Una cosa es marcarse un recorrido y realizarlo
como si de una exploración cualquiera se tratara y otra andar sin rumbo,
dispuesto a que el azar haga surgir la contemplación sorprendente o la
reflexión alucinada sobre el espacio -tiempo en que uno se abandona. Una cosa
es alcanzar una cumbre montañosa o atravesar una zona boscosa y otra sumirse en
lo numinoso que un trayecto indistinto puede procurar. Una cosa, por tanto es
ejercer un esfuerzo físico recompensado por las gracias del paisaje y otra
recibir una suerte de revelación repentina en el transcurso de un dejarse ir a
ninguna parte.
Gabriel
Miró que fue un gozoso andariego, supo distinguir entre alcanzar un objetivo en
una salida al campo como reto físico y disfrutar, a través de un paseo, de un fascinador atardecer como fin en sí mismo, independientemente de la molesta fatiga de recorrer tantos y tantos metros.
O
sea que colocarse records para batir en cualquier aventura geográfica que logre
desempeñar nuestro cuerpo, no tiene nada que ver con el andurreo alucinado, con
el callejeo surrealista, con el vagar poético por cualquier paraje que nos haga
soñar el tiempo en que vivimos y las secuencias espaciales en que nuestra mente demore la organización de
nuestras percepciones.
También
es verdad que todo viaje supone una abertura de horizontes, una puerta abierta a lo posible. Todo viaje nos excita y
nos ilusiona. Y de todo viaje podemos traernos un recuerdo vibratorio de las
bellezas naturales y artificiales que hayamos visto. Aun así, las bellezas del
paseo o del caminar hacen alusión a una experiencia menos global y más
íntimamente vívida. Es el alma romántica, nuestra alma de poeta la que
despierta aquí ante las sugerencias inmediatas del espacio que se recorre. Al
pasear no viajamos exactamente. O en todo caso lo hace nuestra imaginación.
El
libro de Avelino Fierro es un libro de encargo. Y aunque el autor posea un
curriculum notable a través de los diarios que ha ido escribiendo y publicando
en esta casa, Eolas Ediciones, lo que nos lega como experiencia neta de
andanzas especiales es materia escasa. Eso sí, las alusiones bibliográficas
abundan y copan parte importante del libro. Lo que ocurre es que para mí tales
referencias son aportaciones meramente académicas. Lo que importa es qué de
curioso, de patético, de ilusionante o revelador ha sentido el autor que
escribe, paseando por cualquier inmediación próxima o no a casa.
Pasear
supone, desde luego, un momento dinámico de contemplación. Es el instante en
que lo poético puede mostrársenos a través de lo anecdótico o lo paisajístico. El momento en que la memoria
puede ser estimulada por cualquier cosa y eclosionar en imágenes o recuerdos
fascinadores. Ahí fuera, en el espacio continuo de la metamorfosis, nos esperan
las revelaciones del sueño. Dispongamos nuestras redes, nuestras sondas
especiales.
No
me ha satisfecho del todo este libro en cuanto a recolección de tal tipo de
materia delicada y densa. Lo que sí resulta notable es el estupendo diseño de
esta colección.
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