Por una feliz casualidad se han juntado ante mi gusto lector
dos libros que, aunque bien alejados en el tiempo, quizá tengan como elemento
común la sensual evocación de un estético vivir, el considerar como destino
humano el paraíso que nos guarda y concede la poesía.
No sabía que el famoso Omar Kayam escondiera un instinto tan
hedónico y apolíneo ante las amargas limitaciones de la vida. Su decidido canto
al vino rodeado de bellos mancebos contrasta con esa imagen pobre y antipática
que nos hemos hecho del mundo musulmán. Claramente, no se puede conceptuar a
Kayam como un musulmán modelo, sino más bien, de todo lo contrario. Su
contundente distanciamiento de las prácticas religiosas oficiales, su llamada a
la aceptación de la cortedad de la vida y su canto a la ebriedad alcohólica
como único lenitivo a esa duración efímera del existir, lo aproximan notoriamente
a las llamadas escapistas de un Baudelaire. Si este último detesta la vida tal
cual se presenta y decreta la embriaguez a toda costa para poder subsistir, el
persa avisa una y otra vez que la vida se acabará antes de que nos demos cuenta
y por ello aconseja y canta el placer del vino y de la poesía experimentado en
comunidad o en el retiro exquisito de un jardín.
Toda esta invocación de, precisamente, exquisiteces nos
descubre a la otra autora que ha acabado en mi mesa junto al volumen de Kayam,
la poeta uruguaya Delmira Agustini y su
sublimado esteticismo modernista.
Veo a Delmira Agustini como una suerte de sacerdotisa, de
criatura majestuosa cuyo magisterio
especial se ejerce a través de las palabras, en conexión con mundos preciosos y sutiles. La justeza de
esta consideración se corresponde con el sino - y el misterio - de una sensibilidad histórica: la del mundo
que le tocó vivir. Al amparo mayor de simbolismos y experiencias sensitivas
derivadas del posromanticismo, en un ámbito de esteticismo total, la obra de
Delmira se erige compacta y frágil, simultáneamente, ubicada de modo
indiscutible en el marco vibratorio de su tiempo.
Otros poetas de aquella época de hiperestesias y éxtasis
verbales pudieron filtrar más o menos las razones de una vivencia así ante las
particularidades circunstanciales que les tocó en suerte lidiar. Delmira, no
explica los motivos de su delirio, no le dio tiempo, quizá porque no murió sino
que la asesinaron. Su argumento vital se traduce en imágenes, en abanicos de
imágenes: hadas, zafiros, atardeceres, músicas, nubes, ninfas…
En el recuento encantado de tales imágenes calibramos la
calidad de una producción y localizamos el onírico imaginario de una época.
Esto es lo que tienen tanto Omar Kayam como Delmira Agustini
que tanto me está acompañando estos últimos días: la oferta precisa de mundos
poéticos, la ausencia de justificaciones o críticas, la llamada a una secreta
reconciliación con la vida trascendiendo sus asperezas a través de la magia
harmónica de la palabra y la voluptuosa imaginación.
Cuando uno se cansa de espigar razones, de rebatir opiniones
adversas, de intentar explicitar la legitimación de posiciones personales, se
busca un refugio ante tanta cháchara y ruido ambiental, se busca un lugar que habitar. Ese lugar más que compensador,
remoto remedo del paraíso, me lo dan, ocasionalmente, las obras poéticas de
estos dos autores, un persa del siglo XI y una uruguaya de 1900, y en tales
obras que son mundos, me encuentro bien y me divierto. Leer estas poesías es
jugar a habitar tales universos.
1 comentario:
Interesante poeta, Piñeiro. Queda muy bien en el blog la foto del grafiti.
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