jueves, 26 de diciembre de 2013

LA VIDA ES SUEÑO


 



Cuando estuve en Madrid, la segunda noche, creo, tuve una pesadilla. Soñé que una tía-abuela, fallecida hace unos 12 años, me llamaba por mi nombre. La voz era como un aullido, procedía de muy lejos, y yo experimenté un auténtico pánico. El miedo específico que se tiene no a una agresión o a una amenaza, sino a lo específicamente espectral. Jamás había tenido un sueño de estas características, es decir, tan explícito.
Dos días después, la primera noche de mi regreso de Madrid a Orihuela, un chillido me hizo saltar de la cama: mi madre sufrió una caída que ha supuesto un antes y un después tanto en su vida como en la mía. Esta mañana, todavía semidormido, la voz fantasmal de mi tía me ha hecho recordar las veces que mi madre, desde su cama, me llama par la que la levante. Cada vez que me llama, siento una punzada  en el corazón que sólo se diluye cuando alcanzo su lecho y entra la luz del día en la habitación y compruebo que no ocurre nada grave. Interpretar, interpretar… ¿Era una suerte de aviso ese sueño, a pesar del terror que me produjo, por qué esta sucesión de voces terribles de seres queridos llamando a través del sueño, del sueño que es también la vida? Para Jung nada de todo esto sería banal. A veces pienso que la interpretación de los sueños se hace confusa y difícil porque éstos se asemejan a emisiones de radio que vinieran de puntos remotos en el espacio y cuya recepción, defectuosa por las grandes distancias  y las interferencias,  no resultara nunca clara para el oyente. De este modo, una música que se escuchara deformada por el ruido que la envolviera, produciendo una sensación inquietante, sonaría muy distinta, inteligible, cercana, "humana", limpia de todo ello. La idea órfica del mundo como una red de mensajes secretos, como "un bosque de símbolos", es algo ya bien conocido, tanto en literatura como en el hermetismo filosófico. Y hay veces en que determinados y casi furtivos hechos, nos hacen pensar que no se trata de algo, exclusivamente, estético.      

lunes, 16 de diciembre de 2013

DIARIO


 



Una escena de una película de serie b de principios de los sesenta titulada El cerebro: Un espectacular coche tipo Dodge, marcha por una carretera bordeada de frondosa vegetación. Me fascina esa imagen. Esta mezcla deliciosa de lujo (el coche) y de arropamiento (la naturaleza). O es quizá mera impostación de mis recuerdos de infancia, o es que esta combinación ya no es frecuente hoy en las películas. Los vehículos marchan por grandes carretas, anchas, seguras, por autopistas o por las hostiles ciudades. La seguridad, el pragmatismo aleja la caricia de la floresta. 

 



Tristísimas tardes de invierno en Orihuela. ¿Dónde está la gente, la vida, "el fulgor de la historia"? Constreñimiento, defunción de todo erotismo, lentitud melancólica de las cosas: el universo de las provincias. 

 


Me compro un volumen que recoge la correspondencia que le dirigió Cosima Wagner a Nietzsche, junto con una selección de sus diarios que hacen alusión a encuentros con el filósofo y otros documentos biográficos. Reparo en el goce que me procuran este tipo de publicaciones biográficas, en el viaje fascinador por épocas y estilos de vida y pensamiento que supone su lectura, en la comodidad que supone tener traducidos, seleccionados y conjuntados estos textos en el volumen que me espera en mi habitación, colocado sobre un montón de otros libros, al lado de la cama. Al pensar, precisamente en este último aspecto, en la comodidad,  en la cuasi lujuria con la que me voy a entregar a saborear el libro, me doy cuenta de una cosa: la condición elemental para que yo disfrute de ese libro no es, obviamente, que alguien haya protagonizado de modo irremplazable un período central de la cultura europea como lo hicieron Nietzsche o Wagner, sino que para que tales hechos se cumplieran fatal y plenamente, para que yo obtenga una imagen nítida de tal aventura en el pensamiento, en la música, en la concepción estética del mundo, ha tenido que producirse entre su acontecimiento y el lugar de mi percepción un espacio de tiempo contundente, franco. Ese tiempo entre la producción de las obras y las peripecias vitales de sus protagonistas y mi circunstancia personal marca una distribución de los seres en el tiempo y en la historia y por lo tanto, de su significación trascendente en la misma. Esto implica que en la consecución de las cosas en el mundo se producen eslabones temporales y circunstancias imposibles de franquear. Para decirlo sencillamente, para que disfrutemos de algo, es necesario que el productor de ese algo y ese algo mismo, hayan cerrado su círculo, que todo ello se haya producido y terminado en el tiempo.
Podré dialogar con las obras de los grandes artistas, pero jamás con ellos en persona. Aunque yo alcance el paraíso no podré tener cara a cara a Nietzsche. Jamás.
Todo esto significa que la muerte es necesaria, que la temporalidad marca el vaivén y determina en absoluto la tesitura de las vivencias de tales tiempos en los artistas que configuran de este modo la historia profunda del arte y del pensamiento.


