martes, 31 de diciembre de 2024



LA INSPIRACIÓN Y EL ESTILO

Juan Benet

 

Benet siempre resulta sorpresivo. Con solvencia en los ensayos, originalidad en los cuentos y con lenguaje propio en la novelística, la inteligencia benetiana cubre perspectivas diversas sobre el asunto elegido a través de un denso abordaje. El nombre de Benet como autor de un ensayo o reseña es siempre certificado de calidad.

Su escritura se despliega desde una atalaya multidireccional que no deja fisuras al descubierto tras un balance minucioso e íntegro. No entro a valorar las pesquisas de su literatura, de su novelística, en concreto: hablo, en este momento, de la capacidad notable que ostenta su visor especulativo. Benet, al describir lo que critica, también incluye lo que se encuentra tras ello y los aspectos insólitos que incluye o podría incluir.    

Aunque parezca un topicazo, lo que me ha sorprendido de este libro de Benet tan someramente aireado por la crítica, es la fecha de su redacción, - 1965 - aunque parece que a principios de los setenta, corrigió o añadió algo al texto. Benet escribe - ensayísticamente -  tan libre de tendencias, programas o escuelas, con una  perspicacia tan contundente, que el texto parece haber sido redactado la semana pasada.

La inspiración y el estilo es un pequeño semillero de ideas. Y lo realmente destacable de tales ideas es que sus apreciaciones están esperando aún una confirmación o un desglose que nos convenza de lo tan nítidamente expuesto en el libro.

Por ejemplo, Benet dice que hasta la aparición del Quijote, la literatura constaba, sintéticamente, de una sucesión de estampas o viñetas a través de las que la narración desplegaba todo lo que desde el punto de vista del  argumento y las normas literarias, constaba la ficción. La particularidad de la obra de Cervantes es que incluye a la realidad en la conformación total de la ficción. No es ninguna tontería, pues ambas cosas no sólo pueden entrar en colisión sino teñir de conflicto continuo el desarrollo posterior de la producción literaria. Cómo despachar, solucionar o integrar todo lo que tópicamente implica lo real como antónimo de lo imaginario en el desenvolvimiento de la literatura. Será a partir del siglo XIX que el argumento cobrará una significación autónoma encarando esa integración de lo real en el orbe de lo literario a través de lo que presuntamente será considerado prioritario: cuestiones sociales, culturales, económicas, etc...

Benet denuncia los contenidos que con el tiempo se han ido adhiriendo a la formulación de la literatura y que si no se ha sabido integrarlos o representarlos con el estilo que los sublime, se revelan como espurios al interés de la literatura. Estos contenidos pueden ser dogmáticos, doctrinales, ideológicos o puramente informativos, como Benet los define, es decir, esos contenidos o alusiones que derivados o tomados de la realidad económica o social, se juzgan como relevantes para ser reflejados en la creación narrativa o convertirse en motivos protagonistas de la ficción.

Escudriñar las razones de la formación  o no del estilo literario implica el repaso histórico de nuestra literatura y cultura, en general, y su recepción especializada, y aquí es donde Benet denuncia la carga erudita de una crítica que, en el fondo, no ha sabido interpretar la tradición misma que protege.

Benet es claro: el objetivo de un escritor es crear un estilo y no producir una obra para ilustrarnos sobre el estado de la clase obrera, sobre cuestiones ecológicas o el destino de una gran familia burguesa a fines del XIX.

Benet observa lo mal que han envejecido las obras pertenecientes al naturalismo o las que querían ser representativas de la sociedad de su momento y repite que sólo el estilo puede convertir una obra literaria en algo mucho más que en un mero informe.

Benet incide en un tema no menor: el de la forma influyendo en el contenido y no al revés. Este es el tema de la poesía: forma - el artificio, diría Borges -, conformando el sentido de lo contenido en tal forma.

El estilo se presenta, pues, como esa configuración de la escritura adaptándose, asumiendo, expresando y siendo ella misma todas las anfractuosidades y texturas de la ficción. La propia escritura es asunción de lo que cuenta o dice, no medio ajeno o funcional de tales vulnerabilidades.

El escritor no debe obsesionarse con el control total de su escritura, debe dejar que la inspiración, la musa, en el caso de los poetas, maneje, altere, incluso, trastoque la dirección que pretendía implantarse. El estilo no es un asunto meramente formal o académico: se trata de que sea la naturaleza del creador la que permita el acceso de una escritura no predeterminada en la creación que él mismo alienta.

