Un cendal de grutescos y heráldicas
corona
los megalitos
que delinean al azar los restos del
paraíso.
Hileras de monumentos serpentean
como ríos inmóviles hacia el ocaso.
El viento poliédrico
labra urnas en las encrucijadas,
mientras las copas de los arboles
sumen a los frontispicios
en la umbría del sueño secular
que confunde el origen
de manufacturas y mamposterías.
Cúpulas escalonan fulgores,
franjas de pisos vegetales.
Retornan horizontes velados
como sinónimo de tiempos arrasados,
materia una con la bruma esta simiente
dispersa entre las lascas de los
laberintos
y sobre la broza de los templos.
En la intermitencia de paramentos y
atrios
crepitan las odiseas;
se levantan los teatros en las frondas
de las rocas,
y turbiones de horas martillean
minuciosamente
masas de piedra y metal.
Con lentitud vertiginosa la intemperie
edifica pirámides.
Los siglos acuñan ruinas como testigos
preciosos
de aquel fulgor que ocupara las
hondonadas,
magnífico detritus, ahora, esculpido en sedes aéreas
y sobre el que se insinúan alfabetos
que retornan y han muerto.
Raíces de arboles y esferas armilares
evolucionan como producto inextricable
de una misma mano invisible
que ansiara trazar en un océano de
cascotes
el paso de todas las épocas.
La tierra, convertida en abrupta
memoria de gestas y nadires,
- pináculos y lápidas los arrebata
tornadiza llama semejante –
reposa de sus inventos en los linderos
mientras el sol naufraga plácido tras la montaña,
seguido por un cortejo de ruinas.
La belleza del caos
crea una nueva escritura:
las huellas trenzadas por las épocas en
los edificios
que el hombre irguió para gloria de
todos.
En los paneles del cielo
se dibujan estelas, mosaicos de
alfabetos:
somos nosotros soñando civilizaciones.
Torrenteras, arcos y precipicios,
escaleras que ascienden y descienden
y se ramifican en otras;
arquitrabes y pórticos acribillados,
prismas de granito y brechas de hiedra,
este dinamismo que integra rizomas y
cúspides,
este hollar de paredes en el aire,
laminando moles de roca en hilas de
papiro.
¿Son estos parajes, límites de nuestro
lenguaje;
la mixtura que el apocalipsis revela
es la suma fatal y variopinta de todos
los confines,
o una suerte de comienzo, un final
primero?
Este bosque de ruinas es el rudo
catálogo
de los mundos que fueron,
el signo de que los tiempos rotan
sobre un eje indescifrable.
Sin embargo, evolucionamos
tranquilos
al pie de las fachadas derruidas de los
templos,
orbitamos los epítomes de piedra
murmurando de asombro alrededor del
rayo
que asoló circos y mausoleos
dejando estructuras abigarradas,
esquemas de palacios.
Con la mirada testificamos cataclismos,
la ley misteriosa:
cumplidos los reinos y metamorfosis
todo regresa a su origen.
Artificio y naturaleza confunden así sus
demiurgias,
se conjuntan en una única mole
arrojada a los tiempos como memoria del
sueño
que abarcó tantas vidas laboriosas.
Nada han sido los imperios salvo para
persistir
como mera impronta
que quisiera emerger como un aura.
Se trasfigura la almena en urdimbre de
fulgores,
la arboleda en confín de edenes
palatinos,
los frisos en rotación de leyendas.
Si la ruina es ilustrativa,
¿el cuarzo postergará su forma
para que la joya y los mecanismos
sutiles
no pasen por la vejación de ser
disueltos entre la broza?
No hay final ni principio de camino:
el trayecto es una fronda de vestigios
que la tarde ilumina
con llama dulce y muriente.
En las cumbres
los monumentos y las hojas
son el oratorio de los siglos.
Las épocas nos dan el fruto de todos
sus apogeos
en este cruce de procesiones
alucinadas:
multitudes de harmonías resquebrajadas,
O engastadas unas en otras.
Las horas pulen el monumento único de
las memorias
mientras el fragor sordo de los pueblos
se sume en un solo eco al borde de la
copa votiva.
Naturaleza y ornato emergen como
creación indistinta
al pie de los frontis
de los que penden los siglos como
racimos densos.
Salientes y estrías, torres,
bóvedas de ramas,
petrificadas rosas al cabo de los
escudos,
sombra arpegiada de los relieves,
pedestales de cielos solitarios.
La multiplicidad muestra este sorpresivo
inventario
de sortilegios y residencias
emergiendo de la agonía lustrosa de los
siglos
y que la piedra retrata
como gesto de una aurora remota.
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