martes, 28 de julio de 2009


BIBLIOTECA ROLAND BARTHES


Bajo el nombre Biblioteca Roland Barthes, la editorial Paidós ha decidido reeditar un buen número de importantes obras de este autor. En España, generalmente, han sido esta editorial catalana y la madrileña SigloXXI, las que han ido publicando la obra íntegra del ¿ensayista, semiólogo, escritor? francés. Recordemos, de paso, que hace apenas un par de años, Seix Barral sacaba a la calle uno de los libros más populares de Barthes, El imperio de los signos, cuya primera edición de bolsillo, en Mondadori, tantas veces vi en un rincón de uno de los estantes de la librería de Diego Marín, en Murcia, sin querer adquirirla, porque, pedantemente, no me interesaba la aplicación de la teoría a un entorno exótico, perdiéndome el placer de leer un análisis tan sutil y exacto de una cultura no occidental.

Ensayista original, semiólogo no ortodoxo - la semiótica en Barthes fue una herramienta de paradigmas movedizos, un juego sofisticado de la inteligencia -, la elegancia de su estilo radica, precisamente, en no obstaculizar la comprensión de los signos bajo la presión de modelos fijos, en aceptar la no cientificidad de la semiótica, en privilegiar el carácter aventurero de la escritura, reivindicando un contacto placentero con esos complejos organismos que son los textos.

Aun en los trabajos más sistemáticos, en Barthes siempre encontramos pasajes reveladores, definiciones de sorprendente actualidad. Hay muchas cosas que nos lo hacen cercano: su defensa del pastiche, del fragmento, de la escritura como gesto y expresividad, el interés por la moda, la poeticidad de su estilo, su lectura novedosa de algunos aspectos de la cultura antigua. En Barthes, el análisis de los productos culturales y el placer intelectual no se excluyen, son una simultaneidad.

La dinamicidad de la cultura es tanto su admirable diversidad, susceptible de ser interpretada indeterminadamente, como su precisa articulación a través de mecanismos lingüísticos. Por ello en Barthes, el lenguaje como metáfora, como soporte y objeto del conocimiento, es capital: "Tengo una enfermedad: veo el lenguaje....una "visión" como la que tuvo Escipión en sueños de las esferas musicales del mundo". Barthes busca el "discurso jubiloso"; ante la presión del significado, privilegia la entidad estética del significante.

Lo que lamento en Barthes es que no saltara con más frecuencia más allá de las fronteras galas. Hubiera sido fascinante un encuentro entre Barthes y Borges, por ejemplo. ¿Qué hubiera escrito sobre el Pierre Ménard borgiano, supuesto autor del Quijote?

Felicitamos, pues, la decisión de la editorial Paidós, aunque, algunos detalles de factura afeen el proyecto: este sábado pasado compré La aventura semiológica, volumen que inaugura la colección y constato un anacrónico diseño con un texto aderezado por más de una y de dos erratas.

jueves, 23 de julio de 2009


EMBRIAGUECES DE LA SIESTA



El calor produce en mí una excitación lujuriosa, una gula literaria, un gusto por mundos y pensamientos. Estar de este modo: tan estimulado como incomodado por el calor. La siesta como el espacio-tiempo de la deriva, de la lectura mágica, de la ensoñación lúcida. No es que devore libros a esa hora, sino que me entran unas ganas locas de leer, de viajar imaginariamente, de sorber mundos. En la brecha que se abre lánguidamente con la siesta, burbujean mundos remotos en mi mente. Es como si en mi habitación reprodujera la expectación alucinada que provoca el desierto con sus espejismos.


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Me veo como el lector alucinado que insinuara Barthes. Los textos fulguran, se tornasolan con las lecturas. Lotman habla de cómo los textos, además de transmitir sus propios contenidos, crean mensajes nuevos al interactuar con otros textos a través del tiempo. Ahora estoy leyendo Electrones, de Carlos Marzal; Tratado sobre los vampiros, de Calmet; Un metafísico en Tecnolandia, de Manuel Liz; Postpoética, de Fernández Mallo; Crónicas berlinesas de Joseph Roth; Horas venecianas, de Henry James;y los diarios de Lord Byron y de Barbey D´Aurevilly. Giro a través de esta galaxia de palabras, de autores, de épocas, de mundos, de perspectivas, de estilos y de imágenes. Ninguna confusión. El caos ordenado por cada simple línea que leo. Convergencia de mundos y propiedades concretas de cada uno de ellos en una harmónica difusión. Escrutación sin fin, gozosa. No leer para aprender, sino para gozar. Y al gozar, ineludiblemente, aprender.


