miércoles, 27 de octubre de 2010



SUEÑO

Se dice que tenemos o bien sueños jungianos , o bien sueños freudianos. Yo he tenido éste que se me ocurre colocar aquí.
Visito la casa de Claude Lévi-Strauss. No se trata de una visita a su persona, sino de una suerte de exploración por las dependencias de su casa, convertida en una especie de museo. Voy acompañado por un grupo de estudiantes y de jóvenes durante una ausencia temporal del antropólogo. La casa de Levy-Strauss consiste en tres construcciones o módulos aislados entre sí y ubicados en el campo, lejos de la ciudad. En realidad, se trata de tres grandes bibliotecas, por las que yo y el grupo de jóvenes, vamos curioseando, sacando y examinando volúmenes de las estanterías. Hay todo tipo de publicaciones , revistas, folletos, libros sobre los temas más dispares: historia, simbología, mitología, dispersos sobre grandes mesas alargadas o amontonados uno encima del otro, formando columnas entre los espacios libres que hay entre una estantería y otra. Yo reparo en un pequeño volumen con fotografías originales del siglo XIX pegadas en las páginas, es decir, no impresas, que trata sobre los buscadores de oro en Norteamérica. Me sorprendo al comprobar que está escrito en español. Su título es "El libro del sueño" (se se sobreentiende que quiere decir "El libro del sueño americano").
Este grato perderme por la casa-biblioteca de Levy-Strauss me hace recordar, dentro del sueño, cuando de pequeño curioseaba fascinado la biblioteca del despacho de mi padre. Hay un detalle elocuente que confirma la semejanza. En el sueño veo libros viejos de gran tamaño, de tapas semiacolchadas pero sin ninguna indicación o título en las portadas. Esto me comunica cierta deprimente pobreza, como cuando de crío retiraba la sobrecubiertas de algún gran volumen y descubría que las tapas estaban desprovistas de títulos o ilustraciones, lo que contrastaba con el contenido del libro, repleto de fotografías y de alto contenido informativo.
En nuestra visita nos guía un hijo del antropólogo por cada casa por la que pasamos. En el sueño, Levi-Strauss tiene tres. Uno de ellos delgado, con gafas, medio calvo y con gesto serio, intenta atendernos lo mejor que puede. El otro un poco más grueso, desaparece por los pasillos. El tercero está en la tercera y última casa que visitaremos. Hay un momento en el que me detengo ante una mesa en la que se se encuentra un montón de fascículos dedicados a crímenes famosos. Yo empiezo a seleccionar ansiosamente una cantidad de ellos para llevármelos, pero una mujer mayor encargada del mantenimiento de la casa, me llama la atención. Yo, humillado, me excuso diciéndole que pensaba devolverlos después de haberlos visto, y antes de que Levi-Strauss regresara. A propósito de esto, le pregunto a alguien cuándo volverá y me dice que murió hace pocos años. Yo me sorprendo de no haberme enterado de la noticia. Continúo examinando estanterías y montones de libros y llego a la tercera casa. Me encuentro en un pequeño salón en el que personas sentadas en círculo frente a una puerta vieja, acristalada al modo modernista - rombos verdes y anaranjados - parece que esperan algún tipo de acontecimiento o la comparecencia de alguien. Encabezando este grupo de personas sentadas, se encuentra un hombre joven, con chaqueta negra, de aspecto distinguido. Lo rodeo y descubro que se trata de Pierre Henry-Levy, el filósofo francés, el tercer hijo de Claude Levi-Strauss.Está esperando la entrada inminente de las cámaras para dar una conferencia o iniciar un debate televisivo.
Las dos sensaciones más intensas que he sentido en el sueño han sido: ese cuasi uterino y fascinado navegar entre la multiplicidad de libros y publicaciones de todo tipo y el bienestar anímico que me producía estar en un ambiente con personas famosas de gran nivel cultural, sentirme "adulto" entre los adultos sin pesar, sin malentendidos al compartir un mismo lenguaje.
Este sueño central ha venido acompañado de otros dos episodios oníricos, no sé hasta qué punto independientes.
Me encuentro con dos individuos de aspecto siniestro, en una miserable covacha a la orilla de un río. Estamos a mediados del siglo XIX. Parecen dos tipos del lumpen británico de la época, dos personajes dickesianos, empleados de pompas fúnebres o dedicados a algún escabroso negocio que tenga que ver con la manipulación de huesos o esqueletos.
En el otro fragmento onírico me encuentro también el siglo XIX, divisando una parte de la ciudad de Orihuela. Es como si yo fuera un viajero extranjero que pasara por mi propia ciudad y me impresionara su escaso atractivo. Le comento a alguien que me acompaña lo triste que sería vivir siempre en Orihuela, confinar la vida en un pueblo tan pobretón. Lo único que destaca es la torre de la catedral, y percibo, dentro del sueño, cierta agonía e ironía por el autoreproche que me lanzo, ya que es la ciudad en la que resido.

