Hay momentos en la historia
de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un
siglo, que se revisten de un encanto singular, precisamente por estar
relacionados con los instantes más significativos de una tendencia artística en
cualquiera de sus expresiones, y que debido a esa circunstancia y a ese encanto
específico se convierten en referentes de nuestros gustos, de nuestra memoria más sensible, incluso en lugares de ensueño de nuestra historia
íntima.
Esto me ha ocurrido con
la Generación del 98, con el romanticsmo de un Bécquer, con las primeras décadas del siglo XX y el florecimiento
espectacular de las vanguardias y también con la Francia finisecular, simbolista
e impresionista. En el momento histórico de cualquiera de estos ejemplos me
hubiera gustado vivir, haber sido contemporáneo de Unamuno, de Picasso, de
Satie.
El libro que coloco con
delicadeza en el visor de este blog es un testimonio oriundo de uno de estos
confines soberbios del arte y del pensamiento occidentales. Julie Manet, la hija del famoso pintor Manet,
llevó un diario entre los años 189 y 189…, y empezó a redactarlo con 14 años.
Rodeada de artistas y
poetas, la hija del pintor tuvo la suerte de no sólo venir al mundo en uno de
los momentos más propicios del arte moderno, sino de hacerlo en el ámbito
familiar de alguno de los protagonistas de tal acontecer.
Este detalle determina
el tipo de producto que es este diario teniendo en cuenta la edad de la
escribiente y el espacio -tiempo en que se desarrollan sus vivencias.
La Francia de la Belle
Epoque que acuñó el material vivo de la obra de Proust, la Francia de las
últimas décadas del XIX, que fue la cuna del simbolismo literario y amparo de
una sensibilidad generadora de pintores novedosos y experimentales, conforma
entre mis preferencias un universo delicioso y ensoñador. La especificidad
francesa en estos tiempos consiste en esta suma de delicadezas que se han
concretado en obras tan únicas como la musical de un Debussy o la poética de un
Mallarmé. El impresionismo musical y el simbolismo literario parten y se
consuman en los mundos inaugurados por estos dos maestros.
Precisamente uno de
ellos, el sacerdote oscuro de la palabra, Mallarmé, será uno de los vecinos con
quien Julie Manet saldrá a pasear, tomará el café y departirá anécdotas junto
con el resto de familiares. El diario de la hija del pintor consta de todo
esto, de este vivir que se me antoja paradisíaco por todos los aspectos que
reúne: por la presencia constante de la naturaleza que envuelve con su
frondosidad, por esa convivencia diaria con sensibilidades artísticas, y sobre
todo por la pureza de quien escribe, una adolescente.
Lo que Julie anota son
paseos luminosos entre flores y mariposas, jornadas de pintura durante el
verano al aire libre, meriendas a orillas del Sena, excursiones a grutas de
cuevas y rincones del bosque todavía no visitados, viajes en pequeños barcos, poéticos visionamientos de la luna
reflejándose en los surcos movedizos del agua del río…
La limpieza y franqueza
con que Julie escribe constata el encanto tanto de la experiencia como del
espacio en que ese vivir entrañable se
sucede, puesto que tal espacio se
reviste de significación al ser la demarcación vital de unas existencias cuya
imaginación inauguró mundos en el universo artístico y literario universales.
Leo las precisas y
candorosas notas de Julie con sana envidia: se constituyen en las transparentes confesiones de una
privilegiada, de la integrante natural de una comunidad de sensibilidades que
con esa naturalidad abrieron un capítulo
determinante en la pintura y poesía modernas.
Como decía Barthes en su
libro La cámara lúcida, al contemplar
las desvencijadas ruinas de un convento español en una foto antigua: es que me gustaría vivir ahí. Pues del mismo modo ese conjunto de luces
formando estampados en la hierba y en los lienzos de los pintores junto al
Sena, ese perderse entre los altos juncos, la casa de Mallarmé junto al río,
esos días de verano dedicados a nada, a hacer acuarelas y a gozar, todo este
conjunto de motivos que Julie Manet nos describe con justeza me hacen soñar:
soñar con viajar al pasado para dedicarme a evolucionar por sus deliciosos
confines de brezos y óleos.