jueves, 29 de junio de 2017

NOTICAS. Tralk y Hofmansthal, por ejemplo.


 




Hay poetas y poesías que visitamos como buscando un placer determinado, como si nos suministraran un tipo de fascinación y emotividad que, por otro lado, tuvieran una muy escasa relación con el mundo actual en el que vivimos. Se podría decir que son estas algunas de las características que comúnmente producen las obras poéticas o la poesía, pero los casos específicos remarcaran lo dicho. La poesía, por ejemplo, de Hugo Von Honfmasthal o la de George Tralk. Con la de Hofmansthal accedo a un mundo selecto, aristocrático al tiempo que íntimo y exquisito. Sólo en algún estado fugitivamente visionario o en momentos muy contados de meditación suculenta, he podido propiciar un tipo de universo que se correspondiera con una poesía como la del austríaco o ubicarme en un espacio de inspiración similar al que expresan sus mejores poemas. Algunos poemas de Hofmansthal parecen hablar de un linaje perdido al que hemos pertenecido como integrantes de un orden superior. Por ello mismo seguimos siendo depositarios de lo sublime, aunque no seamos conscientes de ello sino a través de la evocación melancólica.

Con Tralk accedemos a un universo tan concreto como alucinógeno, tan preciso como espectralmente intenso. La poesía de Tralk hace de un limitado repertorio de motivos humildes, -  fuentes, plazas, calles, atardeceres, parejas de amantes, ríos, hierba,  - un desfile estático de atmósferas extraordinariamente compactas.

En muchas ocasiones, el poeta apenas elabora paisajes, tan solo nombra o enuncia los motivos concretos según un orden de percepción concéntrico.  Al hacerlo, inviste de una solemnidad extraterrenal esos entornos humildes, convierte las cosas que refiere en presencias totales, en símbolos puros. Cuando me he perdido por parajes del campo o en pueblos que no conocía y ha coincidido que esto ha ocurrido en relajantes atardeceres, me he encontrado con la musa de este poeta. Tralk parece sencillo, pero el efecto, el mundo que produce es de una singularidad extraordinaria. Por ello digo que las poesías de ambos poetas me dicen poco de mi mundo de hoy pero me lo pueden decir si los visito con la lectura y hallo esa onda ambiental que sus palabras provocan, en ese mundo de ahí fuera que, súbitamente, se transforma.
Sus poesías pertenecen a mundos históricos que ya han cerrado su ciclo vital, es decir, mundos acontecidos, pero entrar en las palabras de los poetas es volver a internarse en tales numinosidades, actualizarlas en uno mismo, en lo que significan.    


viernes, 23 de junio de 2017

VIVA LA PATAFÍSICA


 
 
 

Efectivamente, ya sabemos que “la realidad supera a la ficción” y también que “la realidad imita al arte”. Pero creo que vamos camino de rizar el rizo y establecer lo sorprendente y raro como calificativo regular  de lo que nos ocurre y hacemos como género. Leo una noticia sobre las últimas investigaciones llevadas a cabo en la Universidad Miguel Hernández de Elche: El investigador de Neurociencias de UMH Alejandro Gómez Marín descubre que la ley de potencias en el trazado de los garabatos humanos está presente en las trayectorias  de las larvas de la mosca de la fruta. Es decir, que el movimiento de los bichos buscando comida reproduce un patrón de líneas y curvas que es idéntico – o casi – al que los humanos reflejan al hacer garabatos al buen tuntún sobre un papel. La verdad es que al leer el titular me resistí a aceptar lo que había o creía haber entendido.

Al leerlo de nuevo e internarme en el texto del artículo, no tuve más remedio que aceptar, con algo de irritación y sorpresa lo insólito de la noticia. Un montón de preguntas me vinieron a la cabeza cuestionando la verdad, la prioridad, la razón de tales investigaciones y resultados. No es que reaccionase contra los avances del conocer sino que lo hacía contra el aspecto retorcido y algo ridículo que adquiere. Se hace complicado criticar a la ciencia cuando esta se ha vuelto ya surrealista.

