APOLLINAIRE. LO
FESTIVO Y LO ELEGÍACO
Apollinaire siempre me
ha parecido un poeta raro, como también pensaba Octavio Paz, no tanto por
la infrecuencia estilística de su obra como por la singularidad de su ubicación
histórica y el papel que, consciente o inconscientemente, jugó. La especificidad
de Apollinaire radicó en ser testigo inopinado de las transiciones que se
estaban operando en la escritura poética, detectando la importancia que las
creaciones de los jóvenes artistas plásticos suponían con sus ansias de renovar
una mirada sobre el mundo.
Una nueva era de la
imagen, vale decir, de las imágenes, alboreaba, y Apollinaire adivinó su
devenir sobre el horizonte del nuevo siglo. Todo ello, no significaba sino que
nuevas sensibilidades se despertaban y para este ambiente de renovación y eclosiones
súbitas, ideó un término que alcanzaría fama mundial, etiqueta y marchamo del
nuevo siglo, y que definiría, en efecto,
el totum revolulutm que se avecinaba:
surrealismo.
Luego, el vocablo experimentaría cambios direccionales
según el uso que se le dio, viniendo a definir todo tipo de convulsión artístico-social: doctrina estética, asignación sectaria,
movilización política, locura generalizada, panfleto místico, poética, en suma,
de los tiempos presentes.
Nada de todo ello
vería Apollinaire, quien no trascendió de la visión conceptual pura de su
intuición. Y desde tal límite, articuló su obra poética, singular y contradictoria,
moderna y nimbada, al mismo tiempo, de cierto toque delirante de Belle Epoque. Apollinaire
es melancólico, elegíaco y prosaico, romántico todavía y enemigo de las retóricas
apelmazadas establecidas. Escribe con delicadeza y humor sobre un amor
distante, para después hablarnos del aspecto de su vieja mesa de escritorio, acabando
su mensaje con la sorprendente evocación de imágenes oníricas.
En la obra de Apollinaire,
existe, pues, una convergencia espontánea de aspectos y temáticas que funciona
para la interpretación histórica como el vaticinio de las mixturas literario
artísticas del porvenir, y que para el lector simple de poesía, constituyen el
marco fugaz de una creatividad fascinadora por su cromática rareza y libertad, envuelta
en cierta etereidad que a veces, nos la vuelve como remota. Este sería un
aspecto a desarrollar, hermenéuticamente, de su escritura. Apollinaire no es
simbolista, no practica la suntuosidad formal de la palabra. Su independencia
le lleva a describir objetos cotidianos, buscar asociaciones insólitas de imágenes
o a confeccionar relatos eróticos. Pero todo ello, a veces, se vela de cierto
deje melancólico que marca una distancia con respecto a sensibilidades más
estrictamente nuestras.
La portada que
reproduzco aquí es la del ejemplar que un buen día de 1981 compré en la
librería oriolana Trilce, en la época de la adolescencia, cuando leer poesía
era una urgencia y descubrir autores nuevos, una fiesta para el entusiasmo.
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