El estilo de un escritor constituye una categoría o una conciencia distinta de la del conocimiento y que tan a menudo, por no decir siempre, la envuelve que la razón es sólo un momento muy particular de aquel estilo.

El libro de Benet no se limita esta consideración altamente cualitativa en el orden de la escritura literaria. Apunta un par de cosas que a día de hoy son materia de análisis y de liquidez hermenéutica relativas a nuestra historia cultural: la dispersión de un gran estilo en nuestra literatura de los últimos siglos, la falta de explicación del porqué de algunas de las reacciones del personaje del Quijote, la ausencia de un ahondamiento en la elegante figura de Manrique y sus íntimas desolaciones, el desprecio a veces más que manifiesto de la cultura en la literatura picaresca….

Estas últimas observaciones se dirigen hoy no sólo a filósofos o historiadores sino a críticos literarios y a toda la docencia. Su actualidad e ilustración pendiente darían para muchos y suculentos libros, esperemos que igual de incisivos que el de Benet.  


jueves, 26 de diciembre de 2024

 





OBSERVATIONS

 

Estoy leyendo la obra poética de Dino Campana en la edición reciente de Visor. Recuerdo haber comprado sus famosos Cantos órficos a mediados de los noventa en la librería de Diego Marín, en una versión que sacó entonces la universidad de Murcia.

Como suele ocurrir, es ahora cuando estoy disfrutando de verdad la obra del italiano, en esta publicación nueva. A veces no solo la imaginación puede ayudarnos a leer con libertad y placer una obra. Con el tiempo vamos sumando factores e información a nuestra aproximación a las obras literarias y ello puede incrementar el grado de comprensión, la luminosidad con que viajar a través de los textos. Esto me está ocurriendo con esas páginas oniriformes, en las que los elementos que intervienen en su poética - poblaciones desiertas, llanuras salvajes, avenidas espectrales, extraños personajes de la periferia, vigilias nocturnas - , actúan como sabrosos indicadores de una sensibilidad extraviada en los albores del siglo, espacio de transición de sensibilidades, esta vez, generales, en Europa.

El repertorio de motivos y elementos protagonistas conforman un pequeño universo altamente significativo que contextualizan literariamente una época y ubican aventuras estéticas. Una lectura actualizada de Campana nos lo descubre como un flaneûr prototípico, convulso, incluso.

A Campana hay que ubicarlo, sin encorsetar por ello, el tipo de consecuencias humanas de su poética, desenvolviéndose en el orbe de lo inconscientemente performativo de la figura simbólica del flaneûr. Campana es él mismo un flaneûr maniático hasta el punto de que su tendencia a desplazarse de un sitio se convierte en signo de extravío morboso.

Hasta hoy mismo, creía que la relevancia literaria de Campana no era muy destacada. Pero comprobando la vida que llevó y el carácter de los textos que reunió bajo el título de Cantos órficos, le doy un voto cualitativo en el ranking de los marginales a tener en sustanciosa  cuenta.

La aventura existencial de Campana y la sintetizada en su poesía, advienen sumidas en un aire remoto y onírico. Este ambiente entre rudimentario y convulsivo, no escapan a la hora histórica en que se enmarcan. Lo extraño, lo inclasificable son notas en la superficie de un flujo que alcanzaría lucidez formal en manifestaciones como el surrealismo y que en Campana implica el ahondamiento vertiginoso en las dimensiones definitivamente oníricas del simbolismo finisecular.

 

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    Echar un animoso vistazo a los depósitos de librerías de viejo a través de la red, puede resultar de lo más estimulante. Perdiéndome por esos nuevos laberintos que propicia el mundo digital, di con este diario de Curzio Malaparte, un autor que no había leído nunca pero cuyas obras están experimentando cierto auge gracias a publicaciones recientes. Malaparte es un escritor italiano, como se suele decir, de raza, cuando se quiere destacar el oficio y la cantidad y tipo de experiencias que uno acumula. Malaparte llegó a vivir ambas guerras mundiales, y su aspecto de Bela Lugosi redivivo no hace sino constatar que atesora una historia personal contundente y difícil. No voy a desglosar las pululantes incidencias de una vida tan políticamente comprometida. Sí que me gustaría destacar el notable nivel de análisis que Malaparte ofrece a la hora de dar información del estado de la nación francesa y de los nuevos tipos psicológicos que van haciendo el relevo generacional en un país que ha sido invadido recientemente. Malaparte, personaje agudo y polifacético,  integra aspectos algo paradójicos: militante político y personaje mundano, diseñador de escenarios teatrales, amante de la noche bohemia y amigo de la fauna nocturna que se movía por el París de fines de los cuarenta y principios de los cincuenta, Jean Cocteau, entre otros. Malaparte es un escritor con recursos, que se conoce el callejero parisino, la gente que puebla cada barrio y que, dado el momento, poetiza brillantemente con los distintos paisajes urbanos que ofrece París por las tardes y noches. A destacar en este diario un estimulante encuentro de Malaparte con Agustín de Foxá.     

