miércoles, 8 de julio de 2009


RETÓRICA ANTITAURINA


Como otros años, los chicos antitaurinos nos muestran su solidaridad animal con esta impactante ¿representación, mascarada, performance? Lo que pasa es es que el grado de virtuosismo cada vez mayor de la puesta en escena, enfurruña el mensaje, convierte la manifestación en algo tan estético que casi nos hace olvidar la intención protestataria, incluso hacerla ambigua o lejana. Cosa que también, desde hace décadas, ocurre en el ámbito de la publicidad hasta tal punto que, en alguna ocasión, ha ocurrido que no nos hayamos enterado de lo que pretendían anunciar.

¿Qué es lo nos quieren decir con esos espléndidos cuerpos desnudos embadurnados de rojo y tocados de cuernos: que ellos son capaces de ponerse en el lugar del toro, que el animal, ineludiblemente, sufre, y por tanto la fiesta es algo bárbaro? ¿Por qué no se les ocurrirá ponerse en lugar del torero? Quizá experimentasen una extraña plenitud, un subidón de adrenalina desconocido hasta entonces por ellos y comprendieran que la fiesta es algo más complejo que la interpretación vulgar y políticamente correcta que hacen de ella, y que la dimensión simbólico-mítica que representa no puede despacharse con un decretazo bienpensante.

Yo, viendo a unos individuos tirados en el suelo con unas banderillas puestas, o correteando por las calles medio desnudos con cascos de vikingos, no pienso en el presunto anacronismo de la fiesta, sólo veo a unos tipos extraños o ridículos. La protesta se convierte en un signo que se queda solo.

Insisto: es lo que veo, no lo que interpreto o quiero ver. El grado de preciosismo autista del arte performativo de algunas protestas solidarias produce esto: el cuasi enmascaramiento de lo que se quiere denunciar.

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