lunes, 21 de septiembre de 2020

LA NECESIDAD ESPECULATIVA


Si por fin hemos dejado de interpretar como una dualidad las relaciones entre la imaginación y la razón, lo que nos quedaría por abordar sería la fase que consolidara ambas cualidades como una operación de mutuo alimento, como un solo movimiento del pensar, como una convergencia.

Si, en definitiva, lo que nos interesa es comprender fragmentos de realidad, no podemos retrasarnos, como diría René Char, en el surco de los resultados, demorar el atrevimiento, fascinarnos con un discurso primero sobre las cosas.

Si lo que nos interesa es lo real, no podemos detenernos en el discurso existente sobre ello, sino en lo descubierto, en lo percibido, en lo delimitado para franquearlo o situarlo en contextos nuevos. Por ello digo que una observación cualquiera, más o menos azarosa, puede resultar más estimulante que lo que contiene y posee el discurso formado por un asunto determinado.

La observación se hace límite cuando lo investigado ofrece resistencia y lo convertimos en impedimento del pensar.

Disfruto de la filosofía como si fuera literatura. Es así como el conocimiento es también placer y lo intelectual ofrece un dinamismo celebrador y secretamente festivo. Lo digo porque el rigor de la investigación filosófica, en definitiva, no puede eludir el lenguaje cuyo registro más permeable permitiría flexuosidades conceptuales. Por ello, a veces, la literalidad de un discurso puede convertirse en una trampa para el intelecto que busca el descubrimiento, la tersa y paulatina definición de algo nuevo.

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