miércoles, 15 de abril de 2015

EL MONSTRUO AMA SU LABERINTO







Evidentemente, el monstruo es Simic y el laberinto, el rumboso conjunto de sus impresiones, recuerdos y  pensamientos.
Exquisitamente editado por Vaso Roto y dinámicamente traducido por Jordi Doce – escucho a Simic y no al traductor - El monstruo ama su laberinto es el entretenido, lancinante y variopinto cuaderno de notas del escritor que reúne sus apuntes de las últimas décadas. Dividido en cinco partes, más un apéndice con varios poemas, cada sección contiene textos breves y aforísticos, de temática concreta aunque no especificada por epígrafes previos. La primera sección es materia autobiográfica: la segunda refleja el mundo surrealista del espacio urbano norteamericano; la tercera la ocupan, sobre todo, reflexiones sobre poesía y estética; la cuarta son esbozos de probables historias o narraciones y la quinta reúne un material literario reducido, generalmente, a la pura e insólita imagen fotográfica.
 
No conocía la obra de Simic, este el primer libro del autor norteamericano de origen serbio al que me acerco y me ha gustado, bajo los filos de su mirada ácida, esa reivindicación de la poesía como memoria de lo diferente y como resistencia. El pensamiento de Simic es incisivo y revelador, las imágenes que nos ofrece corresponden a lo que, ineludiblemente, encuentra en ese depósito alucinatorio que es la realidad
 
Residente en Estados Unidos desde  los años cincuenta, la condición de ser un  emigrante, no desaparece con el paso del tiempo como tampoco emerge sólo a la hora de hacer acopio de recuerdos, sino que influye en el carácter de su poética e imprime en la persona el sello de un alma errabunda y desposeída.   

Tal condición también le facilita ser crítico con la clase política y cultural del país, amar y conocer bien su nueva patria al tiempo que ser consciente del carácter ponzoñoso de nacionalismos y patrioterismos.

Al fin una guerra justa; todos los inocentes que mueran en ella se pueden considerar afortunados.

Si todo poeta es un nómada, el destino coloca forzosamente a Simic, después de expulsarlo de su tierra natal,  en Estados Unidos, es decir, en un lugar que es todos los sitios y ninguno en especial: “Hace mucho, la desgracia me convirtió en su chulo, ofuscando mi sentido común con preguntas”, confiesa en una de sus notas.       

Simic también confiesa la “impureza” de su poesía. Quisiera elevarse, quizá,  a los placeres más selectos del verbo, pero no puede evitar el no perder de vista el horizonte de cosas más inmediato, por ello: rescatar lo banal es la ambición de todo poeta lírico. Ese tipo de atención desemboca en descubrimientos compensatorios: un objeto es una enciclopedia de arquetipos.    

En Simic, la poesía es también, una protesta que adopta como material lirico todas las formas bizarras y extravagantes que ofrece la propia realidad como fuente continua. El rosario de imágenes es consecuente:

Una nevera estropeada en el patio, junto a las estatuas de yeso de la virgen.

 
Llevaron de la mano al niño por un largo pasillo de ataúdes por estrenar.


Números atrasados de revistas guarras en el contenedor de basura, castamente cubiertas de nieve reciente.

 

Si el mundo contemporáneo puede reducirse a un espectáculo onírico y estrambótico, melancólico, y, a veces, sorpresivamente bello, adentrémonos en este laberinto para comprobarlo con placer de la mano guía de la sola lectura.