lunes, 16 de diciembre de 2024

DIARIO FILIFORME



 

Le tengo pánico a las fiestas que se avecinan. La nochevieja de hace un par de años fue indescriptiblemente aniquilante. Mi alma supuraba muerte por todos sus poros. Toda la madrugada andurreando por el pasillo como un miserable mientras el universo festejaba la última noche del año entre bailes y jolgorios estallantes. Me estremece pensar qué es lo me espera en un par de semanas. Y sin embargo, las luces de la calle, los huidizos tornasolamientos de la luz de las tardes, los escaparates encantadoramente adornados, el flujo feliz de la gente pasando, el ambiente típico de estas fiestas, me sumen en una dulcedumbre exquisita y totalmente específica, es decir, irrepetible el resto del año. Y eso que sé que como compañía inalienable para esta nochevieja que viene, quienes me esperan son las cuatro paredes de mi habitación.

 


La pereza es una forma de voluptuosidad.

 

 

Leyendo, más bien releyendo melancólicamente, poesía de Rimbaud. Estallidos que resuenan en un cielo remoto. Lo que Rimbaud cantó, dijo o denunció se perdió en los laberintos etéreos del tiempo. Pero si me detengo un poco y releo afinando la búsqueda de cada verso y reubicando los significados que emergen, detecto que eso que cantó, dijo o denunció el poeta, todavía está ahí, casi recién dicho, sin haberse consumado porque nadie puede llegar a hacer eso o ya somos incapaces de afrontarlo. La poesía, activada por una lectura atenta, rasga su estatus virtual y arroja su lucidez, su luz violenta, su imagen fulgurante sobre nosotros, sobre el mundo, sobre el mismo tiempo. Reconozco, sin embargo que Rimbaud no es un poeta que me fascine particularmente. Me arrebatan mucho antes un Baudelaire o un Mallarmé, desde luego. Las peculiaridades de la vida adulta de Rimbaud cuando abandonó la poesía, me resultan desquiciantes: ese Rimbaud que peregrina de un sitio para otro y que se tuesta el alma en África intentando traficar con armas o esclavos, incluso. Aunque tales circunstancias resulten tan desconcertantes como determinantes para la historia de la literatura moderna.

 



Totalmente lúcido, me encuentro escribiendo ante el ordenador. De pronto, experimento una suerte de vibración, de dulcedumbre en la mente y emerge un breve sueño: para el día de mañana había quedado con un primo al que no veía hace mucho y del que tenía la sospecha de que quizás hubiera muerto. Me sorprende este asomo del inconsciente en plena vigilia. Se puede decir, literalmente, que sueño estando despierto.


 

La verdad, los filósofos la dirimen y estudian; los poetas, la dicen.

 

 

Ya no están de moda las tan cundidas tendencias poéticas que todavía libraron interesantes asaltos en los noventa. Ha sido entrar en el nuevo milenio y todo ese debate acerca de lo que los poetas escribían y era de su literaria incumbencia, se disipó en las gasas del tiempo. ¿Qué hay hoy con respecto a la escritura poética? Internet no ha supuesto una revolución en el destino y la motivación poéticos. Internet ha supuesto el fenómeno comunicativo mayor de la historia, que puede despertar sensibilidades, pero lo hace a través de protocolos y de modo somero y localmente. Ya decía brillantemente el poeta gallego Carlos Oroza que la moda es lo que pasa de moda. A internet le falta mucho para que pase de moda, desde luego, pero es porque su naturaleza se irá transformando con el tiempo, y sus intereses y capacidades, en consecuente correspondencia, también. Nos toca definir un aquí y un ahora del evento poético, si existe tal evento. Y para ello lo que debemos hacer es dilucidar previamente nuestras propias expectativas vitales. Desde qué rincón precioso, desde qué confinamiento del espíritu o desde qué circunstancia de nuestra experiencia, iniciar y motivar la escritura.

