DEBUSSY.
POEMA SINFÓNICO DE LOS SENTIDOS O EL MISTERIO SENSIBLE
La excusa de unas
efemérides, - el centenario de la muerte - me da ocasión para esbozar un par de
líneas sobre el arte de este compositor francés.
Como suele ocurrir y de un
modo especial con las figuras pioneras en el ámbito de la creación estética, la
obra de Debussy alcanza con el paso del tiempo una importancia cada vez mayor,
o mejor dicho, su genialidad se nos hace más elocuentemente perceptible, así
como su puesto en la historia musical.
Curiosamente, cuando me
inicié a la música clásica, el primer compositor que escuché o que me pareció
no sólo inteligible sino fascinador, fue Debussy.
La sensualidad y el misterio
son factores básicos en el arte de Debussy, y con el paso de ese tiempo
revelador que hemos señalado y que hace grandes a los artistas que hemos
admirado de adolescentes, se abren cámaras y recámaras en la impresión
fascinadora de los sonidos.
Lo que denominamos en el
arte de la palabra y de las artes plásticas, simbolismo, se convierte con
cierta premura vulgar, en impresionismo en lo que respecta a la música de la
época de Debussy. Mallarmé es simbolista, además de visionario. Mientras que
Debussy es sólo impresionista. Me parece un error sensorialista encasillar el
arte de los sonidos debussyanos en mero flujo impresionista. En realidad,
Debussy es contundentemente simbolista, y lo es cuando se inspira tanto en
textos de Verlaine como de Mallarmé para sus composiciones.
¿Es impresionista por la calma
radiación efectista de su sonido, y simbolista por la significación de tal
radiación?
El hecho es que hoy el arte
de Debussy se nos muestra soberano de su propio mundo, un mundo hecho de encanto, de fragilidades
vaporosas y cristalizaciones lánguidas, de humor y melancolía específica. Digo
esto último porque la misión del arte debussyano no es tanto redimir almas como
localizar espacios en los que la musa puede interrogarse por el destino confuso
de la materia o por su despliegue suntuoso bajo las estrellas. Escuchemos Images para orquesta, por ejemplo, y podremos
percibir esto. Los preludios, otro ejemplo, es una suerte de laxo desmenuzamiento
de lo fascinante a través de una multiplicidad de motivos.
Una característica singular
perceptible en el arte de Debussy es que por muy etérea que sea su música,
siempre se despliega en un aquí perceptible. La música rastrea mundos, jardines
solitarios, catedrales sumergidas, ninfas de trenzas amarillas, noches
embriagadoras. Y aunque todos estos motivos sean hipersutiles, responden a una
sensibilidad que se ha hecho universal gracias a la obra de Debussy. En la obra
de Debussy ya no hay extrañamiento por desajustes del gusto con respecto a lo
ya socialmente establecido, pero el impacto de su magia permanece intacto. La
música de Debussy es lo suficientemente moderna para encantarnos como
“reconocible” para poder disfrutarla.
El modo en que Debussy juega
con la sinestesia evocando perfumes, describiendo colores, visibiliza elocuentemente
la ingrávida topografía del mundo impresionista musical. La música de Debussy
siempre te alcanza, siempre te hechiza porque no evita su motivo, se hace
tangible a fuerza de inmaterializarse, de espectralizar sus abanicos sonoros.
Personalmente, siempre estoy
dispuesto a escuchar música de Debussy.
Es, de todas las músicas, de las más fluyentes, de las más inmediatamente
aceptadas por el cuerpo escuchante. El barroco me exige cierto ranking en la
musculatura y el ritmo, el clasicismo me parece remoto si lo comparo con la oferta
debussyana, y la música contemporánea, incluso en sus variantes electrónicas,
puede incomodarme más que cualquier elección del opus debussyano. Por su
extraordinaria plasticidad, podríamos decir que el arte de Debussy supone la
traducción musical de ciertos fenómenos de la naturaleza. Es en este sentido
como Debussy se convierte en un maestro universal, al ser el descubridor de un
lenguaje musical; pionero no, creador de un continente que esparce su tímbrica
en multitud de islas interconectadas a la misma mágica imantación.
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