La pregunta pertinente, con respecto al experimento en cuestión, sería qué razón ha llevado a presentar similitudes entre una y otra cosa y no entre otras distintas.







En primer lugar ya está descrito no solo el protocolo que las larvas de la mosca de la fruta llevan a cabo para obtener su alimento sino la serie y tipo de movimientos precisos que realiza para ello. En segundo lugar, también está detectada y descrita, a través, supongo, del sesudo registro experimental, una uniformidad de trazos varios que el individuo humano ejecuta distraídamente al hacer garabatos y que constituye, nada menos, que un patrón – conjunto regular de líneas y curvas. Ambas cosas, tras ser percibidas, estudiadas y medidas, se comparan y  muestran un paralelismo direccional (casi) total.

Lo que uno se pregunta enseguida es la utilidad de un experimento de este tipo, la elección caprichosa de los objetos experimentados, la posibilidad de que pueda surgir cualquier otra estrafalaria semejanza entre otros dos objetos relacionados entre sí, y sobre todo, el grado de convencionalidad del experimento, es decir, hasta qué punto la relación entre movimientos larvarios y garabatos constituye tal relación.

Si lo que el experimento postula es la existencia de unas pautas en el universo, formas de procedimientos similares entre elementos dispares del mundo biológico, subamos un poquitín el listón, porque podríamos sentirnos tentados por establecer semejanzas operacionales sobre tales franjas entre, por ejemplo, la altura que alcanzan las gotas de lluvia al rebotar contra las hojas de un seto y la que alcanzan las crías de la pulga marinera a la búsqueda de un espacio de succión sanguínea; o bien suponer un paralelismo entre los tirabuzones que un globo deja en el aire al deshincharse  y  los dibujos que la batuta de un director de orquesta hace sobre el éter al dirigir la séptima de Beethoven.

Preferiría pensar similitudes cósmicas entre  la espiral del ADN, fractales, mandalas  y lo que ocurre dentro de un agujero negro antes que conocer las veleidades vagamente pictóricas de una larva y la tendencias de larva errática de la mano al trazar garabatos sin historia. Aun así, la descripción de este experimento de la Universidad Miguel Hernández me sigue pareciendo  bizarra, curiosa- algo en común debemos tener los habitantes del mismo planeta aunque nos desarrollemos en biotopos bien distintos -  y lo que me irrita no es lo que se ha presuntamente descubierto sino la naturaleza misma del experimento: algo aparentemente anodino – las relaciones “psicomotrices” confirmadas entre larvas y garabatos, que implica, sin embargo, parentescos genesíacos - la acción de leyes -  entre los seres de la creación.

Lo extraordinario se integra en el funcionamiento de la normalidad de la vida. Lo insólito se camufla en lo real. Y por lo tanto, lo real es también raro. Sea dicho, de todos modos, que si la mano del ser humano, al hacer garabatos, traza distraídamente itinerarios vitales para seres inferiores,  en tanto esa mano abandone la desidia, esculpirá las vías de acceso a las estrellas para conocer a nuestros hermanos del espacio. Adelante, pues.

 



 

 

lunes, 19 de junio de 2017

REIVINDICACIÓN DE BARTHES.


 
 
 
 
 

Estoy leyendo estos últimos días el último libro publicado – creo – por Felix de Azúa, Nuevas lecturas compulsivas. El volumen es una delicia y consta de los artículos y reseñas que el escritor ha publicado en el nuevo milenio, durante los últimos 14 ó 16 años. Pensaba comentarlo más adelante en este blog blogista pero me he topado con una alusión a Barthes, autor que he frecuentado con gusto y que, salvo los libros Racine, S/Z y Sistema de la moda, he leído íntegramente, y no puedo sino exponer, brevemente, un par de matices sobre su figura, o mas bien, sobre su obra con la intención de atemperar el amistoso golpe que le propina el escritor español.  






