Si
hace décadas se cantaba aquello de malos tiempos para la lírica, no digamos ya
para la épica, a no ser que algún súbito acontecimiento pretenda darle la
vuelta a los tiempos y amanezcamos en una nueva era que no olvide, no obstante,
efemérides pasadas. Aunque si le echamos imaginación a la multiplicidad
fenoménica que nos satura podríamos interpretar los tiempos presentes como
épicos en el sentido de que no sólo todos están contra todos sino que Todo está
contra Todo. La vorágine moderna sería una épica del caos en la que la misión
urgente sería rescatar al sujeto de sus múltiples defunciones simbólicas. Me
detengo en esta consideraciones porque el poemario de José Manuel Ramón invoca la
movilización de conjuntos, alude sin esconderse a las grandes simbolizaciones
que la civilización actual parece estar obsesionada en suplir o ignorar.
Esta
es una de las virtudes de la poesía: reivindicar motivos y experiencias, desde la legitimidad de la razón imaginativa
de la palabra poética, que parecieran sólo rastreables en envolturas
mitológicas. Ante la épica o la lírica, si es que se presenta el caso dramático
y estereotipado de tener que escoger, ya conocemos cuál de las dos era superior
para Borges. Quizá el haber elegido
la épica como de mayor altura que el otro tipo de registro, fue un bluf que el
autor argentino nos lanzó con más o menos consciencia. De todos modos, hasta
qué punto puede ser exigente un poeta hoy que no sólo importune la dirección general
de los tiempos sino que se atreva a reivindicar el ser en una época que se
jacta de haber desarticulado la metafísica y haber invisibilizado toda
presencia de la divinidad.
José
Manuel Ramón, efectivamente, se atreve a colocar al ser en el horizonte de su
canto frente a otras invocaciones de sentido plural y cósmico. Ello no implica
que hablemos de jerarquías más o menos etéreas o improbables sino que desde el
vocabulario de su imaginario el ser tiene todavía un papel que ejercer. Y una
misión que efectuar: nosotros somos él. Respetando la legitimidad de todo
discurso individual, consideramos que la poesía es la única que, a fin de
cuentas, todavía puede reclamar además de la belleza, lo imposible en este
mundo y declarar su articulación desde las potencias de su creatividad. Por
esto, cuando leo en los poemas de José Manuel Ramón, el ser entre tormos removidos;
o, el ser arrostra rigores, o bien, qué mestizaje liberará al ser, lo que
percibo es el retorno de un interrogante muy caro a Occidente, una invocación
que pondría en jaque toda harmonía si lo que pretendiera no fuera, en la
extensión del canto, todo lo contrario. Para Heidegger el pecado del hombre occidental es haber perdido el ser,
sustituyéndolo por cualquier mixtura de enajenaciones o por el propio drama de
su ausencia. Recuperar el ser, invocarlo, cantarlo, supone para un poeta como
José Manuel no incidir meramente en la historia de las ideas sino en esa
denuncia que procura reincorporar la plenitud y la belleza perdidas. En el
marasmo de los objetos y motivos que naufragan fuera, el ser no es uno más,
sino la divisa más marcada, que en la recomposición de las energías, el poeta
cita a propósito.
Ante
esta ausencia del ser, de la plenitud que el mundo nos arrebata en la confusión
de su devenir, José Manuel Ramón, con razón, intenta conjurar la “carnívora nostalgia”, esa que convierte
nuestra historia en una épica del caos. Aquí nos encontramos con un motivo
claramente no subjetivo, es decir, el poeta vuelve no sobre la recuperación de
un yo más o menos fluctuante, sino sobre algo netamente épico: ese nosotros
diluido en imágenes plurales y centrípetas. “voluntad
de ser sobre el caos pese a que indistintos asumiésemos de eterno sueño /elucubraciones”.
Creo
que es una originalidad del poeta este no sumirse en los abismos propios y
reivindicar una aclaración del espíritu general, del orbe que somos y
construimos. Lo más habitual, digamos, sería que el poeta lírico nos imprecase
desde su vulnerabilidad concreta, desde su yo dolorido; hacer lo mismo desde el
conjunto humano, implica elevar un canto complejo, de tumultuosos objetivos y
motivos, en el que el alma colectiva exige dirimir un futuro inteligible. El poeta
se atreve a profundizar en veredictos, rozando lo visionario: descarnado festín vestigios no advertidos en
tiempo – la estirpe verdadera.
He
hablado de las interesantes imágenes que José Manuel Ramón utiliza en su
poemario. Para mí, el atractivo esencial de un poeta, la posibilidad de
verificación de su arte, radica en la originalidad y dinamismo de las imágenes
que crea. Destaco un solo ejemplo en el que el que podemos captar algo así como
si el dolor narrara lo inverso de lo que siente o acusa: qué inquietante el que la sangre vitoreé las pérdidas.
Todo
el poemario es un canto a la vertiginosa unidad perdida, una llamada a remontar
nuestra orfandad, una protesta contra la belleza que hemos fragmentado y que
define nuestra historia y, también, nuestras íntimas ascensiones. Un dato que
quisiera apuntar: la filiación del poeta al movimiento espírita no se ha traducido en prejuicios o en interpretaciones
tendenciosas intercaladas ente los versos. Todo lo contrario: creo que es una
consecuencia de su poética compleja el que nuestro amigo simpatice con tal
movimiento, ya que ha fortalecido desde su singularidad la inspiración de
tramos importantes del libro. Es decir, que lo curioso no es que un espiritista
filosofe de esto y de aquello, sino que
tengamos delante a un poeta que integre como potenciaciones ocasionales de su
creatividad, elementos de una doctrina iniciática. Y me atrevería a decir, que
ni tan siquiera esto, ya que José Manuel Ramón no utiliza conceptos o asuntos
teóricos de tal movimiento como puntos de partida: la aventura espírita
ofrecería aspectos que se corresponderían con los de la poesía por la extrañeza
propia a ambas.
Creo
que José Manuel Ramón ha escrito el mejor poemario hasta la fecha de los que ha
publicado y que esta obra, desde la fuerza de sus imágenes y ritmos, constituye
una de las peculiaridades más infrecuentes dentro de las producciones poéticas
alejadas de las comunes coyunturas de los aficionados al género.
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