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Leo en el diario de D´Aurevilliy la triste sorpresa que el autor experimenta al enterarse de la muerte inesperada de una mujer joven que le gustaba. Esta misma tarde acaban de ingresar a un familiar mío en el hospital. Pienso en la tenuidad que hay entre la vida y la muerte, la barrera repentina, sutil que las separa. Quizá por excedente de energía , por la confusión que produce el calor, la muerte en verano parece un tanto más liviana, su tragedia se amortigua en la luminosidad del ambiente, como un punto doloroso y específico pero fugitivo e ingrávido también. Por otro lado, pienso en ese extraño temor que los nórdicos experimentan con la luz del mediodía. Jensen, en su novela Gradiva, dice que la hora del mediodía es la hora de los espectros, y Weinninger llega a tacharla de siniestra, sugiriendo que la luz del pleno día ofusca o es el fin de todo conocimiento, como si el exceso de luz encubriera paradójicamente, o destruyera la percepción adecuada de las cosas. Quizá sea así como haya que entender la imagen "un sol negro".


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La sed momifica el aliento.

miércoles, 8 de julio de 2009


CORRESPONDENCIA ENTRE OCTAVIO PAZ Y TOMÁS SEGOVIA



El Fondo de Cultura Económica de México, publicaba el año pasado este volumen que recoge la correspondencia que Octavio Paz mantuvo con Tomás Segovia entre los años 1957 y 1985. Es decir, el libro sólo contiene las cartas enviadas por Paz a Segovia, no las de este último. Teniendo en cuenta el carácter altamente notable de este diálogo intelectual hubiera sido interesante conocer las respuestas y las cuestiones expuestas por Segovia ante las respectivas de Paz.

La India influyó poderosamente en el espíritu de Paz irrigando por sus venas la fluidez del pensamiento iluminado, porque las cartas pertenecientes a su estancia en Nueva Delhi, son de una gran brillantez y precisión especulativa. Paz, exultante y motivado por las inquietudes e interrogantes que Segovia le plantea, reflexiona agudamente sobre el mensaje poético, sobre la naturaleza fantasmática del yo, sobre el lenguaje y el tiempo. Rebosante, Paz llega a citarse a sí mismo, no sé si pensando en otros lectores, además de Segovia. El epistolario es un semillero  inédito de hallazgos y reflexiones dignas de antologarse independientemente como aforismos:

"El yo es función del tú, pero el tú no es función del yo"; "Hay algo demoníaco en la risa moderna"; "El solipsismo poético opera a favor del lector, es decir, de la realidad. El solipsismo psicológico (y el metafísico y el dialéctico) es contradictorio e incompleto: no me abarca, no me comprende".

Quizá corran malos tiempos para la metafísica, pero no, obligatoriamente, para la grata intimidad escrutadora que se produce entre dos poetas, en cuya comunicación, el atisbo de lo sublime o el roce de la belleza no tienen porqué ser infrecuentes sino signo de una gozosa comprensión secreta: Has escrito algo que ha estremecido a "los anales diáfanos del viento", a la palabra impalpable que duerme (¿pero realmente duerme?) en las palabras de nuestro idioma.

Una nota curiosa. Paz escribe un poema largo y piensa titularlo Como nada. Cree haber hecho un auténtico hallazgo lingüístico con este epígrafe, pero más adelante se rompe el hechizo cuando se entera (estamos en el año 1966) de que se trata de una expresión corriente. La inocente ignorancia de Paz implica un par de cosas: por un lado, cuestiona que el mensaje que la gente lea y lo que el creador literario observa sean la misma cosa (la expresión ordinaria "como nada" ¿tiene el mismo significado que la complejidad que Paz advierte en la conjunción insólita de estos dos vocablos opuestos?); por otro lado, nos recuerda el reto que pesa sobre todo poeta: el redescubrimiento del lenguaje y del mundo, todavía, a pesar de los estereotipos y las repeticiones.