A propósito de una crítica social más extensa, Azúa incluye a Barthes en la constelación de autores que en su época alcanzaron status de oráculos vivientes de la cultura y cuyas “revelaciones”- juicios y obras -  fueron aceptadas y creídas a pies y juntillas sin el más mínimo asomo de cuestionamiento. Azúa, al releer muchos años después de su primer encuentro  la obra El placer del texto,  se sorprende de las gratuitas divagaciones que lo surcan y del grado de credulidad que hasta el momento han gozado las elaboradas naderías que Barthes expone con un pegajoso estilo poético. La sorpresa de Azúa llega al escándalo al considerar cómo durante tanto tiempo, las obras o algunas de las teorías de autores como Barthes han disfrutado del respeto sacralizador de lectores y críticos.  Lo que implican las palabras de Azúa es que la actualización crítica de alguna de las obras pertenecientes al orbe intelectual galo, que tanto influyeron en  generaciones anteriores de estudiantes, despojadas, hoy, de los vericuetos estilísticos y de su poder teórico-hipnótico,  quedan reducidas casi a un mero magma logorreico bastante prescindible.

Acepto estas consideraciones y tiene razón en lo que expone, pero lamento que el cordero para el sacrificio haya sido, precisamente, Barthes, que no ejerció de gurú doctrinario aunque  la prensa lo convirtiera en ello y cuyo talante intelectual ha sido siempre mundano: los signos que debemos analizar están en la literatura pero también se reparten generosamente por el mundo de los objetos, los fenómenos y las civilizaciones.    

Roland Barthes es el menos categórico y el más escritor de los semiólogos de su época. Es más, yo diría que es un ensayista que se sirvió anecdóticamente de la semiótica para analizar con incisiva lógica la realidad. Me sorprende que en la época de Azúa se estudiase a Barthes con cierta solemnidad porque, que yo sepa, Barthes no tiene una teoría implacablemente ensamblada sino un conjunto de sagaces observaciones que se amparan en conceptos que él inventa o crea. A mi modo de ver, Barthes es un productor lúdico de teoría, no un definidor de sistemas. El propio Barthes descreía del carácter científico de la semiótica, y lo dijo más de una vez. La razón es obvia: con el tiempo, el abanico de alusiones que compone el significado de los signos, cambia.

¿Qué es lo que puede irritar o no interesar en absoluto de su obra a los estudiantes de hoy? Algunas derivas inercialmente concéntricas de su análisis estructural del relato y el uso canónico de la jerga psicoanalítica, terminología que conoció un fervoroso uso en los sesenta y setenta, y que ahora resulta una antigualla difícilmente digerible.

¿Qué es lo que puede resultar interesante de la obra de Barthes hoy tanto al estudiante como al lector aficionado? El Barthes más interesante es el que de un modo relajado y preciso analiza cosas concretas. En Mitologías realiza un examen de la sociedad europea de finales de los cincuenta y principios de los sesenta en sus más diversos aspectos: cine, literatura, modas, hábitos sociales, etc. En otro libro, y a través de citas filosóficas y literarias, estudia las diversas tesituras que componen las relaciones amorosas, articulando un texto muy original (Fragmentos de un discurso amoroso). En El imperio de los signos, que conoce continuas reediciones, Barthes viaja a Japón y nos cuenta cómo es aquel universo, aplicando a las creencias,  fiestas, gastronomía o atuendos de este país, el preciso visor semiótico. En La cámara lúcida, libro de cabecera de los estudiantes de arte en la rama de fotografía, Barthes enuncia una sencilla pero eficaz teoría sobre la composición de la imagen fotográfica y se dedica a analizar escueta pero suculentamente fotografías antiguas y modernas de los más diversos autores. El resultado es uno de esos libros híbridos fascinantes, de género indefinido, - me hace recordar, por su originalidad, El mono gramático de Octavio Paz, aunque sean distintos - con reflejos autobiográficos importantes que navega entre la poesía y la especulación filosófica derivada explícitamente del visionamiento de imágenes fotográficas.

