lunes, 21 de febrero de 2011


TIPOS DE PERCEPCIÓN
Yendo a Murcia este sábado pasado en autobús, unos metros más allá del túnel en dirección al cementerio, vi, de pronto, a mi derecha, una garceta o lo que podría ser también, por el tipo de pico, una pequeña cigüeña, que parecía atrapada entre unos matojos. El animal miraba en dirección a la carretera cercana, y permanecía inmóvil con las alas desplegadas, como pidiendo auxilio en silencio. La blancura del plumaje contrastaba fuertemente con la monotonalidad verde oscuro del entorno y casi desprendía una luminosidad propia con la caída de la tarde. Tan sólo unos veinte metros más adelante, un hombre salía del garaje de su casa con una manguera y se disponía tranquilamente a regar su jardín o a realizar cualquier tipo de labor semejante. El carácter fugaz, repentino de las visiones las hacía extrañas, incluso irreales. La imagen del hombre saliendo del garaje no tiene nada de extraordinario, pero contrastaba su indiferencia con la muda agonía de la garceta. La extrañeza radicaba también en este aspecto: dos situaciones ignorándose mutuamente. El hecho de que yo viera aquello durante un viaje en autobús, es decir, de modo sucesivo, le presta su forma lineal a la percepción, configurando la naturaleza de compartimentos estancos de las imágenes. Ambas se producen sucesivamente, no simultáneamente, y aunque pertenecen a la misma tarde, a mi se me antojan autónomas, sólo se vinculan por contraste y porque las retiene mi memoria. Podría decirse que vi como un par de viñetas de una historia mínima probable que nunca conoceré o no sabré si se produjo (la posibilidad de que el hombre se diera cuenta de la situación del ave, las rescatara, o se la llevara a su casa para regalársela a alguien o para desplumarla...).
Todo esto me hizo recordar algunos sorpresivos pasajes de la obra que estoy últimamente leyendo del escritor alemán Jean-Paul Richter, Diario de a bordo del aeronauta Giannozzo, escrita en 1801 y que publica la editorial Gallo Nero. El personaje protagonista, Giannozzo, proyección burlesca del propio Jean-Paul, recorre Alemania con su globo, dedicándose a aniquilar con una crítica feroz las costumbres y prejuicios de cada pueblo o ciudad que visita. El poder satírico y la imaginación esperpéntica y caprichosa que Jean-Paul emplea en su retrato de la sociedad alemana, me han hecho recordar la obra y el personaje de Alfred Jarry, con cuyo tipo de humor guarda notables semejanzas. "Jean-Paul-Giannozzo", disfruta desde su aeronave de una perspectiva global del mundo de abajo. Tal perspectiva es una panorámica que integra la multiplicidad. Sus breves descripciones de lo que ve no producen un catálogo, sino un mosaico captado en un solo vistazo: ".. justo debajo de mí expulsan a alguien del país, al otro lado veo a un desertor, las campanas suenan para recibir al príncipe, los campesinos siegan prados de vivos colores, los sepultureros cavan tumbas en nueve lugares diferentes, llega un carro con comediantes de Weimar..., las peregrinaciones católicas avanzan al son de cánticos desafinados, un loco se ríe a carcajadas, cinco mujeres retuercen sus manos de una manera espantosa..." O sea, que a diferencia de una percepción sucesivo-lineal como la mía del autobús, que engarza imágenes consecutivas y solitarias, como las que propiciaría un tren o cualquier otro vehículo que no pudiera salirse de su ruta, de una línea recta, la que muestra Jean-Paul integra la multiplicidad en una sola visión, caótica y heterogénea, pero unitaria.
Está claro: distintas percepciones producen representaciones específicas de mundo. Eso lo saben bien la fotografía, el cine y la artes plásticas. Escribe Schopenhauer: "Cuando menos piensa uno más tiene los ojos en todas partes: en él, el ver tiene que ocupar el lugar del pensar". Y según desde dónde y cómo vea el que mire, la imagen del mundo que se componga será distinta no sólo plásticamente, sino desde el punto de vista de la significación.
El día de mi visionamiento de la pobre garceta enredada, al llegar a casa vi por fin de una vez y entera, la película Twen Peaks de Lynch, y a propósito de perspectivas y percepciones, la historia que se cuenta en esa película resultaría muy diferente contada por otro director, lo que confirma que la sustancia de algo depende de su dosificación, del tratamiento con que es presentada, y que por ello mismo, tal sustancia viene a modificarse "sustancialmente", valga la redundancia. Lynch, como siempre, nos hace caer en el anzuelo una y otra vez, fascinándonos con sus calculados y retrorcidos estímulos e intrigándonos con sus falsos señuelos. La percepción lineal tiene un principio y un final, aunque precisamente Lynch nos confunde porque juega a invertir y a subvertir este orden de la percepción sucesiva típica del film; la imagen panorámica que nos ofrece Jean-Paul no tiene principio ni fin, es un todo, una esfera, una simultaneidad: consecuencia lógica de la capacidad omnividente de los cielos.