martes, 7 de abril de 2015

EL TIEMPO DE PASOLINI







Se cumplen 40 años de la ignominiosa muerte de Passolini. Escucho por Radio Tres al director de Nórdica hablar del libro conmemorativo que ha publicado, un volumen con poesías del autor italiano. Por la noche, compruebo que en el  videoclub de ONO hay disponible un film suyo: Las mil y una noches. Veo la película. Las críticas que encuentro en la red, no son muy brillantes. Sobre todo se dedican a  denunciar el carácter desfasado de las escenas eróticas, como si eso fuera lo importante. En este punto, resulta sorprendente comprobar cómo la pereza mental, los prejuicios estéticos e ideológicos nos pueden impedir ver con objetividad y novedad la dimensión artística que se despliega ante los ojos, recontextualizar un conjunto complejo de signos. La verdadera obra de arte supera siempre nuestros particulares modos de juzgarla, disfrutarla o encasillarla. Recuerdo la fascinación que sentí, allá, a fines de los años setenta,  cuando descubrí el cine de Bergman. Posteriormente me distancié de él, pensando que era un pedantesco producto de la mentalidad protestante, para, a continuación, hace unos pocos años, olvidar semejante juicio y volver a descubrirlo entusiásticamente como una obra artística de extraordinaria altura. Era yo quien cambiaba, no la obra, naturalmente.  

En el cine de Pasolini vibra algo tremendamente patético y auténtico. Ese aire remoto y tan tierno, a la vez, a la hora de retratar a personajes y mundos populares, tanto antiguos como actuales, literarios y reales. Las mil y una noches me ha gustado por eso, porque logra transmitir un espíritu premoderno,  no sé si clásico, pero sí, por momentos, adánico, originario.  La juventud, el erotismo, la sensualidad, la luz, el sol, lo fantástico atravesando súbitamente esa laxitud vital de oriente.

Las historias se entrelazan de un modo inextricable. Son como las ramas de un árbol. Ramificaciones de ramificaciones. Podríamos decir que en Las mil y una se asiste a una celebración vertiginosa del fatalismo oriental (un fatalismo lúdico, en este caso): todos los sueños que tienen los múltiples protagonistas, se ejecutan irremediablemente, cumpliéndose el destino de cada personaje y conformando una compacta red tan interminable como enloquecida. Hablaríamos, claro está, de un fatalismo meramente funcional con respecto al  conjunto narrativo: ser el eje articulador de las pululantes  historias que se generan y del carácter final de las mismas, de su apunte fabulístico.

Pasolini logra reflejar ese carácter caprichoso e inescrutable de las historias que surgen del ámbito mítico, traduce impecablemente en el orden cinematográfico lo que se siente, o  se experimenta al leer tales historias en la edición escrita.

Destacaría la genial y puntual utilización de la música. En alguna de las secuencias, como introducción de un desenlace, suena un poderoso órgano de catedral gótica. El efecto sobre una narración de ambiente oriental es fascinador. El carácter fantástico de la obra literaria y de la película, amoldan sin contrastes fallidos, detalles de esta naturaleza. Lo artístico aunque provenga de hemisferios distantes, es siempre materia cómplice. Hay otros momentos, cuando suena el fraseo de un arpa, en los que algo se estremece, con arrobo, en el corazón. El cine es esta máquina de sensaciones fascinadoras.

Al día siguiente de ver la película, encuentro en mi biblioteca el libro de Borges Siete noches, que contiene una serie de conferencias dadas en Buenos Aires. Una está dedicada a las Mil y una noches (a la obra literaria). Al hablar del intrincado despliegue de las historias, Borges cita lo que un personaje dice: La verdad no reside en un sueño sino en muchos, es decir, la verdad no se encuentra, específicamente,  en lo que un sueño muestra sino que reside en la suma del complejo de todos los sueños. Justas estas palabras son las que profiere uno de los personajes protagonistas en la película de Pasolini. Se trata de la sintetizada exposición de todo un principio filosófico y estético: la multiplicidad como receptora y expesión de la realidad,  la multiplicidad que abriga la unidad de lo existente.
La imagen de la película es como una gran plancha de mármol atravesada de nervaduras: la de las historias sin fin.

La película tiene hoy una peculiar resonancia. ¿Qué les parecería a los árabes actuales esta lectura jovial y fantástica del oriente musulmán; retrata su mundo, de alguna manera? ¿Es con ese oriente con el que hay que procurar renovar el contacto; es, en definitiva, ese oriente el que debe florecer en un futuro inmediato, el modelo de su progreso?

