que subían por las laderas..”  La luz como un espíritu… raro y sorprendente ¿no? Cualquiera diría que el espíritu poético que habitaba el seno de Eliot, comulgaba con la misma interpretación sacra de la naturaleza que un azteca o un bantú.   

 


COLOR LOCAL TRUMAN CAPOTE.

Llevo siglos encontrándome con el nombre de Truman Capote en listas editoriales, en librerías, en revistas, en notas de prensa, en notas enciclopédicas e incluso en películas, y jamás leí una sola línea de este autor porque consideraba que no me interesaba el género literario en el que supuestamente escribía. En esta ocasión, la publicidad sobre el libro presente era muy precisa y hablaba sobre todo de espacios como motivo narrativo de los artículos que lo constituyen como para que lo olvidara y dejara de lado, aunque hubiera que pagar lo suyo por la exquisitez de estos pequeños volúmenes de Alba. Todo lo que los escritores han escrito sobre lugares concretos en épocas concretas, ciudades, pueblos, enclaves naturales, me interesa: pienso que algún detalle peculiar habrán registrado que me revele algo de ese misterio que habitamos y somos llamado especio y tiempo.  Los textos que consisten en crónicas periodísticas o viajes, según la época y el punto geográfico en que se escriban, basta para cumplir con las expectativas literarias apenas el autor de las mismas tenga un mínimo de calidad y compromiso con la escritura. La materia en sí ya surte de la suficiente intensidad como para que el cronista se limite a reflejarla lo más objetivamente posible. En estos artículos Capote nos habla de viajes y  de visitas comprometidas a ciudades de su país: Brooklyn, New York, Hollywood, o bien a Italia o España son alguno de esos puntos geográficos que Capote con gracia y precisión describe en sus periplos. Lo que Capote escribe sobre el espacio norteamericano es directo, con algún detalle entrañable y muy elocuente. Todo nos suena a escenarios de película ya familiares  pero sin la melosidad hollywudiense. Capote no deja escapar cualquier referencia de entidad sobre la pobreza o la idiosincrasia del barrio o de la zona de la ciudad que visita. El relato sobre los personajes que va conociendo y que habitan los sitios por los que pasa, remarca para el lector el carácter literario de tales personajes que son reales. Los viajes que emprende por España e Italia, se enfrentan a los aspectos previsibles que tales destinos del Sur, iban a tener para el viajero extranjero, pero sorprende cómo Capote no teme describir las bellezas que encuentra y cómo respeta la realidad sin añadir exámenes prejuiciosos. En todos estos textos, la pluma de Capote está inspirada y demuestra el cronista especial que es. Un librico para disfrutar.  

viernes, 23 de julio de 2021

EXPOSICIÓN ALMUDÍ. PINTORES MURCIANOS EN EL PRADO.



No lo sé, pero quiero sospechar que los géneros en pintura nacieron de la concentración de la propia mirada estética, cuando esta se detuvo en la observación de la realidad circundante y proyectó representarla. Y esto sólo se produciría si esa mirada ya había discriminado y diferenciado partes concretas del mundo que divisaba, que ambas cosas, fueran una.

Digo esto porque cierta vuelta al orden, a la forma, a eso que tan pastosamente llamamos tradición, a veces es más que saludable en este mundo que parece haber decidido exasperalo todo. Disfrutar una exposición de pintura atenida a las normas más académicas y poco sorpresivas, supone un remanso para los nervios, una propuesta de reposo y tranquila, ingenua, si se quiere, delectación.

La exposición que se encuentra actualmente  en el Almudí, bien a salvo del fuego que recorre las calles fuera, y que nos acompañará todo lo que queda de verano, es una notable muestra de obras de artistas murcianos de los últimos tres o cuatro siglos y que el Prado custodiaba casi en secreto. El tiempo tiene fondos y dobles fondos, y siempre produce cierta sensación de perplejidad descubrir el nombre de tanto ciudadano, de tanto artista desconocido: Germán Hernández Amores, Domingo Valdivieso, Alejandro Seiquer, Antonio de la Torre o Rafael Tegeo son alguno de los nombres de estos artistas que con una exposición como esta abandonan por unos instantes ese estatus irrespirable del anonimato creativo.


