martes, 29 de marzo de 2016

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Sueño la palabra “arconía”. Al parecer, pretendía ser la definición de un concepto filosófico.

 

 
Imaginar lo siguiente:
La secreta ironía de aquella participación errónea.
La primera versión deudora de la segunda.
El sueño que recuerdo y que finalmente, averiguo que no he soñado.

 

 

No hay un yo detrás de la percepciones, dicen los budistas, pero las percepciones continúan articulando los episodios de la gran novela de la vida.

 

 

Sólo cierta digresión permite la emergencia de las disyuntivas descongestionadoras.  El tenor de un debate soberano incluye derroteros varios como ejes posibles de la relación clarificadora.

 

 

 Ramos de figuras con la  raíz del lexema perdida en los vacíos rotatorios.

 

 

La dinámica del recuerdo de alguno de los momentos venturosos de nuestras vidas, recuerda aquello que escribió Paul Celan: El poema no es actual, es actualizable. Es decir, la interacción que supone la súbita conexión de determinadas características del contexto  con la animosidad específica del lector que haría vivificar el poema, cualquier poema, trascendiendo modas y supuestos estilísticos o ideológicos, es semejante a la maniobra de la memoria que identifica un recuerdo antiguo a través de una impresión actual trayendo al ahora aquella felicidad perdida (olvidada como lo estaba aquel poema hipotético hasta que dio con el lector propicio).     

 

 



 

miércoles, 23 de marzo de 2016

JE SUIS BRUXELLES


 
 

Tras la noticia de un atentado, siempre me ocurre lo mismo: primero, espanto e incredulidad ante lo que acaba de ocurrir; segundo, un lúgubre estupor pensando en la maldad absoluta de quienes lo han perpetrado y elaborado, es decir, reparando que tras el mal hay una ideología, una mentalidad y una autoría, concretas; luego, una repulsión específica por tal autoría y por tal mentalidad, en este caso la musulmana, con todas las implicaciones históricas que ya conocemos. Luego, la imaginación y la indignación se ponen a trabajar, ideando aniquilaciones absolutas del enemigo; y con el paso del tiempo, gradual descenso de la indignación y la repulsión, hasta que otro atentado reproduzca de nuevo el proceso. Con los atentados en Bruselas volverá a ocurrir lo mismo.  Y así, como diría Borges, hasta el infinito. Y nosotros dándonos cuenta, angustiados, del talante de este bucle de horrores, de impotencia y de rabia. ¿Hasta cuándo?


martes, 15 de marzo de 2016

POBRE BÉLGICA. Charles Baudelaire.



 
 

Desde luego, pobre Bélgica, y tan pobre tras caerle encima el chaparrón de la ira sagrada del poeta y todo el aparataje de su crítica vitriólica e implacable.
La poco afortunada estadía de Baudelaire en este país, poco antes de su muerte, estimuló la creatividad del vate que convirtió a la nación entera, a sus costumbres, historia e idiosincrasia, en objetivo de su metralla verbal. Diatriba desmesurada, sátira sin compasión, suerte de delirante producto antropológico descaradamente parcial, podemos leer las machacantes páginas de este manuscrito, inédito hasta ahora en España, de distintos modos, teniendo en cuenta que, desde luego, para Baudelaire su percepción de Bélgica y sus gentes no podría haber dado otro “informe” que este veredicto negativo de principio a fin. Si lo malo de algo es lo más evidente, lo continua y normalmente perceptible del mismo ¿por qué no podré ensañarme con ese lado visible del que tanto puedo literariamente aprovecharme?

La venganza, para Baudelaire, está, de todos modos justificada ante un panorama de semejante vulgaridad e ignorancia. Para Baudelaire, los belgas son medio idiotas porque caminan mirando hacia atrás hasta que se chocan con alguien o contra algo, silban y se ríen sin razón como los cretinos, no tienen gusto, son provincianos y son capaces de enfermar de sífilis por parecerse a los franceses, a quienes, de paso, odian tanto como admiran; las mujeres reciben tantas caricias como los perros callejeros, huelen mal y van a miccionar a las letrinas públicas en pandilla, dejando las puertas abiertas. Las fiestas de carnaval son tristes y silenciosas, las calles, las fachadas y las casas están maniáticamente lavadas con jabón negro, las tiendas no tienen escaparates, las calles están infestadas de jorobados, “se riega cuando llueve”, el pueblo belga no tiene nada elevado que mostrar al mundo, y es además aficionado a las bromas excrementicias, etcétera.
¿Ante esta lista de espantos, es parcial Baudelaire? se preguntará algún ingenuo. Baudelaire es parcial, apasionadamente parcial, furiosamente parcial; precisamente esta obsesión en lo negativo es la gran mina que su ágil pluma explota para dar al público un texto tan aniquilante como sorpresivo y escandaloso. Aun así, la ambigüedad no se disipa. ¿Cómo leerán los belgas de hoy semejante crónica de las infaustas costumbres de sus antiguos paisanos? Yo no puedo sino, entre carcajada y carcajada,  interpretar este texto como una muestra de género literario hilarante, como una suerte de eclosión surrealista, lejos de toda ofensa y pretensión, porque lo que se celebra es la inventiva de la invectiva baudeleriana, disparando inmisericorde sobre el mismo blanco en un ejercicio de fusilamiento masivo de la mediocridad burguesa.      

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...