jueves, 10 de febrero de 2011


CONFIANZA EN UNO MISMO
Ralph Waldo Emerson

Podríamos hacer aún más breve este ensayo de Emerson reduciéndolo a una serie de citas del texto que se convertirían en un brillante ramillete de aforismos. Y ello no por pereza, sino por pura estética. Resulta placentero leer a Emerson. Su estilo es certero y harmonioso, su discurso tan ordenado y fluyente como revelador en lo que dice.
En esta pequeña obra, el escritor norteamericano defiende la soberanía del individuo frente a instituciones, conceptos o profetas presuntos. Descubrir esa soberanía implica nacer a la unidad divina y potenciar de modo infinito lo que el hombre es capaz de realizar y desempeñar. Aunque en Emerson hay una impregnación o deriva religiosa - ese profano Trascendentalismo con que denominó a su pensamiento - no nos encontraremos con beaterías ni adscripciones simples a dogmas establecidos: "Dios no consentiría que su obra sea divulgada por cobardes"; "Yo no deseo expiar culpas, sino vivir". De un modo brillantemente metafórico advierte sobre el proselitismo de conversos e iluminados: "Si un hombre afirma conocer a Dios y hablar con Él, y sus palabras te evocan la fraseología de una vieja nación olvidada en otro país, en otro mundo, no lo creas".
Para Emerson el centro del universo es cada uno de nosotros, su plenitud depende de la integración al mundo de nuestra propia genialidad. Borgianamente, Emerson dice que la historia no es sino el resumen biográfico de unos pocos hombres excepcionales. (Esto se explica porque, claro está, Borges leyó con admiración a Emerson, a quien juzgaba muy superior a Poe (¿¡?) y de quien no pudo evitar interiorizar imágenes tan varoniles como ésta).
La defensa vitalista del individuo y de sus excelencias secretas, prisioneras de las convenciones y dormidas ante la sacralización de la Tradición, fue recogida por Nietzsche que la llevó al delirio, estropeando la elegancia con que Emerson la enuncia y expone. En Emerson el vitalismo irradia con serenidad. En Nietzsche chirría y vocifera.
Dos notables consecuencias, a mi modo de ver, que se desprenden de las observaciones emersonianas, son la especificidad con que destaca la percepción personal de las cosas y la conexión posible de ésta con las del prójimo, depurada herencia del romanticismo. Lo que yo percibo, aunque lo perciba a mi manera, no deja de ser percibido también por los demás, lo que nos lleva a la afirmación objetiva de una realidad, de una entidad en el tiempo ; por otro lado, es de mi percepción personal de donde brota mi aportación concreta al mundo y ello posibilita que, unido ello a lo que perciben las distintas sensibilidades, el universo funcione y se renueve cada instante.