lunes, 25 de octubre de 2010


MIGUEL HERNÁNDEZ +JOSÉ LEZAMA LIMA.
A PROPÓSITO DE HOMENAJES Y CENTENARIOS

Las librerías de Orihuela y Alicante rebosan de publicaciones sobre Miguel Hernández: biografías, reediciones de su obra poética completa, epistolarios, adaptaciones infantiles sobre su vida y su poesía, etcétera. Además el número de conferencias, exposiciones, mesas redondas y encuentros en su nombre se producen casi a diario. Demasiado sigilosamente está pasando el otro centenario, el del poeta cubano José Lezama Lima. Inadvertido, habría que decir. No he visto nada en la prensa - habrá sido una extraña casualidad - sobre esta efeméride. Y esta suerte de silencio, es tanto más sorprendente teniendo en cuenta que pocos autores han festejado el lenguaje poético como Lezama. Si por hacer justicia con las cronologías celebramos a Hernández, hagásmolo del mismo modo con un poeta al que también le ha llegado su centenario y que, encima, es hermano de lengua y tradición literaria, y autor de una obra cuya ubicación en la historia de la literatura todavía trabajan los filólogos.
Lezama, podríamos decir, es el "maldito" del boom latinoamericano, el autor que se quedó fuera del reconocimiento y de la fama que disfrutaron Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa. Siendo la obra de Lezama una de las mayores aventuras verbales en español, el que su reconocimiento haya resultado tardío y titubeante, es todo un signo de la escasa capacidad para el lujo intelectual de nuestro estimado y agitado orbe. Me atrevería a decir que Lezama es según la terminología barthesiana, un logoteta, es decir, un creador de lenguaje (como quien crea un idioma propio), pero que a diferencia de otros autores que han engendrado modelos referenciales, resulta difícilmente imitable. Pongo un ejemplo. Cioran dijo que lo malo de Borges es que le habían pillado el tranquillo, es decir, que su propia genialidad traicionó a su misterio: legión son los textos que han imitado-estereotipado el estilo y las temáticas literarias de Borges. Pero, tal y como Luis Cernuda recriminó al propio Lezama, el múltiple cubano no le puso las cosas fáciles a los lectores. Si lo comparamos con Neruda, el hálito del chileno es oceánico, pero resulta claro y lineal en su totalidad; mientras que Lezama, sumando las armas de los depósitos barrocos y simbolistas que en el mundo han sido, lleva a cabo una empresa literaria torrencial en la que la imagen se convierte en expresión suprema de un sistema que integra el azar en una lectura órfica del mundo. La lectura nerudiana fluye, la de Lezama no lo hace sino exigiendo al lector que se introduzca en el magma del lenguaje con el avituallamiento cultural ya deglutido sobre sus espaldas. Lezama es el poeta como demiurgo, un demiurgo no estático: cada verso suyo, cada línea, cualquier artículo o ensayo está magnetizado por esa demiurgia cuya complejidad reside en afrontar la totalidad en movimiento, aliando singularidad y significación estética. El resultado de ambas cosas es la imagen poética.
Conocimiento y sensorialidad, alusión cultural y expresión metafórica, convergen en las aristas de un móvil diamante: el que configura la palabra poética investida de sus más delicadas y laberínticas potencialidades.
Celebremos, pues, ambos centenarios que nos ofrecen la ocasión de redescubrir y afirmar dos tesoros literarios. La vida y la obra de Miguel Hernández son un ejemplo de integridad para un mundo escaso en heroicidades. De Lezama, el ejemplo a seguir es total y converge con el de Hernández: ratificar que, pese a los vaivenes de la sociedad, los poetas deben seguir ahí, guardando el lenguaje, siendo los médiums mal pagados de los misterios y de las confidencias más entrañables.