 




El itinerario de una palabra es el despliegue de su significado potenciado o confirmado por los contextos que atraviesa.

 

 

No, los poetas no dicen tonterías, no escriben melosidades sin sentido o engendros verbales inaccesibles. Los poetas son nuestra memoria más vívida. Y como tal, lo que los poetas dijeron, crearon, imaginaron o diseñaron con palabras hace tiempo, o hace mucho tiempo, es algo que regresa, que regresará, que retorna. A pesar de todos los olvidos, indiferencias e injusticias, sus palabras dirán la verdad en la hora adecuada porque son mensajeros de eternidad.

 

 

  Lo que sigue siendo revolucionario es descubrir qué es lo que hay en nuestro cerebro, redefinir nuestra capacidad ética, reconocernos y sabernos hermanos de un mismo cosmos que nos reta a que lo descifremos, pues todos viajamos en la misma nave y nos necesitamos mutuamente.  


miércoles, 11 de diciembre de 2024

UN PAR DE OBSERVACIONES ORTEGUIANAS



 

Leyendo a Ortega y Gasset, me he encontrado con un par de pasajes que he convertido en motivos autopunitivos o que se me han revelado como tales teniendo en cuenta las circunstancias íntimas en las que me encuentro. En un artículo sobre las figuras peculiares de Judit y Salomé, Ortega define el modo elemental de proceder ante la realidad de mujeres y hombres. La mujer prefiere hallar lo imaginativo entre las cosas reales mientras que el hombre funciona al contrario: encuentra lo sorpresivo, lo infrecuente a través de la operación previa de la ensoñación. Para el varón lo deseable suele ser una imaginación creativa, previa a la realidad, dice Ortega.

Según el filósofo la mujer tiende a fantasear menos porque se adapta con mayor facilidad a los imperativos de la realidad: asume las condiciones que la vida le impone. El hombre se rebela contra esas condiciones y elabora teorías para interpretar la realidad, es decir, para librarse de sus aspectos impositivos. Teniendo en cuenta que la división o diferencia entre tales procederes ha cambiado considerablemente, igualándose o tendiendo hacia un paralelismo legítimo, sí hemos de admitir que hay un componente específico en la estrategia masculina que remarca desde un ángulo impostergable su conformación organizativa: la ensoñación erótica.

La mujer es el objeto preferido, cuasi obsesivo de la fantasía masculina, yo diría, universal, previa al conocimiento  y relación concreta con la misma. La mitología, la literatura, el conjunto de las artes plásticas o visuales, leyendas, etcétera, han encumbrado a la mujer metamorfoseándola en ángel o demonio, convirtiéndola en la criatura más perturbadora de la creación.

Qué bien se amolda esta pasión imaginativa a los ideales románticos, al objeto de adoración de la poesía cortés de los trovadores. Nietzsche asemejaba la mujer al carácter caprichoso de un niño, a una criatura imprevisible y salvaje.

Todos estos pensamientos iban emergiendo  al leer este pasaje concreto del texto de Ortega mientras se deslizaba una acusación dirigida contra mí mismo que me angustiaba: cómo me encontraba yo al respecto no sólo referido a mi visión de la mujer sino a mi interpretación de la realidad. Exponer aquí un análisis somero de la cuestión implicaría una incursión vergonzante en la construcción caótica de mi personalidad y persona. Mi estancamiento en la ensoñación se convirtió en destino, en práctica escritural, en recepción compensatoria: al final solo he sabido soñar. El sueño que en el ideal romántico sustituía a la siempre grosera realidad, ha sido en mí el vuelo fascinador con el que he evitado el trato con la realidad. La poesía se convirtió en el modo de trascender legítimamente lo que se había convertido en una tendencia patológica.

Y a estas patéticas alturas, tras tantos años de aislamiento, he renunciado a la realidad, creyendo que ninguna cosa va a presentárseme con la misma plenitud con que la sueño, cuando resulta que es al revés: soñar de verdad es incluir a la realidad en tu deseo, saber contemplarla como una plataforma continua de novedad y entusiasmo, habitarla con tu imaginación encendida.