RETÓRICA ANTITAURINA


Como otros años, los chicos antitaurinos nos muestran su solidaridad animal con esta impactante ¿representación, mascarada, performance? Lo que pasa es es que el grado de virtuosismo cada vez mayor de la puesta en escena, enfurruña el mensaje, convierte la manifestación en algo tan estético que casi nos hace olvidar la intención protestataria, incluso hacerla ambigua o lejana. Cosa que también, desde hace décadas, ocurre en el ámbito de la publicidad hasta tal punto que, en alguna ocasión, ha ocurrido que no nos hayamos enterado de lo que pretendían anunciar.

¿Qué es lo nos quieren decir con esos espléndidos cuerpos desnudos embadurnados de rojo y tocados de cuernos: que ellos son capaces de ponerse en el lugar del toro, que el animal, ineludiblemente, sufre, y por tanto la fiesta es algo bárbaro? ¿Por qué no se les ocurrirá ponerse en lugar del torero? Quizá experimentasen una extraña plenitud, un subidón de adrenalina desconocido hasta entonces por ellos y comprendieran que la fiesta es algo más complejo que la interpretación vulgar y políticamente correcta que hacen de ella, y que la dimensión simbólico-mítica que representa no puede despacharse con un decretazo bienpensante.

Yo, viendo a unos individuos tirados en el suelo con unas banderillas puestas, o correteando por las calles medio desnudos con cascos de vikingos, no pienso en el presunto anacronismo de la fiesta, sólo veo a unos tipos extraños o ridículos. La protesta se convierte en un signo que se queda solo.

Insisto: es lo que veo, no lo que interpreto o quiero ver. El grado de preciosismo autista del arte performativo de algunas protestas solidarias produce esto: el cuasi enmascaramiento de lo que se quiere denunciar.

jueves, 2 de julio de 2009


LA ARENA DEL RELOJ XIV




Se asocia a Poe a lo lúgubre y a lo fantástico, confirmándolo con la vida que llevó y su alcoholismo. Pero cómo resolver el problema de una producción literaria tan abundante y original con la interferencia destructora de la bebida. Otro caso sorpresivo es el de Charles Sanders Peirce, uno de los fundadores de la semiótica moderna y aficionado a la bebida. ¿Un lógico borracho? ¿Cómo se come eso? Poe y Peirce son dos ejemplos, entre tantos, de ese misterio que aúna extremos opuestos - caos y orden, creación y destrucción - en un mismo sujeto.
La literatura sobre este asunto, aplicada, singularmente, al caso de los poetas, es harto prolija y caracteriza uno de los mitos más patéticos e intensos de la modernidad: el artista maldito.


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Dos frases sinónimas o convergentes:
El medio es el mensaje;
la poesía se hace con palabras, no con ideas.

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Moldear la escritura, buscar producir una tersura, un tono próximo para que no se imponga el discurso, la violencia del juicio, la inercia del mero instrumental.

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Siempre me ha mosqueado el silencio de Octavio Paz ante la figura de Dalí, teniendo en cuenta todo lo que el autor mejicano escribió sobre el surrealismo y su reivindicación de ese movimiento estético. Despacha la obra del pintor catalán de modo un tanto pedante, diciendo que es manierismo. Me sorprende esta evitación de la fulguración demiúrgica y festiva que hay en lo mejor de la obra de Dalí a través de una simple y seca definición. Supongo que no fue sincero, que no se atrevió a gozar de la obra de Dalí porque el personaje le sobrepasaba, o por ser él mismo una personalidad fuerte que hubiera chocado con la del pintor. Elije, en cambio, a un Miró, más humilde y menos ostentoso, porque su pintura se asemeja a una grafía callada y misteriosa, más cercana al abstraccionismo poético.


UN PAR DE OBSERVACIONES ORTEGUIANAS

  Leyendo a Ortega y Gasset , me he encontrado con un par de pasajes que he convertido en motivos autopunitivos o que se me han revelado...