La mayor parte de la muestra pertenece al período costumbrista y naturalista del XIX, y esto aporta a la exposición algo así como un aire de familia, un conjunto de imágenes que no cuesta identificar y que parecen salidas del mismo pincel. Ahora bien, estos aspectos no hurtan, claro está,  la posibilidad del disfrute y de cierto asombro. Examinando las escenas típicas murcianas, nos encontramos con personajes de novela o de comedia: el cura, los chiquillos, los huertanos, las huertanas, etc... En aquellos días se podía tener el orgullo de representar a alguien con indumentarias o lenguaje específicos. Hoy ¿quién somos, que especificidad es la nuestra, ir de la  mano de un móvil con una coletilla de samurái vistiendo un chándal o algo semejante? Vaya gloria. Al menos el estereotipo romántico no padece de conflictos identitarios a la hora de afirmarse con pasión, de escenificar las peculiaridades de su temperamento, de su idiosincrasia. Por ello, al observar el donairoso  despliegue de escenas murcianas, uno experimenta cierta fascinación: eso tan chocante y saleroso éramos y de lo que de algún  modo nos hemos distanciado. ¿Lo seguimos siendo todavía a ojos de otros?


Examinar cómo nos vestíamos o festejábamos implica de modo ineludible, la consideración pensativa del tiempo: escenario de fondo sobre el que se exhiben nuestras metamorfosis. 

A propósito de esto, me fijé en un cuadro de tonos ocres pero de líneas perceptibles y motivo nada trabado: una escena infantil de principios de siglo XX. Las vestimentas de los danzantes chiquitos me producían cierta sensación de pesadez, de falta de estética. La imagen anudaba ternura y melancolía: la niñez que fue. Pero mi imaginación hizo un esfuerzo y logré en décimas de segundo acoplarme a esas formas y aceptar el que los niños tuvieran que llevar aquellas ropas,  que les correspondiese llevarlas sin otra alternativa, y además, que estuvieran localizados en un pasado irrecuperable que ahora llegaba a mi conocimiento. De pronto, me instalé en esa galería, confirmé el bienestar natural  de los niños y “salí” fuera pronto, admitiendo que nada había en esta pintura que me provocase una discusión con el espíritu del tiempo. Con los niños no podía discutir y al pintor no podía reprocharle que hubiera sido coherente con las enseñanzas recibidas


Había un par de piezas donde el tiempo se había adensado definitivamente y sólo quedaba admirar la planta de su representación. Me refiero a una escena bíblica de la época barroca en la que autor o discurso eran absolutamente imperceptibles, indetectables. Ante imágenes así poco debate cabe a no ser que la pintura, simplemente, no te guste.  La impronta de una autoría en determinadas obras del barroco es una rémora, una singularidad fastidiosa: el artista debe aniquilarse como tal y convertirse en medio estricto de la mística emergencia visual. La biografía en este tipo de pintura se diluye en los claroscuros, desaparece en las gratas sombras.



Antes de la aparición de la fotografía, algunas escenas sólo pudieron ser imaginadas en la privacidad de talleres y gabinetes. En esta pintura sorprendemos a una pareja en un momento algo íntimo. El artista contempla cómo ha quedado su obra, mientras la modelo acaba de arreglarse o de vestirse. Impacta la posición de la mujer por su infrecuencia y su veracidad figurativa. Hay una complejidad añadida a esta pintura y a la figura de la mujer. Se trata en realidad de una escena de pintura costumbrista atrevida pues está creada en el siglo XIX. Gracias a la ventaja que le da el tiempo y la historia, ¿el pintor del XIX se recreó imaginando qué sensación obtendría proyectando sobre la tela una escena difícilmente accesible del siglo anterior? Una época contempla, investiga a la otra creyendo que no deja huellas en su artero asalto. De todos modos, a las escenas cortesanas dieciochescas del XIX, el espíritu moderno sólo puede añadir  meras maliciosidades esporádicas: la modelo que se arremanga el vestido ante el espejo…    




Algunas pinturas de ninfas desnudas bañándose en frescos ríos están ejecutadas con tan poca retórica, con tal levedad que parecen estampas y resultan poco originales. Ninguna pintura más huérfana de gracia pictórica que la que prescinde de su propia aura.

