OBSERVATIONS
Estoy leyendo la obra
poética de Dino Campana en la
edición reciente de Visor. Recuerdo
haber comprado sus famosos Cantos órficos
a mediados de los noventa en la librería de Diego Marín, en una versión que sacó entonces la universidad de
Murcia.
Como suele ocurrir, es
ahora cuando estoy disfrutando de verdad la obra del italiano, en esta
publicación nueva. A veces no solo la imaginación puede ayudarnos a leer con
libertad y placer una obra. Con el tiempo vamos sumando factores e información a
nuestra aproximación a las obras literarias y ello puede incrementar el grado
de comprensión, la luminosidad con que viajar a través de los textos. Esto me
está ocurriendo con esas páginas oniriformes, en las que los elementos que intervienen
en su poética - poblaciones desiertas, llanuras salvajes, avenidas espectrales,
extraños personajes de la periferia, vigilias nocturnas - , actúan como
sabrosos indicadores de una sensibilidad extraviada en los albores del siglo, espacio
de transición de sensibilidades, esta vez, generales, en Europa.
El repertorio de motivos
y elementos protagonistas conforman un pequeño universo altamente significativo
que contextualizan literariamente una época y ubican aventuras estéticas. Una
lectura actualizada de Campana nos lo descubre como un flaneûr prototípico,
convulso, incluso.
A Campana hay que
ubicarlo, sin encorsetar por ello, el tipo de consecuencias humanas de su poética,
desenvolviéndose en el orbe de lo inconscientemente performativo de la figura simbólica
del flaneûr. Campana es él mismo un flaneûr maniático hasta el punto de que su tendencia
a desplazarse de un sitio se convierte en signo de extravío morboso.
Hasta hoy mismo, creía
que la relevancia literaria de Campana no era muy destacada. Pero comprobando
la vida que llevó y el carácter de los textos que reunió bajo el título de Cantos órficos, le doy un voto
cualitativo en el ranking de los marginales a tener en sustanciosa cuenta.
La aventura existencial
de Campana y la sintetizada en su poesía, advienen sumidas en un aire remoto y onírico.
Este ambiente entre rudimentario y convulsivo, no escapan a la hora histórica en
que se enmarcan. Lo extraño, lo inclasificable son notas en la superficie de un
flujo que alcanzaría lucidez formal en manifestaciones como el surrealismo y
que en Campana implica el ahondamiento vertiginoso en las dimensiones
definitivamente oníricas del simbolismo finisecular.
**
Echar un animoso vistazo a los depósitos de
librerías de viejo a través de la red, puede resultar de lo más estimulante.
Perdiéndome por esos nuevos laberintos que propicia el mundo digital, di con
este diario de Curzio Malaparte, un
autor que no había leído nunca pero cuyas obras están experimentando cierto
auge gracias a publicaciones recientes. Malaparte es un escritor italiano, como
se suele decir, de raza, cuando se quiere destacar el oficio y la cantidad y
tipo de experiencias que uno acumula. Malaparte llegó a vivir ambas guerras
mundiales, y su aspecto de Bela Lugosi redivivo no hace sino constatar
que atesora una historia personal contundente y difícil. No voy a desglosar las
pululantes incidencias de una vida tan políticamente comprometida. Sí que me
gustaría destacar el notable nivel de análisis que Malaparte ofrece a la hora
de dar información del estado de la nación francesa y de los nuevos tipos
psicológicos que van haciendo el relevo generacional en un país que ha sido
invadido recientemente. Malaparte, personaje agudo y polifacético, integra aspectos algo paradójicos: militante
político y personaje mundano, diseñador de escenarios teatrales, amante de la
noche bohemia y amigo de la fauna nocturna que se movía por el París de fines
de los cuarenta y principios de los cincuenta, Jean Cocteau, entre otros. Malaparte es un escritor con recursos,
que se conoce el callejero parisino, la gente que puebla cada barrio y que,
dado el momento, poetiza brillantemente con los distintos paisajes urbanos que
ofrece París por las tardes y noches. A destacar en este diario un estimulante
encuentro de Malaparte con Agustín de
Foxá.
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