Los artículos y seminarios de Barthes también resultan plenamente atractivos a un lector actual: son pequeños hervideros temáticos repletos de observaciones interesantes: la obra de Proust, la significación del retiro y la jubilación, el haikú, la obra de Verne, la escritura de diarios, reflexiones sobre obras pictóricas antiguas y modernas, sobre la música, etc..

En fin, que si evitamos el debate puramente teórico de sus ensayos y nos fijamos en los trabajos que analizan más las cosas cotidianas y la literatura,   la novela de la vida, en suma, (las obras que he citado) la ligerezas que Azúa denunciara, forman parte del viaje analítico de placer que Barthes, legítimamente, nos procura.    

lunes, 12 de junio de 2017

DOS OBSERVACIONES


 
 
 
 

La curiosa tibieza de los podemitas con el asunto terrorista, sus reacciones blandas cuando no, parcas, en los debates sobre tal tema, no es algo extraño. Es perfectamente explicable por el contenido de sus idearios. El pensamiento de izquierda y sobre todo, la extrema izquierda, se manifiesta, abiertamente, en contra de toda tendencia autoritaria, y por lógica extensión, en contra de toda institución presuntamente definida por tal tendencia: Iglesia, Estado, ejército, etc.. En consonancia con esta actitud, sienten simpatía por toda marginalidad social y sus expresiones. El problema ideológico que plantea el terrorismo musulmán es que emerge de esa marginalidad que los de izquierda pretenden defender, de una minoría social y religiosa, en este caso,  que son ferviente competencia de su pensamiento. De ahí la poca pasión que ponen en denunciar la cosa, la actitud meramente lógica y con escasas iniciativas, que los izquierdosos exhiben ante el fenómeno. Su especialidad es la de oponerse y machacar a la derecha. Ahí sí atacan con ferocidad. El terrorismo islamista es algo que no enfocan con la misma lucidez y contundencia con que se emplean para criticar al gobierno: les ha surgido, podríamos decir, bien próximo a su “territorio”, en una línea cercana a donde parten sus ompromisos. Resulta curioso considerar cómo coincide esta actitud con aquellas manifestaciones de incredulidad de Aznar cuando se resistía a aceptar que los atentados de Atocha hubieran sido perpetrados por “remotas gentes del desierto”.

 

 



 
 
 
 
Toparse con un virus en una página web pornográfica reproduce la idea clásica de pecado. Viene a decirnos, más o menos así: "el pernicioso lugar que frecuentas será donde encuentres castigo". Un virus potente en una página sobre botánica o es una tontería, o resulta algo rarísimo o bien, si los hay, eso nos estaría indicando, fatalmente, que el territorio neto de internet es, virtualmente, presa de infecciones. Como eres pecador, es en las galerías subterráneas de tus deseos perversos donde encontrarás tu propio castigo, nos dice el ángel que nos ha puesto esta trampa.  Como no le vemos la cara al tipejo que ha puesto eso allí, la mente vulnerable lo experimenta con culpabilidad e imagina que la mirada divina lo ha pescado. Más allá de que estadísticamente es el tipo de sitio que más se frecuenta o se consume, y que por lo tanto va a ser en donde los delincuentes profesionales van a infectar cuantitativamente más, la significación simbólica resulta tan potente como inevitable.  
 
 

 
 

martes, 6 de junio de 2017

LO MÁGICO REAL. LAS HADAS DE COTTINGLEY Y LOS GNOMOS DE LA FINCA "LA CASETA".






El episodio de las hadas de Cottingley ha sido mal interpretado por los romos seguidores de lo oculto que son quienes se han apropiado de lo que creían que era suyo, cuando con lo único con lo que tenía que ver era con la pura y libre fantasía, ni siquiera con lo antropológico y, naturalmente, tampoco con lo esotérico ni con el folklore. Los seguidores de lo paranormal han querido aplicar una suerte de descabellado positivismo examinando las famosas fotos, allí donde no tenían sino que haber recordado la frase de Nietzsche: “El hombre alcanzará su madurez espiritual cuando obre con la seriedad con la que los niños juegan con sus juguetes”. Cito de memoria, pero, más o menos, la frase del pensador es así. Es decir, que aquello que debieran haber considerado es la experiencia fantástico-poética de las niñas, no obsesionarse pueril y toscamente con unas pruebas – la autenticidad o no de las fotografías – acerca de tal experiencia. Para unas preadolescentes, la realidad está teñida de magia y lo que hicieron al emplear la fotografía no fue sino aprovechar las capacidades tecnológicas de una herramienta nueva para “representar” su sueño. Las figuras recortadas no demuestran ni una broma ni ninguna farsa. Fueron elemento de atrezo que ayudó a realizar la puesta en escena de aquella fantasía.  Las niñas no mintieron, simplemente soñaron. O jugaron.   No se sueña falsamente, se sueña de verdad lo que se sueña. Y lo fascinante aquí es cómo recuerda lo “ocurrido” en Cottingley a las visiones marianas: fue una ensoñación compartida, es decir, creada por un sueño común, de modo semejante a cuando la Virgen se ha aparecido a varias jóvenes. La mente de cada una de las presentes convertida en Una sola.

¿Con qué grados de superrealidad conecta la ensoñación de almas puras, que demiurgias secretas puede provocar fenoménicamente en la realidad puntual la libre actividad de la ensoñación?

Lo repito. Las hadas de Cottingley no tienen nada que ver con lo paranormal ni con lo esotérico sino más bien con la filosofía, con la poesía, incluso con la teología.  Ha sido una interpretación errónea de los juegos de unas niñas lo que ha colocado a estos en falseadores puntos de mira – falseadores ellos, no lo ocurrido – produciendo una literatura tan fascinante, a veces, como tediosa y machacona.

 
 




Yo podría constatar la naturaleza del episodio de las hadas comparándolo con una añeja experiencia personal. Hace unos cuantos años, yo y un grupo de amigos nos aficionamos a las psicofonías. Sobra decir, que practicábamos la mística del trabajo común, previa a todo adocenamiento teórico, y como tal, absolutamente real. Nuestra pasión por la música, la literatura, la naturaleza era una sola.
En abril de 1980 decidimos hacer nuestras primeras psicofonías fuera de casa. Escogimos una finca solitaria, surcada de senderos escoltados por una profusa masa de cipreses y palmeras. Estaba situada fuera de la ciudad de Orihuela y era nuestro “lugar de poder”. Atardeciendo, fuimos para allá y realizamos una larga grabación de más de media hora. Cuando más tarde, en casa, escuchamos la grabación, solos, con la luz apagada y con el volumen al máximo, tras el primer cuarto de hora o veinte minutos, en los que sólo se escuchaba el chasquido de alguna rama y el relajante zumbido de una moto lejana, apareció el sonido de una risa burlona. Todos pegamos un grito y saltamos en el aire: ¡un gnomo, la risa de un gnomo! Más adelante aparecieron algunas risas más junto a alguna voz ininteligible, semejante, tímbricamente, a la sorprendente risa.

Resultaría muy difícil definir aquí el grado de fascinación en que nos sumimos aquellos días, estando convencidos de haber registrado las voces y risas de unos gnomos. Fascinación porque para nosotros lo fantástico se estaba produciendo en lo real. Sentíamos presencias misteriosas deslizarse en las frondas de aquella finca cada vez que la visitábamos, nunca vimos nada extraño, pero las grabaciones confirmaban para nosotros la realidad de aquellas presencias sospechadas. Allí había todo un mundo oculto.
Por qué todos coincidimos a la primera en asegurar que aquello que apareció en las cintas eran gnomos? Pues no lo sé, la ingenuidad de entonces, el imaginario que compartíamos casi sin saberlo conscientemente.
A partir de aquella psicofonía reveladora, visitar, a la hora del crepúsculo de la tarde, el umbrío lugar en que se había grabado, era todo un reto a nuestra valentía y una invitación a la inmersión en un universo fantástico tan secretamente nuestro como real.
 