martes, 19 de octubre de 2010


LA GIGANTA

Nos llueven imágenes alimentadas por una genealogía mistérica que de este modo se regenera o vuelve a cuestionar imaginarios, pulsar devenires. La alienígena aquí presente no enseña el muslamen porque sí, sino porque asume un modelo, está dispuesta a satisfacer determinadas representaciones de nuestros movedizos mitos sexuales. No sé si esta imagen confirma la consabida fantasía edípica - la mujer gigante y poderosa es la Madre arquetípica en torno a cuyas formidables piernas se arremolina el pequeñajo ansioso de mimos y blanduras, que es el fantaseador -; pero si esta imagen existe es porque confirma la realidad de esa fantasía, de esa proyección. Las mixturas, si no son demasiado chirriantes o teratológicas, producen atractivas pulsaciones de nuestro secretamente convulsivo inconsciente. La generosidad de carnes se contradice tentadoramente con la falta de ternura, con la fuerza bruta de la opulenta mujerona, amante, quizá, de un cíclope. Con respecto a la cronología de la imagen, como podrá comprobarse por el estilo de peinado, es de mediados de los ochenta, es decir, del futuro pasado.
A propósito de esta imagen, recuerdo un sueño que se ajusta a la fantasía de recorrer las carnes infinitas de un ser solemne. Hace años soñé que ayudaba a Tina Turner a subir la pendiente de una montaña. La cantante medía unos tres metros y yo, que le llegaba a las rodillas, le acariciaba con disimulo los muslos al empujarla.

miércoles, 13 de octubre de 2010


CITAS INOLVIDABLES


"Las flores se vuelven feas sobre las tumbas, como viejos rótulos de cabarets de mala nota"

Jules Renard, Diarios 1887-1910


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"En determinada oportunidad, doscientos monjes benedictinos, bajo la dirección de un padre, cuyo nombre sonaba parecido a "Starkievicz", se juntaron como almas en mi cabeza para encontrar allí su aniquilación"

Daniel Paul Schreber. Memorias de un enfermo de nervios

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"Sauvage (Nosologie Méthodique) afirma que una joven le confesó haber ingerido con infinito placer las cortezas que se formaban en los retretes".

Jhon Gregory Bourke.
Los excrementos y su presencia en las costumbres, usos y creencias de los pueblos.


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"El éxtasis no repite sus símbolos"
Jorge Luis Borges


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"... que hay en la naturaleza precipicios ávidos de viajeros, rayos que odian a los pastores, y arroyos hipócritas que de continuo marchan mansamente y, en una noche tormentosa, destruyen campos y poblados".

Silverio Lanza. La Antropocultura


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"La tarde fabricaba una soledad, como la lágrima que cae de los ojos a la boca de la cabra"

José Lezama Lima. Paradiso.

