DECIR
LOS MÁRGENES
Chantal Maillard/Muriel Chazalon
Analizar
minuciosamente lo que se ha expuesto en una conversación me parece tarea banal
e inútilmente trabajosa. Un libro como el presente no debiera ser objeto
de una crítica formal, sino serlo de la
atenta lectura. Recuerdo aquellas palabras de un Octavio Paz acerca de la
distinta naturaleza que las palabras escritas tienen con respecto a las
proferidas en una conversación grabada. También
se dice que las palabras se las lleva el viento, pero cuando las rescatamos
gracias a algún tipo de soporte, tales
palabras se convierten en opiniones contundentes, visiblemente
comprometedoras, o bien en reflexiones puntualmente minuciosas que pueden
conmover lo meramente recordado.
En
este caso, teniendo en cuenta que lo que ha sido libre materia fluyente de la
palabra se ha ordenado temáticamente y direccionado
para su comprensión específica, quizá sí podamos adjuntar algún tipo de
observación personal u opinar al menos sobre lo que han sido, a su vez,
opiniones, pareceres o dictámenes. Qué implica dialogar y de asuntos tales como
los que aparecen en este volumen, sino actualizar la imagen del mundo desde nuestro
registro propio, aportar el tembloroso
pero puntual grano de arena en la dilucidación de la vanguardia cultural.
Debo
decir que tendiendo a disfrutar del libro, no he podido evitar el reaccionar a
lo que en él discuten o exponen tanto Chantal como Muriel Chazalon, y por ello
he atravesado más de medio libro con subrayados, notas, y señales. Casi he
reescrito el libro paralelamente a las reflexiones de ambas autoras. Ahora me
resultaría imposible prestar este libro.
En
primer lugar, que un par de intelectuales, entre las que hay que contar, en mi
opinión, con una de las poetas más destacadas de Europa, Chantal Maillard, se
pongan a inquirir libremente sobre una serie de materias tan raras y elusivas
hoy en nuestro convulsivo mundo mediático como imprescindibles para nuestros
mundos interiores, es algo tan merecedor de elogio como motivo de discreta
celebración: parece que dudemos en otorgarle una imagen ilustrada a los poetas
por considerarlos según el cliché, estrictos buscadores brutos de la belleza
incluso en sus manifestaciones más afectadas. Un libro como este que viene precisamente a
desmontar estereotipos. Ante las gazmoñerías de una Europa que parece suponerle
un engorro el aceptar sus propias excelencias intelectuales, francamente se
agradecen investigaciones personales y súbitas como estas.
Siempre
me ha gustado el carácter indagatorio que ofrece la escritura de Chantal. Cada
vez que he adquirido alguno de sus libros, me he lanzado a su lectura espoleado
por el interés y el estímulo que suponía rastrear percepciones nuevas,
pensamientos infrecuentes. Pero será que el tiempo y la lectura van acumulando,
cada vez, más imágenes contrastantes de la realidad o que uno se ha vuelto
criticón con cualquier cosa, pues la cuestión es que en esta ocasión, el número
de hallazgos intelectuales y los motivos del texto que han provocado mi
reacción negativa han empatado, curiosamente.
Aunque
ya hace muchos años que Chantal es española, naturalmente las raíces no se
olvidan. Ahí está su libro Bélgica,
por ejemplo, como notable documento autobiográfico. También se percibe este no
olvidar los orígenes en los referentes culturales, generalmente belgas y
franceses que Chantal maneja con inmediatez. Es a partir de aquí que alguna de
las obsesiones conceptuales de Maillard revela el porqué de sus inquietudes. Si
digo que una parte más que importante de las inquietudes filosóficas de Chantal se adscriben más o menos
tácitamente a los motivos que presenta la escuela racionalista francesa espero
no estar metiendo la pata.
Por
ejemplo, su preocupación, a veces más por la herramienta con que uno se expresa
que con lo que esa herramienta expresa. El plantearse la idoneidad o no de las palabras,
su capacidad renovadora, su índice de erosión para denotar texturas significativas,
singulares o diferentes, las limitaciones, en definitiva, del lenguaje a la
hora de comunicar determinadas experiencias, ha sido uno de los temas
recurrentes de la intelectualidad artística europea y americana del último
siglo, provocando una oleada ingente de metaliteratura. Yo diría que tal
preciso tema hoy en día está algo demodé, permítaseme la frivolidad. Teniendo
en cuenta el desmantelamiento de las Humanidades, su pérdida de prioridad en
los estudios y la presencia pululante de las realidades internéticas a través
de las redes, lo que los poetas se plantean más en estos momentos, diría yo, no
es con qué instrumento vamos a expresarnos sino qué es lo que vamos a expresar
y a propósito de qué.
Lo
que está en crisis es el devenir de los contenidos y no tanto la forma del
continente. De todos modos, cierto es que ambas cosas se solucionarán simultáneamente.
En el momento que ya sé lo que quiero decir, ya sé cómo lo voy a decir: a
través de una caricatura, una poesía o una fotografía, un vídeo…
Un punto que debo confesar siempre me ha irritado es el elogio ciego que el occidental suele hace de lo oriental. Cierto es que este suele ser el gesto que unas culturas hacen con respecto a la extrañeza que les producen otras. Por el hecho de ser extranjeras, siempre nos admira o impacta lo distinto, lo aparentemente remoto. Y estas reacciones suelen ser recíprocas. Si me fascina el teatro No, a los japoneses también les maravilla el drama explosivo del flamenco. A partir de ahí pueden configurarse interesantes o probables o nexos hermenéuticos. Cuando Chantal marca la excepcionalidad de la cultura oriental en algún punto, especifica por qué. Si Occidente ha desarrollado una dinámica cultura convirtiéndose en referente planetario, es, -por poner un ejemplo - , en el orden de la investigación hermenéutica que las místicas orientales indias brindan márgenes que han pasado desapercibidas para la curiosidad occidental. Chantal, especialista en filosofía de la India, ha investigado tales márgenes, y nos asegura con emoción que en ámbitos hindúes la especulación metafísica ha elaborado teorías más arriesgadas que las occidentales.
Otro
de los aspectos que más me gustan de Chantal Maillard es su negativa a ser
complaciente desde las potencialidades de la poesía y el pensamiento, su no
hacer concesiones. Sólo de esta manera lo que uno hace se reviste de
autenticidad.
La
poesía de Chantal y no sólo su obra ensayística, obligan a detenerse aunque sea
dolorosamente sobre alguna circunstancia o constatación. El público lector no
es, precisamente, un ente que venga a
apiadar a Chantal. La propia Chantal confiesa en estas páginas su odio a la mentira, inculcado en ella desde la infancia, y es esta reacción
lo que ha determinado en buena medida su no mera aceptación de los datos
externos de cualquier cosa, su pesquisa sobre lo que la conciencia puede llegar
a admitir. Si la imaginación lo que elabora y maneja son imágenes, estas se
muestran plásticas e intercambiables, mientras que los conceptos que guían
nuestros discurso se nos presentan como construcciones definitivas. Aquí es el
lenguaje quien tiene que mostrar semejante plasticidad soberana, para no
meramente emitir consignas o mensajes cerrados sino para intentar acercarnos,
al menos, al propio movimiento que es lo
real. La vertiente especulativa en la poesía de Chantal se explica por estos
motivos: aproximarnos a la naturaleza de lo que se agita para, tras haberlo
descubierto, decirlo.
Si
la poesía es el modo especial en que podemos expresar lo que ocurre y lo que
nos ocurre, en Chantal esta integración se realiza teniendo en cuenta las
disciplinas varias que vienen a determinar de un modo u otro el lenguaje y el
tipo de sociedad que somos. Por ello, es notable en el diálogo que refleja el
libro, la presencia de las ciencias físicas, la psicología, la antropología, la
genética o la neurología. No es un gesto sociológico entre otros. La imagen que
del mundo, la persona o el cosmos va definiendo el pensamiento es reticular y
holográfica, en curiosa consonancia con
el mundo virtual de las redes e internet. Una discusión mínimamente profunda
sobre el estado actual de los asuntos humanos y del propio hombre pone a las
claras este universo de relaciones y de nexos que con suma complejidad y
prolijidad hemos activado y nos refleja. El libro de Muriel y Chantal está, consecuentemente
dividido en temáticas que van recogiendo todos los aspectos culturales
vinculados al progreso de las ciencias, la ética, la vivencia de la naturaleza
o las soledades del individuo.
Esta
atención a materias tan diversas obedece, pues, a lo que la propia Chantal
señala como probable cambio de paradigma en el ámbito europeo e internacional
de la cultura y en el que acabamos de sumergirnos de lleno: el mundo como red.
Es más que explícito. No sólo las más variadas disciplinas revelan enlaces comunes sino que la aparición de internet ha
venido como a confirmar este giro molecular y universal.
Personalmente
creo que cuando el mundo adquiere tal variedad de asuntos, el pensamiento debe
arrojarse a desbrozar espacios para perfilar la posibilidad de un horizonte
común al ser humano. La poesía la hemos atendido, tradicionalmente, como la voz
del pueblo o de las cosas que se van transformando. De aquí que Chantal rechace
el sentido de la poesía como una revelación y prefiera las aventuras de la
discontinuidad, como diría un Lezama Lima. Es la poesía, por tanto, la labor
del poeta, quienes deben ir descifrando un espacio, descubriéndolo y
nominándolo, antes que esperar mensajes directos de los dioses. Es entre esta articulación
compleja de técnica, mundos de la información y retos éticos, que la poesía
debe ir desenvolviéndose y erigirse como palabra específica y soberana.