 


Cerca del término físico de la sala, me encontré con dos pinturas soberbias. Se trata de escenas de pescadores en las que casi podríamos trazar el itinerario de motivos que el pintor ha ido perfilando y materializando tan brillantemente en el plano que le presta el lienzo.  En estos casos se puede decir del artista que ha utilizado las normas estrictas del género para potenciar su arte en vez de limitarlo: las reglas le han surtido de un espacio de relaciones y ubicaciones – lejanías e inmediaciones, pescadores más cercanos, conjunto de pescadores guardando las redes, más lejanos, gaviotas, detalles del mar, de las nubes y del casco del barco -  con el que ha distribuido magistralmente la serie de objetos transmutados que componen este fragmento admirable de realidad. El cuadro convence no sólo por la calidad de la pincelada sino por el reparto veraz de los elementos reflejados.





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Con la idea en la cabeza, con la preocupación de lo que media entre el mundo y la pintura, entre la imagen pintada y el despliegue físico de las cosas, de qué es lo que los distancia definitivamente o los asemeja,  me acerqué a la última pintura con la que me despedí de la sala: una fiesta huertana. El cuadro es de tamaño considerable y el mensaje humano acaba por imponerse: más que formalidades pictóricas o servidumbres costumbristas, creo que es la alegría de los asistentes a esta fiesta o romería lo que importa y se nos revela entrañable. Al fijarnos en la sutileza del detalle de las sonrisas de las mujeres, en el rostro desvaído del niño, apenas una pincelada etérea sobre el aire calmo de la tarde, volví a pensar en que aquello que separa realidad y pintura, que es más bien una trama teórica,  a veces cede y se suma, indiferenciado, a la expresión de la delicadeza, de la belleza que termina predominando.   



 

miércoles, 21 de julio de 2021

LA ESTACIÓN DE MURCIA COMO WORK IN PROGRESS



Antes de que se convierta en una megaestación de tren, más o menos antipática y espectacular, podemos disfrutar del estado actual de la estación de Murcia  interpretándola como una extraordinaria obra en curso, como esa  Works in progress, que ha inspirado a artistas plásticos y compositores musicales  como motivo estético, y que arquitectos y demás técnicos están intentando trazar sobre el polvo del horizonte.

Tal y como está ahora la estación se correspondería con esos períodos de vertiginosa ideación que el Demiurgo se toma el lujo de extender ante su propia visión, gozándose en la conformación técnica de materiales y aportes, saboreando el proceso mismo de la construcción.

Aquí la Teoría se admira de su propia capacidad inventiva, comprobando los factores que se van ensamblando, la articulación sintáctica de las distintas franjas y vetas de que consta algo tan desmesurado como una gran estación.

Como si el Sumo Arquitecto trazara sobre los montones de grava y manojos de hierro el dibujo de su proyecto, los usuarios que utilizen ahora la estación, en realidad no utilizan sino un proyecto todavía imaginario e incompleto, un emplazamiento de aceros y cementos por los que discurrir soñando que en un futuro inmediato el polvo y todo signo de precariedad física desaparecerá y amaneceremos en el día primero de las comunicaciones.

La estación de cercanías va camino de convertirse en unidad de comunicaciones capitalinas y cósmicas, atravesando huertas y propiedades, pantanos y veredas provinciales, parques y gasolineras.

Qué semejanzas ofrece el actual estado de la estación con aquellas ruinas que románticos cantaron y pintaron, que un Piranesi advirtió como expresión del paso mistificador del tiempo. ¿Están construyendo una gran edificación o lo que se nos ofrece es la estación del futuro bombardeada por los marcianos?

