martes, 15 de marzo de 2016

POBRE BÉLGICA. Charles Baudelaire.



 
 

Desde luego, pobre Bélgica, y tan pobre tras caerle encima el chaparrón de la ira sagrada del poeta y todo el aparataje de su crítica vitriólica e implacable.
La poco afortunada estadía de Baudelaire en este país, poco antes de su muerte, estimuló la creatividad del vate que convirtió a la nación entera, a sus costumbres, historia e idiosincrasia, en objetivo de su metralla verbal. Diatriba desmesurada, sátira sin compasión, suerte de delirante producto antropológico descaradamente parcial, podemos leer las machacantes páginas de este manuscrito, inédito hasta ahora en España, de distintos modos, teniendo en cuenta que, desde luego, para Baudelaire su percepción de Bélgica y sus gentes no podría haber dado otro “informe” que este veredicto negativo de principio a fin. Si lo malo de algo es lo más evidente, lo continua y normalmente perceptible del mismo ¿por qué no podré ensañarme con ese lado visible del que tanto puedo literariamente aprovecharme?

La venganza, para Baudelaire, está, de todos modos justificada ante un panorama de semejante vulgaridad e ignorancia. Para Baudelaire, los belgas son medio idiotas porque caminan mirando hacia atrás hasta que se chocan con alguien o contra algo, silban y se ríen sin razón como los cretinos, no tienen gusto, son provincianos y son capaces de enfermar de sífilis por parecerse a los franceses, a quienes, de paso, odian tanto como admiran; las mujeres reciben tantas caricias como los perros callejeros, huelen mal y van a miccionar a las letrinas públicas en pandilla, dejando las puertas abiertas. Las fiestas de carnaval son tristes y silenciosas, las calles, las fachadas y las casas están maniáticamente lavadas con jabón negro, las tiendas no tienen escaparates, las calles están infestadas de jorobados, “se riega cuando llueve”, el pueblo belga no tiene nada elevado que mostrar al mundo, y es además aficionado a las bromas excrementicias, etcétera.
¿Ante esta lista de espantos, es parcial Baudelaire? se preguntará algún ingenuo. Baudelaire es parcial, apasionadamente parcial, furiosamente parcial; precisamente esta obsesión en lo negativo es la gran mina que su ágil pluma explota para dar al público un texto tan aniquilante como sorpresivo y escandaloso. Aun así, la ambigüedad no se disipa. ¿Cómo leerán los belgas de hoy semejante crónica de las infaustas costumbres de sus antiguos paisanos? Yo no puedo sino, entre carcajada y carcajada,  interpretar este texto como una muestra de género literario hilarante, como una suerte de eclosión surrealista, lejos de toda ofensa y pretensión, porque lo que se celebra es la inventiva de la invectiva baudeleriana, disparando inmisericorde sobre el mismo blanco en un ejercicio de fusilamiento masivo de la mediocridad burguesa.      

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