Algo me ha llamado la atención en la película y que me ha hecho recordar la situación  entre Occidente y el mundo árabe. En una de las historias aparece un extranjero, es decir, para más señas, un cristiano. El personaje tiene el pelo rojizo y a pesar de ser un esclavo, se comporta de forma chulesca y soberbia. Infringe las normas del palacio real y es crucificado como castigo…. Para compensar, y como para demostrar la imparcialidad de la justicia, otro personaje, este, musulmán, se comporta del mismo modo y acaba también siendo crucificado. Supongo que esto debe estar en los textos originales, es decir, que no es invención de Pasolini. Cómo interpretar este detalle a la luz del estado actual de tensión entre ambos universos….

De todos modos, y a propósito de esta obra, tanto la literaria como la fílmica, la fórmula :  más Las mil y una noches y menos Islam,  ¿podría ser la base que facilitara el diálogo entre el mundo árabe del futuro y Occidente? 

miércoles, 1 de abril de 2015

APUNTES SOCIOSEMIÓTICOS



 
 
 

Los medios no hacen otra cosa que sacralizar efemérides.

 

Los medios dan las noticias como si fueran el parte de guerra cotidiano.  

 

Unas franjas horarias sin noticias son como transiciones vacías de ningún sitio a  ninguna parte.

 

Sin noticias no hay acontecimiento. No ocurre nada. Y entonces el mundo se vuelve indistinto. El flujo se para. Quizás sea entonces cuando los demás podamos respirar.  




 
 

Me pregunto por qué el tanga se ha extendido como prenda de ropa interior en la fotografía de género erótico, desplazando otro tipo de prenda más sugerente.
Personalmente detesto esta prenda. Es la más antierótica. Sólo veo un tejido que se mete en la carne- entre las carnes de ambas nalgas- como si sajara el cuerpo, cortándolo en dos. Signo de exasperación, a mi modo de ver, más que de seducción.
 

Porqué las modelos desfilan como estúpidos clones robóticos, con gesto antipático. Otro signo de exasperación. El otro día, por casualidad, vi una filmación de mediados de los setenta, en la que las modelos, desfilaban de modo acariciador, sonriendo al público. Me pareció infinitamente más delicado que la imbecilizante manera que exhiben hoy.

 

Para mi gusto, lo que afea el traje del torero es ese sombrero, especie de boina aplastada, con dos borlas que pretenden semejar los cuernos del toro. El contraste entre el negro cerrado y rugoso de ese sombrero y los destellos del traje de luces, es algo que jamás me ha convencido, aunque esté justificado. Imaginemos que le ponemos al torero un sombrero de cosaco.

 

 
 

Porqué demonios escribimos nombres chinos o árabes con grafía  inglesa, es decir, en inglés: Falluya, el nombre de la ciudad irakí,  por Faluya; Lee por Li. 

 

El español está plagado de galicismos. Circulan por el idioma con una facilidad pasmosa. Se entiende que los prestamos se adquieran para  oxigenar un poco la lengua, no para fomentar la confusión. Uno de los galicismos más conocidos y últimos, es el famoso y algo irritante "deconstruir", que así, sin más, no significa nada, y que proviene del concepto ideado por el filosofo Jacques Derrida. Si cito el concepto, no está mal que lo haga en su lengua original, déconstruction, pues como tal concepto no existe ni ha sido creado en la nuestra, pero su traducción al español es desconstruir, con un DES bien hermoso y tajante ante el diluido término francés.  El otro día, un amigo que trabaja en correos, dudaba  al emplear el verbo "descodificar": ni más ni menos, le parecía más correcto el absurdo "decodificar", claro ejemplo de las confusiones y contagios lingüísticos que produce el haber aceptado el término ideado por Derrida, con ese fatal prefijo que se nos ha pegado como una lapa malsana. Al final, con este poco cuidado que hay y que parece más bien signo de cierto paletismo, diremos: decifrar, dehacer, o defilar por descifrar, deshacer o desfilar.  Se extiende un uso vicioso del idioma y se convierte, de este modo, en una norma tácita.

 

La gente reclama continuamente sacrosantos derecho a la intimidad al tiempo que se tatúa por todas partes el cuerpo como si fueran cabras de un ganado, o se rapan el pelo creando una sensación de cruda uniformidad. Supongo que son formas de protesta y no expresiones de que se sienten muy bien siendo todos iguales.  

 

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...