En qué punto del proyecto está esta inmensa maraña, esta conexión desmadejada de hierros colados y acero poderoso, qué dirección es la que ha tomado: se está creando o se está destruyendo para que, supuestamente,  emerja luego algo insólito?

La estación ahora es una aspiración, una lucha contra el tiempo y el ahormamiento matérico, un proceso que desea con furibundez pero también con impotencia, encajar las enormes partes de un todo, los elementos del mecano, los enunciados que configurarán el enorme texto finalmente ejecutado, pleno en funcionamiento, en sentido.

La estación sueña consigo misma, con la ordenación de sus pasillos, con la limpidez funcional de sus ascensores, con la inteligibilidad de sus vías y líneas.

Yo la disfrutaría como si fuera un niño descolgándome de las distintas partes de un parque de atracciones: bajando por aquí, subiendo por allí, escondiéndome por allá…

Mientras la estación adquiere forma y funcionalidad, la gente sigue viajando, yendo de alicante a Murcia, de Murcia a Orihuela, de Orihuela a Elche, atravesando tranquilamente el espacio y el tiempo, sintiéndose parte súbita  de este fenómeno de cristal, focos y andenes eternales.

 





lunes, 19 de julio de 2021


NACIMIENTO DE BUDA

 

Cómo describir el nacimiento de una divinidad. Nosotros somos meros liliputienses evolucionando por la accidentada tierra y sólo poseemos a favor ese montón de datos contradictorios que pertenecen a lo que llamamos historia y que queremos convertir en información imprescindible (otra deidad, en definitiva: esta, profana).

Los dioses, naturalmente, no nacen en la historia sino antes, mucho antes de que se forme pensamiento, cálculo o relato humano de nada.

El origen de las cosas es siempre misterioso.  Jamás podrá ser objeto de la historia por mucho que lo pretenda, ni siquiera de la historia científica a través de cómputos subatómicos o cuánticos. El conocimiento físico del mundo nos hablará de los procesos y evoluciones que constituyen y dinamizan la naturaleza, pero difícilmente podrá explicarnos el origen del cosmos porque semejante cosa se produce en un lugar que no pertenece al recuento ni a la linealidad objetivista: se produce en otro sitio: el que causa y determina todos los demás emplazamientos de la vida.

Queremos hacer un relato de las cosas para hacérnoslas accesibles y controlar sus devenires y modos de componerse. Pero el azar, la imprevisibilidad de la naturaleza y de la propia naturaleza humana, malogra, vulnera todo cálculo definitivo sobre lo vivo. Lo divino está por encima del azar y de cualquier devenir. Resulta ridículo pensar que seamos capaces de acceder al génesis de un dios.

Para explicarme el mundo, está el espléndido mundo de las teorías filosóficas. Pero todavía hay un medio, un espacio más fiable, más delicado, igual de misterioso que el cosmos: el arte. Y los artistas son pequeños, furtivos videntes.

Misteriosa me parece esta obra de mi amigo Manolo Soriano, Teodomiro, titulada Nacimiento de Buda, pero, al mismo tiempo, también me parece mucho más precisa y verdadera que cualquier documento o leyenda sobre el asunto. Sólo el lenguaje del arte es capaz de decir un misterio sin profanarlo.

Podemos intentar explicar una imagen, buscar elementos que nos expliciten los contrastes que la componen. La obra de arte constituye un lenguaje y un espacio de revelación genuino. Es decir, explicable, quizá, por la razón crítica, pero no traducible. La música no se traduce. La imagen, pueda ser analizada, pero la representación que produce, se comprende desde la luz propia que despide.

No sé cómo pero, Teodomiro, ha tenido aquí, en medio de su abundante obra, un instante de destello singular, una intuición brillante.

Quizá algún día me lo explique, qué elementos son esos que componen esta obra. Pero por el momento, prefiero que me embargue la sugestión de lo visible y no sustituir esta impresión por meras explicaciones.