martes, 8 de febrero de 2011


AUTONIMIAS, O EL CONCURSANTE QUE FORMABA PARTE DEL JURADO

Un camarero que es servido por otro camarero, un director de cine que va una sala de cine a ver una película, un fotógrafo que es fotogradiado... A estas figuras, Barthes las denominó autonimias. Yo estoy actualmente justo en el centro, si no de una autonimia, al menos de algo que se le parece en su versión de signo opuesto: estoy terminando un poemario para enviarlo a un concurso y resulta que me llaman para ser uno de los miembros del jurado de la preselección de otro concurso literario. Yo, que no he ganado ningún premio de poesía y que me rompo la cabeza pensando cómo hacerlo, que virguería hay que llevar a cabo para conseguirlo, me veo, de pronto, formando parte de la parte contraria, la que que me debe juzgar, la que pasará por el ojo inmisericorde de la crítica, mi delicado trabajo poético, mi experiencia cifrada bajo ese concurso de palabras y de arrobos secretos que es un poema. Y la cuestión es que ya sé cómo hay que proceder para causar el efecto-anzuelo en los que lean los poemas: cohesión temática, versos breves en los que se diga mucho con poco, alguna pincelada culturalista, huida de lo experimental, dosificación de barroquismos y oscuridades, en suma, redondez formal, precisión y lógica (poética) en los versos para que estos fluyan sin confusión en la lectura.
Pero nada, no aprendo de mi experiencia de jurado poético. No puedo escapar de mis condicionamientos retóricos. Y una y otra vez cometo los mismos fallos, complicarle la lectura a un jurado que quizás, cuando esté leyendo mis poemas, esté tranquilamente en su casa, a la hora de la sobremesa, tomándose un café. Estar esforzándote por acabar un poemario, al tiempo que estás leyendo poemarios ajenos, es una tarea a veces estimulante, viendo lo que se atreve a escribir la gente, pero otras, resulta empobrecedora, mentalmente aplastante, cuando compruebas que, a pesar de todos esos arrobos secretos que mencionaba, tu voz es apenas distinguible del resto en la sucesión monótona de los folios.
Personalmente, ser jurado de un concurso poético me es algo antipático, ya que con quien me identifico es con los "aspirantes", aunque, a decir verdad, ya se sabe en qué consiste la labor de un jurado de preselección: en eliminar la morralla y dejar para el jurado que aparecerá ante las cámaras y los periódicos, el material purificado del que saldrá, dictaminado por ellos, el vencedor definitivo. Revisando el montón de poemarios que me ha tocado en suerte leer, entusiasma comprobar cómo la gente sigue escribiendo poesías, cómo confiesan sus verdades existenciales y vitales más tremendas a través de este medio, cómo la creación, pese a todo, sigue adelante y el pensamiento verdaderamente libertario alienta con fuerza lejos del entramado del espectáculo y la industria de noticias en que se ha convertido la sociedad. Esto es lo que más me satisface. Mientras, e independientemente de esto, espero dar con algún jurado más o menos perezoso me conceda, venturosamente, algún miserable laurel a mis des-aventuras lingüístico-poéticas.

jueves, 3 de febrero de 2011


LINEALMENTE


Una paradoja habitual en matemáticas: conjunto vacío


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Escribiendo, encarno el absoluto desde mi habitación


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Por definición te defino (como exclusiva y propiamente tú, claro)


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Una sinfonía es un batallón. Un conjunto de cámara es un cuerpo de élite


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Fulgor negro. Noto agitarse como una membrana oscura en la umbría


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El Tiempo y las conjugaciones del verbo "ser" se montan entre ellos verdaderas orgías


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Soñé que yo era yo. Me desperté confuso y turbado.


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El espacio se espaciaba - dentro del espacio -


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La precisión derretida de los sueños


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Te sé divino y humano, frondoso, corriente... Por eso te temo

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...