lunes, 11 de octubre de 2010


EL SEXO QUE RÍE

Recuerdo un artículo de Juan Benet en el que hablaba de un viaje que hizo a Estados Unidos, y en el transcurso del cual, en un bar de ambiente country, había visto a una bailarina, famosa entonces por aquellos lares, hacer lo que nuestra encantadora brujita Elvira ejecuta sobre estas líneas. El comentario de Benet, lúcido para algunos, pedante para otros, venía a ser una crítica no tanto de ciertas expresiones del humor norteamericano, como de los estereotipos y contrafiguras que ha producido la cultura moderna. Si no recuerdo mal, aquel girar loco de los penachos adheridos a los pezones le parecía decadente y le auguraba poco futuro a la sociedad receptora y productora de unas chanzas que se han vuelto contra ella. Y la verdad es que hay una pregunta que, a pesar de su obviedad, no acaba de despejar el enigma: la chistosidad continua alrededor del sexo, esa tonelada de literatura casi ensañándose contra el tema. Es como si nuestros órganos, sexuales en este caso, no fueran nuestros, como si se les hubiera adjudicado una función tan delicada como engorrosa, cuando resulta que forman parte - parte alienada - de nosotros mismos. Pero como sugería Benet, ¿el juego de los pechos giratorios es una muestra de la plástica gozosa del cuerpo, de esa liberación del peso de la palabra sagrada, o es un deleznable signo más de la banalización del sexo?

martes, 5 de octubre de 2010


INTERNÁUTICAMENTE


Hay cosas que no puedo escribir ni en este blog. Adquieren automáticamente un carácter frívolo y cargante que me molesta. Sencillamente, el blog no es el lugar de determinadas confesiones. ¿Dónde, entonces? En el estricto diario íntimo, en un poema, en el silencio...


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LLevar un blog me hace recordar la famosa sentencia de Heráclito: "No te bañarás dos veces en el mismo río", es decir: el ritmo de la red exige que la actualización de la información sea prácticamente diaria, que los contenidos sean sustituídos por otros a la velocidad de la luz. De lo contrario, la cosa no funciona y el internauta pierde interés. El lúdico pragmatismo, la inmediatez de la consulta en la red - una pulsión que sobrevuela textos e imágenes - se opone a la demora placentera de la lectura tradicional del libro. Por ello, su dinámica se parece a la de las aguas heraclitianas: la información se renueva cada día, la lectura avanza sin volver sobre las mismas páginas, todo fluye. Esa es su ventaja y su inconveniente. El hipertexto (el "texto" virtual conformado por todos los textos que se encuentran en la red) es información en constante crecimiento, una masa de datos en ramificación continua. Una página, un blog no actualizados, son - siguiendo la metáfora filosófica - como agua estancada.


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En la red el continente sí afecta al contenido, es decir, a la percepción de ese contenido, ya que lo que nos atrae o divierte de internet es la novedad del formato en que accedemos a la más diversa información. A ello se añade la interactividad, la posibilidad de que aportemos nuestros propios puntos de vista, obsesiones, fobias, afectos... Internet se convierte por ello en el depósito sin límites de nuestro imaginario.


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El blog, naturalmente, tienta nuestro exhibicionismo y narcisismo. Ahora bien, esto se ha normalizado de tal manera que a lo que asistimos es a un nuevo papel del individuo en la configuración de la sociedad. Recuerda la aparición de la fotografía, lo que supuso ésta como democratización representacional del sujeto en una época en que los retratos pintados sólo eran encargados por gente con dinero. El blog viene a ser la democratización absoluta de la escritura. Para mi sorpresa, apenas me he encontrado con esos blogs mediocres que tanto critican algunos escritores consagrados, cosa que se ha convertido en un cliché negativo que no hace justicia a la calidad y novedad que ofrecen gran cantidad de páginas personales.


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Internet puede ser también una metáfora tanto de la capacidad ilimitada como de la fragilidad de la memoria, del carácter ilusorio de acumularlo todo: un chispazo eléctrico adverso y adiós a todo.

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Lo masivo se torna anónimo. La cantidad de blogs con que nos encontramos en la red acaba por convertirse en la pululante escritura de un autor sin rostro. Lo bueno de este fenómeno es reconocer cierta complicidad en los que escriben, que esta escritura masiva no es uniforme, sino que se trata de una actividad rebelde y necesaria, que constituye el gran signo fluyente de una crítica saludable y alternativa de las cosas.

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...