El espacio abstracto, la textura que lo recorre, la figura numinosa recogida sobre sí misma, como protegida por su halo, insinúan una celebración arcaica, primigenia, sólo accesible a la mirada del Logos primero que cantaban los herméticos. Pues aquí, todavía, no hay palabras, sólo imágenes simplificadas en su misteriosa génesis. ¿Qué memoria de hechos tenemos delante? La luz que llama a la luz.

miércoles, 14 de julio de 2021

LA SIESTA Y EL FUEGO SAGRADO. Crónica del día 12 de julio.



Jornadas de calor aplastante. En otros tiempos este calor, esta enormidad de luz por las calles hubiera sido estimulante, hoy es todo lo contrario. Este lunes ha sido de una melancolía atroz. La tarde se me ha alargado tanto que ha desbordado el pobre horario que intento seguir para no dispersarme más y perder la razón. Me sentía culpable de no saber qué hacer con tanta cantidad de generoso y fulgurante tiempo. Al final, me decidí y salí a la calle. El viento africano que soplaba por las desoladas calles de Orihuela, eran olas de fuego. La poca gente con la que me he encontrado iba más o menos apurada. Los niños o muy jóvenes apenas se enteraban, incluso algunos seguían con sus juegos. Dos chicas de unos doce años, consultaban sus móviles sentadas en un banco como si no ocurriera nada. Las árabes, con sus ropajes encima, cubierta la cabeza y con la mascarilla puesta, estaban en su salsa: son inmunes al calor.

 


Llegó el tiempo de las siestas infinitas. Antes, cuando estaban mis padres, la siesta era una hora absolutamente especial, reservada al descanso y a la lectura. Me encerraba en mi habitación con el aire acondicionado puesto, mientras mis padres reposaban la comida en el salón, donde también disfrutaban del aire acondicionado. Yo me había “despedido” de ellos, como si me fuera de la casa hasta una hora o varias después. Me tumbaba en la cama con un par de libros y a surcar los mundos de la literatura y el sueño… Ahora, sin mis padres, sin personas con las que convivir y que me obliguen a un horario fijo de reparto espacio-temporal en el día a día, la siesta es un período de tedio, veteado por la luz breve de  alguna que otra lectura.

 


La siesta era para Macedonio Fernández, el maestro oral de Borges, el momento del panteísmo absoluto, la hora en la que no ocurre nada excepto esa unión súbita de la naturaleza y del creador. Para mí la siesta era la ocasión para la lectura libre e infinita. Del mismo modo que la lectura en el aseo está asegurada por la privacidad que gravita sobre quien utiliza tal servicio de la casa, para mí la siesta era como un fragmento de tiempo acorazado dentro del cual tenía la total certeza de que no iba a ser interrumpido por nada ni por nadie. Me hicieron falta  unas cuantas siestas para leerme, integra, La lógica del sentido de Guilles Deleuze. En horas de soledad dorada, mientras fuera en el patio, en las calles, por los parques y avenidas, el sol hacía arder el asfalto y derretir las paredes de los edificios, yo me internaba por la serie de conjeturas y vericuetos reflexivos que Deleuze proponía para dar cuenta del sentido moderno del tiempo y de la ubicación precisa del valor en los enunciados comunes y complejos.

 

Es cierto lo advertido por Macedonio Fernández: durante la siesta, no sucede  nada. Se produce entonces el momento súbito de la inmanencia sagrada. En los centenares de siestas disfrutadas, es verdad, no recuerdo que ocurriera nada. Sólo habría que hacer una media excepción: cuando se produjo el terremoto de Lorca.


martes, 13 de julio de 2021

BORGES, BRAUTIGAN Y CABRERA INFANTE


BORGES PROFESOR


Casi podríamos afirmar que nos encontramos con un libro inédito de Borges, si tenemos en cuenta la esforzada labor de quienes han revisado las transcripciones y notas de unas grabaciones perdidas sobre el curso de literatura que el escritor argentino impartió en Buenos Aires en 1966; pero no, más bien estamos ante un notable documento borgiano, pues el texto de este “libro”  no lo escribió Borges, exactamente, sino que lo dijo

La fidelidad transcriptora de los amanuenses ha sido tan pulcra y concienzuda, que leyendo estas clases, estamos escuchando a Borges nítidamente: la famosa adjetivación y la escuetez reveladora se combinan con cierto aire más ingrávido, más alusivo que definidor, típico de la exposición oral que no traspone su objetivo, a pesar de ello, el vaivén borgiano siempre tan sugerente como alejado de formalismos.  

