Pierre Reverdy. Fuentes del
viento.
Los escenarios que algunos
poemas de Reverdy describen, recuerdan los cuadros de De Chirico: objetos dispersos
sumidos en la quietud de un mundo extraño, aconteceres autónomos en un
espacio que solo el sueño verifica. Reverdy no es surrealista, pero su
surrealismo es inminente, atmosférico. El mundo que la poesía de Reverdy describe
es un mundo que ya ha sufrido el cataclismo del apocalipsis o está a punto de
sufrirlo. Es por ello que la multiformidad anecdótica que canta viene a reabsorberse y
desaparecer ante el horizonte pululante que anuncia. Del mismo modo que la poesía y la
pintura expresionista configuran una imagen del mundo desgarrada y exasperada, el mundo que había experimentado el horror total de la Primera Guerra Mundial, la
poesía de Reverdy connota un universo alterado por una fenomenología continua
de explosiones e implosiones en el que la prioridad de la protesta social ha sido
sustituida por la inquisición fascinada que portan las imágenes. Pues la poesía
de Reverdy consta, fundamentalmente de este recurso barroco, de imágenes. Su lirismo es parco. Prefiere que la enumeración de los “sucesos”, de
la imagen, narre y configure un mundo de colisiones súbitas, fascinado con su
propia extrañeza y expulsado por ello de la historia inteligible, aspecto que
hace tan curiosa la obra del autor francés. Precisamente la poesía de Reverdy
ofrece su encantada revelación en los márgenes del sentido histórico, en aquel
enclave tan furtivo como vertiginoso que se desliza hacia el agujero negro de
la percepción.
El espíritu de Roma. Vernon Lee
Ya advirtieron alguno de sus contemporáneos de la singularidad estilística de su prosa y de la extrañeza de su personalidad. Violet Paget se encontró mejor utilizando el seudónimo masculino de Vernon Lee, no tan sólo por la razón de vivir más óptimamente su sexualidad como por el motivo de informar un sujeto literario bajo cuyo tenue disfraz poder articular con libertad toda las licencias y audacias de su sensibilidad. Escritora notoria de relatos de fantasmas, la gran obsesión estética de Vernon Lee fue Roma. Este librico se articula como una serie de estampas sobre lugares de Roma y su escritura, concreta, minuciosa y sólo condescendiente con la plena efectuación de la belleza, confirma lo que autores de su tiempo, como Henry James, por ejemplo, percibieron en ella. Si uno tiene la curiosidad o la paciencia de visitar estas micro-postales sobre iglesias, palacios, catacumbas y villas, comprobará que no se tratan de meras e inerciales descripciones paisajísticas. Vernon Lee suma a la precisión, la extrañeza sobre lo que ve y cierto repentino aire de videncia, cuando comprende el carácter extraordinario de los restos de la civilización que se exponen ante ella. “Soy sensible a la grandeza de Roma, no en el sentido de lo heroico o trágico, grandeza en el sentido de espléndida retórica. Roma parece haber estado aislada toda la vida, excepto de la vida eterna e inmutable. ¡Haber sido suspendida en una especie de vacío!”. Vernon Lee-Violet Paget se extasía ante las umbrías doradas de las basílicas, ante el despliegue fastuoso de las fuentes de un palacio, ante los campos y crepúsculos romanos. Y por la noche, piensa en Piranesi.
El gineceo.
André Rouveyre
Se trata de un facsímil de
1977 del libro de ilustraciones de André Rouveyre, publicado en Madrid en 1921.
Aunque muerto en 1962, Rouveyre fue casi centenario y llegó a ser contemporáneo
de Lautrec, Matisse y Apollinaire. Su obra gráfica se empaña, pues, de todo el festivo ambiente
finisecular de la Belle Epoque, arrastrando, también, la marca decadentista y las
inquietudes de aquella sensibilidad que
nuestros abuelos calificarían de “depravada”. Los dibujos de Rouveyre pretenden
ser escandalosos, reveladores de una naturaleza insólita y salvaje: la mujer,
como objeto del deseo, se convierte en objeto experimentador del ilustrador y
ello supone que sea susceptible de ser
observada tanto como delicada princesa como monstruo de la sexualidad. De este
último aspecto deriva que la línea modernista se torne trazo expresionista. El libro
llevó una introducción del erotómano y morbosillo Remy de Gourmont, tan
explotado editorialmente en su momento por Ramón Gómez de la Serna.
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