 


Otras observaciones de Ortega que me removieron la firmeza de ciertas fantasías más que  que ideales, las encontré en el trabajo Fraseología y sinceridad. En este texto Ortega destaca que muchos de los episodios que han articulado la historia cultural moderna de Europa se han apoyado en la construcción de consignas, de motivos prefabricados, de frases. Por un lado esta construcción de frases, es decir, de formulaciones que sintetizaban con aparente lucidez la convergencia de los distintos momentos vitales de un hecho complejo, obedecían a una intención civilizatoria, pero por el otro corrían el riesgo, ante la imprevisibilidad de lo real, de convertirse en meros registros lingüísticos.

La frase que define con concisión y brillantez el empleo de un concepto, puede funcionar en el momento de su comunicación pero evidentemente, también se muestra vulnerable en cuanto que, como frase se presenta autosuficiente en el cosmos abstracto de significados que alimenta o suscita al margen del acontecer, de las anfractuosidades de la realidad. Es entonces que la frase se reduce a su naturaleza puramente verbal y se vuelve inoperativa, contraria, posiblemente, a la evidencia.

Curiosamente Barthes también dijo en un artículo que la sociedad solo utiliza frases para presumiblemente, entenderse.

Yo que sacralizo en mi intimidad el lenguaje y sus productos divinos, que amo los laberintos de la filosofía y las transmigraciones especulativas de la palabra, pensé, al leer las propias palabras de Ortega, en la catastrófica riada ocurrida hace tan solo un mes y pico aquí, en la Comunidad Valenciana y me dije: qué valen las preciosidades verbales ante los efectos mortales de estas inundaciones. No puedo conjurarlos, de momento, no puedo parar el avance del agua y del lodo con el poder sacral del verbo, y lo único que se puede hacer es ayudar a la gente como mejor se pueda. Podré escribir un poema después, dedicado a las víctimas, algún tipo de texto conmemorativo, pero lo que ha ocurrido en el espacio de lo real no requiere, en principio, de artes compositivas, sino de reacción inmediata y ayuda efectiva.

La realidad, fuente de acontecimientos imprevisibles, nos pone a prueba.

No digo que sea total y objetivamente justa la relación que establezco entre lo dicho por Ortega y mi propia observación, sino que me vino a la cabeza motivada por un deseo personal algo morboso de autoinculpación. 

En el caso primero, la fascinación por la figura de la mujer puede hacerla invisible ante nosotros por la cantidad de ensoñaciones que nos la ocultan y la distancian de una comunicación sincera. En este segundo caso, es la realidad misma accidentada catastróficamente, la que retuerce nuestra tranquila observación e interpretación de la misma.          

lunes, 9 de diciembre de 2024

ESCAPARATE MÍNIMO II

 


 

¿UN COLOR? LA HARMONÍA

Paul Cezanne

 

Tras leer esta colección de artículos y recuerdos escritos por artistas y periodistas que conocieron al pintor, Paul Cezanne, me he sumergido en cierta melancolía, esa melancolía que se experimenta cuando se presiente que determinadas cosas bellas y entrañables han ocurrido una sola vez en el mundo y ya no se van a repetir.

Leyendo las impresiones de quienes visitaban al artista en su refugio en el sur de Francia, cómo destacan sus rarezas y peculiaridades, el estado de su taller, a qué horas pintaba, cómo lo hacía, cómo él mismo valoraba su obra, encuentro un aire de acontecimiento y autenticidad en los documentos que no puede sino hacernos estremecer al darnos cuenta de que tales primores, estas delicadezas y este interés ya no se reproducen con ningún artista actual. Se percibe una expectación, una fascinación más o menos soterrada en quienes adivinaban en el autor a un genio y cuya obra presentaba singularidades únicas que podían ser infravaloradas o ignoradas. Personajes y obras como las de Cezanne indicaban que la sensibilidad pictórica había cambiado.

Joan Miró elogiaba el genio vaticinador de su colega, observando que este no era meramente un pintor de bodegones y de retratos más o menos desencajados. En su obra pictórica se rastreaban los signos de lo que poco después sería la gran revolución estética con la eclosión multitudinaria de las vanguardias plásticas y su diversificación en múltiples tendencias.

Consultando estas notas editadas cuidadosamente por Confluencias se percibe ese gusto entrañable por los pasos específicos técnicos y maestría creativa de quien se consideraba, sólo, un “anciano que se dedica a pintar”, pero también de quien desde su humildad y retiro  se atrevía a decir como alquimista impostergable: yo quiero reproducir la esencia cilíndrica de los objetos.      

  

lunes, 2 de diciembre de 2024

ESCAPARATE MÍNIMO.



