El
otro día mi hermano, gracias a una de esas carambolas que propician las redes,
se encontró, en la página de facebook del Colegio
Jesús María de Orihuela con una foto que no conocíamos de nuestra madre. En
dicho colegio trabajó ella como docente a fines de los cincuenta y principios de
los sesenta.
El
impacto que me produjo la foto me llevó a analizarlo horas después, pues no se
trató de la típica sensación melancólica que nace al contemplar una imagen de
un pariente tuyo ya fallecido, envuelto en las neblinas del pasado. La sorpresa
que supuso el descubrimiento de esta imagen venía acompañada de una extrañeza
cuya infrecuencia me estimuló a que investigara de qué tipo de extrañeza se
trataba, independientemente de la novedad de la imagen.
Hace
ya tiempo que vengo puliendo y examinando los detales de esta idea: nadie ha
vivido en el pasado tal y como nosotros lo imaginamos. El mundo entero no ha
vivido sino en el presente que le tocó en suerte. Todas esas imágenes o interpretaciones
del pasado como algo triste, lento, exento de alegría o tecnología, son eso,
figuraciones nuestras más o menos literarias realizadas desde nuestro cómodo
ahora, rodeado de confort y estereotipos sobre mil asuntos.
Saber
ver esto, desprenderse de los prejuicios sobre las características
melodramáticas del pasado, incluso del más cercano a nuestro tiempo, es
importante para definir el tipo de extrañeza que experimenté al ver la imagen
de mi madre, rodeada de alguna de sus alumnas.
Para
ser lo más directo y transparente, diré que lo primero que sentí al ver la
imagen fue algo así como si mi madre estuviese
dando clases todavía en alguna plataforma astral, en algún lugar del
tiempo. No experimenté melancolía, sólo cierta emoción al ver a mi madre
desaparecida. El ambiente de la foto es positivo, festejador. La profesora posa
feliz con sus alumnas bajo una portería de balonmano, deporte en el que mi
madre participó numerosas veces como árbitro.
En
la imagen no percibí decadencia sino una insólita actualidad: la de mi madre
trabajando, activa y soberana en su ambiente.
Contemplada
de este modo, esta imagen produce cierta esperanza…
Es
verdad que hay grados de profundización en el estudio de una imagen, y que la
pertenencia al pasado de esta, en concreto, la arroja a un tiempo que ya se ha
distanciado definitivamente. ¿Pero, tan así, tan definitivamente? La imagen
reproduce un momento y ese momento como tal, como un corto espacio de tiempo
vivido con felicidad, es ya irrompible. Así lo vivió mi madre y con toda
seguridad las alumnas que aparecen junto a ella. Por ello, la decadencia, la
sensación de fin o de acabamiento, no existe en la imagen ni en el momento en
que tal imagen fue tomada. Las percepciones negativas se las añadimos nosotros
desde las vacilaciones de nuestro momento al creer que lo pasado está signado
por el signo de lo fatal, de lo ya sido, de la muerte, y por tanto no existente
ya.
Un
análisis profundo y comprometido del momento, quizá renovase nuestras concepciones deterministas del
tiempo; un momento como el que con bienestar, sencillez y seguridad parecen estar viviendo mi madre y las alumnas en
la imagen.
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