José Ángel Valente
habla del ángel de lo súbito refiriéndose
a la gracia que el instante contemplativo ofrece de esa manera: inesperado en
el tiempo y pleno en su aparición. Se trata quizá, en parte,
de un don de la meditación, es decir, de algo propiciado, pero también
de lo impredecible y por tanto originario del misterio, del confín inaccesible.
José Lezama Lima
nos habla del súbito como de ese
momento en que el recorrido de la imagen cierra el circuito de su conformación
y nos revela el horizonte de la metáfora. Es el instante en que la representación nos es revelada,
demostrándose así el poder definidor de mundos y épocas de la imagen poética.
Pero,
¿quién tiene hoy el magisterio de Lezama o el sigilo delicado de un Valente
para acercarnos a estos momentos cuasi numinosos de la literatura y la
sensibilidad?
Borges refería la
excepcionalidad en que el símbolo se produce, viniendo a decir que el instante
de la revelación o mostración simbólicos no volverá a repetirse, lo que a su
vez subraya la temporalidad extraordinaria de la conformación del símbolo en
todo evento del que se desprenda.
Actualmente
contamos con el súbito de lo criminal, el suceso sangriento aparece de pronto,
explota violentamente contra toda expectativa y nos envuelve con su aura de
espanto potenciada por la industria mediática en cuyo seno nos encontramos.
El
súbito tecnológico depende de los nexos que la vanguardia en esos campos vaya
mejorando y superando. En este sentido, lo futuro es un objetivo en sí,
albergue cantidades reales de esperanza, progreso o no.
Lo
súbito en el ámbito de la intimidad psíquica parece estancarse en tal estrato, pues
si nada de la lectura o del pensamiento propio nos lleva a trascender los
cercos más molestosos de la cotidianidad quizá sea debido a que nos dé
vergüenza reconocernos soberanos de la creación.
O
no nos creemos dignos de la exquisitez intelectual por la asunción de un
extraño pudor, o una moral fanática nos
quiere convencer de que no es bueno considerarnos destinatarios no igualitarios
de lo especial que nuestra cultura ocasiona o produce.
Ahora
bien, no hay nada más súbito y repentino que la muerte, ese hecho absoluto sin
acontecimiento. Lo trágico aquí es que su desvelación no se da en nuestro plano
de percepción y la imaginación piadosa tiene que, barrocamente, desplegar posibles
de un alma que creeríamos conocer.
A
pesar de nuestros prejuicios y manías ideológicas, la realidad se desfibra
diariamente a través de ínfimos y numerosos súbitos,
articulando esa laminación interminable del tiempo y del espacio que acaba por convertirse en el continuum que ninguna semiología, según Juan Benet, podrá nunca descodificar
satisfactoriamente.
La
naturaleza de lo súbito, de lo que ocurre sin preverlo ni sospecharlo, de lo
que se conforma en nuestro espacio intelectual confirmando qué fragmentos de
historia se han desprendido del arco universal y consagran el reinicio de
nuestro viaje interminable por el cosmos, halla en la materia poética, un
cumplimiento singular y palpable. Lo que los poetas ven, lo que los poetas nos
dicen tiene que ver con los tramos específicos de ese viaje cósmico a través
del sentido y de la vida.
Si
reivindico a alguien como Lezama Lima es porque en su literatura encuentro ese
mensaje palpitante que nos exige no olvidar que poseemos la fuente de la
riqueza. La imaginación, el fulgor del
pensamiento, la creación continua desde las plasticidades del lenguaje
constituyen nuestras armas súbitas
para emprender la vida y su misterio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario