Por fin cayó en
mis manos el famoso ensayo Elogio de las sombras, de Junichiro Tanizaki, libro que he visto en
toda librería y centro comercial que he visitado y que conoce más de una y más
de dos versiones. La que adquirí es traducción directa del japonés. No he
percibido nada extraño en el texto, es decir, anacrónico o extrañamente
llamativo en las oraciones y párrafos que me hiciera pensar en una adaptación
lingüística demasiado libre. Podríamos simplificar el contenido de este libro
diciendo que Elogio de las sombras es una expresión más de la pérdida de
identidad cultural del Japón milenario ante el auge tecnológico occidental.
Escrito en los años treinta, estremece pensar qué sorpresa final le esperaba al
país del sol naciente, procedente de Estados Unidos, precisamente el país del mundo
occidental de cuyas novedades en todos los ámbitos, estaba más pendiente y a
quien, en definitiva, más quería parecerse. Esa sorpresa supondría el final del
segundo conflicto mundial, y vendría en forma de bomba atómica….
Con el término
“sombras”, Tanizaki denuncia la invasión lumínica que la energía eléctrica ha
llevado a cabo sobre todo rincón y lugar, destruyendo lo que antes podía
disfrutarse con una iluminación más suave o tradicional. La brusca
transformación que la poderosa luz eléctrica produce en las casas, los
restaurantes, hoteles e incluso ámbitos sagrados, supone un cambio impuesto a
la sociedad que se ve en la nueva y molesta tesitura de adaptarse a las nuevas
condiciones o eludirlas del modo más ingenioso. Para Tanizaki esta incursión
fulgurante de la luz, mensajera del espíritu occidental, que destruye toda
presencia de acogedora sombra, implica, en definitiva, un grave trastorno en la
mentalidad y en los refinados gustos del Japón tradicional, condenándole a su
cuasi extinción.
El concepto de
sombra, pues, en Japón, es significativo, por un lado, de una considerable distinción, pues se
asocia a lo ceremonioso, al noble efecto que el tiempo produce sobre las cosas, implica un
tempo en la percepción del entorno y la convivencia; por otro, las sombras son
el ingrediente clave en la disposición arquitectónica, tanto interior como
exterior, de los hogares japoneses. Las sombras también pueden ser el espacio
de lo espectral, pero su papel, convenientemente dosificado, en los lugares en
los que se convive, resulta más destacado y prioritario para el japonés
tradicional.
Los
occidentales, que en su arquitectura sacra han huido de todo rastro de imperio
de la sombra sobre los motivos centrales de altares, naves, techos y cúpulas,
le han reservado a la sombra un papel netamente angustiante: mírese algunas
expresiones del barroco pictórico, los tenebristas españoles o en las primeras
décadas del cine, el papel brutal y dramático
de las sombras en las obras expresionistas. Hay algunas excepciones a
esta interpretación negativa de las sombras en el arte europeo, por ejemplo, el
pintor francés Georges de la Tour,
para quien la oscura espesura que
rodeaba a sus personajes asistidos sólo por la luz escueta y cálida de una
vela, suponía un motivo óptimo para la recreación plástica.
Lo que restaría
comprobar es si, actualmente, queda en
la sociedad japonesa alguna incomodidad o desasosiego procedente de las
justificadas protestas que Tanizaki expusiera en su ensayo, si el hombre
oriental teme haber perdido el poder ensoñador de un remanso de sombras, al ser
sustituido por cualquier otra cosa o instrumento moderno.
Hasta el momento
no había leído nada de Olvido García
Valdés. Me encontré con su último libro, Confía en la gracia, que,
al parecer, a causa de la pandemia, todavía no ha sido formalmente presentado
por la autora, y decidí incursionarme entre sus páginas para comprobar qué tipo
de mundo poético ofertaba, estimulado, además de por el desconocimiento de esta
poeta, por el atractivo del título.
En principio,
toda aventura estética, realizada en sus distintos lenguajes, me interesa. Otra
cosa es que el resultado de tal aventura, independientemente de su valoración
objetiva, me resulte más o menos gratificante.
El poemario de
Olvido tiene 247, páginas. Yo voy por la 104, y hasta el momento, salvo un par
de poemas, el resto me ha parecido un flujo lingüístico algo indistinto y, si se me disculpa, diría que soso. Hay que decir que a estas alturas de la película, no creo que
sea la falta de lectura, la falta de plasticidad y comprensión, lo que a uno le
falte. Quizás es cierto que busque en un texto poético más contundencia, más
linealidad, más claridad dentro de cualquier hermetismo que se precie, valga la
supuesta paradoja. Entonces no habría debate, pues estaríamos hablando del
famoso tema de la variedad de gustos y de estilos, y ahí habría poco que decir.
Olvido ha
impartido talleres de poesía y se notan, ligeramente, los súbitos pero no
bruscos recortes, requiebros, ingrávidas elipsis y utilización fragmentaria de
lenguaje llano como expresión de lo puntualmente numinoso, en su escritura. La
impresión que produce es que para cada uno de sus poemas, por lo general breves
o de extensión media, Olvido emplea motivos concretos o contextos, que gira,
descompone o invierte, obteniendo una escritura poética que nos envuelve
instantáneamente, para desaparecer y reaparecer de nuevo en el siguiente poema.
No se trata de un mero collage verbal, pues el resultado es más sutil que eso.
De todos modos, por el momento, lo que más me está interesando de este poemario
es su aspecto formal, pues con respecto a lo que se dice o recita, el grado de
subjetividad y de aleatoriedad a que la modernidad nos ha sometido, nos deja un
poco turulatos ya, y podemos
encontrarnos en las incómodas circunstancias en que Octavio Paz se encontró ante la música de Jhon Cage: no sé qué decir.
Como no he terminado el libro, si hay sorpresivos virajes cósmicos en la lectura de los poemas que me quedan, informaré con entusiasmo y sin embarazos. Pero con todas estas disquisiciones, como suele ocurrirme, me han entrado ganas de escribir, así que aquí os dejo un apócrifo olvidogarcíavaldesiano:
Tu nuca ida pero superior sustancia la del instante,
Esa gracia que se dispersa no sólo por los salones,
Si es que despreciamos la pura invocación,
Tenlo en cuenta.
Engranaje rosado, tallo renegado, andaba la hora
Sobre la marejada, bastión de sí misma,
Acunadamente celeste lo que se asoma
Entre dos vértigos y un simulacro de sintagma.
Todavía no se pierde lo que en el pergamino
Se consigna como retorno, tarde pitagórica
Del pensar, del advertir nada de lo que permanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario