A
veces, en los momentos y lugares menos esperables, la observación sorpresiva
salta. Viendo el partido de la Eurocopa
entre Hungría y Escocia, el comentarista dice: - Ya sabes que a cámara lenta todo
se falsea.
Me
chocó semejante afirmación, pues se supone que los movimientos de juego no muy
claros, o poco perceptibles a primera vista, suelen comprobarse a cámara lenta.
Lo curioso de esta observación es que yo ya había llegado a la misma conclusión
hace un tiempo. La cámara excesivamente lenta, pues ahora la ralentización de
la imagen puede multiplicarse con respecto a cómo se efectuaba hace unos años,
al retrasar de tal manera los impactos en los movimientos de la ejecución de
cualquier deporte y especialmente en el futbol, lo que consigue no es la
dilucidación del alcance de los impactos sino la desrealización de los mismos
al dispersar el efecto de los choques o impactos varios. Hemos llegado a tal
fineza tecnológica que ya no vemos la realidad física del choque o no de la
jugada, y necesitamos por ello retornar a la fuente no manipulada de la
realidad: una grabación normal de la jugada en cuestión. Esto implica algo
chocante a tener en cuenta: que la técnica que se supone registra impecablemente
la realidad, puede llevarnos a resultados confusos o completamente opuestos a
los esperados.
La
otra observación efectuada por otro comentarista en ya no me acuerdo qué
encuentro de esta Eurocopa es la siguiente: - Cuantos más jugadores salgan al campo, más espacio hay.
Apenas
escuché lo que dijo el periodista, apunté la frase inmediatamente. Aquello me
pareció, en principio, una suerte de greguería incomprensible e insólita, una
de aquellas formulaciones paradójicas de los grandes filósofos de la
antigüedad. Quizá cuando pensase de nuevo la frase la comprendería y ya no me
parecería tan insólita. Pero no, tras memorizarla y enfrentarme al misterio de
su concepto, su extrañeza no sólo no desapareció sino que hizo surtir más
discusión en torno a su explicación o comentario.
Podríamos
decir que si hay pocos sujetos desplazándose por el campo, más espacio les
corresponderá a cada uno: más espacio para articular el juego y efectuarlo.
¿Simplifica esto la captación de las consecuencias de la frase?
A
menos sujetos moviéndose por el campo, más espacio tienen que cubrir. Esta
sería una de las implicaciones relativas a las variabilidades de la frase
original. El control del espacio sería más complejo pero el placer individual
como compensación a la mayor responsabilidad en el juego - por decirlo así
- disfrutaría de mayor señorío. Pocos
jugadores, dispersos por el verde de la hierba parecen prometer escasa emoción
y relativo riesgo en las jugadas.
Pero
cómo explicar que el espacio se multiplica con un mayor número de jugadores en
el campo sin modificar nada de lo que en principio teníamos.
Bueno,
en realidad el espacio es el mismo. Lo que ocurre que un mayor número de individuos
moviéndose por el mismo lo agosta, lo limita y por ello tanto el ritmo como el
riesgo del juego se incrementan.
A
mayor número de jugadores, el espacio parece fragmentarse y por lo tanto difuminar
sus límites. Pero, lo numeroso de un espacio, es decir, los elementos individuales
que se encuentran evolucionando por un espacio dado ¿se definen por una
cuestión cuantitativa o una determinación cualitativa? ¿El espacio crece con
más integrantes vivos en su superficie o simplemente parece más animado, más
vívido debido al número de tales presentes?
Si
disponemos de un espacio dado, su unidad o integridad ¿depende del número de
elementos semejantes que pululen dentro de él? ¿Tiende a multiplicar sus
dimensiones estando ocupado de esta manera o lo hace de un modo claro al estar
vacío? La atomización del espacio ¿implica su multiplicación o sus dimensiones
no varían al segmentarlo hasta el infinito?
¿Es
sólo una impresión que el espacio se multiplique al hacerlo el número de
jugadores? Al ser muchos los jugadores en movimiento, cada uno parece encarnar
un punto o una dimensión concreta de tal espacio, lo que implica que el
dinamismo haga plástica la imagen más estática de un espacio con pocos
jugadores o ninguno.
El
fragmento de espacio que pueda asignársele a cada jugador por su mera presencia
en el campo, por ocupar con su cuerpo una porción limitada de espacio, parece
provocar que se sustraiga a la unidad perceptible del espacio total, pues el
movimiento y el número creciente de jugadores hace ininteligible una imagen
estática del espacio como referente autorizado de…sí mismo.
Si
el espacio es los jugadores que se mueven por él, entonces no habrá márgenes
perceptibles de ese espacio trémulo y metamórfico, sino un cómputo de lo que
fue el espacio vacío de jugadores que nos sirva de punto de partida para
calcular lo que fue ese espacio y la cantidad de acontecimiento que puede
albergar.
Pero,
curiosamente, lo que se afirma es que la naturaleza del espacio depende de la
cantidad, precisamente, de acontecimiento que se produzca en él a través de un
número correspondiente de jugadores.
¿Ocupamos
meramente el espacio, o lo articulamos, lo hacemos inteligible, lo
multiplicamos al movernos a través de él? ¿Multiplicamos, pues, los términos
espaciales al incorporar jugadores al campo?
Cuantos
más individuos ocupen un espacio, mayor incremento de lo anecdótico, más
posibilidad de que algo suceda. Ocurre, al menos, la cantidad de sujetos
moviéndose por un espacio que en principio podría haber estado inercialmente
vacío.
Es
por esto que la cantidad de sujetos moviéndose por tal espacio hace a este más
vivo, más animado, un espacio multitudinario. Esto respondería a la observación
del periodista. Se trata de una falsa impresión que parece modificar las
dimensiones espaciales, pues aunque existan más elementos, su tamaño físico no
se altera: lo que sí parece transformarse es su capacidad de
representación. Claro, un espacio con un
par de elementos no expondrá en su superficie sino la variedad de relaciones
geométricas y matemáticas que ese par de solitarios elementos sea capaz de
generar. Con una veintena de elementos, el espacio se cubrirá de posibilidades
de relación, puntuales y teóricas que antes no se daban. Todo es muy lógico.
¿Hasta
qué punto movimiento, variabilidad de localizaciones, diversidad en la imagen
se identifican con la expansión física de elementos en un plano, en una
superficie, en un espacio? Esta es la
cuestión. Pues ¿podría un espacio “modesto” con escasos y dispersos elementos
en su seno, producir tal variación de perspectivas capaces de organizar lo que
llamaríamos con toda la seriedad del mundo, un relato de sus componentes? Aquí
nos saldría una respuesta cuya frase, en otros contextos, llamaría a la pícara
distensión: el tamaño no importa ante la existencia de elementos móviles, sean
cualesquiera, en un espacio dado.
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