martes, 5 de enero de 2021

DONDE ARRAIGA DESTIERRO José Manuel Ramón



Si hace décadas se cantaba aquello de malos tiempos para la lírica, no digamos ya para la épica, a no ser que algún súbito acontecimiento pretenda darle la vuelta a los tiempos y amanezcamos en una nueva era que no olvide, no obstante, efemérides pasadas. Aunque si le echamos imaginación a la multiplicidad fenoménica que nos satura podríamos interpretar los tiempos presentes como épicos en el sentido de que no sólo todos están contra todos sino que Todo está contra Todo. La vorágine moderna sería una épica del caos en la que la misión urgente sería rescatar al sujeto de sus múltiples defunciones simbólicas. Me detengo en esta consideraciones porque el poemario de José Manuel Ramón  invoca la movilización de conjuntos, alude sin esconderse a las grandes simbolizaciones que la civilización actual parece estar obsesionada en suplir o ignorar.

Esta es una de las virtudes de la poesía: reivindicar motivos y experiencias,  desde la legitimidad de la razón imaginativa de la palabra poética, que parecieran sólo rastreables en envolturas mitológicas. Ante la épica o la lírica, si es que se presenta el caso dramático y estereotipado de tener que escoger, ya conocemos cuál de las dos era superior para Borges. Quizá el haber elegido la épica como de mayor altura que el otro tipo de registro, fue un bluf que el autor argentino nos lanzó con más o menos consciencia. De todos modos, hasta qué punto puede ser exigente un poeta hoy que no sólo importune la dirección general de los tiempos sino que se atreva a reivindicar el ser en una época que se jacta de haber desarticulado la metafísica y haber invisibilizado toda presencia de la divinidad.

José Manuel Ramón, efectivamente, se atreve a colocar al ser en el horizonte de su canto frente a otras invocaciones de sentido plural y cósmico. Ello no implica que hablemos de jerarquías más o menos etéreas o improbables sino que desde el vocabulario de su imaginario el ser tiene todavía un papel que ejercer. Y una misión que efectuar: nosotros somos él. Respetando la legitimidad de todo discurso individual, consideramos que la poesía es la única que, a fin de cuentas, todavía puede reclamar además de la belleza, lo imposible en este mundo y declarar su articulación desde las potencias de su creatividad. Por esto, cuando leo en los poemas de José Manuel Ramón, el ser entre tormos removidos; o, el ser arrostra rigores, o bien, qué mestizaje liberará al ser, lo que percibo es el retorno de un interrogante muy caro a Occidente, una invocación que pondría en jaque toda harmonía si lo que pretendiera no fuera, en la extensión del canto, todo lo contrario. Para Heidegger el pecado del hombre occidental es haber perdido el ser, sustituyéndolo por cualquier mixtura de enajenaciones o por el propio drama de su ausencia. Recuperar el ser, invocarlo, cantarlo, supone para un poeta como José Manuel no incidir meramente en la historia de las ideas sino en esa denuncia que procura reincorporar la plenitud y la belleza perdidas. En el marasmo de los objetos y motivos que naufragan fuera, el ser no es uno más, sino la divisa más marcada, que en la recomposición de las energías, el poeta cita a propósito.

Ante esta ausencia del ser, de la plenitud que el mundo nos arrebata en la confusión de su devenir, José Manuel Ramón, con razón, intenta conjurar la “carnívora nostalgia”, esa que convierte nuestra historia en una épica del caos. Aquí nos encontramos con un motivo claramente no subjetivo, es decir, el poeta vuelve no sobre la recuperación de un yo más o menos fluctuante, sino sobre algo netamente épico: ese nosotros diluido en imágenes plurales y centrípetas. “voluntad de ser sobre el caos pese a que indistintos asumiésemos de eterno sueño /elucubraciones”.  

Creo que es una originalidad del poeta este no sumirse en los abismos propios y reivindicar una aclaración del espíritu general, del orbe que somos y construimos. Lo más habitual, digamos, sería que el poeta lírico nos imprecase desde su vulnerabilidad concreta, desde su yo dolorido; hacer lo mismo desde el conjunto humano, implica elevar un canto complejo, de tumultuosos objetivos y motivos, en el que el alma colectiva exige dirimir un futuro inteligible. El poeta se atreve a profundizar en veredictos, rozando lo visionario: descarnado festín vestigios no advertidos en tiempo – la estirpe verdadera.

He hablado de las interesantes imágenes que José Manuel Ramón utiliza en su poemario. Para mí, el atractivo esencial de un poeta, la posibilidad de verificación de su arte, radica en la originalidad y dinamismo de las imágenes que crea. Destaco un solo ejemplo en el que el que podemos captar algo así como si el dolor narrara lo inverso de lo que siente o acusa: qué inquietante el que la sangre vitoreé las pérdidas.

Todo el poemario es un canto a la vertiginosa unidad perdida, una llamada a remontar nuestra orfandad, una protesta contra la belleza que hemos fragmentado y que define nuestra historia y, también, nuestras íntimas ascensiones. Un dato que quisiera apuntar: la filiación del poeta al movimiento espírita no se ha traducido en prejuicios o en interpretaciones tendenciosas intercaladas ente los versos. Todo lo contrario: creo que es una consecuencia de su poética compleja el que nuestro amigo simpatice con tal movimiento, ya que ha fortalecido desde su singularidad la inspiración de tramos importantes del libro. Es decir, que lo curioso no es que un espiritista filosofe de esto y de aquello,  sino que tengamos delante a un poeta que integre como potenciaciones ocasionales de su creatividad, elementos de una doctrina iniciática. Y me atrevería a decir, que ni tan siquiera esto, ya que José Manuel Ramón no utiliza conceptos o asuntos teóricos de tal movimiento como puntos de partida: la aventura espírita ofrecería aspectos que se corresponderían con los de la poesía por la extrañeza propia a ambas.

Creo que José Manuel Ramón ha escrito el mejor poemario hasta la fecha de los que ha publicado y que esta obra, desde la fuerza de sus imágenes y ritmos, constituye una de las peculiaridades más  infrecuentes dentro de las producciones poéticas alejadas de las comunes coyunturas de los aficionados al género.      

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