ASCENSIONES
A penas han bajado las
temperaturas, el calor ha dejado un poco de incomodarnos y uno descansa
súbitamente de la marcha continua que supone el verano sobre el organismo,
ascienden las ganas, hasta ahora narcotizadas, de escribir, de recuperar la
lucidez perdida, y de disfrutar de otro modo el espacio y la calle. La bajada
del calor supone una conformación de mente y cuerpo ante las tareas de todos
los días y emerge, con esta suave recuperación del control, una alegría ante el
cambio, ante la renovación del tiempo y por lo tanto, de la vida, ni más ni
menos.
El horizonte amenaza lluvia.
Una frase hecha porque la presencia del agua debiera ser un advenimiento casi
sacral para el renacer de las cosas, de la tierra, del cuerpo y no la inminencia
de un desastre. El punto harmónico del mayor ecologismo debiera ser este: la
relación frontal con los elementos naturales, reconocer la necesidad ineludible
de los mismos.
Lecturas irrigadoras de René
Char. Me fascinó su descubrimiento, lo
leí con pasión, lo rechacé cuando me saturó su verbo y casi entendí que
seguirlo era faltar a la realidad. Y ahora, décadas después, su relectura me
coloca como al principio, expectante ante los descubrimientos de la poesía,
ansioso de imágenes. Y creo que esta embriaguez es legítima, porque no hay más
poetas como él y su complicidad es un estimulante de fraternidad e inteligencia
universales.
Virtuosismos oníricos,
demiurgias de la mente. Leo un par de líneas de un libro. Se trata de un libro
de viajes. Me quedo semidormido, y “veo” que el asunto referido en esas dos
líneas se materializa en un ente abstracto ante el que surge otro que es su
contrario. De repente, ambas proposiciones simbólicas, digamos, perfectamente
perceptibles, separadas y opuestas, chocan una con la otra en una fulguración,
convirtiéndose en una sola cosa, en un solo enunciado, integrando sus
contenidos en uno solo. Décimas de segundo a continuación, esa creatura
intelectual nacida de la unión de dos proposiciones de distinto signo, es como reabsorbida por un abismo y desaparece
totalmente. Nada de lo ocurrido ha ocurrido. Me quedo pasmado y divertido, como
si hubiera asistido a una suerte de espectáculo circense de carácter
fantástico.
Leyendo a Yuri Lotman tengo
la agradable impresión de que los más complejos procesos de la cultura son
susceptibles de ser explicados, analizados y clasificados en corpus
progresivamente más densos hasta su súbita finalización. Digo agradable porque
el lenguaje sigue ostentando el mayor poder clarificador en el que poder
confiar. Y Yuri Lotman también ofrece, él mismo, esta confianza, al no
perseguir ningún fin ideológico con su investigación y trabajo.
Este verano casi ha supuesto
un período de exilio de la vida. No he hecho otra cosa que esperar el cambio de
estación, la atenuación del calor, el regreso del viento fresco con sus nubes
al ocaso. El cielo de las tardes de verano ha sido siempre el mismo: una franja
sedosa sin color alguno, salvo una finísima coloración naranja a las nueve de
la tarde-noche, insuficiente para motivar los disparos de mi cámara
fotográfica. Todas las delicias del verano, hace tiempo, mucho tiempo, que sólo
las vivo a través del sueño y la evocación literaria. Sólo siento el mar donde
pasé los veranos de mi adolescencia. Y la adolescencia quedó muy atrás así como
el lugar en el que disfruté aquellos días. Puedo soñar que en un futuro
inmediato mi vida será distinta y que del mismo modo, el período veraniego,
también lo sea. Pero me complazco en engañarme. Paradójicamente, algunas
realidades, - unas cuantas, sí - sólo tienen consistencia para mí en forma de
sueño. Como tales realidades ya no existen, o ya no están o sólo las puedo
encontrar en la memoria. Pero confío, pese a cierta desesperanza, que el soñar,
junto al estro poético como secreto acompañante, dé forma a esas realidades que
todavía deseo y necesito.
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