Evidentemente,
el monstruo es Simic y el laberinto, el rumboso conjunto de sus impresiones, recuerdos
y pensamientos.
Exquisitamente
editado por Vaso Roto y dinámicamente traducido por Jordi Doce – escucho a
Simic y no al traductor - El monstruo
ama su laberinto es el entretenido, lancinante y variopinto cuaderno de
notas del escritor que reúne sus apuntes de las últimas décadas. Dividido en
cinco partes, más un apéndice con varios poemas, cada sección contiene textos
breves y aforísticos, de temática concreta aunque no especificada por epígrafes
previos. La primera sección es materia autobiográfica: la segunda refleja el
mundo surrealista del espacio urbano norteamericano; la tercera la ocupan,
sobre todo, reflexiones sobre poesía y estética; la cuarta son esbozos de
probables historias o narraciones y la quinta reúne un material literario
reducido, generalmente, a la pura e insólita imagen fotográfica.
No conocía la obra de Simic, este el primer libro del autor norteamericano de origen serbio al que me acerco y me ha gustado, bajo los filos de su mirada ácida, esa reivindicación de la poesía como memoria de lo diferente y como resistencia. El pensamiento de Simic es incisivo y revelador, las imágenes que nos ofrece corresponden a lo que, ineludiblemente, encuentra en ese depósito alucinatorio que es la realidad
Residente
en Estados Unidos desde los años
cincuenta, la condición de ser un
emigrante, no desaparece con el paso del tiempo como tampoco emerge sólo
a la hora de hacer acopio de recuerdos, sino que influye en el carácter de su
poética e imprime en la persona el sello de un alma errabunda y desposeída.
Tal
condición también le facilita ser crítico con la clase política y cultural del
país, amar y conocer bien su nueva patria al tiempo que ser consciente del carácter
ponzoñoso de nacionalismos y patrioterismos.
Al fin una guerra justa; todos los
inocentes que mueran en ella se pueden considerar afortunados.
Si
todo poeta es un nómada, el destino coloca forzosamente a Simic,
después de expulsarlo de su tierra natal, en Estados Unidos, es decir, en un lugar que
es todos los sitios y ninguno en especial: “Hace
mucho, la desgracia me convirtió en su chulo, ofuscando mi sentido común con preguntas”, confiesa en una de sus notas.
Simic
también confiesa la “impureza” de su poesía. Quisiera elevarse, quizá, a los placeres más selectos del verbo, pero no
puede evitar el no perder de vista el horizonte de cosas más inmediato, por
ello: rescatar lo banal es la ambición de
todo poeta lírico. Ese tipo de atención desemboca en descubrimientos
compensatorios: un objeto es una
enciclopedia de arquetipos.
En
Simic, la poesía es también, una protesta que adopta como material lirico todas
las formas bizarras y extravagantes que ofrece la propia realidad como fuente
continua. El rosario de imágenes es consecuente:
Una nevera estropeada en el patio, junto
a las estatuas de yeso de la virgen.
Llevaron de la mano al niño por un largo
pasillo de ataúdes por estrenar.
Números atrasados de revistas guarras en
el contenedor de basura, castamente cubiertas de nieve reciente.
Si
el mundo contemporáneo puede reducirse a un espectáculo onírico y estrambótico, melancólico, y, a
veces, sorpresivamente bello, adentrémonos en este laberinto para comprobarlo
con placer de la mano guía de la sola lectura.
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