martes, 2 de agosto de 2011


CURVAS RECTAS
Hace algunos años José Antonio Marina despotricaba contra el aforismo, negándole, por su naturaleza fragmentaria, toda capacidad filosófica. Claro está: el aforismo es un modo de constatar cosas, no de fundar teorías. El aforismo puede convertirse en un ejercicio frívolo y pedante si no posee ese poder de fulguración que descubre matices y establece conexiones reveladoras. El aforismo es verdad en tanto que práctica de escritura, en tanto que forma rítmica de aplicar el pensamiento. Lo aforístico se relaciona con la velocidad, con la embriaguez lúcida y súbita; en definitiva, con el poder demiúrgico del lenguaje. No es el apéndice de una hipótesis pendiente de desarrollar. Deleuze decía todo lo contrario a lo manifestrado por Marina: el aforismo es lo más cercano a la intensidad propia del pensar y de la vida. Y si el aforismo es una forma dudosa de reflexión seria, consultemos, como quien no quiere la cosa, a Schopenhauer , Nietzsche, Wittgenstein ...
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La ficción compensa. La realidad suele estafarte.
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Transfiguraciones interiores que te hacen arder y morir tan secretamente que difícilmente llegarán al conocimiento de nadie como no eches mano de ese instrumento mirífico que es el poema.
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Si no pienso en nada, acabo pensando en la nada.
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Esa seriedad de los niños que, de pronto, avergüenza a los adultos.
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Qué curioso que Jung conciba los sueños como un texto, es decir, como algo singularmente ordenado y estratégicamente urdido. Finalmente, tampoco el Inconsciente juega a los dados. Y el Texto se convierte en el modelo de todo producto cultural complejo y duradero. La memoria también sería una especie de texto - o de palimpsesto - la narración más o menos abrupta de la historia privada de cada uno.
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La mirada condena antes que la palabra.

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