sábado, 3 de diciembre de 2022

OMAR KAYAM Y DELMIRA AGUSTINI: PAREJA SÚBITA Y ENSOÑADORA



 

Por una feliz  casualidad se han juntado ante mi gusto lector dos libros que, aunque bien alejados en el tiempo, quizá tengan como elemento común la sensual evocación de un estético vivir, el considerar como destino humano el paraíso que nos guarda y concede la poesía.

No sabía que el famoso Omar Kayam escondiera un instinto tan hedónico y apolíneo ante las amargas limitaciones de la vida. Su decidido canto al vino rodeado de bellos mancebos contrasta con esa imagen pobre y antipática que nos hemos hecho del mundo musulmán. Claramente, no se puede conceptuar a Kayam como un musulmán modelo, sino más bien, de todo lo contrario. Su contundente distanciamiento de las prácticas religiosas oficiales, su llamada a la aceptación de la cortedad de la vida y su canto a la ebriedad alcohólica como único lenitivo a esa duración efímera del existir, lo aproximan notoriamente a las llamadas escapistas de un Baudelaire. Si este último detesta la vida tal cual se presenta y decreta la embriaguez a toda costa para poder subsistir, el persa avisa una y otra vez que la vida se acabará antes de que nos demos cuenta y por ello aconseja y canta el placer del vino y de la poesía experimentado en comunidad o en el retiro exquisito de un jardín.

Toda esta invocación de, precisamente, exquisiteces nos descubre a la otra autora que ha acabado en mi mesa junto al volumen de Kayam, la poeta uruguaya Delmira Agustini y  su sublimado esteticismo modernista.




Veo a Delmira Agustini como una suerte de sacerdotisa, de criatura  majestuosa cuyo magisterio especial se ejerce a través de las palabras, en conexión  con mundos preciosos y sutiles. La justeza de esta consideración se corresponde con el sino - y el misterio -  de una sensibilidad histórica: la del mundo que le tocó vivir. Al amparo mayor de simbolismos y experiencias sensitivas derivadas del posromanticismo, en un ámbito de esteticismo total, la obra de Delmira se erige compacta y frágil, simultáneamente, ubicada de modo indiscutible en el marco vibratorio de su tiempo.

Otros poetas de aquella época de hiperestesias y éxtasis verbales pudieron filtrar más o menos las razones de una vivencia así ante las particularidades circunstanciales que les tocó en suerte lidiar. Delmira, no explica los motivos de su delirio, no le dio tiempo, quizá porque no murió sino que la asesinaron. Su argumento vital se traduce en imágenes, en abanicos de imágenes: hadas, zafiros, atardeceres, músicas, nubes, ninfas…

En el recuento encantado de tales imágenes calibramos la calidad de una producción y localizamos el onírico imaginario de una época.

Esto es lo que tienen tanto Omar Kayam como Delmira Agustini que tanto me está acompañando estos últimos días: la oferta precisa de mundos poéticos, la ausencia de justificaciones o críticas, la llamada a una secreta reconciliación con la vida trascendiendo sus asperezas a través de la magia harmónica de la palabra y la voluptuosa imaginación.

Cuando uno se cansa de espigar razones, de rebatir opiniones adversas, de intentar explicitar la legitimación de posiciones personales, se busca un refugio ante tanta cháchara y ruido ambiental, se busca un lugar que habitar. Ese lugar más que compensador, remoto remedo del paraíso, me lo dan, ocasionalmente, las obras poéticas de estos dos autores, un persa del siglo XI y una uruguaya de 1900, y en tales obras que son mundos, me encuentro bien y me divierto. Leer estas poesías es jugar a habitar tales universos.  

1 comentario:

Francisco José Blas Sánchez dijo...

Interesante poeta, Piñeiro. Queda muy bien en el blog la foto del grafiti.

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