lunes, 1 de julio de 2024

FENOMENOLOGÍA INSTANTÁNEA DE LA ENSOÑACIÓN

 



 


Como suele ocurrirme, la contemplación distraída produce los más dulces visionamientos, las ensoñaciones súbitas más profundas.

Me encuentro mirando esta pintura de mediados del siglo XIX  sobre el islote de San Juan situado en el golfo de Borromeo, en Italia, y sin haber buscado una especial potencia en ningún detalle de la representación, de pronto, la imagen comienza a adquirir una suerte de blandura.

Esa digamos, ligera deformación de la superficie de la imagen general, va arrojando o arroja a esta hacia atrás en el tiempo. Es como si a través de este movimiento de la imaginación perceptiva la imagen buscara ubicarse en las coordenadas espacio-temporales que fueron su origen real, escapando suavemente de los límites elementales del marco del cuadro.

Cuando la imagen ha ahondado en sí, digamos, es entonces cuando deja de ser una mera pintura y trasciende su identidad desde su emprendimiento representacional. La imagen que se alejaba en el tiempo y en el espacio de la proximidad de mi mirada, de pronto, se para y aterriza en un contorno remoto que es su actualidad. Acaba de llegar a su referente, a su fuente, a la realidad que tomó como modelo, en un momento preciso, la imaginación que la concibió sobre un lienzo.

Tras concluir este viaje al pasado, hacia el hallazgo de sus coordenadas, la imagen reposa sobre un horizonte que es ahora el de mi percepción directa y ensoñadora. Veo el paisaje reubicado, inopinadamente, en su enclave originario, liberado de su confinamiento artificial en las proporciones regulares de un cuadro de género. La imagen ha recobrado su confín auténtico, su posición significante en una tierra lejana y etérea para mí. En este momento la imagen, sin alterar sus conformaciones ni la textura de ninguna de sus figuraciones, comienza a latir, a vivir, a irradiar  desde su establecimiento. Ha alcanzado la soberanía de su ser, emite la harmonía de sus contenidos y propicia una suerte de paz a partir de todos sus puntos.

Tras comprobar que la imagen se ha desplazado a otro lugar y que desde tal lugar se refuerza su encanto e irradia como imagen soberana y originaria, yo me dejo caer en la belleza de su apariencia y recibo el blando impacto de una hermosura que fue en el tiempo y que tengo el secreto y frágil privilegio de observar con detenimiento ahora. Este ahora sólo lo es de mi percpción y de sus probables balanceos en la intensidad, pues la imagen fulge plena con tranquilidad en un espacio inaccesible: ese allá paradisíaco que es un fue pero que no desaparece en tanto el observador permanezca atento a las sutiles vicisitudes que emerjan de la propia imagen y la afirmen modestamente eterna.

El detalle, defectuosamente visible por la calidad mediana de esta reproducción,  de la pareja arrobada en el puentecillo, me llena de ternura, de piedad, de fascinación. La dicha remota de este par de amantes me provoca un llanto mudo, me retuerce, fugitivamente, las entrañas. Todo es paz, pudoroso decoro, inocencia. Y la masa de agua tranquila del golfo y el verde del bosque no hacen sino arropar a esta pareja y abrazar a mis propios párpados en la confirmación de que todo es cordialidad en esta pintura.

Cierto es que no se trata de un óleo ilustre, pero es que las pinturas algo mediocres o anónimas son las que producen los estados encantatorios más inesperadamente intensos.  

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