Diario Incompleto.

Rafael Azúar

 

A veces el buen pensamiento se encuentra más cerca de uno de lo que imaginamos. En una librería de ocasión, me encuentro con este diario de derivas poético-reflexivas del autor alicantino Rafael Azúar. Conocía su nombre, desde luego, pero confieso que esta ha sido la primera vez que tengo un libro suyo en las manos y lo leo con interés. La característica de este volumen es que data de 1972, fecha que se me antoja un tanto remota pero que, a un tiempo, me arroja en el recuerdo, a los fascinantes años setenta. Como digo el libro consta de textos de prosa poética y crítica literaria, sin fechar pero que pretenden ofrecerse como un diario literario. Siempre me sorprende el carácter transtemporal que ofrece el conocimiento, el manejo inteligente del lenguaje. En este año 72, España estaba en plena carrera hacia la modernización, aunque con un anciano Franco todavía presente físicamente. Todos los estereotipos sobre nuestro país estaban en furiosa actualidad. Todavía quedaba un poco para que se diera el salto al régimen democrático. Las posiciones reaccionarias eran potentes, así como la sacralización del generalísimo. Menciono estos aspectos porque poco o nada de esto es perceptible en un texto como el presente. La literatura ofrece tal espacio libertario para la discusión, facilita una dimensión tan plástica para el flujo de las palabras, que se nos antoja un búnker etéreo, inmune a las miserias y críticas del entorno. Leyendo estas páginas de Azúar, uno trasciende el tiempo, sobre todo el histórico, evitas soberanamente todo conflicto que pueda determinar la propia escritura. Quien ejerce la crítica libera mundos, quien crea a través de la palabra escapa de las limitaciones vitales, políticas y sociales. El siglo XX trajo con sus revoluciones la apertura ilimitada de los lenguajes. Azúar habla con precisión e inventiva de la palabra en el sueño, de tipos de imagen, de paisajes entresoñados más que divisados, de cómo escribía Rilke o Max Aub…

 

 





TEXTOS HERMÉTICOS

 

Esta colección de textos ha conocido en las últimas décadas unas cuantas ediciones, supuestamente, cada cual, mejor que la anterior en lo que respecta a la traducción y selección novedosa de fragmentos. Por tratarse de la actualización más próxima en el tiempo y contar con el trabajo y traducción de los mejores especialistas, esta publicación recientísima de los textos herméticos en Alianza, promete ser la candidata a una de las mejores versiones.

Incursionar en los textos antiguos del universo clásico o ligeramente posterior a esa época siempre resulta fascinador y sorpresivo. En nosotros la impronta cristiana simplifica o resuelve cuestiones cuyo aspecto secular, salvaje o directamente poético, hallamos en evolución multidireccional en el pensamiento griego o en la literatura latina. “Consultar” estos textos para rastrear los supuestos orígenes del pensamiento quizá no sea tan aconsejable como hacerlo con la intención de imaginar un futuro del mismo. Esta es una opción puramente poética que yo coloco por aquí. Teniendo en cuenta que estos fragmentos pueden leerse con cierta libertad interpretativa, que no dependen exclusivamente de  la formulación rígida de una doctrina visiblemente estructurada, y que tal libertad interpretativa, propicia como licencias legítimas las emisiones singulares de tal pensamiento, el contenido de estos textos se vuelve muy estimulante tanto para el pensador marginal como para la invención poética.  Me atrevería a decir que resultaría más ardua la implicación personal de quien profesara el hermetismo que la asunción intelectual de sus conceptos. Alguien dirá que instalarse en la mentalidad de aquellas gentes es imposible, pero no hablamos de asumir literalmente ningún saber sino de dejarnos seducir por la belleza de unos textos. Y es en ese código donde sí podríamos comprender o aproximarnos a una valoración de los pasajes del pensamiento hermético. La aventura moderna de los grandes movimientos plásticos y literarios se han mostrados permeables a una aceptación hermética de la comprensión del mundo. Hermético fue el simbolismo, el surrealismo, los geometrismos pictóricos, destacados trazos del pensar renacentista, grandes autores del siglo XX.

Yo recomiendo una lectura serena de estos textos, ahondando con la imaginación intelectiva en los puntos que nos parezcan más insólitamente sugestivos.      

Diario mínimo

Estos días de mediados de enero son los ideales para pasear al crepúsculo por la ciudad. Ahora que hace algo de frío, apetecen los interio...