Al visitar estas páginas, escuchamos de pronto a Borges que emerge del tiempo, que retorna hacia nuestra atención agradablemente sorprendida  y nos propone obras y autores y un análisis somero de circunstancias sociales y culturales. El experimento ha dado resultado: un Borges oral nos remite, lúcidamente, al tesoro histórico de la literatura escrita.  

 



O. EXORCISMOS LITERARIOS. Guillermo Cabrera Infante

Dos auténticas demostraciones virtuosísticas – O y Exorcismos – recoge este volumen de la producción del autor cubano en los años setenta. En su momento, jamás leí a Cabrera Infante. Con el tiempo, me intrigó el contenido de su obra, de qué aspectos o temáticas hablaría y cómo lo haría. Estas dos piezas artesanales dejan bien claro cuál era el nivel crítico paródico de Cabrera y su posición política sobre el fenómeno cultural. Resulta, incluso, algo apabullante, la capacidad caricaturesca de su estilo omnímodo. Cabrera coge de las solapas buena parte de la literatura contemporánea, buena parte de la clásica y la moderna y somete las pretensiones de todas a una versión propia a través de la gama infinita de todas las figuras retóricas imaginables y la experimentación tipográfica. Veo en las numerosas para-reseñas que integran este volumen, una crítica al alto grado de complejidad que la cultura moderna ha alcanzado, a sus tendencias elitistas y esotéricas, al estatus demasiado solemne que ha representado la alta cultura.   

 


LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA. Richard Brautigan 

Durante algún tiempo vi este libro en algún rincón de las librerías, aparentando ser novedad editorial o producción del autor anglosajón últimamente descubierto o promocionado. Como el origen de las cosas es misterioso, confieso que el descubrimiento de este autor ha sido reciente pero he olvidado cómo se produjo. Quizá fue investigar en internet su curiosa biografía y su sorpresivo suicidio lo que hizo fijarme en sus escritos. La cuestión es que tal y como la reseña de la propia editorial nos dice, nos encontramos con el raro, muy raro libro que lanzó a la fama a nuestro autor y estimuló que su singular obra continuara durante una década y media más.

Cuando una obra tan lúdica, surrealista y delirante como es La Pesca obtiene un éxito tan inmediato, es porque se parece, secretamente, a la sociedad que se ha fijado en ella, porque señala cómo funciona el aparato de los deseos y los sueños y qué destino contradictorio le espera a tal cúmulo de complicadas aspiraciones.

Yo diría que La Pesca refleja algo así como un surrealismo local y natural, el que es propio de la sociedad norteamericana y que tan bien ha reflejado el cine y las revueltas sociales de los sesenta, marco histórico al que pertenece este texto. El onirismo, el sexo, la crítica social y política hacen un popurrí que Brautigan va dosificando a través de un solo motivo: irse de pesca a por truchas en determinados puntos geográficos de Estados Unidos.

Brautigan crea un mundo propio, lo articula a placer, no aspira a la gran literatura ni a pedagógicas demostraciones. La Pesca es una suerte de cajón de sastre en el que a través de la regularidad de un solo motivo, el escritor va ilustrando los distintos delirios que tanto identificaron a la sociedad norteamericana de aquellos años (1967). El marco social de fondo de La Pesca es, por tanto,  el de la llamada hipi, el de la revolución política y ética, el del rechazo a la guerra, el de un devenir experimental en la mentalidad. La Pesca no pretende ser reflejo canónico de todo ello sino quizá consecuencia de una locura general y de una idiosincrasia tendente a lo excesivo y lo pintoresco.    

VIDEO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

  Algo tarde me he enterado de la insólita noticia de la existencia de un video en el que aparece el poeta Miguel Hernández . El hecho lo ...