 
 
 
 


Entrando en el sueño, pero estando todavía lo suficientemente despierto como para hacer un esfuerzo y levantarme y anotar lo que Hipnos me revele, sueño que medito sobre mi cuerpo, diciendo: mi cuerpo soñado puede tener un origen y otro… La expresión se refiere a la simultaneidad material y espiritual de mi cuerpo, que puedo tener o tengo un origen de los dos tipos. Como es corriente, lo percibido en sueños posee una naturaleza alucinante, vibratoria, que es imposible “traducir”. La fascinación de toda construcción intelectual onírica es su comunicarse, es decir, su modo, más que su contenido específico. Al colocar por escrito y en plena vigilia lo que uno sueña, el resultado es decepcionante, es como el pez que vemos evolucionar maravillosamente en las profundidades azuladas y que de repente, colocado en la superfice, en tierra, está muerto, inmóvil, desprovisto de gracia. La fascinación de la comunicación onítrica reside en el elemento en el cual se produce. Es esa forma, ese rumor de sibila, esa vibración, lo que busco al despertar. La frase que he logrado rescatar se convierte en un esquema demasiado simple, en una cosa plana y sin atmósfera, comparada con esa revelación de los dioses que he recibido súbitamente.
 Reparo que en el sueño mismo digo: mi cuerpo soñado. Quizá algo más grande que la consciencia o la inconscencia se exprese también a través del sueño: nuestro verdadero ser que levita momentáneamente sobre nuestras frágiles encarnaciones. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

VIRGO POTENS. JOSÉ LEZAMA LIMA. DIARIOS



 
 
 
 
 
 
Si bien de la poesía de Lezama encontramos antologías editadas, más o menos recientemente, en nuestro país, (pienso que más por venturosas iniciativas institucionales que por demanda real de lectores), hallar una edición completa y actual de sus espléndidos ensayos es tarea complicada: para encontrar ediciones de obras tan fulgurantes como Las Eras imaginarias o La cantidad hechizada, hay que remontarse, bochornosamente, a principios y mediados de los setenta, en las colecciones de Fundamentos o Júcar, ejemplares que andurrean desoladamente por la red en el limbo de los tesoros olvidados.
Es una cosa que siempre me ha irritado y desconcertado, por otro lado: la dispersa, débil valoración en España de la obra de Lezama, el elogio velado más por la sorpresiva ignorancia del nivel de su obra, que por no haber tenido la suerte de ser uno de los habituales del boom latinoamericano. A medio universo se le llena la boca con Borges mientras que Lezama ocupa un puesto relativamente valorado en las letras universales, alguien que podría haber sido, perfectamente, otro premio nobel en español. Ignorancia ejemplar, la de los suecos, digámoslo de paso. Supongo que como la época de “los grandes relatos” se ha esfumado, según reza el dictamen postmodernista, la obra de Lezama y, sobre todo, admirables ideaciones tales como su sistema poético, resultan demasiado labrados y complejos para nuestras fláccidas mentes de internautas, apabullados de tecnología y mendigos de exquisiteces.

Siempre he pensado la obra de Lezama como ese gran lujo recóndito de nuestra literatura, y su figura como la de ese gigante paradójicamente invisible, el coloso ingrávido cuya obra de pululantes irrigaciones está cabalmente accesible sólo a los iniciados, es decir, a los amantes de la aventura de leer, a los degustadores de los enigmas del enigma del mundo a través de la literatura, el arte y la música.
Bastará que alguna efeméride o algún crítico extranjero lo reivindique para que cunda la admiración y “lo descubramos”. Papanatas.

