ENTRE LIBROS
Me gasto un dinero que no tengo en libros,
pero del mismo modo que no puedo pasar sin escuchar parte del ruido ambiente
que se filtra de la calle o sin percibir el rumor de los pisos vecinos que me
dan vida, los libros son una presencia de la que ya no puedo prescindir. Los
libros son en mi casa una multitud que alude a distintos universos según el
libro en cuestión, una profusión de hebras vinculadas a escenarios concretos.
Hace un par de años,
cuando pasaba una crisis económica de las más agudas de mi vida, comprar libros
se me antojaba la operación más inútil y lamentable del mundo. La sola idea de
aproximarme a una librería o de hojear estanterías me revolvía el estómago con
melancolías enfermizas. Cuando progresivamente fui saliendo de aquel bache, el
objeto libro comenzó a desprenderse de capas sucesivas de barro e inmundicia y
a hacérseme atractivo de nuevo, convirtiéndose finamente, en algo fascinador y
límpido cuya compra estaba justificada por el interés de sus contenidos. Volvió
a su “estado original”, cuando era la cosa más atractiva del mundo y uno
olvidaba lo que pudiera gastarse en ellos.
La compra perfecta del
libro es cuando la compra del libro viene a convertirse en una inversión para
tu intelecto y para tu felicidad. La utilidad, entonces, del libro te parece
tan alta que unida al placer de la lectura, hace que no sientas haberte gastado
ningún dinero. Es como si hubieras
entregado una suma inconcreta y sin importancia a los estratos exquisitos de la
memoria universal que te obsequia con ese conjunto de referencias infinitas y
reveladoras que componen lo que se llama
libro.
Todo
está en los libros, decía la canción de Luis
Eduardo Aute. No hay nada más que añadir. Qué sencillo y cierto modo de
aludir a la memoria del universo, nada menos.
Alucino con los libros:
no existe objeto con mayor poder confidencial.
La frase bíblica No sólo de pan vive el hombre, temo que
podría aplicarse a los libros. Pero es que la Biblia es un libro, mejor dicho, muchos libros….
A veces no llego a leer
todos los libros que me compro, pero los contemplo
en el más amplio sentido místico del término.
Cada libro es una oferta
de mundos a través de un lenguaje y un estilo determinados, es decir, específicos.
Cada libro supone un
itinerario: de personajes, de número de experiencias, de pensamientos, de
recuerdos, de historias. Hay una dirección en todo lo que se narra o cuenta que
indica la presencia clarificada de un significado. El lector disfruta de todo
ello. El crítico analiza narrativas a la búsqueda de qué significados han sido
puestos en escena.
El libro es el receptor
inmaterial de un gran suceso cuya vivencia se expone a través de un cuento, una
novela o un poema.
Un libro de viajes nos
cuenta las diversas peripecias experimentadas por el escritor a través de su
incursión en países que no conocía. En
el relato de sus incidencias, cualquier cosa puede venir a significar, a
simbolizar algo importante en el momento mismo que decide contárnoslo. Un diario
personal es también un viaje pero en esta ocasión a las regiones profundas del
yo y de la subjetividad. Del mismo modo, toda anécdota o detalle descrito
adquieren un papel destacado por el poder de alusión metafórica que alberguen
con respecto a las tramas que componen la sensibilidad del sujeto.
Este verano, me
atrincheré en mi casa contra el exterior y el calor tras montañas y torretas de
libros. Acabar enterrado entre libros sería sucumbir dulcemente entre franjas
de semántica filosófica y espigones de poesía barroca.
Profecía cumplida: el
libro le ganó la batalla a las pantallas eléctricas. ¿Quién lee el Quijote
en una Tablet?
Un vaticinio impreso en
los años sesenta y setenta de los blogs y de las páginas web fueron los libros
de Julo Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos o Último round.
El libro, como toda obra
artística, requiere de tu participación para lograr la más fulminante de las transformaciones
alquímicas.
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