En
el examen a veces agrio, que del ser humano se va conformando en este mundo de
vinculaciones multiplicables, me encuentro con una observación que Chantal
repite y que me produce, lo confieso, cierta vergüenza y un franco rechazo: ¿por qué
la sonrisa tiene que ser un arma
defensiva entre los seres humanos, - enseñarnos los dientes - un resto arcaico, según el decir darwiniano,
de cuando éramos animal manada? Cuando
nos sonríe nuestra pareja, nuestra madre o un niño no veo que sea pertinente
enfoque tan siniestro.
Chantal
señala que el mundo actual es abusivamente representativo: el estado de opinión
no resulta, sorpresivamente, mejor que el de la creencia. Aunque la verdad,
históricamente, ha sido un valor comerciable por la movilidad de los intereses
de la sociedad en cuestión, el universo mediático es tan opresivo con sus
industrias de estereotipos y formación de opinión, que la libertad hay que
buscarla en territorios tan huidizos como íntimos. Debido al cerco mediático el
mundo se vuelve ininteligible, pero eso no significa que la ética, que se
refiere a las competencias del sujeto, se relativice hasta su dispersión.
Hay
un momento particularmente estimulante en el debate. Chantal observa que no es
posible hoy abordar un concepto del ser así de simple, contundente y directo.
El ser es con otros, con otros seres,
personas, individuos, existentes. Esto implica desplazar el concepto a una
movilidad extra, añadirle un complemento que dejará de serlo en cuanto
dilucidemos qué naturaleza supone una imagen del ser y sus trayectorias, qué alteraciones implica su suceder-con. El ser ya no se explicita desde una solitaria entronización
conceptual sino en actividad con los demás seres, lo que significa la asunción
de direccionalidades como vectores vitales y alusivos de su naturaleza.
Todo
ello repercute en nuestra imagen global del mundo, pues el universo entendido como proceso, ya no puede limitarse al
prolijo análisis de sus componentes.
Ahora, se despliegan virtuales espacios nuevos de relación que en definitiva,
no dejan de aludir, en un visionamiento de la generalidad, a un par de observaciones convergentes:
emprendimientos nuevos en la formulación tácita del ser y la aceptación de la existencia
de leyes desconocidas en el universo.
Chantal
nos advierte que la realidad no es sus representaciones, sean estas
tecnológicas, científicas o filosóficas. La realidad es lo que el poeta busca
en su flujo soberano y originario. Precisamente lo difícil es liberarnos de esa
cantidad de representaciones que gracias al
trampolín mediático y representacional alcanzan una popularidad
asfixiante y una densidad falsa.
Según
Chantal no nos encontramos en el centro vivo de lo que se produce sino en su
conversión en discurso. El potencial del lenguaje y las gracias conformantes
que le hemos concedido, nos sumen a veces en lo que viene a ser un cierto
conformismo. En este punto, hay que ser audaz. La realidad de las cosas precisa
de una empatía diferente, de una aproximación menos crítica y más salvaje,
espontánea. Reposamos demasiado en las suficiencias teóricas de la
configuración lingüística. Chantal fantasea con un asalto a la realidad, libres
de todo aparato conceptual sabiamente elaborado, hacer un puntual y
espectacular tabula rasa. Como rezaba
aquel chiste de, no sé si Woody Allen u otro, tenemos que librarnos del peso excesivo
de la cultura. Pero son precisamente esas determinativas conformaciones lingüísticas
ante las que nos abandonamos con arrobo e inconfesada pereza intelectual. ¿Cómo
ir más allá del lenguaje sin o con el lenguaje?
Chantal
insiste en la búsqueda continua de un nuevo medio para expresarnos, en
abandonar o alternar lenguajes o experimentar con ellos. En definitiva, la expresión
de lo real no puede convertirse en un asunto ajeno, forma parte de nuestra
misión como artistas o pensadores.
Chantal
coincide con Borges: el yo puede ser una insólita servidumbre a la hora de,
curiosamente, preservar nuestra sensibilidad y buscar la felicidad. Lo que obsesiona, particularmente
a nuestra autora, es la mediatización de la experiencia. Cómo, con qué medio o
medios, con qué talante o presunciones, desde qué registros o limitaciones
conceptuales, queremos hacer vivir lo que hemos vivido, qué tipo de mensaje o protesta
queremos hacer circular por el mundo libres de las presiones del mito o de
nuestro propio vocabulario.
Por
ello, por la naturaleza compleja de estas inquietudes, Chantal Maillard se singulariza a través de
su obra ensayística y sus poemas como exploradora de territorios más o menos
adversos, de espacios en los que un clamor, una melodía o una textura verbal
revelan su carácter nativo. Este libro no sólo es un rico muestrario de las
preocupaciones de la poeta, también nos muestra qué orden complejo de materias
constituye la cultura actualmente y qué pasajes deberíamos atender a la hora de
actualizar parte de sus intereses para nosotros.
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