Confieso que esperaba algo más de esto diarios, costosamente hallados en el mercado virtual, publicados en Cuba, y que recibí por vía aérea, desde Florida. Recordaba con emoción la reseña que hace ya unos cuantos años apareció en el suplemento literario del diario ABC. Desde entonces soñaba con dar con este volumen y leer su contenido. Con estos diarios me ha ocurrido lo mismo que con los de su alumno José Ángel Valente. La expectación fue emocionante mientras fue expectación. Pero la entrevista del compilador y editor Ciro Biancchi, que como oportuno apéndice se añade al final, ha resultado compensatoria. Además, leer sus notas, revierte en un interés nuevo sobre los libros que todavía no he leído del autor cubano. Esa lectura que se renueva, incesante,  de esa materialización concreta frente al tiempo que supone el gran prisma del Poema.  

martes, 3 de diciembre de 2013

INFLEXIONES


 




Tras hablar con un amigo budista me entero, por fin, de en qué consiste eso de “meditar”. Literalmente, meditar es no meditar: es decir, no meditar en algo o sobre algo, sino no meditar en nada. Volver el verbo intransitivo. Meditar es lo contrario de pensar. No es reflexionar sobre la nada ni sobre el vacío, ni sobre ningún especioso concepto. Lo de dejar la mente en blanco es liberarla del acoso de los significados, del rastreo obsesivo del pensamiento. Meditar es lo que hago cuando a la tarde, me subo a la azotea de mi casa, o lo que uno experimenta gratamente cuando se sienta frente al mar o escucha música. Le digo a mi amigo, que me propone utilizar esta “práctica” como cortafuegos para el stress,  que me considero inútil para llevarla a cabo. A mí me gusta todo lo contrario: tener la cabeza llena, atravesada de ideas, imaginaciones, conceptos. Es lo que me pone. No puedo ser budista. Soy barroco. Mi estado natural es estar continuamente atravesado por el mensaje de las formas y los matices.   




Burdamente, el cine y la fotografía son registros de imágenes. Anota Barthes que no es el cine sino la foto la que supone la gran revolución antropológica en la reproducción de la imagen del hombre. ¿Qué significaría, en este sentido, internet? Si la foto me muestra “esto ha sido”, y el cine alarga las circunstancias hasta elaborar un complejo mensaje multilinguístico- gestual, musical, verbal -  qué especificidad es la que le atañe a internet: cajón de sastre de todo lo que fue y de lo que es, de lo posible y lo imposible, de lo aberrante y de lo alternativo? Hoy es la novedad. ¿Qué jerarquía poseerá en el futuro sobre los distintos tipos de representación?

 





Encuentro en un apunte de Schopenhauer, lo que podríamos considerar como la condición que determinaría nuestros deseos frustrados de emprender un estudio positivo de todo lo que conceptuáramos como extraño e inexplicable y que debiera constituir la reflexión de partida obligatoria para todos los que pretenden convertirse en investigadores de lo paranormal:

"Un secreto inescrutable de la naturaleza, es decir, una conexión causal que se diera sin ser cognoscible, supone algo imposible de pensar, ya que cualquier objeto sólo es tal para un sujeto y sus leyes. Toda causalidad que fuera incognoscible y, sin embargo, estuviese ahí es algo que, simultáneamente, sería y no sería para el sujeto". (Escritos Inéditos de Juventud. Sentencias y Aforismos. 1814-1818)

 



Escalada de gritos. Nos quejamos de que algunos inmigrantes hablen fuerte por la calle. En los años sesenta, los franceses se quejaban de lo mismo con respecto a españoles e italianos. El escritor Edmondo De Amicis, escribe en 1878, sobre el barrio europeo de la ciudad de Pera, en Turquía:

"El europeo habla en voz alta, gesticula y bromea en medio de la calle; el musulmán se siente en casa ajena y pasa con la cabeza menos erguida que en Estambul". (Constantinopla, Ediciones Páginas de Espuma)


Frases soñadas: estoy alejado de mi causa

                  Sinfónica relatividad


 

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...