Toda aquella mitología se derrumbó cuando descubrimos que las “risas” y voces gnomiles no eran tales sino ruidos del motor del mismo aparato de grabación…  
Pero la intensidad de la vivencia no se inhabilitó ni se suprimió por este motivo. Del mismo modo que las fotos trucadas de las jóvenes inglesas no significaban la inexistencia de la vivencia de sus ensoñaciones.

Lo importante aquí es la vivencia que define un período de la imaginación del espíritu adolescente.

Nosotros soñábamos despiertos, incluso después del gran fiasco. Las inglesas utilizaron la cámara como un juguete sofisticado que potenciaba el juego. Nosotros, aunque nos dimos cuenta de nuestra ingenuidad, continuamos visitando el lugar como peregrinación para nuestras charlas y meditaciones poéticas. Las inglesas no vieron la necesidad de informar a los adultos de sus fotos trucadas, perpetuando en lo posible un sueño que había sido real en sus juegos. Y recordemos que lo más serio que los niños hacen es jugar.

Entonces, se preguntará algún crédulo, ¿no hubo ni hadas ni gnomos?

Los linderos de la experiencia mágica son un misterio, porque cada vez que veo las fotos de las niñas o se me ocurre escuchar las cascadas psicofonías de hace más de treinta años, yo sigo viendo unas criaturas fantásticas evolucionar entre el ramaje, alrededor de las niñas, o escucho la breve carcajada de un gnomo burlón, emerger súbitamente, del margen penumbroso de un sendero olvidado junto a las acequias.   

  
 


 

viernes, 2 de junio de 2017

SOBRE LA FRUICIÓN POÉTICA I




 

El otro día tenía la radio puesta y entrevistaban a alguien que, entre otras cosas, había publicado un libro de poesía. De buenas a primeras, el entrevistador le espetó con la frasecita que ya se ha convertido en un tópico sobre el tema, para que la comentara: La poesía sólo la leen los poetas. Yo creo que a quien ideó o se le ocurrió la frase debieron aletearles las orejas como a Dumbo, y de creerse tan inteligente, llegaría al techo de puro gusto. La frasecica pretende acusar a la poesía actual de ininteligibilidad, de ser un discurso hermetizante, cerrado sobre sí mismo y ajeno al interés del público, y por lo tanto, carente de interés. Pienso yo que al inventor de la frase no sé si también le parecerá ininteligible e impopular la poesía metafísica inglesa del siglo XVII, o la obra de Góngora, o la de Mallarmé, importantes jalones de la historia de la literatura. Pienso yo que por qué no aplica su genial frase a la pintura, a la novelística, al cine e incluso a la filosofía moderna, pues me parece que ostentan parecidos y complicaditos semblantes. Pero no está ahí la historia. El que inventó la frasecica demuestra una torpeza de fondo porque podemos invertir la dirección de su acusación y decir que es la sociedad y la realidad de todos los días lo que se ha vuelto ininteligible y que la poesía no hace otra cosa que reflejar tal estado de cosas. Así de simple y de contundente. Y si la poesía carece de interés para el público en general es porque no hay poeta que  la cante (a esa sociedad). El devenir social imposibilita un vínculo transparente entre sociedad y poeta: este ha sido expulsado de aquella por el orden de prioridades sociales, económicas y conceptuales. Y a pesar de todo, el poeta sigue descubriendo belleza y significado a través de todo lo que ocurre y es. El que los críticos, hacedores de frasecicas, no sepan percibir los márgenes de esos acontecimientos densos y fugaces que el poeta sigue advirtiendo, no es culpa, desde luego, de este sino de las impericias prejuiciosas que salen al aire cuando creemos haber despachado algo delicado con una ocurrencia aparentemente incisiva. 

Acuso yo a la frase de pedantería y necedad, de carencia de audacia y chulería tonta.

 

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...